Hay una máxima inconfesable entre productores (y productoras; aquí el desdoble es obligatorio porque ellas son mayoría absoluta) de radio y televisión: ni toreros ni flamencos. Es una prevención producto del escarmiento de desplantes y distintas faenas de informalidad. Existe, de hecho, una palabra que parece creada íntimamente para ellos: espantá. Cuya segunda acepción, según la RAE, tiene ya puesto hasta el traje de luces: Desistimiento súbito ocasionado por el miedo.
Sobre el miedo del torero habló mejor que nadie Juan Belmonte por boca de Chaves Nogales, ya siento repetirme: “El día que se torea crece más la barba. Es el miedo”. Belmonte, que se sepa, sólo hizo una espantá en toda su vida: la de su suicidio con 69 años a punta de pistola en su finca de Utrera. Así se lo contó su amigo el periodista Andrés Martínez de León a El Nili, antiguo miembro de la cuadrilla del torero, por carta hasta México:
“Ni amores contrariados, ni absurdos problemas económicos. Juan se ha negado a pararle, aguantarle y mandarle al último toro de su vida: al de la vejez. No ha querido que este toro último lo zarandee y ponga en ridículo y ha dado la espantá (la única de su vida)”.
Pero la espantá es una institución que trasciende el miedo. La hizo teorema Rafael el Gallo, al que se atribuye el siguiente intercambio:
—Las banderillas son las banderillas; el pase natural, el pase natural; el volapié, el volapié, y la espantá, la espantá.
—Según eso, la espantá… ¿es una suerte del toreo?
—¡Ahí le ha dado! Cuando no se puede con el toro, hay que dar la espantá. La espantá no es miedo. Es defenderse del toro. La bronca en la plaza dura una hora, y las cogidas dos meses de reposo.
Estuvo el guitarrista Pepe Habichuela la otra mañana en el programa (Más de uno, de Onda Cero) y nos saludó en directo mientras desayunaba. Eran las once y media. Fue gracioso sin buscarlo y puntual como el compás. Nos contó su año en Japón, cuando fue allí a buscarse la vida con 21 años y un montón de tortas gitanas de Sevilla metidas en un baúl de mimbre. En 1968 ir al país del tren bala era como viajar a Marte sin paracaídas de la NASA. “Yo tenía (acumulé) un saco de yenes, y lo cambiaba por dólares cuando venían americanos al tablao”.
Nada más lejos de haberse hecho rico (el dinero se ahorraba para la entrada de una casa en España), pero el salto era cósmico para el Habichuela, que había llegado del Sacromonte a Madrid sin maleta, sólo “con una bolsa de plástico, muerto de vergüenza”, cuenta David López Canales en Un tablao en otro mundo (Alianza Editorial). La cátedra de la fatiguita (otro hallazgo para el diccionario) la sentó Paco de Lucía desde su casa de Cancún: “Los flamencos éramos el lumpen de Andalucía, que a su vez era el lumpen de España”. Pues que desayunen a la hora que les dé la gana.
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