«El amor te lleva a hacer las cosas más absurdas», dice Michael Zee en la introducción de este libro publicado por Salamandra, en su colección Fun & Food. «Por amor», sigue escribiendo su autor, «todos hemos hecho o dicho alguna tontería de la que luego nos hemos arrepentido. Pero, a veces, del amor nacen cosas maravillosas. Quiero creer que este libro es una de ellas.»
Dos momentos más de este libro para amantes (también del desayuno): «La mayoría de nosotros llevamos un smartphone en el bolsillo, pero ¿somos conscientes de su potencial para cambiar nuestra forma de alimentarnos y relacionarnos con la comida?”, y «La hora del desayuno puede darnos la oportunidad de disfrutar de momentos preciosos en compañía de las personas que amamos. Para mí, se trata de hacer que ese tiempo cuente».
Introducción
El amor te lleva a hacer las cosas más absurdas. Por amor, todos hemos hecho o dicho alguna tontería de la que luego nos hemos arrepentido. Pero, a veces, del amor nacen cosas maravillosas. Quiero creer que este libro es una de ellas.
Cuando empecé a poner la mesa del desayuno de forma simétrica para fotografiarla, nunca pensé que llegaría hasta aquí, ni que aprendería tantas cosas por el camino. Aún me sorprende que me haya dado la oportunidad de escribir un libro. Con franqueza, nunca hubo una motivación gastronómica, ni la voluntad de conseguir un montón de seguidores; de hecho, en la época en que hice las primeras seiscientas imágenes estaba dando clases a tiempo completo en el museo Victoria and Albert de Londres.
Tampoco es una obligación, en realidad lo hago para pasar tiempo de calidad con mi pareja.
Mientras escribía este libro aprendí unas cuantas cosas.
En primer lugar, que a lo largo y ancho del mundo la mayoría de la gente es maravillosa. Más allá de fronteras políticas, relaciones históricas o rasgos físicos, e incluso siendo desconocidos —aunque casi todos ellos son ahora grandes amigos—, todas las personas con las que contactamos se tomaron muy en serio la propuesta de mostrarnos cómo cocinan sus platos preferidos y se sintieron halagadas por nuestro interés. Me gusta la gente. Me
encanta conocer gente nueva y que el amor haya despertado mi curiosidad por lo que comen y su forma de compartirlo con los demás.En segundo lugar, aprendí que la comida es un tema condicionado en gran medida por la política. Basta con pedir un Full English en Glasgow, un capuchino por la noche en Italia, o poner en duda los orígenes del shakshuka con un israelí para darte cuenta. La comida es importante porque nos define como individuos, muestra nuestras preferencias, pero también porque representa una identidad colectiva. Por eso, escribir este libro ha sido un reto. Y no sólo por el esfuerzo que ha supuesto encontrar las mejores recetas, sino también por tratar de hacerlo sin molestar a nadie. Espero haberlo conseguido.
Algunas recetas son fáciles de ubicar, pero otras desafían los límites políticos y geográficos. He aprendido que no existe una definición de lo que es o debería ser un desayuno. Cito a Massimo Montanari, uno de los mayores expertos en historia de la alimentación: «Dices “desayuno” y te parece algo obvio.» Pero en mi cuenta sigo recibiendo el mismo comentario casi todos los días: «Esto no es un desayuno.»
Cada vez que cuelgo algo me llegan un montón de comentarios; es lo normal en las redes sociales, pero éste es uno de los que más me molesta. Y no porque los que lo dicen estén equivocados —no es exactamente su «idea» de desayuno—, sino porque no son capaces de ver más allá. Aunque mis tradiciones refuerzan lo que para mí es normal, me encanta saltarme los parámetros de lo que se considera «normal». La mayoría de las tradiciones no son universales, pero, en general, no sentimos curiosidad por conocer otras costumbres. Así que este libro intenta compartirlas.
Lo que las redes sociales parecen hacer a la perfección, los libros lo han hecho durante siglos, aunque sin duda mucho más despacio. A simple vista podría parecer que lo digital y lo analógico funcionan cada uno por su lado, pero en realidad se complementan más de lo que creemos. Desde un principio quedó claro que yo mismo haría todas las fotografías del libro con mi iPhone.
Éste es el hilo que conecta mi cuenta de Instagram con el objeto que ahora mismo tienes en las manos.
La mayoría de nosotros llevamos un smartphone en el bolsillo, pero ¿somos conscientes de su potencial para cambiar nuestra forma de alimentarnos y relacionarnos con la comida?El origen de nuestras costumbres culinarias está vinculado a nuestras respectivas culturas, de modo que tiene sentido que un desayuno típico de la India sea picante y que en China incluya té. Estos hábitos se han ido estableciendo a lo largo de los siglos. Sin embargo, la globalización está cambiando el concepto de «tradición» y su significado. Desde mi teléfono puedo ver en tiempo real lo que una persona está desayunando en Hong Kong. A mis padres les parece algo increíble. Para mis antepasados sería cosa de brujería.
Creo que el hecho de ser un hombre gay, de clase trabajadora, del norte, medio escocés y medio chino, es razón más que suficiente para cuestionarme qué es la tradición. E incluso algo más importante: ¿por qué debería consentir que la tradición me dicte cómo tengo que vivir? No hace falta ser una mezcla de razas para plantearse esta pregunta. Yo he crecido con un revoltijo de comida de distintas culturas en mi plato; sí, todas a la vez y mezcladas (sin ánimo de escandalizar a nadie, así se hacía en casa de los Zee). Y me imagino que hoy en día, en esta sociedad cada vez más cosmopolita, mucha gente vive del mismo modo.
En cuarto lugar, he aprendido a no forzar a nadie. Si no te gusta desayunar, no puedo obligarte a que te guste, ni sermonearte con sus virtudes nutritivas y saludables. Si te pones malo sólo de pensar en comer lo mismo que tu pareja, no tienes por qué hacerlo. ¿No te gusta el té? Bueno, peor para ti, pero ¡no pasa nada! Quiero que mis recetas te inspiren, no que te hagan sentir mal. Comencé a preparar el desayuno para Mark porque el único momento del día que pasábamos juntos eran las mañanas. Tal vez haya ciertas consideraciones prácticas que te impidan hacer lo mismo —las cinco de la madrugada es un poco temprano para levantarse—, pero estarás de acuerdo en que el tiempo es un lujo que no podemos permitirnos perder. La hora del desayuno puede darnos la oportunidad de disfrutar de momentos preciosos en compañía de las personas que amamos. Para mí, se trata de
hacer que ese tiempo cuente.
Muchas recetas de este libro podrían describirse como «auténticas». Pero la adopción de culturas foráneas puede convertirse en una patata caliente, ya que lo perfecto es el peor enemigo de lo bueno, como solía decir mi madre. Además, he aprendido que no siempre se puede contentar a todo el mundo; uno ni siquiera debería intentarlo. He visto gente comiendo patatas fritas con palillos en un McDonald’s de Pekín y he probado mejores magdalenas en St. John de Smithfield, en Londres, que en ninguna parte de Francia. Por eso las recetas abarcan desde antiguas recetas medievales prácticamente olvidadas hasta los platos más modernos y vistosos de Instagram.
La comida es una forma de cultura, no de nacionalismo; por tanto, no se debería ensalzar la autenticidad, aunque soy consciente de lo difícil que es no hacerlo. ¿Es posible que una receta de Myanmar, o de una nación sin estado, refleje su complejidad, la identidad de sus pueblos y su historia? Es imposible, pero de todas formas lo he intentado.
Por último, y para terminar por todo lo alto, volvamos al amor. Mi amor por Mark no ha disminuido, ni ha experimentado altibajos desde que nos conocimos. Tampoco ha palidecido nuestra pasión por la cocina, ni las ganas de viajar o de disfrutar de la compañía de nuestros amigos. Eso sí, aún estoy esperando que se levante a
hacer el desayuno, pero, hasta que eso suceda, seguiré preparándolo yo. Como ya he dicho, es una cuestión de amor.
Michael Zee, julio de 2016
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Autor: Michael Zee. Título: Desayuno para dos. Editorial: Salamandra. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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