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Descifrando a Lacombe

Aquellos que sueñan de día comprenden muchas cosas que escapan a los que sueñan de noche.

—Edgar Allan Poe

Al abrir la primera página escuché el delicado sonido del papel troquelado y, tras ella, surgió un mundo acuoso, en movimiento, lleno de seres mágicos. Desplacé mi visión siguiendo el foco de la luz, como si estuviera mirando a través del objetivo de una cámara, y me encontré unos ojos enormes, expresivos y melancólicos, que me hablaban. El hada de los bosques, mitad humana mitad planta, se mimetizaba mientras danzaba con la sutil atmósfera. De pronto apareció el cadáver diseccionado de uno de esos seres, pero no había violencia. Solo poesía. Se llamaba El herbario de las hadas (Edelvives, 2011). Era la primera vez que veía un álbum ilustrado del artista Benjamin Lacombe.

"Benjamin Lacombe es un genio de desbordante imaginación que no solo escribe e ilustra álbumes, novelas y cuentos clásicos con sus óleos y gouaches"

Cuando me propuse analizar la obra de este prestigioso artista pensé que me iba a resultar fácil, por mi pasión por el arte y los cuentos, pero a medida que me iba adentrando en su mundo me di cuenta de que cada vez era más y más complejo. Empecé a pensar en los cuadros de Leonardo da Vinci, donde no sólo se ven retratos de expresión sosegada, posando en equilibrio dentro de una atmósfera en la que el aire define la transición de los planos. Hay algo más ahí. Hay un misterio indefinido, un secreto. Como si al estar frente a esos cuadros tuviéramos la certeza de que quien hizo esas obras maestras había trascendido su mirada hacia algo más, que no es visible, y que atrapa. Lo mismo me sucede con las ilustraciones de Lacombe: se aprecian cientos de detalles, universos con vida propia orbitando cerca de la figura central que, entre luz y sombras, nos cuenta la historia. Benjamin Lacombe es un genio de desbordante imaginación que no solo escribe e ilustra álbumes, novelas y cuentos clásicos con sus óleos y gouaches. Él además construye cada uno de sus libros poniendo en práctica una prodigiosa ingeniería artesanal, logrando que sus bellísimas composiciones se transmuten en multitud de sensaciones inquietantes y misteriosas, y siempre placenteras. Y en ese algo más que no se puede describir.

La realidad puede tener un lado aterrador, y yo necesito huir de ella a toda costa para crear.

—Benjamin Lacombe

Benjamin Lacombe (París, 1982) estudió en la Escuela Nacional Superior de Artes Decorativas, y su proyecto de final de carrera, Cereza guinda (Edelvives, 2012), fue elegido por la revista Time como uno de los diez mejores libros para niños. En sus primeros cuentos instauró las bases de su universo pictórico, en el que vuelca, según palabras de su gran amigo y colaborador Sébastien Perez: una mirada sobre el mundo a veces triste, pero positiva, llena de esperanza y confianza en la humanidad. Este joven está lleno de entusiasmo, explora hasta el límite sus posibilidades y abre nuevos caminos, experimentando a lo renacentista (ha trabajado en animación, diseño, fabricación de objetos…).

La naturaleza es como un cuadro de composición perfecta que quiero tratar de alcanzar.

—Benjamin Lacombe

"Se ha considerado su obra un tanto oscura y gótica, pero él no está de acuerdo con esa última apreciación. Para él la sombra es parte indispensable de la luz"

Este artista nada común, como lo calificó el editor José Corti, se considera a sí mismo más escritor que ilustrador, y le interesa, ante todo, contar historias, y todas las técnicas que elige están al servicio de ello. No concibe ninguna ilustración sin su indivisible comunión con la Naturaleza, haciendo a menudo simbiosis con los elementos humanos de su paleta. La delicadeza con la que traza las figuras infantiles, de enormes y expresivos ojos, tiene la huella de la cultura anime que él conoció de pequeño. De hecho, el continente asiático ejerce una particular fascinación en él. A menudo se le ha relacionado con el cineasta Tim Burton, con quien comparte su atracción por lo diferente y peculiar, y se ha considerado su obra un tanto oscura y gótica, pero él no está de acuerdo con esa última apreciación. Para él la sombra es parte indispensable de la luz. Le atraen los artistas prerrafaelistas del Quattrocento, la Strange Photography de Gregory Crewdson, Desiree Dolron, Erwin Olaf, el flamenco y el cine de Almodóvar, Tod Browning y Hitchcock, entre otros muchos. Y Lacombe es admirador, muy especialmente, de sus perros Virgile, Edward y Lisbeth, que siempre incluye en sus obras.

Pienso —y lo constato— que todos nos hemos sentido, antes o después, diferentes, fuera de lugar, rechazados. Todos somos el extranjero, el diferente al otro. Nacer es ser diferente. Sin diferencias no hay armonía.

—Benjamin Lacombe

Benjamin Lacombe es autor de joyas como Los amantes mariposa, Swinging Christmas, Madame Butterfly, Historias de fantasmas de Japón… Casi una treintena de álbumes ilustrados cuyos títulos más recientes son Espíritus y criaturas de Japón (Edelvives, 2021) y La mejor mamá del mundo (Lunwerg, 2021). Además, tiene siete novelas ilustradas, entre las que destacan Cuentos macabros, Alicia en el país de las maravillas y Carmen (ed. Edelvives). Algunos están escritos por él mismo, otros en colaboración principalmente con Sébastien Perez. Supera ya los dos millones de ejemplares vendidos, los cuales han sido traducidos a varios idiomas. Tiene exposiciones en galerías de Nueva York, Roma, Tokio, Los Ángeles, París, entre otras. Cada una de esas obras puede considerarse una auténtica pieza de coleccionista, fruto de un delicado trabajo artesanal y años de dedicación que incluye en algunas ediciones hojas desplegables de hasta diez metros.

La infancia es una fuente inagotable de inspiración, una frontera delicada, frágil y difícil de captar. Vuelvo a ella una y otra vez. Los niños comprenden muchas más cosas que los adultos.

—Benjamin Lacombe

Cada libro ilustrado por Lacombe es un viaje sensorial de fantasía desbordante, que produce una extraña sensación de paz. La genialidad de este gran autor es saber crear lugares donde dejarse caer, como Alicia en la madriguera: en cuanto se abre la primera página, sus mundos van surgiendo, capa tras capa, luz tras luz. La magia es lograr un territorio en el que los niños pueden ser adultos, y los adultos niños. Ese es el mundo de Lacombe. Les aconsejo que no se lo pierdan.

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