Escribe el autor de este artículo para Zenda que su novela trata “sobre el arrepentimiento como un cambio interior que acarrea consecuencias, e invita “a la reflexión sobre viejas cuestiones de la filosofía, sobre el sentimiento de lo absurdo y, sobre lo que la maldad o la virtud tienen de azar o de capricho”
Me encargaron escribir una obra para un grupo de teatro amateur al que yo pertenecía. Nunca había escrito una obra de teatro. Como psicólogo, siempre me interesó todo lo relacionado con la dinámica de grupos, así que enseguida imaginé a unos cuantos personajes inmersos en una especie de catarsis, al modo de aquellas griegas en las que se purificaban las pasiones del ánimo mediante las emociones que provocaba alguna circunstancia trágica. Por otro lado, y por circunstancias personales, entre mis reflexiones andaba aquellos días la referida a la conciencia de la muerte. Era algo así como si de pronto se apagara la luz y en medio de la tiniebla resonara un trueno que hiciera temblar la tierra y el cielo y la memoria para decirte que tu vida es limitada y que el mundo no cuenta contigo. La conciencia de la muerte sería el punto de partida. Y elegí como tragedia el crimen, pero ese crimen adornado con despojos de la conciencia, el crimen al que ciertas ideologías en tiempos determinados cargaron de razones. Zígor, un maduro empresario de éxito, se enfrenta a una enfermedad terminal. Después de las fases de negación y terror llega el tiempo de la transparencia. Veinte años atrás él formó parte de un comando que cometía atentados contra una tiránica dictadura militar. Fueron dos años en los que en diversas actuaciones murió mucha gente inocente. El grupo, concentrado durante ese tiempo en la casa de los sauces, se disuelve después de un atentado fallido en el que muere su líder y nunca más vuelven a saber unos de los otros. Ahora el Zígor desahuciado los busca y decide convocarlos a todos un fin de semana en su casa. Cada uno llega con su vida a cuestas y en seguida surgen los remordimientos, los sentimientos de culpa y los resentimientos. La catarsis está servida. En la obra de teatro, en la cual yo mismo desempeñaba el papel de Zígor, los personajes no tenían pasado, salvo aquel tiempo compartido y sus personalidades son únicamente esbozos sin justificación alguna. Yo sabía mucho de esos personajes, lo sabía todo. Eran para mí personas muy conocidas, así que decidí escribir sobre ellas, dotarles de una historia individual, justificar sus personalidades… La novela fue acorralando y empequeñeciendo la obra de teatro. Hube de desprenderme de la servidumbre de los diálogos teatrales, del ámbito limitado del escenario y de la asociación personal que yo tenía con el personaje de Zígor. Fue un ejercicio lento, meticuloso y divertido. El otoño de la casa de los sauces es una novela sobre la evidencia de la muerte como la herramienta más radical y eficiente para la transparencia, para el encuentro definitivo y sincero con uno mismo. Es una novela sobre el arrepentimiento, no como una simple palabra, sino como un cambio interior que acarrea consecuencias. Quise, además, invitar a la reflexión sobre viejas cuestiones de la filosofía, como aquella de si el fin justifica o no justifica los medios, sobre el sentimiento de lo absurdo y, sobre lo que la maldad o la virtud tienen de azar o de capricho. También sobre lo que puede haber de reparación en la circunstancia de compartir. Decidí situar los hechos en un lugar ficticio, un país imaginado en el que una vez imperó una férrea dictadura militar sostenida por tres militares tiranos. Varios grupos luchaban desde el terror y la violencia contra la tiranía. Un día llegó la República y los dictadores fueron juzgados, pero no como consecuencia de los atentados terroristas, sino por medio de una revolución sin disparos, sin lucha. Zígor es ingeniero naval y dirige los prósperos negocios de la familia de su mujer, una aristócrata apasionada por la arqueología. En el palacio en el que viven, sin hijos, hay varios sirvientes, que también son personajes esenciales de la novela. Quise, una vez más (ya lo había hecho en El palacio azul de los ingenieros belgas) incorporar al argumento el “arriba” y el “abajo”; dos posiciones sociales e ideológicas en principio muy diferentes, pero que el azar o las circunstancias trágicas de la vida, unas veces, y la transparencia que provoca la evidencia de la muerte, otras, pueden empujar hacia la confluencia. En el fin de semana en el que los dos señores, los cinco sirvientes y los siete invitados conviven ocurren muchas cosas imprevistas. O tal vez no ocurra nada.
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Autor: Fulgencio Argüelles. Título: El otoño de la casa de los sauces. Editorial: Acantilado. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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