Sucedió así:
Valladolid, 8 de mayo de 2017.
Rueda de prensa previa a mi intervención en la Feria del Libro de Valladolid.
Periodista: ¿Qué nos puedes decir sobre la adaptación audiovisual de la primera trilogía?
Yo: Sabía que esta pregunta iba a caer en el examen. Lo único nuevo que puedo anunciar es que hace unos meses hemos dado un paso importante en el proyecto de adaptación audiovisual en el que llevamos trabajando unos cuantos años.
Periodista: De llegar a concretarse, ¿se rodaría en Valladolid?
Yo: Por supuesto, Valladolid sería el escenario principal.
Titular de la portada de El Norte de Castilla del 9 de mayo de 2017: “Pérez Gellida salta del papel a la pantalla”.
Vaya por delante que no tengo absolutamente nada que reprochar al periodista en cuestión, más bien al contrario, porque ganarse un espacio en la portada de un medio escrito de la importancia y el prestigio que atesora el diario decano de nuestro país es para estar más que agradecido. Sin embargo, yo no contaba con la autorización de mi productora, Zebra Producciones, ni mucho menos de la otra parte implicada. Así, lo primero que hice fue contactar con ellos para explicarles la situación y preguntarles qué podía contar y qué no.
―Cuenta exactamente en el punto en el que estamos ―me dijeron.
Y eso hice.
Sin embargo, creo que más allá del hito, de la filtración, y de todo lo que envuelve a la noticia, creo que resulta mucho más interesante relatar lo que supone para un escritor el hecho de que su obra tenga una segunda vida en la pantalla.
Memento mori, mi primera novela, se publicó en febrero del 2013. No tardaron en llegar las primeras críticas positivas, las entrevistas para medios escritos, blogs especializados, radios e incluso alguna televisión. La pregunta sobre si había algún proyecto para llevar la novela al cine se repetía. De hecho, a mi estilo lo calificaron desde un principio como: “narrativa audiovisual”. Con la publicación de las siguientes novelas, la cuestión seguía revoloteando incómoda en mi cabeza. Tal insistencia, sumada a mi profundo desconocimiento sobre los procesos que rodean un proyecto de adaptación audiovisual, me generó durante algunos meses cierta ansiedad, por calificarlo de alguna manera. Quería, no; deseaba, tampoco; necesitaba, eso es; necesitaba avanzar, sin saber muy bien hacia dónde, pero avanzar. Por aquel entonces, yo tenía un representante de cuyo nombre no quiero acordarme ―aunque reconozco que le debo y le agradezco el hecho de entrar por la vía directa en el mundo editorial―, con el que entré en conflicto, precisamente, por el asunto de los derechos audiovisuales. No voy a entrar en detalles, pero ese año y medio que duró la batalla ha sido la peor con mucha diferencia desde que decidí dedicarme en exclusiva a escribir. Toda vez que aquello quedó resuelto a mi favor, resolví aparcar la necesidad para centrarme en lo que realmente era y es mi único oficio: aporrear este teclado. Khimera me ayudó mucho a desconectar de la realidad, y casi de la ficción, pero no tardaría en volver a tener noticias de otra empresa interesada en hacerse con la cesión de los derechos audiovisuales. Y en este punto procede una aclaración. Los derechos audiovisuales están ligados a la propiedad intelectual de la obra y, por tanto, nunca se venden porque nunca cambian de dueño, solo se cede su explotación por un tiempo determinado y a cambio de una cantidad X negociada entre las partes. Una vez que el autor pone la mano, como fue mi caso, durante el periodo estipulado y si se concreta la adaptación, él no es más que un espectador más y a lo único que puede aspirar es a colaborar con lo que la productora convenga. Esto es muy importante que los autores lo sepan para que no se lleven las manos a la cabeza cuando lean el guión y aquello se parezca ―en el mejor de los casos― a lo que escribió en su día. En mi caso mi planteamiento es bien diferente. Quiero colaborar, por supuesto, pero no con el objetivo de ser fiel al papel. No. Mi único propósito es que el producto audiovisual lo mejore. Explico por qué. Al margen de que reconozco que existe, por supuesto, un considerable margen de mejora en mi obra, el audiovisual es un lenguaje distinto que tiene ventajas e inconvenientes frente a la palabra escrita. Además, hete aquí el quid de la cuestión, hay que considerar que por mucho que pueda decir orgulloso que cuento con varios cientos de miles de lectores, la gran mayoría de los seres humanos que habitan este país no han oído hablar nunca de César Pérez Gellida, y menos aún de su obra. Por ello, es lógico considerar que es este el público al que hay de dirigirse, aunque no pienso olvidarme, en la medida de mis posibilidades, de mis lectores, faltaría más. La productora y la cadena tampoco, de eso también estoy seguro.
Aclarado esto y constriñendo mucho el horizonte temporal, tras unos meses de negociaciones decidí ceder los derechos a la empresa que más entusiasmo ―que no euros― mostró por el proyecto. Zebra Producciones, al margen de contar con un nombre consolidado en el sector, está conformada por las personas que, bajo mi punto de vista, están mejor capacitadas para llevarlo a buen puerto. Y así me lo han demostrado luego de varios años de perseguir pacientemente a la «presa» que todos aspiran abatir. Movistar TV es el socio que necesitamos para afrontar la adaptación de Versos, canciones y trocitos de carne a la pequeña gran pantalla en un formato de serie que, en el mejor de los casos, verá la luz en el 2019.
Y sí, claro que sí, estoy más que contento por ello, pero no se me olvida que mi profesión es y sigue siendo esta: aporrear el teclado.
Nos seguimos leyendo, y puede que en unos años nos empecemos a ver.
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