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Demasiado tarde para despertar, de Slavoj Žižek

Demasiado tarde para despertar, de Slavoj Žižek

En su nuevo ensayo, Slavoj Žižek, considerado por algunos como ‘el filósofo rockstar’ del siglo XXI, analiza los principales retos del presente, desde la guerra en Ucrania hasta el ascenso de los populismos, pero también lanza una pregunta que convendría que todos nos hiciéramos más a menudo: ¿Y si el fin del mundo ya no tiene vuelta atrás?

En Zenda reproducimos una versión reducida de la ‘Introducción’ de Demasiado tarde para despertar (Anagrama), de Slavoj Žižek.

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INTRODUCCIÓN: ENTRE FUTUR Y AVENIR

Como neurótico obsesivo que soy, me despierto regularmente un par de minutos antes de que suene el despertador, sea cual sea la hora a la que lo haya programado o la zona horaria en la que me encuentre. Pero sería un error interpretar esta peculiaridad como una señal de que soy plenamente consciente de la necesidad de despertarme: más bien lo hago para evitar la traumática experiencia de ser despertado. ¿Por qué?

El apóstol Pablo caracterizó su propia época de un modo que parece encajar perfectamente con nuestro momento actual: «Y esto, teniendo en cuenta el momento en que vivimos. Porque es ya hora de levantarnos del sueño» (Romanos 13:11). Sin embargo, la experiencia histórica reciente más bien parece demostrar lo contrario: no hay un momento adecuado para despertar. O bien nos asustamos demasiado pronto, y así parecemos sembrar un pánico vacío, o bien nos damos cuenta cuando ya es demasiado tarde. Nos consolamos pensando que aún estamos a tiempo de actuar, y de repente, nos damos cuenta de que no es así. Una vez más: ¿por qué?

Cuando alguien se queda trabajando o divirtiéndose hasta altas horas de la madrugada, solemos decirle que es demasiado tarde para estar despierto. Pero ¿y si en nuestro momento histórico es más bien demasiado tarde para despertarse? Oímos constantemente que faltan cinco minutos (o un minuto, o incluso diez segundos) para el mediodía, para el día del juicio final global, y que ahora es nuestra última oportunidad de evitar el desastre. Pero ¿y si la única forma de evitar una catástrofe es asumir que ya ha ocurrido, que ya han pasado cinco minutos de la hora cero?

¿Qué nos espera cuando no hay futuro? En francés (y en algunas otras lenguas, como la mía, el esloveno), hay dos palabras para «futuro» que en inglés no se pueden diferenciar de manera adecuada: futur y avenir. Futur representa el futuro como continuación del presente: la plena realización de tendencias que ya están en marcha. Avenir apunta hacia una ruptura radical, una discontinuidad con el presente, hacia algo nuevo que está por venir (à venir), no solo lo que será. Si Trump hubiera ganado a Biden en las elecciones de 2020, habría sido (antes de las elecciones) el futuro presidente, pero no el presidente del porvenir.

En la situación apocalíptica actual, nuestro horizonte último —el futur— es lo que Jean-Pierre Dupuy llama el «punto fijo» distópico: un punto cero de guerra nuclear, colapso ecológico, caos económico y social global, el ataque de Rusia a Ucrania que provoca una nueva guerra mundial, etcétera. Aunque se posponga indefinidamente, este punto cero es el «atractor» hacia el que tenderá nuestra realidad, abandonada a sí misma. La forma de combatir esta catástrofe futura es mediante actos que interrumpan nuestra deriva hacia el «punto fijo». Podemos ver lo ambigua que es la salmodia de «No hay futuro» de los Sex Pistols: a un nivel más profundo, designa no la imposibilidad del cambio, sino precisamente aquello por lo que deberíamos esforzarnos: romper el control que el «futuro» catastrófico ejerce sobre nosotros y, de este modo, abrir un espacio para algo Nuevo «por venir».

Lo que quiere decir Dupuy es que, para afrontar adecuadamente la amenaza de la catástrofe, necesitamos introducir una nueva noción del tiempo, el «tiempo de los proyectos». Deberíamos concebir un circuito cerrado entre el pasado y el futuro: el futuro es producido causalmente por nuestros actos en el pasado, mientras que la forma en que actuamos está determinada por nuestra previsión del futuro y nuestra reacción a lo que hemos previsto. Si consideramos que nuestro destino es la catástrofe, algo inevitable, y luego nos proyectamos en ese futuro, adoptando su punto de vista, insertaremos retroactivamente en su pasado (el pasado del futuro) posibilidades contrafácticas («Si hubiéramos hecho eso y aquello, esta catástrofe no habría ocurrido»). A partir de ahí, podemos actuar hoy en función de esas posibilidades [1].

¿No es esto lo que pretendían conseguir Adorno y Horkheimer con su «dialéctica de la Ilustración»? Mientras que el marxismo tradicional nos instaba a actuar para lograr un futuro comunista, Adorno y Horkheimer se proyectaron en un futuro catastrófico (el advenimiento de la «sociedad administrada», el verwaltete Welt, de la manipulación tecnológica total) con el fin de obligarnos a actuar para evitarlo. E, irónicamente, ¿no ocurre lo mismo con la derrota de la Unión Soviética? Es fácil, desde la perspectiva actual, burlarse de los «pesimistas», desde la derecha hasta la izquierda, desde Solzhenitsyn hasta Castoriadis, que deploraban la ceguera y las transigencias del Occidente democrático, su falta de fuerza y coraje ético-políticos para hacer frente a la amenaza comunista, y que predijeron que Occidente ya había perdido la Guerra Fría, que el bloque comunista ya la había ganado, que el colapso de Occidente era inminente; pero de hecho fue precisamente su actitud la que más contribuyó al colapso del comunismo. En términos de Dupuy, fue su propia predicción «pesimista» del futuro, de cómo se desarrollaría inevitablemente la historia, lo que los movilizó para contrarrestarla.

Así pues, deberíamos invertir el lugar común según el cual percibimos el presente como lleno de posibilidades y a nosotros mismos como agentes libres para elegir entre ellas, mientras que, retrospectivamente, nuestras elecciones nos parecen totalmente determinadas y necesarias. Son, por el contrario, los agentes implicados en el presente los que se perciben a sí mismos como atrapados en el destino, mientras que, desde el punto de vista de la observación posterior, podemos discernir alternativas en el pasado, la posibilidad de que los acontecimientos tomen otra senda.

Dicho de otro modo, el pasado está abierto a la reinterpretación retroactiva, mientras que el futuro está cerrado. Esto no significa que no podamos cambiar el futuro; solo significa que, para hacerlo, primero deberíamos (no «comprender», sino) cambiar nuestro pasado, reinterpretándolo de manera que se abra hacia un futuro diferente. ¿Desencadenará el ataque ruso a Ucrania una nueva guerra mundial? La respuesta solo puede ser paradójica: si hay una nueva guerra, será una guerra necesaria. Dupuy afirma: «Si se produce un acontecimiento excepcional, una catástrofe, por ejemplo, no podría no haberse producido; sin embargo, en la medida en que no se ha producido, no es inevitable. Así pues, es la realidad del acontecimiento —el hecho de que tenga lugar— lo que crea retroactivamente su necesidad» [2].

Una vez que haya estallado un conflicto militar en toda regla (entre Estados Unidos e Irán, entre China y Taiwán, entre Rusia y la OTAN…), a todos nos parecerá necesario, es decir, leeremos automáticamente el pasado que condujo a él como una secuencia de acontecimientos que provocaron necesariamente el estallido. Si no se produce, lo leeremos como leemos hoy la Guerra Fría: como una serie de momentos peligrosos en los que se evitó la catástrofe porque ambas partes eran conscientes de las consecuencias mortales de un conflicto mundial.

Se cuenta una historia (casi con toda seguridad apócrifa) sobre Zhou Enlai, el primer ministro chino. Dice así: cuando en 1953 se encontraba en Ginebra con motivo de las negociaciones de paz para poner fin a la guerra de Corea, un periodista francés le preguntó qué pensaba de la Revolución francesa. Zhou respondió: «Es demasiado pronto para comentarla». En cierto modo tenía razón. Con la desintegración de las «democracias populares» de Europa del Este a finales de la década de 1990, la lucha por el lugar histórico de la Revolución francesa volvió a recrudecerse. Los revisionistas liberales sostenían que la desaparición del comunismo en 1989 se produjo en el momento justo, marcando el final de una época que había comenzado en 1789. Era, sostenían, el fracaso final del modelo revolucionario que había entrado en escena por primera vez con los jacobinos. Sin embargo, la batalla por la Revolución francesa sigue librándose: si surge un nuevo espacio de política emancipadora radical, la revolución dejará de parecer un callejón sin salida histórico. Pero volvamos a Zhou Enlai: ahora parece que lo más probable es que ocurriera realmente lo siguiente. En 1972, cuando Henry Kissinger visitó China, le preguntó a Zhou qué pensaba de la revuelta de 1968 en Francia, y fue a esta pregunta a la que Zhou respondió: «Es demasiado pronto para comentarla». Y volvió a tener razón: el 68 fue un año de revueltas izquierdistas contra el sistema, pero sus eslóganes (contra la educación universitaria «alienada», por la libertad sexual, etcétera) pronto se los apropió el propio sistema y permitieron el paso sin problemas al capitalismo permisivo neoliberal; la educación universitaria fue sustituida por cursos rápidos de gestión, la liberación sexual acabó en la mercantilización de la sexualidad. Es en este sentido que en la medida en que el futuro no se hace presente, hay que pensarlo como simultáneamente inclusivo del acontecimiento catastrófico y de que este no tenga lugar: no como posibilidades disyuntivas, sino como una confluencia de estados uno u otro de los cuales se revelará a posteriori como necesario en el momento en que el presente lo decida [3].

No es que tengamos dos posibilidades: o catástrofe militar, ecológica y social, o recuperación. Esta fórmula es demasiado fácil. Lo que tenemos son dos «necesidades superpuestas» [4]. En nuestra situación, es necesario que se produzca una catástrofe global y que toda la historia contemporánea avance hacia ella, y al mismo tiempo es necesario que actuemos para evitarla. Cuando estas dos necesidades superpuestas se derrumben, solo se dará una de ellas, por lo que en cualquiera de los dos casos nuestra historia habrá sido necesaria.

De mi juventud en la Yugoslavia socialista, recuerdo un extraño incidente relacionado con el papel higiénico. De repente, comenzó a circular el rumor de que no había suficiente papel higiénico en las tiendas. Las autoridades no tardaron en asegurar que había suficiente papel higiénico para satisfacer la demanda normal, y, sorprendentemente, no solo era cierto, sino que la mayoría de la gente se lo creyó. Sin embargo, el consumidor medio razonaba de la siguiente manera: sé que hay suficiente papel higiénico y que el rumor es falso, pero ¿y si la gente se lo toma en serio y, presa del pánico, empieza a comprar reservas excesivas de papel higiénico, provocando así una escasez real? Será mejor que yo mismo compre algunas reservas… Ni siquiera era necesario que este cliente creyera que otros compradores se tomaban en serio el rumor: le bastaba con presuponer que había otros que creían que había otros que lo creían. El efecto fue el mismo, es decir, una falta real de papel higiénico en las tiendas. Este comportamiento no debe confundirse con la postura que debemos adoptar hoy en día, con nuestra necesidad de aceptar la inevitabilidad de la catástrofe: a diferencia del rumor, que empezó como una mentira, pero luego dio lugar a la realidad a la que se refería, nuestro mundo se desliza efectivamente hacia la catástrofe, y nuestro problema no es el de la profecía autocumplida, sino más bien el del autosabotaje: seguimos hablando de la amenaza para no hacer nada.

No es de extrañar, pues, que algunos investigadores sugieran ahora una nueva respuesta a la gran pregunta: si algunos extraterrestres inteligentes ya han visitado la Tierra, ¿por qué no han intentado establecer contacto con nosotros los humanos? [5] La respuesta es: ¿y si nos observaron de cerca durante algún tiempo, pero no nos encontraron de especial interés? Somos la especie dominante en un planeta relativamente pequeño que impulsa a su civilización hacia múltiples tipos de autodestrucción (colapso climático y ecológico, autoaniquilación nuclear, malestar social global), sin hacer gran cosa al respecto. Eso por no hablar de estupideces localizadas como la «izquierda» liberal políticamente correcta de hoy en día, que en lugar de trabajar por una amplia solidaridad social, somete incluso a sus aliados potenciales a criterios de admisión puristas y pseudomorales: ve sexismo y racismo por todas partes y crea así nuevos enemigos en todas partes [6]. Tomemos, por ejemplo, la respuesta a la advertencia de Bernie Sanders de que los demócratas no deberían centrarse únicamente en el derecho al aborto de cara a las elecciones de mitad de mandato de noviembre de 2022. Sostuvo que los demócratas debían adoptar un programa amplio que también abordara los problemas económicos a los que se enfrenta Estados Unidos, contrarrestando las opiniones «antiobreras» de los republicanos y las formas en que sus políticas podrían perjudicar a la clase trabajadora [7]. Aunque Sanders tiene un historial de voto cien por cien favorable al aborto, las feministas liberales acérrimas contraatacaron de inmediato, acusándole de antifeminismo. Los mismos extraterrestres se darían cuenta de un hecho no menos extraño en el lado opuesto del espectro político: en su breve mandato como primera ministra británica, Liz Truss adoptó una política económica que seguía lo que ella percibía como las demandas del mercado, ignorando las peticiones de apoyo de la clase trabajadora. Y sin embargo lo que provocó su caída no fue el descontento popular, sino el hecho de que esas mismas fuerzas del mercado (la bolsa, las grandes empresas…) reaccionaran con pánico a su presupuesto. Una prueba más, por si hiciera falta, de que la política actual representa los intereses del capital, por muy progresista o populista que se seas.

Según algunos medios de comunicación (desmentídos por el Kremlin, como era de esperar), a principios de diciembre de 2022 Putin se cayó en las escaleras de su casa y se hizo caca encima [8], lo mismo que le ocurrió a Biden cuando visitó al Papa en 2021 [9]. Incluso si estas dos anécdotas son apócrifas, se non è vero è ben trovato, puesto que proporcionan una metáfora perfecta de dónde nos encontramos hoy en día: entre las dos mierdas de la nueva derecha fundamentalista y de la izquierda woke del establishment liberal. La mierda está realmente a la orden del día. Por cierto: el kopi luwak es el café más caro del mundo y se elabora literalmente con granos de café parcialmente digeridos y luego defecados por la civeta, una criatura parecida a un gato que vive en el sudeste asiático y el África subsahariana. Las enzimas digestivas de la civeta modifican la estructura de las proteínas de los granos de café, lo que elimina parte de la acidez para obtener una taza de café más suave. Se produce sobre todo en Indonesia, y se vende a clientes de Estados Unidos, donde una taza de kopi luwak puede costar hasta ochenta dólares. ¿No es precisamente la ideología imperante, sobre todo en la derecha populista, una especie de kopi luwak ideológico?

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[1] Jean-Pierre Dupuy, The War That Must Not Occur, Redwood City, Stanford University Press, 2023 (citado del manuscrito).

[2] Jean-Pierre Dupuy, Petite métaphysique des tsunamis, París, Editions du Seuil, 2005, p. 19.

[3] Dupuy, Petite métaphysique des tsunamis, cit., p. 19

[4] Dupuy, The War That Must Not Occur, cit.

[5] «Aliens haven’t contacted Earth because there’s no sign of intelligence here, new answer to the Fermi paradox suggests», Live Science, 15 de diciembre de 2022: <https://www.livescience.com/ aliens-technological-signals>.

[6] Véase Thomas Frank: <https://www.youtube.com/watch?v= VWKsTzHwIsM&t=2s>.

[7] «Sanders warns Democrats not to focus solely on abortion ahead of midterms», en The Guardian, 10 de octubre de 2022: <https://www. theguardian.com/us-news/2022/oct/10/bernie-sanders-democrats- warning-abortion-economy-midtermsvictory-economy-bernie-sanders>.

[8] «Vladimir Putin fell down stairs at his home and soiled himself…», Mail Online, 2 de diciembre de 2022: <https://www.dailymail. co.uk/news/article-11494595/Vladimir-Putin-fell-stairs-home-soi  led-himself.html>.

[9] «#PoopyPantsBiden: The REAL “accident” behind hashtag, and how trolls got it wrong», en MEAWW.com, 8 de noviembre de 2021: <https://meaww.com/biden-bathroom-accident-happened>.

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Autor: Slavoj Žižek. Título: Demasiado tarde para despertar. Traducción: Damià Alou. Editorial: Anagrama. Venta: Todos tus libros.

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