Me confieso adicto al extrañamiento. Sí, así, como suena: nada como la acepción inesperada del verbo extinto, como el nuevo mirar sobre lo viejo, como ese billete de cercanías reconvertido en larga distancia. Ni siquiera el bueno de Bubbles nos conseguiría sustancia más prodigiosa, aunque, igual que sucede en The Wire, también esta abunde en cada esquina —el maestro Cortázar, sin ir más lejos, se la topó subiendo una escalera. El proceso de extrañamiento comienza con un cisma: lo que vemos y lo que sentimos dejan de identificarse. La suspensión en el vacío se alargará unos segundos, inéditos para el cerebro, en los que apenas intuimos dos caminos paralelos —¿contrapuestos?—, hasta que nos alcanza el relámpago revelador; de entre las estanterías del supermercado, en mitad de una conversación con nuestra pareja, frente al teclado de la oficina o durante la lectura de ese volumen sobre la mesilla, se abren las páginas del Mar Rojo para mostrarnos la salida.
Muñoz pone en nuestras manos un volumen cuya premisa es la reivindicación emocional y literaria de Mercedes Soriano (1953-2002), colaboradora de El País y escritora de Historia de No, ¿Quién conoce a Otto Weininger?, Una prudente distancia y Contra vosotros —esta recuperada por La Navaja Suiza en precioso tándem de cubiertas con la de Muñoz. Cuatro novelas publicadas en grandes sellos hace poco más de un cuarto de siglo, cuatro novelas hoy descatalogadas. Nacida en Madrid, combativa, desaparecida del mundo —y de la escritura— en la remota localidad de Presillas Bajas, Almería, la figura de Soriano planea por las páginas de Aposento como un interrogante espiritual y una respuesta cuasi filosófica ante las inconsistencias de la vida y el oficio de escribir.
Pero no nos llamemos a engaño, porque este libro no se parece a una biografía —apócrifa o no—, a una semblanza vital ni a un recopilatorio de chismes y elucubraciones. La patria de Muñoz, la de esta Soriano inmortalizada, no es otra que la gran literatura; por eso, aquí encontramos numerosos pasajes dedicados a seguir los pasos de Fernando Pessoa, Peter Handke o de Quignard, entre otros muchos; aquí se habla de la vida de quien escribe, de sus procesos de documentación y sus encuentros con Pablo D’Ors; se establecen paralelismos enriquecedores —es conocido el gusto cinematográfico del autor— con los filmes de László Nemes, Bergman, Fellini o Iñárritu; se evoca el seductor poder del terreno en los procesos de desaparición personal. Y se respeta la memoria de Soriano, ya que no hay interés en desvelar su intimidad, sino en extraer cuanto de universal tuvieron sus textos.
Todo ello sabe, todo ello huele y se siente como la madurez de un escritor en estado de gracia, celebrando —y desmitificando por igual— el prodigio de la ficción. Porque, aunque no lleve ese subtítulo, Aposento también alberga un manual de escritura mutante, sin ridículas enumeraciones ni subterfugios, uno real, de lecturas tan inagotables como el Aleph borgiano; en estas páginas hay verdad —y la verdad es el bien más valioso cuando hablamos de aprender a construir ilusiones. Muñoz desnuda su alma de fabulador, de padre, de ser humano enfrentado a la memoria y al paso del tiempo, y muestra sus vergüenzas literarias —tan inanes y aun así tan dolorosas—, en las que quienes nos atrevemos a emborronar cuartillas con asiduidad nos reconocemos aliviados. Él lo dice, y cómo no secundarlo: la literatura es inspiración, es —o debería ser— un agradecimiento fluido y constante a los que vinieron antes que uno/a, y es tensión, contradicción entre escribir y no hacerlo —porque ambas cosas, de algún modo, son antónimos de vivir.
En el rastro de una Soriano incognoscible, Muñoz se pregunta qué es dejar huella, de qué sirve hacerlo y si, hollado el suelo del prestigio, merece la pena arrastrar después el barro en nuestras botas. La respuesta a estas preguntas depende de cada cual, por supuesto. Y de cuanto nos extrañe contemplar nuestras propias pisadas en el sendero que desaparece.
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Autor: Miguel Ángel Muñoz. Título: Aposento. Editorial: La Navaja Suiza. Venta: Todostuslibros y Amazon.
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