Se ha escrito tanto sobre Baroja que parece ocioso tomar la pluma para escribir un nuevo artículo, un nuevo texto sobre él. Más ahora que se han cumplido 150 años de su nacimiento y están apareciendo muchos homenajes y reflexiones. Y sin embargo lo hago, sin embargo este lector suyo, no constante pero sí muy devoto y admirador, vuelve a hacerlo, más por gusto y afición que por obligación, pues nadie me lo ha pedido, aunque sé que algunos lo leerán.
Pío Baroja tiene fama de huraño, de gruñón, pero a mí me parece entrañable. Es un personaje que me resulta simpático, y es en mi opinión, con todos los defectos que algunos quieran destacar, un modelo de escritor. Su prosa es muy novelesca. Me parece que Baroja demuestra que para escribir novela no es necesario, digamos, escribir “bonito”, sino escribir eficaz. Él escribía suelto, ameno: capítulos cortos, párrafos cortos, ritmo rápido, mucho diálogo, vigorosas descripciones, pero no abundantes… Decía que sus novelas parecían el borrador de una novela, y que él, de lector, de chico, se saltaba las descripciones, y que buscaba el diálogo y la acción. Así actuó como escritor.
¿Por qué se le sigue leyendo? Quizá en parte porque es inabarcable, a menos que seas un especialista, y quizá ni entonces. Pero la razón principal de que se le siga leyendo es, en mi sentir, su amenidad: es un autor divertido. Creo que Baroja consiguió aquello por lo que tanto se afanó: ser ameno, no aburrir.
¿Por qué se siguen comprando sus libros? Me dice Manuel, el librero de El Desván del Libro, librería de viejo de Madrid, que está en los programas de los colegios e institutos. Yo diría que está mucho, porque leí suyas, en el colegio, calculo, tres novelas: Zalacaín el aventurero, Las inquietudes de Shanti Andía, y La busca. Si no recuerdo mal El árbol de la ciencia ya lo leí en la carrera, junto a César o nada, que siempre recuerdo que me la mandó leer el profesor José Ignacio Díez, que luego fue mi director de tesis, en la Complutense. Se puede decir que he crecido con Baroja, desde los doce o trece años que leí Zalacaín, lectura muy bien elegida por el colegio, o por las autoridades educativas, hasta hoy, que me intereso por los Cuentos, también por las Memorias de un hombre de acción. Un escritor no se acaba en lo más famoso o prestigioso de su obra.
Sobre Baroja también recuerdo con mucho agrado las explicaciones del profesor Javier Huerta Calvo, que nos dio la asignatura de la Generación del 98 precisamente en el año en que se cumplía su primer centenario, 1998. Es curioso cómo algunos de los detalles que estudié en esa asignatura todavía los recuerdo, como la buena valoración en la etapa final de Baroja de sus memorias, Desde la última vuelta del camino. Finalmente compré y leí esas memorias, yo creo que por esas fechas, finales de los 90. Me parecen muy interesantes y muy amenas, como es habitual en el escritor. Insisto, Baroja es un autor para disfrutar.
Me dice Manuel, el librero de El Desván del Libro: “Es un autor vigente. Es un autor que se vende. De los clásicos contemporáneos españoles es de los que más se vende, sin olvidar a Lorca, por supuesto”.
Me pregunto ahora qué nos puede enseñar Pío Baroja a los escritores. Creo que nos puede enseñar mucho: nos puede enseñar el oficio de escritor, profesionalidad, independencia, personalidad. En el fondo nos puede enseñar mucho a todos sus lectores, para empezar todos los contenidos maravillosos y apasionantes que llenan sus libros. El ideal del hombre de acción, por ejemplo, del que todos podemos aprender. Su capacidad crítica. Las aventuras que pueblan sus novelas, tan atractivas, tan sugerentes. Al final, pienso yo, todo lo que nos divierte nos enseña algo o mucho. Como decía el propio Baroja: “Lo divertido no puede ser malo”.
Hasta la fecha mis libros favoritos de Baroja son los siguientes: Zalacaín el aventurero, Las inquietudes de Shanti Andía, César o nada. Es cierto que fueron los libros que me mandaron leer en el colegio y en la Universidad. Habría que añadir ahora sus memorias, y recientemente he leído El aprendiz de conspirador, que me ha gustado mucho, tras tiempo sin leer a Baroja, lo que yo creo que ha colaborado para que lo disfrutara mucho. Y en estos momentos estoy leyendo La feria de los discretos, que todavía me está gustando más. Recientemente he visto incluir esta novela en un artículo de El Cultural, firmado por Nuria Azancot, entre los diez mejores libros de Baroja, en una lista que me parece muy razonable.
¿Qué me gustaría leer de él que no he leído? Como ya he apuntado, me apetece leer más volúmenes de las Memorias de un hombre de acción. Y en casa he encontrado varias novelas suyas que me apetece leer: El caballero de Erláiz, El gran torbellino del mundo y Las veleidades de la fortuna.
Hay pocos novelistas como Baroja, en mi opinión, aunque esto habría que explicarlo. Creo que se le considera un gran escritor por la calidad de sus libros, por la gran amplitud de su obra, porque tiene unos cuantos libros, bastantes, más de lo que parece, maravillosos.
Yo diría que es un gran escritor, en lo personal, porque me llena mucho, siempre encuentro libros suyos que leer, libros que no había leído antes y que me gustan. De alguna forma creo que Baroja es inagotable. Además, cuando pasa el tiempo te das cuenta de que tus novelas favoritas barojianas ya se te han olvidado y te apetece volver a leerlas, o al menos revisarlos con mayor o menor profundidad. Baroja, si se me permite la expresión, es un escritor apetecible de leer, esto no se pasa con el tiempo, como demuestran estos 150 años desde su nacimiento y la celebración que hoy se le hace. Tampoco es frecuente.
Sobre Baroja tuve la oportunidad, recientemente, de hablar con un escritor de nuestros días, un escritor que lo conoció cuando era joven y que tiene mucho que contarnos sobre él. Fernando Sánchez Dragó, memoria viva de nuestra literatura, me dice, con mucha razón, que él ha conocido, con mayor o menor profundidad —a algunos superficialmente, me dice— “a todo el mundo”.
Sánchez Dragó recuerda el entierro de Baroja, al que asistió. Realizó con el féretro un largo camino hasta el Cementerio Civil de Madrid, porque Baroja quiso ser enterrado como ateo, según he leído. Sánchez Dragó me contó cómo conserva unas fotos de ABC en la sección de huecograbado en la que aparece él en el entierro con la cabeza de Hemingway asomada por encima de la suya.
Sánchez Dragó dice que le gustaba mucho Baroja, que le gusta mucho, que aunque se diga que no tenía un estilo, sí que lo tenía, y que la lectura de su obra es verdaderamente entretenida, lo que Baroja siempre quiso lograr. En su tertulia, me contó Sánchez Dragó, aceptaban a todo el mundo: “Llamabas a la puerta y te hacían esperar un poco. Luego te hacían pasar al despacho de don Pío, donde estaba él, en su mesa, vestido de bata, con su sobrino Julio Caro Baroja, que por cierto tiempo después me presentaría Gárgoris y Habidis en el Ateneo.”
Por allí pasó mucha gente, entre ellos, por supuesto, Camilo José Cela, que siempre dijo que Baroja fue su maestro y que también asistió a su entierro. Incluso fue una de las personas que llevaron el féretro del novelista. Yo le he visto contar en televisión, si no recuerdo mal —quizá lo leí—, que le ofrecieron a Hemingway portar el féretro, y que el escritor norteamericano declinó la invitación diciendo: “No, sus amigos, sus amigos.”
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