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Descripción de la escarcha

Descripción de la escarcha

El rodaje de una película trufado de inconvenientes, dos amigos que deciden escribir sobre el lado crudo y sentimental de sus citas, un príncipe italiano paseando sus soledades en la Roma más invernal… Luis Bravo compila diez relatos en un libro que, de alguna forma, intenta decir de nuevo lo que ya ha sido dicho.

En este making of, Luis Bravo reconstruye el origen de La noche de San Silvestre (Balduque).

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Se conoce que los libros nacen de la ignorancia. Paul Auster escribió en Leviatán que, si continúan su rumbo una vez terminados, es debido a que nadie puede entenderlos. Gracias a ese misterio prosiguen. Gracias a que nos aprovechamos de ese misterio quienes escribimos, y algunos exprimiéndolo indebidamente, podemos echarnos al camino y de igual modo nuestras creaciones. Lo que se desconoce, en su justa medida, proporciona la libertad que consideramos apropiada cuando se quiere contar.

Uno intenta prepararse poco al empezar un proyecto. Desconfío profundamente de la capacidad organizativa cuando se trata de abordar un texto en prosa. Sí, es una verdad incontestable que la narrativa requiere una disciplina diaria, pero más allá de ese requisito inamovible, uno elige el bando de los escritores con brújula, de los que erran con ella, pues lo contrario pienso que limita y asfixia la iniciativa. Quien escribe debe ser llevado por su curiosidad o insatisfacción, nunca por los plazos a cumplir impuestos por nosotros o terceros. Cuánto daño han hecho los talleres literarios, sobre todo los que vinieron de modelos norteamericanos, en el fondo mercantiles y nada artísticos, sólo en la forma de sacar los cuartos. Pero ese es otro tema.

"De repente, me vi estancado. Dos relatos quedaban por añadirse, el resto ya mostraban un total bastante convincente, todo lo que se puede creer que lo está en esos instantes tan frágiles del estado creativo"

Fue así con el relato que daría pie a La noche de San Silvestre. Escribí Kolonaki en julio de 2022, del tirón una mañana. Por el tipo de historia que es, y el calor madrileño de esos días que facilitaba concentrarse en una sola tarea a la espera de que remitiera a lo largo de la jornada, me fue sencillo terminarlo. Los retoques se dieron en los meses posteriores. Pequeños apuntes, detalles, cortes en una frase y otra. Ya tenía el corazón del libro, sólo faltaba que se extendieran el resto de latidos para saber nombrarlos y buscarles su alcance en las páginas. Un cuento llama a otro, como dijo Eloy Tizón, y estar atento a ese llamado es crucial para conformar el manuscrito definitivo, que no llegaría a terminar hasta la primavera del año siguiente.

A continuación, vinieron el primero, Final, y todos los demás como meros esbozos. Tres páginas algunos, otros cinco, ninguno con visos de saber cuándo ni cómo encontraría su cierre, pero averiguándolo según los escribía. De repente, me vi estancado. Dos relatos quedaban por añadirse, el resto ya mostraban un total bastante convincente, todo lo que se puede creer que lo está en esos instantes tan frágiles del estado creativo. Pero dejé a un lado el manuscrito esos meses de otoño. No recuerdo, ni ahora serviría para adornar, un motivo exacto. Debí centrarme en otro libro, en otras lecturas, en la búsqueda de trabajo, y La noche… quedó en un segundo plano.

"En el punto de la conversación en el que todo amigo que tenga un susodicho que es escritor le pregunta por lo que está escribiendo en ese momento, uno le dijo que nada, que un libro de relatos pero sin saber darle salida, poco más"

Cuando uno escribe, ¿es consciente de estar encerrado? ¿Puede entrar y salir a placer? No suelen mentir esos testimonios o comentarios o libros enteros tratando el tema que explican el estado de renuncia y entrega que se alcanza cuando se está en pleno proceso literario. Leïla Slimani dio en el clavo en la primera página de su bello libro El perfume de las flores de noche. Escribir es tener que decir No. A ofertas, a planes, a cierta vida. La literatura se abona con generosas dosis de renuncia. ¿Es merecedora de dichas y penas esa elección? Hasta que no se empieza a obtener un resultado, la respuesta permanece en una respetable incógnita. Los hay que prefieren regodearse en la veta más torturada de ese trayecto. No es mi caso, pero sí me parece interesante seguir investigando la cuestión, vagando por y con ella como ese fantasma que anhela una contestación a la que nunca se asomó en vida.

A comienzos de 2023 ocurrió lo que terminaría de favorecer al manuscrito. Quedé a comer con el amigo Joaquín García Martín, en un puesto italiano de mercado, acertada recomendación suya. En el punto de la conversación en el que todo amigo que tenga un susodicho que es escritor le pregunta por lo que está escribiendo en ese momento, uno le dijo que nada, que un libro de relatos pero sin saber darle salida, poco más. Su tono, por experiencia, supo alentarme para, ya que estaba desempleado y con las energías suficientes de la juventud, dejarme de tonterías y sentarme a escribir. Concretamente, él me indicó que sería mejor opción otro tipo de libros, pero uno supo quedarse con la copla, con el respeto y la dedicación que harían posible que retomase La noche… al volver a casa. El paseo, cuando me despedí del amigo, tuvo también su parte. Esa tarde de principios de enero, pese al frío recalcitrante del que Madrid suele hacer gala, me di un garbeo para asentar lo comentado, para que entrara hasta en la masa de la sangre. Anduve por el barrio Imperial, girando —por vez primera— por el paseo del mismo nombre hasta la confluencia con el de los Melancólicos, llegando al parque de Atenas, al río, a la cuesta de San Isidro. Deriva de la memoria y de las calles heladas con gusto modianesco, sí, pero resultando providenciales, ya que semanas más adelante volví a recorrer ese tramo durante una cita que prometía mucho y no fue más que un tremendo chasco.

"La noche de San Silvestre está dedicado a los amigos Candela de las Heras y Daniel Ausina Peiró, quienes protagonizan el tercero de los relatos, pero muchas confidencias y ánimos en lo cotidiano"

Son muy comentadas en La noche de San Silvestre. Las que encauzan todo un relato o las que sólo se añaden por respetar su contingencia. Son importantes, uno no era consciente de ello entonces, porque eran el escenario idóneo para hablar del motivo que unificaba los relatos. Las despedidas, señalar el adiós a todo eso que tantas dificultades o secretos sadismos —dependiendo de la persona, nunca se sabe— implican las separaciones, los finales de nuestras relaciones. El sustrato autobiográfico de las propias está muy presente en el libro, aunque no conviene desvelar cuál de los relatos resulta más descarado, cuál más libremente inspirado. Probablemente fuera esa inseguridad de qué contar respecto a algunos lo que me frenase meses atrás. ¿Tenía derecho a utilizar o airear esos ratos compartidos? No hay deudas, fue la conclusión. No hay literalidad tampoco. Los nombres reales que inspiraron varias de las escenas narradas perdieron su mérito. Lo que hicieron o pudieron haber hecho, bien valía una segunda vuelta por la ficción. A todos ellos, quedados en sus días de plenitud pasada, he de agradecérselo.

También a los escritores que durante la recta última supusieron el acicate necesario para concluir el libro. Carmen Martín Gaite y su ensayo El cuento de nunca acabar, imprescindible. Antonio Tabucchi, con Dama de Porto Pim, El juego del revés y Pequeños equívocos sin importancia, los tres de una intensidad más que adecuada para conseguir la de uno en el suyo, salvando las distancias de calidad. La poesía de Edna St. Vincent Millay, por el gusto de los ramalazos líricos que todo cuento debe tener. Los libros recientes de relatos El fin y Chicos y chicas, de Soledad Puértolas, su atractivo desasosiego. La relectura ocasional de Para los dioses turcos y En el invierno romano, de Luis Antonio de Villena, y a este en particular al homenajearlo en el relato Invierno en Roma: como una extensión a la fascinante y muy breve carta que el poeta madrileño dedicó a un príncipe italiano. ¿Real o también formando parte de su compendio de ficciones? La quimera me atraía, como siempre. La honda distancia que nos mueve a crear y establecer lazos con lo enigmático. En esa misma linde, la figura del editor Valentín Zapatero en el relato El naufragio dulce, lo que rodeó la editorial Trieste y la impresión que mantengo como el primer día desde su descubrimiento, imborrable e imperturbable. Hay en La noche… otras menciones desperdigadas, más o menos notorias, algunas más recónditas.

"Supongo que esa incomprensión, que posteriormente ayudaría en la elaboración del libro, tenía la motivación literaria requerida, como si permitiera describir el derretirse de la escarcha"

Va siendo suficiente como artículo. La noche de San Silvestre está dedicado a los amigos Candela de las Heras y Daniel Ausina Peiró, quienes protagonizan el tercero de los relatos, pero muchas confidencias y ánimos en lo cotidiano. Suyas son la mayoría de estas páginas, por haberlas oído de manera diferente, diciendo lo mismo pero resultando distintas.

Regresa aquel paseo tardío. Lo que iba pensando, en lo que me fijaba, no puedo recordarlo con exactitud. Supongo que esa incomprensión, que posteriormente ayudaría en la elaboración del libro, tenía la motivación literaria requerida, como si permitiera describir el derretirse de la escarcha, o quizá no fuera más que comprender el destino de lo que se escribe, por si tuviera un significado especial, aún desconocido.

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Autor: Luis Bravo. Título: La noche de San Silvestre. Editorial: Balduque. Venta: Todos tus libros.

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