Quien tenga conocimiento de sus anteriores trabajos, sabrá que Carla Nyman pone todo el interés en los entresijos del suspense o el drama o el género que haya decidido manipular, especialmente si en él se reserva un espacio para el amor y las relaciones que se acumulan en torno. Y digo manipular porque es una autora que no osaría aburrirnos ni aburrirse aplicando su creatividad a un género sin más, sino que lo devora y regurgita para ofrecernos lo que ella cree que mejor puede llegarnos de él, para separar lo nutritivo de lo innecesario en su grumosa concepción de los textos literarios.
El argumento es sencillo. El crimen, esperado y deseable por la empatía que uno termina sintiendo por la protagonista, la intrigante C., a quien acompañamos por la inmensa confesión del mismo a lo largo de las páginas, entendiendo las razones que la llevaron a cometerlo. Es lo de menos la posible violencia o no con que pudo ser realizado. A Nyman le interesan los prolegómenos. Todos los capítulos son un estiramiento de ese tenaz deseo, y en ocasiones de la duda, que irremediablemente conducirá al fatídico desenlace. Pero este no es más que una desembocadura del amor que siente. Comienza de este modo: «A medida que se iban apagando sus funciones primarias, yo me sentía más y más amada. […]. Él había rendido todas sus facultades a mí. […] Ya no había nada que pudiera interrumpirnos. Solo yo al otro lado. Y ese otro cuerpo, ¡el suyo!, enteramente abandonado a mí».
La locura y la obstinación por recuperar algo que se ha podrido son los motores de esta atípica y estival novela de suspense. C., acompañada de su madre, expondrá los días previos y postreros al delito, y la persona lectora atenta empezará a intuir que dentro de la historia, la verdadera naturaleza del terror no se halla en el comportamiento de C. y la realización del asesinato, sino en la relación que ella tiene hacia su madre y viceversa. Una y otra son los monstruos que han creado y se retroalimentan, y el plato macabro del novio asesinado quedará frío y sin tocar, olvidable y terminado donde merecía y cabría esperar, teniendo en cuenta los motivos por los que C. acaba con él. C. y su madre, limando las durezas de su infancia y adolescencia y juventud, cuidándose y atacándose como nunca, con el pretexto del amor extremado que se procuran, más lacerante que protector. Dice al final de un capítulo: «Paso demasiadas horas con ella. Es ya casi una prolongación de mí. O yo una prolongación suya. No me queda claro dónde está el corte, el descarte, dónde el límite, de dónde sale el cordón umbilical. ¿A usted le ocurre esto con su madre? La única prueba de que mi cuerpo sigue vivo es que engorda y crece con el cuerpo pegado de mami. Mi única patología es mi madre.»
Tener la carne es un libro que proporciona divertidos pasajes por los grotescos momentos de madre e hija paseándose por el paisaje costero almeriense, igualmente grotesco y acorde con la situación, y por la indagación mediante la ristra de detalles —sexuales, psicológicos, maternofiliales— que C. desvela progresivamente de su madre y de su novio. Uno se acordaba de la película Locos en Alabama, de algunas escenas de las novelas de Amélie Nothomb, pero poco de lo del «delirio almodovariano» que ilustra decorativamente la faja editorial —delirante es, por supuesto, pero lo de almodovariano… Quizá mereciera un artículo aparte el delirio, este sí, que guía el intento de atractivo que se pretende generar mediante las fajas en los libros—. También me acordaba de Cinco horas con Mario, porque el texto de Nyman tiene un notable resonar dramatúrgico. Y por esta acepción viene lo favorable de la novela: la fuerza que reside en el torrente confesional de C., en la necesidad de no callarse ni uno solo de los movimientos que la empujaron a comportarse así, sin importarle cuándo fue por celos, cuándo por rabia, cuándo por sadismo desatado, etc. Pero también lo desfavorable: esa sensación de monólogo ininterrumpido hubiera merecido capítulos más largos, pues la división, especialmente hacia el tramo último, previo a la narración del crimen, marea, alargada de más, haciendo tambalear lo que engancha cuando se inicia y entonces resultando, más bien, un regodeo innecesario. Creo, también, que hay un abuso de las onomatopeyas, pues restan ferocidad en las descripciones u opiniones, volviendo infantil una voz que nada tiene de inocente.
«Sin madre sin novia sin novio sin hermana sin/ solo este cuerpo solo deglutiéndose de hambre/ apretada a la médula/ absorbida por los líquidos/ de detrás de la cara/ y ya cuando la carne está tensa/ algo asombrada por los múltiples/ paisajes viscosos/ dices ya no queda nada/ solo este residuo/ resbalándose», dicen unos versos de la autora, de su último libro de poemas. Así sucede con el entusiasmo de esta novela, tan ocurrente como escurridizo.
—————————————
Autora: Carla Nyman. Título: Tener la carne. Editorial: Reservoir Books. Venta: Todos tus libros,
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: