Envalentonados los Académicos por el éxito del Diccionario de autoridades, decidieron volver a editarlo, pero en un solo volumen, con la finalidad de facilitar su manejo a los usuarios, así como el abaratamiento del precio. Para reducir el contenido eliminaron las citas de las autoridades y encargaron al impresor de moda en aquel momento, J. Ibarra, dar cuerpo al proyecto. El tomo saldría publicado en 1780 y sería el antecedente directo de las sucesivas ediciones (revisadas y actualizadas) del hoy conocido como D.L.E (Diccionario de la lengua española). Hay que señalar un dato curioso: En la edición 15ª de este diccionario publicada en 1925, se produce un cambio definitivo en el título. Desde aquel momento, el diccionario de la Real Academia ya nunca más sería Diccionario de la lengua CASTELLANA; sino Diccionario de la lengua ESPAÑOLA.
¿Cómo se hace un diccionario?
Para hacer un diccionario se necesitan palabras y estas nacen, crecen, se desarrollan y mueren en la calle: en la prensa, los libros, internet, la televisión… en definitiva, entre la gente que las usa para comunicarse cada día. Esas palabras nacen libres, pero para poder ordenarlas y estudiarlas han de ser conservadas en algún lugar. Los primeros académicos, pluma y tintero en mano, las registraron y guardaron en un enorme mueble, el famoso Fichero, que llegó a albergar nada menos que 10 millones de papeletas o fichas manuscritas. O sea, más o menos la población actual de Portugal. Es como si todos los habitantes del país luso estuviesen metidos en un mueble de cajones. Con ellas emprenderían el proyecto magnífico de elaborar un diccionario.
Con el paso del tiempo, aquel mueble y sus papeletas se fueron quedando obsoletos. La llegada de la tecnología abrió nuevas y sorprendentes posibilidades. Ahora se podían guardar las palabras en un banco virtual dejándolas un tiempo ahí y esperando con paciencia a que madurasen, se adaptasen y permaneciesen, o bien cambiasen o desapareciesen por ser palabras surgidas por modas pasajeras o simplemente porque ya nadie había vuelto a usarlas.
Ese tesoro de palabras constituye el Banco de Datos del Español, que actualmente (aunque la cifra no para de crecer) cuenta con más de 400 millones de registros de textos pasados y presentes de todos los países hispanohablantes que la Academia usa para actualizar los diccionarios de la RAE. Para poder hacernos una idea, tener 400 millones de registros almacenados es como guardar en un disco duro a todos y cada uno de los habitantes del continente sudamericano.
Palabras viajeras
La preparación de cada nueva edición del diccionario académico implica la identificación de nuevas palabras o nuevos significados, pero también la revisión de las palabras que ya figuraban en él. Y es que las definiciones del diccionario están vivas y se van moviendo a medida que la palabra es modificada por el tiempo y el uso. El Instituto de Lexicografía (ILEX) prepara, a partir de esa información y ayudándose de diferentes herramientas informáticas, una gran cantidad de propuestas para modificar palabras ya existentes o añadir las nuevas.
La Academia, sin embargo, no olvida que la lengua es un asunto de todos por lo que, desde hace años, cualquier persona puede proponer la entrada de una palabra en el D.L.E a través de la herramienta Unidrae en la página web de la RAE, desde donde las palabras iniciarán un largo viaje con distintas fases de selección hasta la elección o desestimación final. Las nuevas palabras han de atravesar una serie de controles que suelen prolongarse unos doce meses como poco.
El proceso comienza en las mesas de trabajo o Comisiones. Hay varios tipos de Comisiones, pero todas trabajan con las palabras y sus definiciones que luego presentarán ante el Pleno para que los académicos debatan y decidan. Del último paso se encarga de nuevo el ILEX que da la forma definitiva a las entradas del diccionario.
Por su parte, la labor que lleva a cabo ASALE (Asociación de Academias de la Lengua Española) canalizada a través de una Comisión Permanente, garantiza la renovación del léxico americano. No olvidemos que desde 2005, con la preparación del Diccionario panhispánico de dudas, se estableció un esquema de trabajo conjunto entre las 22 «Academias Hermanas» (más una). Ese léxico americano es maravilloso y forma parte de nuestra lengua de una manera profunda y enriquecedora.
¿Cuántos Diccionarios tenemos?
Como hemos visto, el primer diccionario fue el Diccionario de autoridades en seis tomos del que deriva uno mucho más manejable y moderno que es el Diccionario de la lengua española (DLE) antes conocido como Diccionario de la Real Academia Española (DRAE). Este es el más popular; el que más se usa como manual de consulta, bien en papel o en formato digital.
Como a un hijo que crece sin parar y al que sus padres van midiendo la altura y los años marcándolos con lápiz en la pared, la RAE se enorgullece del crecimiento de su Diccionario siguiendo con cifras su evolución. Así, frente a las 46 000 entradas de la 1ª versión, en la 23ª edición, el D.L.E alcanzó la cifra de 93 000 artículos (puede que estas cifras estén ya superadas, pues este hijo crece rápido).
Con la idea de componer una obra más manejable, la Real Academia decidió resumir el DLE. Nacía el Diccionario esencial de la lengua española.
Tal vez resulte extraño que un diccionario pueda resumirse, y efectivamente nada en él sobra, pero hay palabras que en un «esencial» no son esenciales. En este caso se eliminaron los arcaísmos, localismos, coloquialismos y vulgarismos* no compartidos por España y América.
* (para aclaración del lector: arcaísmo (palabra que ya no se usa en la lengua actual), localismo (palabra o expresión propia de una determinada localidad o región), coloquialismo (expresión o palabra usada en una conversación cotidiana, no formal. Es más propio del lenguaje oral, algo más improvisado) o vulgarismo (formas impropias del habla culta)
Para la mochila de los estudiantes, la Academia creó el Diccionario escolar, «hijo» del esencial, cuya novedad, con respecto a otros diccionarios, era la de incluir en cada definición ejemplos basados en el uso real.
La versión americana se llamó Diccionario práctico del estudiante y en él se eliminaron las voces no empleadas en dichos países. Los ejemplos, como era lógico, se adaptaron también a los usos americanos.
Antes de esto, América había llegado con la fuerza de sus palabras a un diccionario muy importante, el Diccionario de americanismos. Creado con el trabajo en equipo de las academias de la lengua, estaba destinado a todos los hablantes de español interesados en conocer su idioma y las diferencias existentes entre la lengua que se habla en su país y la de sus países hermanos.
Como la lengua y su uso correcto seguía planteando dudas, la RAE y ASALE, redactaron en 2005 el Diccionario panhispánico de dudas, un libro práctico donde encontrar solución a las dudas más habituales de los hispanohablantes respetando las variantes de uso en los países hispanoamericanos.
Dos interesantes (y poco conocidos) diccionarios
Uno es el Diccionario histórico del español, que tiene como objetivo ofrecer a los especialistas y al público en general información sobre la historia de las palabras (cambios en los significados, relaciones, usos en las diferentes épocas, etc.), de manera que esto permita interpretar con mayor exactitud los textos del pasado.
El otro, el Diccionario manual e ilustrado de la lengua española, fue el primer y único intento académico de hacer un diccionario con ilustraciones a modo de enciclopedia.
El diccionario más reciente de la Academia es el Diccionario del español jurídico (DEJ, 2014) y su versión americana, el Diccionario panhispánico del español jurídico (DPEJ, 2017). Son diccionarios especializados que recogen, clasifican, definen e ilustran con ejemplos de uso los términos jurídicos extraídos de los textos legales que a lo largo de la historia se han convertido también en riquísimos y útiles almacenes de palabras.
Palabra de honor
El filósofo griego Aristóteles solía decir a su alumno, el joven Alejandro (luego Alejandro Magno) que «puesto que el habla es la representación de la mente y la escritura la representación del habla, hemos de cuidar lo que escribimos porque es la manera de expresar nuestros pensamientos». La capacidad de pensar es lo más importante que posee el ser humano y ha de hacerlo correctamente. Las palabras sirven básicamente para eso, pero hay mucho más detrás de la forma en la que las usamos, ya que la manera de hablar y escribir dice mucho de nosotros; tanto como la forma en la que nos vestimos, comemos o vivimos.
Al principio se escribía sin normas, de manera algo caótica; cada individuo haciendo lo que podía como si fuesen conductores en una ciudad sin señales ni semáforos. Podríamos decir que el español, como el buen vino, nace en La Rioja. Las primeras palabras que se conservan escritas en español son unas notas al margen de un códice hechas por un monje en el monasterio riojano de San Miguel de la Cogolla hacia el año 1000. Si intentásemos leerlas, nos sonarían rarísimas, como si aquello fuese otra lengua. Poco a poco el español saltó los muros de San Millán y se expandió por toda la Península Ibérica. Con la propagación del castellano durante los siglos del Imperio Español por el Mediterráneo, norte de Europa, parte de Asia y la recién conquistada América (España era mucha España entonces), se produjeron inevitables cambios en la pronunciación y escritura del castellano por lo que se requería con urgencia la redacción de una norma que divulgara por el mundo el uso correcto de la lengua castellana. Y en ese momento, apareció el gran Antonio de Nebrija poniendo un poco de orden.
Nebrija escribió y publicó en el S. XV la Gramática de la lengua castellana fijando la primera norma ortográfica del español (o sea, diseñó las «señales de tráfico de la lengua» que todos debían respetar). Esa misma Gramática, bendecida y apoyada por los Reyes Católicos fue actualizada dos siglos después por el humanista Gonzalo Correas y con ella bajo el brazo escribieron sus obras inmortales los grandes genios de nuestro Siglo de Oro: Lope de Vega, Quevedo, Cervantes, Góngora.
Ortografía de mis amores
En el S. XVIII le llegó por fin el turno a la Real Academia, que publicó su primera Ortografía. Realmente el objetivo inicial era el de hacer una nueva Gramática, pero la diversidad de opiniones entre académicos les llevó a acometer un proyecto más «práctico»; un libro a modo de instrumento de ordenación del caos.
La Ortografía de La Española se convirtió en un best seller, tanto es así que incluso ocasionó en aquellos siglos problemas de «pirateo», con una edición pirata (no autorizada) impresa en Valencia y distribuida «ilegalmente» en Madrid y Barcelona.
Esta Ortografía seguiría editándose aislada hasta el año 1826, cuando pasó a formar parte —¡por fin!— de la Gramática.
A finales del S. XX la Ortografía volvió a ser protagonista porque fue revisada y reescrita en un trabajo conjunto entre la RAE y las 22 academias hermanas recogiendo por primera vez las normas de todo el territorio hispánico. Como ya era tradición en la Academia, se editó también una versión esencial y otra para las mochilas escolares.
La Gramática, un “best seller”
Los académicos del siglo XVIII eran laboriosos como abejas. Tenían además una espinita clavada y decidieron que después de un Diccionario y una Ortografía les faltaba por hacer la Gramática, así que se pusieron manos a la obra.
La publicación tuvo tanto éxito como la Ortografía, pues apenas tres meses después de su presentación ya se reeditaba de nuevo, logrando que el mismísimo rey les diese licencia para reimprimirla cuantas veces fuese necesario, y así se hizo en los años siguientes con sus correspondientes actualizaciones.
El paréntesis de sangre de la Guerra Civil española primero y la Segunda Guerra Mundial después paralizaron los trabajos.
La actualización de la Gramática se reanudó en los años 70, cuando se publicó Esbozo de una nueva gramática de la lengua española, germen de lo que sería la gran obra gramatical definitiva, publicada en 2009: la Nueva gramática de la lengua española, en la que de nuevo la RAE, junto con las 22 academias hermanas, trabajaron mano a mano y durante once largos años en un proyecto que reflejaba la riquísima diversidad del español en todo el territorio hispanohablante y a la vez daba ejemplo de su unidad.
Al igual que ocurriera con el Diccionario, los académicos publicaron una edición manejable, llamada Manual de la nueva gramática, así como una versión muy económica especialmente dirigida al gran público, pero sobre todo a los escolares, la conocida como Nueva gramática básica.
Larga vida a los clásicos
Desde aquel lejano año de 1781, cuando La Española editó su famoso Quijote ilustrado, la literatura fue una parte importante de la vida académica. La RAE dedicó tiempo, esfuerzo y mucha ilusión en la adquisición de libros para sus bibliotecas además de, cuando era posible, editar junto con ASALE obras literarias con las que poder recuperar a los clásicos para que no cayesen en el olvido.
Luchando contra las modas y otras realidades inevitables, la Academia emprendió esa gran obra de recuperación literaria en una hermosa colección de libros llamada BCRAE (Biblioteca de Clásicos de la RAE). En ella se reúnen, desde el siglo XI hasta el XIX, los grandes genios de las letras; su memoria, sus obras, su talento, su manera increíble de manejar el español.
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Primera entrega: Los haters de la Academia
Segunda entrega: La Española, comencemos por el principio
Tercera entrega: Un palacio para una biblioteca
Cuarta entrega: Un abuelo con mucha autoridad
Quinta entrega: Fantasmas de la Academia
Sexta entrega: Sillones y percheros
Séptima entrega: El objeto número uno
Octava entrega: Mujeres de armas tomar
Próxima entrega: Las bibliotecas y sus misterios
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