Vivo rodeado de libros, camino por la vida rodeado de libros, casi diría yo que lleno de libros. Escribo esto porque sé que no estoy solo en esta sensación, en esta realidad, en esta experiencia: muchas veces, casi siempre, no sé qué libro elegir para leer, no ya para empezar a leerlo sino para proseguir su lectura. Tengo varios empezados, varios que me interesan, y según los momentos elijo uno u otro, pero a menudo me parece que los traiciono, o que abandono alguno en concreto, que es el que debo leer con más atención, por un trabajo que estoy haciendo, o porque lo estoy utilizando para documentarme en algún libro… Algo importante, o algo de mayor obligación.
Algunos amigos, en realidad mucha gente a lo largo de la vida, me han comentado que tienen muchísimo para leer, mucho pendiente, como “una montaña de libros”. Y me lo dicen con pesar. Yo les digo que eso es bueno, muy bueno, que es una riqueza y que se deberían alegrar, y mucho, por ella. Lo dramático sería lo contrario. Aunque comprendo, porque lo experimento, que eso puede agobiar un poco, que puede crear la sensación de que no se cumple con todo, de que no se llega a todo. Además, creo que era Aristóteles el que recomendaba leer pocos libros pero muy buenos.
A mí me gusta leer varios o muchos libros a la vez. Digamos que hay uno que estoy leyendo con mayor atención, normalmente para hacer un artículo, una entrevista o un libro, pero luego me gusta leer otros, ir de un libro a otro, frecuentarlos, dialogar con ellos, conversar con ellos, vivos y muertos, “conversar con los difuntos”, que decía Quevedo en expresión ya un tanto manida. Es lo que más me divierte, y creo que es lo que más enriquece, aunque confieso que hay veces en que siento que la cabeza se me dispersa demasiado, o que le doy demasiado trabajo, pero yo creo que lo que ocurre es que la ejercito y se me abre, en el mejor sentido, en un efecto similar al que experimentamos cuando oímos una buena conferencia. Siempre dicen que una conferencia tiene que abrir la mente del que la oye.
Leer es un gran placer, de los mayores que conozco. Quizá son cosas que no se debe comparar, pero a mí me da mayor placer que muchas otras cosas de la vida más o menos cotidianas, como el deporte —que lo hago un poco de la misma manera, con sus buenas dosis de obligación, porque sé que me conviene—, o el cine, que me gusta mucho, pero no tanto como leer. Y no digamos que como escribir. Escribir está en otra dimensión. Hace poco me preguntó una persona que me conoce muy bien qué era lo que más me gustaba de todo lo que hacía a lo largo del día, y yo, después de pensarlo, contesté sin dudarlo que escribir: “Lo que más me llena es escribir”.
Pero estoy convencido de que si no leyera, aparte de todo lo que me da por sí mismo leer, disfrutaría menos escribiendo, y lo haría mucho peor. Por eso, aparte de que me guste tanto leer, actúo en consecuencia y leo, leo mucho, porque me gusta mucho, y porque me ejercita mucho. Lo cierto es que no entiendo de ninguna manera a los que dicen que escriben sin leer. No me parecen, a priori, muy fiables escritores, porque mi experiencia me dice que uno aprende a escribir leyendo, viviendo y escribiendo.
Yo creo que leer, también escribir, le da consistencia a la vida, la hace más sólida. Me parece que la lectura, la literatura, como me dijo en una ocasión Carlos García Gual en una entrevista, le da a la vida una calidad que ésta no tendría si no fuera por ella.
Yo no me quiero poner elitista, porque cada uno es como es y elige sus aficiones o las actividades que más le puedan aportar, pero conozco muchos lectores, grandes lectores, que son gente muy sabia, o gente muy funcional y muy competente. Tanto es así que sospecho que la lectura les ha dado algo especial, les da algo especial, algo que colabora de forma decisiva en sus perfiles, en sus habilidades. También puede ser que el que lee es porque ya es de determinada manera, ya lleva algo dentro.
No, no se pierde el tiempo leyendo, aparte de la satisfacción que nos da —y el esfuerzo, la dificultad, que se encuentra al leer, como me decía hace poco Pedro González-Trevijano—, y hay que estar muy contentos, felices, de tener muchos libros por leer. Uno siempre saca tiempo, algún tiempo, aunque sea poco, para lo realmente importante, o lo realmente importante para nosotros. Aunque no podamos leer mucho me parece un acierto el no descuidar nuestra mente con el ejercicio de la lectura. Buenos libros, buenos escritores, colaboran a que tengamos una vida sana y rica. Una vida feliz. De algún modo mucho más sabia y competente, como ya he apuntado, de mayor sensibilidad. Ésa es mi experiencia: así lo siento y así lo escribo.
Nunca demasiados libros, siempre demasiado pocos y demasiado poco tiempo para leerlos…
Hoy he conocido a Eduardo y su obra en una librería, donde se encontraba firmando libros. No tenía pensado comprar ninguna de sus novelas porque, como le he contado, iba buscando un ensayo o algún clásico. Aún así, viéndome indeciso tras un buen rato ojeando libros, ha tenido la amabilidad y la humildad de recomendarme autores y libros aún sabiendo que no iba a comprar ninguno suyo. Finalmente no he encontrado el que me ha sugerido y he cogido otro. También he decidido darle una oportunidad y comprar su novela «El Cid» con firma y dedicación incluidas. En principio se lo iba a regalar a un familiar que disfruta mucho de la novela histórica, pero buceando en entrevistas y artículos como éste, estoy descubriendo que el autor me interesa. A lo mejor se convierte en mi lectura para el verano. Gracias Eduardo!
Gracias a ti, Gonzalo. Me acuerdo de ti perfectamente. Te recomendé que compraras «La cartuja de Parma», de Stendhal; espero que la encuentres en otra librería. Me hizo mucha ilusión que compraras mi «Cid Campeador» porque no lo esperaba. Confío en que le guste mucho a tu familiar, o a ti, si finalmente decides internarte en sus páginas. Yo creo que te puede gustar mucho. Por otra parte aquí en «Zenda» puedes encontrar publicaciones mías que te den una idea de lo que escribo.