El miércoles 18 de octubre del pasado año, en el Teatro Jovellanos de Gijón, se entregaba el Premio Princesa de Asturias de las Letras. Lo recogía el escritor y traductor japonés Haruki Murakami. El jurado, formado por nombres como los del dramaturgo Juan Mayorga, la responsable de la librería Rafael Alberti Lola Larumbe, los escritores Leonardo Padura, Anne-Hélène Suárez Girad, Jaime Siles y Juan Villoro, el intérprete José María Pou o la ex directora de la Biblioteca Nacional Ana Santos Aramburo, destacaba del premiado “la singularidad de su literatura, su capacidad para conciliar la tradición japonesa y el legado de la cultura occidental en una narrativa ambiciosa e innovadora, que ha sabido expresar algunos de los grandes temas y conflictos de nuestro tiempo”.
Con un estilo inconfundible aunque complejo de definir, Murakami convierte el campo literario en una constante experimentación; en él, los límites entre lo tradicionalmente aceptado se funden con lo hasta entonces inimaginable, dándose mediante una evolución narrativa natural. Así, los pensamientos, hechos y situaciones de sus personajes nos llevan a escenarios bien originales, donde lo onírico, surrealista e incluso absurdo se dan la mano construyendo un imaginario apasionante.
Uno de sus libros más reconocidos y que encarna dichos valores es el titulado Crónica del pájaro que da cuerda al mundo. Publicado originalmente en 1994, llega a las librerías españolas de la mano de la mencionada editorial Tusquets en 2001. Debido al interés generado en el público lector español, ha cosechado ya 27 ediciones. Este año celebra sus veinte años de existencia. En su cosmos coexisten una serie de personajes-planeta que, como objetos astronómicos, encarnan el origen etimológico a la perfección, vagabundeando errantes en busca de su propio sentido. Al carecer de una trayectoria cíclica predecible, acaban cruzándose entre sí, cristalizando sus encuentros en extraños sucesos que irán tejiendo la trama y conduciéndola a su propio desenlace. De todos ellos, el más importante será Tōru Okada, protagonista de la narración. Su tranquila existencia se verá progresivamente alterada por una serie de acontecimientos que le obligarán a ir tomando decisiones hasta entonces insospechadas. Una serie de llamadas telefónicas por parte de una misteriosa desconocida, la desaparición de su gato y de su mujer Kumiko abocan al personaje a la soledad —aquella que describe nuestra inevitable naturaleza, aún siendo animales sociales—, debiendo asumir que, en la vida, apenas hay cuestiones que puedan controlarse totalmente o dependan únicamente de nosotros mismos. Lo expresó muy bien John Lennon en su conocida frase: “La vida es aquello que te pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes”. Algo que paradójicamente ilustró el luctuoso final del integrante de The Beatles. Ese devenir existencial —asunto que observamos como enigmático— lo convierte Murakami en un asunto todavía más insólito, aderezándolo con sus filias y fobias personales. Su melomanía, por ejemplo, se verá reflejada en referencias musicales variadas, desde las más clásicas a las pertenecientes al género pop.
Así, la novela se va trabando mediante múltiples personajes y recursos. Uno de ellos será muy destacable, y es el género epistolar. Diferentes historias y narraciones contribuirán a dotar de considerable grosor a la obra —superior a 900 páginas en su versión de bolsillo— al llevarnos a distintas biografías y épocas históricas, como las Guerras fronterizas soviético-japonesas. Otra característica propia de Murakami será la capacidad para agotar al máximo las posibilidades descriptivas de situaciones o de diálogos, siempre desde un punto de vista bien poético e inusual. Sumadas todas estas particularidades, dará la sensación de que el personaje protagónico apenas actúa, como si se tratase del sol en torno al cual giran los otros planetas. Pero no será así, pues asistiremos gradualmente a determinados cambios en Okada motivados por él mismo. Éstos, no obstante, serán consecuencia de sus circunstancias, provocadas por personajes como el sombrío Noburu Wataya, que actuará como la “bruja” del “cuento”.
Así, los personajes y sus acciones funcionan a imagen de las piezas del engranaje de un complejo sistema o maquinaria. Como si de un Copérnico literato se tratara, Murakami descubre el secreto movimiento que posibilita que sus criaturas actúen y no renuncia a guardarse parte del misterio previo a su hallazgo. Sus propios seres parecen también sospechar que hay algo por encima de ellos que les hace conducirse como parte del universo. No nos estamos refiriendo al escritor que les ha dado vida —eso sería muy pirandelliano— sino a un ave al que achacan que el planeta marche. De ahí el propio título de la novela. Al escuchar a un pájaro fuera de la casa por las mañanas hacer “ric-ric”, el matrimonio Okada imagina que es él quien “da cuerda al mundo”, haciendo que todo funcione. Un pensamiento mágico que Okada dará a conocer a su vecina adolescente, May Kasahara, la cual le llamará a partir de entonces “señor pájaro-que-da-cuerda”. La imagen simbólica del pájaro será a su vez protagonista en la casa abandonada también vecina, a través de la estatua del jardín. De igual modo surgirá como referencia musical, en la “urraca” protagonista del título de la ópera de Rossini La gazza ladra. Su sonido podrá asociarse al “chirrido regular” de ese pájaro, transmisor de buena suerte en la cultura oriental.
La “magia” presente en la novela se despliega, más allá de este tipo de concepciones, en elementos ya adelantados como los sueños, o en las capacidades adivinatorias o paranormales de personajes como el de la profetisa Malta Kanoo y su hermana Creta, o el cabo Honda y el teniente Mamiya —el primero pronosticará la larga vida del segundo, que le llegará a sobrevivir—. También el agua y lo subterráneo tendrán un poder sobrenatural, por su capacidad para conectar al ser humano con otros planos y dotarlo de ciertas capacidades. El elemento del pozo será fundamental para estas conexiones. Ante cada una de las aludidas manifestaciones, Okada se mostrará escéptico, si bien a partir de la segunda parte del libro comenzará a cambiar su mentalidad. En concreto, tras un episodio que le afectará directamente: la inexplicable aparición de una mancha azul en su rostro. Una conversión difícil de evitar, pues lo que acontece alrededor del protagonista en todo momento resulta enigmático. Así, el lector también acabará siendo atrapado por esta atmósfera murakamiana que todo lo envuelve, llegando un momento en que deje de preguntarse el porqué de los hechos. Sólo le quedará disfrutar del mundo tan diferente propuesto por el escritor.
Sempiterno aspirante al Premio Nobel —como lo fueron Jorge Luis Borges o Javier Marías, sin llegar a lograrlo tristemente—, deseamos que Murakami acabe obteniendo en el futuro el galardón que tantas veces acarició. Su prosa siempre poética lo merece.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: