Tras haber publicado un texto mayor no hace mucho, El holandés, de Elisa Ferrer, Tusquets acierta de nuevo con Perro negro, una obra coral y densa que confirma a Miguel Ángel Oeste como uno de los narradores más interesantes del país. En un breve epílogo, el autor nos aporta detalles de cómo surgió y cómo fue creciendo esta novela de amplio recorrido. Nos explica que una primera versión del proyecto fue redactada entre el año 2002 y el año 2008. Era evidente que un libro tan lleno de impresiones y miradas cruzadas no se escribe en cuatro días; y añade: “Las palabras y las sensaciones vienen y van con la facilidad de la corriente de agua que se lleva el río. Durante aquel tiempo, en términos de música solo me interesaba Nick Drake. Era el único al que dejaba pasar. Lo inalterable de aquellos años. Y así fue componiéndose una historia de vampiros sin monstruo. Una historia sobre la inmortalidad y los deseos y los meandros de la memoria y la salud mental.”
Nick Drake, con su música intimista y aterciopelada, intentó conseguir los mismos éxitos que los primeros discos de Leonard Cohen, pero no consiguió absolutamente nada. La historia trituró a ese niño grande que no sabía vivir y, como nos recuerda Oeste, quedó su música como testimonio de una genialidad incomprendida y fugaz. Ahora nos es muy fácil acceder a esa música de la Edad Dorada de los 60 y los 70, aún no hemos terminado de comprender la grandeza de aquellos músicos. Me he pasado la vida enganchado a las atmósferas angustiosas de Pink Floyd, a las ondulaciones rabiosas de King Crimson, al Bitches Brew de Miles Davis, a las evoluciones de Soft Machine o la música inclasificable de Can: con 42 años aún no entiendo nada, no sabría cómo imitar a esos tipos locos, no creo que sean igualables o superables. Por no hablar de Led Zeppelin o la Velvet Underground…
Seguimos viviendo y bebiendo de esa movida. Syd Barrett murió en 2006 y con ello esa época se nos escapaba un poco más. Nosotros retrocedemos a 1969 y salimos deslumbrados por ese caos y esa sed de libertad vanguardista, pero no solemos reflexionar sobre los daños colaterales de aquella explosión. Cuando Joan Didion pasó por Woodstock se quedó horrorizada de ver a tantos bebés y niños campando solos entre el barro, sucios y hambrientos. Sus padres bailaban totalmente colocados y lo pasaban en grande. Perro negro intenta poner contexto al precio que pagaron muchos por participar en aquella fiesta continuada de músicas visionarias y estilos de vida acelerados. Hay un personaje fascinante del que todos hablan en esta novela, Sophia, una chica de pueblo inverosímilmente bella, el gran amor frustrado de Nick, y el amor de todos los que formaban parte de esa farándula, una chica a la que le repugnaba el sexo, pero que igualmente lo reclamaba de forma compulsiva como un posible agarradero ante tantos abismos, y que termina aislada y huyendo de todos, desenganchándose de todas esas intoxicaciones y seducciones en espiral, sobreviviendo si es que el estado resultante de todo ello es realmente una “vida”. El momento culminante de Perro negro lo constituye la localización de Sophia y la declaración escrita de por qué embarrancamos todos en el nihilismo.
En realidad, los “vampiros sin monstruo” somos nosotros. O los monstruos que intentamos no tener vampiros dentro. No sabemos vivir, escarbamos en agujeros como perros negros o profanadores profesionales de tumbas. Oeste ha escrito una novela poderosa sobre la falta de amor y la soledad irremediable del ser humano. Una novela cruda pero no desgarradora, en la que todo tiene sentido porque nada tiene sentido; una novela protagonizada por decenas de personajes que buscan un sentido pero que no han conseguido encontrar absolutamente nada. Una novela sobre la imposibilidad de alejar de nosotros a todo tipo de fantasmas y obsesiones. La estructura de la novela no es algo que podamos pasar por alto: Oeste trata una red multinivel que funde dos esferas de tiempo protagonizadas por la presencia ausente de Nick Drake: por un lado, los amigos del pasado, entrevistados por Richard, reconstruyen los detalles de una época y una generación; por otro, el plano en el que Richard lucha por idear y construir una película factible sobre Nick Drake, arruinando su vida, la de Erika, y la de su familia. Mientras Drake es triturado por su pulsión musical, Richard es aplastado por su propio proyecto cinematográfico, en una operación doble de autodestrucción trenzada.
Nuestra creatividad es un pulpo negro que se come nuestro mundo. Por lo tanto, pienso que podríamos estar en situación de afirmar que Perro negro es el resultado de cuatro obsesiones sedimentadas sobre un mismo texto: la de Nick Drake por la música, que le conduce al suicidio; la de Richard sobre Nick y su biopic que lo conduce a las drogas y a la autodestrucción; la de Janet por su amor semisecreto por Nick, que la conduce a la muerte en vida; y por último la del propio Miguel Ángel Oeste por la música de Nick Drake que, por fortuna, supo mantener a raya a través de esta novela sabia y ambiciosa, culminada con un éxito que le ha permitido, por omisión, construir una familia y alejarse de la oscuridad.
Lo celebro. He tenido ocasión de conocer a Miguel Ángel Oeste y hablar con él un par de veces; si hubiera sabido antes que escribía tan bien le hubiera manifestado mi entusiasmo con calor, y le hubiera dado las gracias por ser como es. ¡Hay tantos impostores y fantasmas en este tiempo neobarroco, ultravictoriano, moralizante y delicuescente! Es un tipo honesto, modesto de verdad, abierto, franco y discreto. No gesticula, no da la lata a nadie, es honrado como lo son los escritores que se preocupan por la calidad y que se agobian un poco bajo los focos, aunque se trate precisamente del tipo de escritor que más se merezca permanecer bajo la atención general.
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Autor: Miguel Ángel Oeste. Título: Perro negro. Editorial: Tusquets. Venta: Todos tus libros.
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