La obra de José Luis Rodríguez García (León, 1949) fluye entre dos orillas: la filosofía y la literatura. Este ensayo, Postutopía, conecta esas dos orillas, pero también conecta el origen de esa obra con su devenir actual. Tiene por ello cierto aire testamental, aunque se trata todavía de un testamento abierto.
La obra de Rodríguez García es muy amplia. Consta de más de treinta libros y cultiva géneros literarios como la novela, el cuento, la poesía, el ensayo, el teatro, la pintura y, por supuesto, el ensayo académico. Literariamente se orienta hacia un hermetismo abierto y ensimismado —la escritura poética, dice él mismo, mencionando a Celan y Beckett—, lo que viene a ser una versión del simbolismo moderno. Desde una perspectiva filosófica se mueve en el territorio delimitado por las obras de Marx, Nietzsche, Sartre y Deleuze. Su identidad viene dada por esa doble vertiente —literatura y filosofía mantienen una cierta tensión— y por unos motivos recurrentes, entre ellos la desolación y la utopía. Este doble asunto es precisamente el cuerpo del presente ensayo.
La desolación de la quimera utópica ha tenido una presencia continua en el pensamiento de Rodríguez García. Esa desolación ha sido tratada como un drama. Incluso ha dado lugar a una imagen: la del predicador dominico Girolamo Savonarola, al que dedicó el poema “Savonarola” en Luz de Géminis y una década después la novela El ángel vencido, aparecida hace ahora dos décadas. En el drama de este personaje ve Rodríguez García el conflicto irresoluble entre la lucha por un mundo justo e igualitario y la tiranía utópica. Ahora ese drama ha derivado en una propuesta que enfrenta lo que Rodríguez García llama pasión eutópica y el proyecto utópico. Tal propuesta viene delimitada por un marco histórico. Rodríguez García ve esta disociación entre eutopía y utopía como un fenómeno moderno. Me atrevería a decir que lo ve como una consecuencia de la sociedad compleja, que es la sociedad de los individuos. Él prefiere decir diversidad, con ese matiz deleuzeano. En ese entorno Rodríguez García se pregunta por qué someter la pasión eutópica a la proyección utópica. Es evidente que la sociedad de los individuos está abocada a la reevaluación del presente. Es la nueva temporalidad que reclama nuestro autor, una temporalidad que se revuelve contra la hipoteca del futuro sobre las exigencias del presente y que “rinde tributo a los insurgentes continuados y obsesivos contra la policial temporalidad dominante” (p. 14). Por eso concibe la pasión eutópica como un fenómeno que solo puede ser moderno. Y por eso recupera el pensamiento de Séneca y Lucrecio —comienza el libro con una meditación senequista— en la idea de que la felicidad exige el uso del tiempo aquí y ahora, el tiempo individual.
Sin embargo, nuestro autor no se queda en esa constatación. El objeto de este ensayo consiste en buscar una comunicación entre eutopía y utopía. Y, para ello, presenta tres líneas argumentales: un diálogo entre la “biblioteca literaria” y la “biblioteca filosófica”, una deconstrucción de los elementos conceptuales de la utopía y una relectura de la filosofía moderna tendente a la redefinición de la temporalidad. Describiré esos tres núcleos de la forma más sucinta posible.
El diálogo entre la biblioteca literaria y la biblioteca filosófica resulta más accidentado de lo que cabría suponerse. La biblioteca literaria ofrece unas posibilidades superiores a las de la biblioteca filosófica, que siempre camina con retraso respecto a la primera. Entre los autores académicos llama la atención del lector la consideración que Rodríguez García otorga a Michel Onfray. Onfray, un nietzscheano hedonista, reivindica la risa y lo hace a partir del utopismo de Bergerac. En la obra de Cyrano, Onfray ve la clave para la comprensión de las interferencias entre las dos bibliotecas. Onfray reivindica a Diógenes, a Epicuro y, en especial, a los libertinos barrocos. Rodríguez García recoge su sentencia: “Reír y, por eso mismo, unirse a la corte de grandes reidores del pensamiento subversivo. La risa abre avisos, parte el mundo en dos, libera una luz que ilumina todo pensamiento progresista digno de tal nombre” (p. 247). Esta idea sirve de colofón al ensayo. Rodríguez García reivindica la obra de Bergerac El otro mundo para conjugar la posibilidad de un horizonte nuevo fundado en la fórmula “diferencia, presente y azarosidad”. Eso es lo que entiende Rodríguez García por postutopía.
Quizá el mayor esfuerzo del presente ensayo radique en el análisis de los elementos constitutivos de la utopía. Rodríguez García constata cuatro ámbitos: el principio topológico —siempre requiere un espacio ajeno—, el principio morfológico —la exigencia de novedad—, los principios conceptuales —el viaje, la insularidad, la ciudad…— y el liderazgo. Entre otras cosas el análisis de estos ámbitos le permiten distinguir entre la ciudad ideal y la ciudad utópica. La ciudad ideal no requiere el viaje. Trata de la organización perfecta del presente y puede considerar aspectos prácticos. La ciudad utópica exige lo contrario: un viaje a lo desconocido, la radical extrañeza, porque está pensada para el que ha de venir —no para el que la habita— y se olvida de lo práctico, lo inerte. Ve además otros motivos significativos: la desidia horaria, la anarquía sensorial, la vestimenta irreal… Tampoco el espacio doméstico sale mejor parado en el proyecto utópico —con la excepción de Fourier—. Y el entusiasmo por la ciencia y la tecnología que está presente en todas las utopías se corresponde con el desprecio por las artes. Concluye Rodríguez García este apartado llamando la atención sobre la perversión del llamado a la unidad —uniformidad— con el que concluyen los proyectos utópicos. Uno de los aspectos más llamativos de esta sección analítica es que permite contemplar las distopías no como la negación de la utopía sino como su resultado natural.
El tercer bloque del ensayo consiste en la indagación entre los grandes nombres de la filosofía moderna en busca de elementos que permitan conformar la nueva temporalidad. Desfilan por estas páginas Schopenhauer, Marx, Nietzsche, Bergson, Sartre, Deleuze y finalmente, Benjamin —la redención—, Althusser —el azar— y Onfray —la risa— en lo que puede ser el fundamento de la reconciliación del presente con el futuro soñado.
Sin embargo, no son las aproximaciones filosóficas las que marcan los pasos de este ensayo. En realidad, la obra de Rodríguez García siempre ha ido avanzando a impulsos de su pasión literaria. La idea del drama utópico aparece en su literatura hace tres décadas y solo ahora ofrece la forma de ensayo filosófico. Y en él puede verse la superioridad de la reflexión estética sobre la indagación filosófica.
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Autor: J. L. Rodríguez García. Título: Postutopía. Editorial: Prensas de la Universidad de Zaragoza. Venta: Todostuslibros y Amazon
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