Llevaba rumiando un tiempo Feliciano Novoa la idea de montar una editorial cuando las circunstancias le condujeron de vuelta a la casa familiar de Tui, allí donde el curso del Miño separa las tierras de Galicia y Portugal. De no haberse visto forzado a aquel regreso, seguramente el proyecto que bullía en su cabeza habría terminado orientándose hacia un catálogo de tintes historiográficos, pero en aquel retiro circunstancial de la provincia pontevedresa, al asomarse a los estantes de la biblioteca de sus padres, se dio de bruces con un libro de Camilo Castelo Branco con el que acompañó las melancolías propias de los retornos a la infancia. Fue una especie de epifanía: a partir de aquel instante, intuyó que la editorial que pretendía organizar tendría que plantearse el objetivo de introducir en España una literatura que, pese a la vecindad, no es aquí especialmente conocida ni valorada, y que sin embargo ha dado joyas que no desmerecen en absoluto frente a otras que sí suelen acaparar portadas en suplementos culturales y reseñas más o menos exhaustivas en publicaciones especializadas.
Empezaba a coger forma La Umbría y la Solana, una aventura a la que Novoa se lanzó tras sumar para la causa a Pilar Ramos y que puso en su horizonte el objetivo de convertirse en la editorial de referencia en España «de una literatura particular, la portuguesa, que es importante en muchos sentidos pero, en general, no ha sido bien tratada en nuestro país». No es desatinada la observación. ¿A qué autores portugueses podría citar de corrido un lector español medio, más allá del recurrente Saramago, del algo menos popular Lobo Antunes o de los recientes Gonçalo Tavares y José Luís Peixoto? Pareciera como si entre Portugal y España mediara, más que una fina línea que por los caprichos de la geopolítica separa dos países que anduvieron de la mano durante unos cuantos siglos, un abismo insalvable que hace que quienes estamos a este lado de la raya sólo podamos sentir indiferencia hacia todo cuanto ocurre en el flanco más occidental de la península ibérica.
Pero no se trataba de ofrecer nuevas ediciones de títulos canónicos, ni de plantear sistemáticamente revisiones sobre la obra de autores ya reconocidos y apreciados por quienes sí procuran estar más o menos al tanto de cuanto se cuece en las letras lusas. La Umbría y la Solana —nombre que proviene del gusto del editor por esas dos palabras que solía escuchar en los parajes extremeños de los que procede su mujer— echó a andar con Argumentos para películas, de Fernando Pessoa, lo que no dejaba de ser una declaración de intenciones. Primero, porque casi se puede decir que Portugal y Pessoa se han convertido ya en sinónimos. Después, porque ese libro ofrecía una vertiente inédita en España de uno de los escritores más grandes que alumbró la literatura universal en el pasado siglo.
Ésa ha sido la tónica desde entonces: confeccionar un catálogo que importe a nuestro país una visión desconocida, y por ello sorprendente, de las letras que han venido urdiendo nuestros vecinos. Así, el Sermón de San Antonio a los peces que pergeñó António Vieira («ignorar en España a Vieira es como si en Portugal ignorasen a Lope de Vega», dice Novoa), Los paseos del soñador solitario de Almeida Faria o los Manifiestos de José de Almada Negreiros. Uno de sus últimos lanzamientos es Las minas de Salomón, de Eça de Queirós, una novela cuya singularidad proviene de su propia naturaleza: si en principio Queirós afrontó la tarea como una simple traducción de la conocida novela de aventuras de Henry Rider Haggard, al cabo el portugués optó por una reescritura que matiza el texto original impregnándolo de una reacción contra las tesis colonialistas del británico. Habrá quien se plantee ponerlo como un buen ejemplo de lo que se da en llamar apropiacionismo cultural, pero en cualquier caso se trata de una versión tan divertida como recomendable. Firma la traducción al castellano —en este caso, literal— el poeta Martín López-Vega, que es un buen conocedor de la literatura portuguesa, y su nombre también viene a constituir una marca de la casa. Feliciano Novoa lo tuvo claro desde el primer minuto: «Una mala traducción puede arruinar un libro. Yo me dije que podía ahorrar en el papel, en la encuadernación… En cualquier cosa menos en la traducción». Con esa premisa, el papel de traductores que han puesto su conocimiento al servicio de La Umbría y la Solana no es menos excelso que el de los autores que conforman su catálogo. Figuran ahí Jerónimo Pizarro, Ángel J. Alonso, Susana Gil, Antonio Jiménez Morato, Enrique Andrés Ruiz o César Rina Simón.
Puede decirse que el afán de Feliciano Novoa es una heroicidad en los tiempos que corren. Aunque de vez en cuando se permita algunas excursiones fuera de la línea habitual —ha publicado La tentación de occidente, de André Malraux, y el Pequeño tratado de todas las verdades sobre la existencia, de Fred Vargas—, él no piensa desistir en un empeño que a veces le procura grandes alegrías. Ha ocurrido, por ejemplo, con El retorno, una magnífica novela en la que Dulce María Cardoso refleja el viaje de vuelta desde las colonias a la metrópoli y que constituye hasta ahora su mayor éxito de ventas. Es de desear que vengan muchos más, porque eso querrá decir que La Umbría y la Solana estará cumpliendo con creces ese noble objetivo de satisfacer la deuda que los españoles tenemos contraída con nuestros encantadores vecinos del oeste. Cuentan que, cuando Felipe II anexionó Portugal a su Corona tras la derrota del rey Don Sebastián en Alcazarquivir, un miembro de su corte le aconsejó: «Si quieres conservar tu imperio, deja la capital en Toledo; si quieres que tu imperio se expanda, traslada la capital a Lisboa; si por el contrario prefieres perder tu imperio, coloca la capital en Madrid». Todos sabemos lo que ocurrió después, y seguro que ahora que han pasado cinco siglos desde aquello es buena cosa volver la vista hacia esa vertiente atlántica para descubrir unos autores y unos libros que nos interpelan más de lo que nunca podrán hacer otras literaturas que, hoy por hoy, son bastante más apreciadas y conocidas en nuestros predios. La literatura portuguesa, que no tiene nada que envidiar a las grandes literaturas europeas, está lista para captar nuevos lectores. Personas con gusto y sensibilidad que quieran acercarse a unos textos que certifican aquel famoso aserto de Vergílio Ferreira: «Desde mi lengua se ve el mar».
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