—¡Hola, creador! Sé que he estado tiempo ausente, pero ya sabes, entre mi hijo Nicolás y las navidades, que yo empiezo el 1 de diciembre y termino el 7 de enero…
—No me cuentes historias. Todo el mundo tiene hijos pequeños y llega puntual a sus citas.
—Bien empezamos, creador.
—Sí, personaje. Dime algo que me quite el mal humor. O que me lo suavice al menos.
—Lo intentaré.
—Adelante.
Nada especial para ti pero sí para mí. Terminé el sexto y último libro de Mi lucha (qué título, por favor), Fin (Anagrama). Mi amigo Karl Ove Knausgård pone punto final a su vida, hasta el momento de escribir esas casi 4.000 páginas de yo, yo y más yo. Puede parecer una pesadez. Lo es y no lo es. Me reconforta ver que algún escritor español ha leído a Karl Ove y le ha dedicado incluso un artículo de halago. Hablo de Manuel Vilas, una de las sensaciones de 2018 con su Ordesa, magnífica novela, citada aquí, y que por suerte no puede ser destruida por Alegría, una secuela inferior y suculentamente premiada con el Premio Planeta en su categoría de finalista. Vilas le dedicó un emotivo artículo a la obra del escritor noruego el pasado mes de noviembre (el día 5 para ser exactos) en El País. Leído este artículo, no se puede decir más del proyecto de Knausgård. Vilas es de los míos, Knausgård es de los míos, incluso yo soy de los míos.
—¡Al grano, personaje!
—El “grano” es ese, el artículo de Vilas.
—¿Y quien no lo haya leído, qué?
—Estás casi macarra, creador.
—Disculpa. La resaca de las navidades me delata.
—¿Tanto bebiste?
—¡No me refiero a ese tipo de resaca! ¡Yo no bebo!
—Ah, entiendo. Te sigo contando.
—A ver si cuentas algo, sí.
Lo mejor es que cite alguna frase de Vilas. Ahí van: “Juzgar la obra de Knausgård es como juzgar la vida, un acto redundante”. “La vida es tan grande y tan compleja que había que narrarla en miles de páginas. Era una forma de devolverle a la vida lo que ella te regala”. “Te hemos leído y te queremos. Puedes descansar tranquilo”. De hecho el artículo se titula así: “Puedes descansar tranquilo, Knausgård”. Podría citarlo todo, pero hoy cualquiera en Internet puede encontrarlo. Eso sí, me parece que pagando. Estoy de acuerdo con Vilas. Y me pregunto si la idea de contar su vida en Ordesa y meses después en Alegría no vino influenciada por lo de la obra del noruego, aunque hay muchos escritores que lo hicieron antes y habrá miles que lo harán en el futuro y lo hacen en el presente. ¿Es bueno, por tanto, que los escritores cuenten su vida en primera persona en sus libros? Habría que decir que como todo: si lo cuentas bien y elevas la vida a la categoría de arte, sí. ¿Es más arte la vida de Knausgård una vez escrita que sólo la vida?
—¿Quieres dejar de hacer preguntas? Se supone que las preguntas las hago yo.
—Lo sé, creador. Pero necesitaba plantear todo esto.
—¿Pero lo vas a resolver? ¿Vas a dar una respuesta?
—No, que cada uno busque la suya.
—¿Pero tú crees que la gente, con la que está cayendo, está para responder a tus preguntas?
—No creo que nadie quiera vivir simplemente para cumplir años.
—¿Algo más?
—Claro. Si acabo de empezar.
—Pues yo ya me estoy aburriendo. ¡Venga, adelante!
Lo que quiero decir es que he leído toda la obra de Knausgård y, aunque no se deba juzgar, según Vilas, me ha encantado. No sé si esto es un juicio o sólo una calificación inofensiva, porque los juicios muchas veces sí que ofenden.
—¡Sigueee!
—Sigo.
Me ha decepcionado, perdona Vilas, Alegría. Una vez que existe Ordesa, pierde su gracia o parte de la misma. No hay sorpresa, no hay nada nuevo. Sólo el legítimo regreso una y otra vez al ombligo propio, pero sin el impacto de la primera idea, la de Ordesa, brillante en toda su concepción y desarrollo.
—Menos mal, personaje, que no vas a entrar en el rollo del Planeta ni en el del Nobel Handke.
—¿Quién te ha dicho que no?
—Un pajarito. ¿O sí vas a decir algo al respecto?
—Creo que no. El ganador de este año, Javier Cercas, es uno de mis escritores preferidos, y de los cuatro o cinco mejores que tenemos. Y de Vilas ya lo he dicho casi todo. Así que no voy a entrar en si está bien o no acceder al materialismo de la industria del libro, porque es lo que persiguen todos los escritores: que sus libros sean muy leídos. Y si además premiados, ¿para qué opinar ya?
—Sí. Y también que hace mucho que se dieron esos premios.
—Una eternidad.
De Peter Handke tampoco diré mucho. Sólo que no pienso leerlo como lo hice en mi juventud, aunque haya que separar la vida de la obra. Porque hasta eso tiene un límite…
—Pues ya has dicho algo.
—Sí, poco para lo que se merece el tipejo ese, perdón, lo retiro, el austriaco ese.
—Aquí hablamos de libros. No de tipos o tipejos.
—Sí, sí, hablamos de libros. Pero yo puedo decidir a quién retiro el saludo literario y a quién no.
—Me parece que no.
—Bueno ya, eres tú quien puede, creador.
—¿Más?
—Sí. Espera que piense… Ah. Voy.
He dejado, tristemente, de leer a Richard Ford. Su libro Lamento lo ocurrido (también Anagrama) está repleto de buena literatura y de buenos cuentos, alguno más que bueno, pero me cansé. Me canso de los libros, aunque sean buenos, y eso me preocupa.
—Puede ocurrir. A mí me pasa a menudo.
—¿Sigo?
—Sigue.
¿Dejar de leer un libro que tiene interés es una descalificación para el libro, o para el lector del mismo (en este caso quien ahora habla)? He de suponer que es un poco culpa de los dos, pero yo siempre procuro echármela a mí, porque tengo un concepto quizá elevado con demasiados libros, que luego, además, no dan la talla prevista ni por tanto casi exigida.
—¿Más lecturas o vas a seguir con tus desvaríos?
—Más lecturas. O mejor, más no-lecturas.
Empiezo Los asquerosos (editado primorosamente por Blackie Books), de Santiago Lorenzo, y no encuentro por ningún sitio su magia. El mejor libro de 2019 para el gremio de los libreros, que estos sí que leen, no me dice nada. También lo dejo, decepcionado: esperaba no poder soltarlo hasta el final. Me quedo en la página 73 y gracias.
Con las mismas esperanzas de disfrute compré, bueno, compraste tú, creador, que luego me lo recriminas, Lejos de Kakania (Periférica), de Carlos Pardo. No sólo no me sorprende que me encante, sino que confirma la corazonada proveniente de que el autor es un consumado crítico literario en Babelia. Es una buena o muy buena novela, tan cercana como mi juventud cuando pienso en ella. En algunos pasajes es como si fuera uno de cervezas con el autor, por Malasaña especialmente. Todo eso magníficamente contado, y partiendo de la base de que la novela es la impredecible decepción de la amistad y que parece autobiográfico, me llevó en dos días hasta el final del libro, nada breve, por cierto (482 páginas). De libros como este sale uno reforzado, animoso y con ganas de leer más, mucho más. Lo difícil es acertar, si no se va uno a los clásicos, claro, que no siempre son placenteros de leer desde el principio y sí ya una vez metidos en harina.
—¿Supongo que es todo por hoy?
—Lo es.
—Pues me ha interesado eso del deteriorio de la amistad.
—Y a mí. Pensé que eso no ocurría, creador. Y pasa como con las parejas, que se pueden ir a pique.
—Yo también pensaba que no sucedía nunca. La vida a veces es desdeñosa.
—Por eso leo.
—Y a mí me gusta que me lo cuentes.
—¡Gracias, creador! ¡No lo esperaba!
—Hay que cuidar a los amigos, personaje.
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