Tengo que reconocerlo: me irrita. Muchísimo. Cada vez que la escucho, cada vez que me la encuentro en algún titular. Y cada día me ocurre con más frecuencia. Desescalada por aquí, desescalada por allá. Me pone de los nervios, supongo que se debe a las ganas que tengo de que empiece. Nunca una palabra no recogida en diccionario de la Real Academia de la Lengua tuvo tanta trascendencia. Aclaración: no estar no implica ni es sinónimo de no existir. Por supuesto que existe, lo que sucede es que a los académicos no les ha dado tiempo a considerarla. Es como si alguien va caminando por el campo y se encuentra un flor. Sin embargo, ese tipo en concreto no está registrada en ningún libro de botánica. ¿Deja por ello de existir la flor? No, para nada, lo que sucede es que hasta el momento era desconocida.
Pasa lo mismo con la maldita desescalada.
Porque hasta hoy nunca habíamos tenido que desescalar nada. Ni una montaña, ni un monte, ni un cerro ni nada que se le pareciera. Antes de ser confinados como mucho descendíamos. Pero desescalar, lo que viene siendo desescalar, no, para nada. Anote: se desescalan crisis provocadas por pandemias. En España soñamos con estrenarnos en esta disciplina. Y no es baladí. Porque ya se sabe que siempre hay una primera vez para todo y no suele ser esa la más exitosa de todas. En absoluto. Haga memoria. ¿Recuerda la primera vez que… lo que sea? Pues eso. Un desastre. Nervios, precipitación, ansiedad, angustia y desasosiego, no necesariamente en ese orden. Flojera de piernas. «Cacafú» —este tampoco está registrado pero ahí va: dícese de aquello que tiene pinta de acabar mal y mal acaba—. Como la desescalada. Verá qué risa. Porque todos los españoles llevamos un desescalador nato dentro y nuestro modelo es el que vale. No el que hayan diseñado los expertos epidemiólogos, científicos contrastados y demás eruditos de ese jaez —ralea todos—. Ese no. El de cada uno. ¿Por qué narices empezar con los niños? ¿Qué locura es esa? Yo empezaría por murcianos de entre treinta y cuarenta y dos años, sin problemas alopécicos y cuyo signo zodiacal sea Capricornio, dando por bueno que suelen ser estas personas ambiciosas, melancólicas, frías y muy trabajadoras; y es eso, precisamente eso, lo que necesitamos en estos momentos de desescalamiento. O desescalación, lo mismo da. Y no me lo vaya usted a poner en solfa. Yo lo tengo clarinete, y eso que soy Aries, castellano y calvo.
Claro que sí, amigos, hagamos nuestro propio modelo, defendámoslo hasta la muerte y critiquemos el ajeno. Porque la libertad es precisamente eso: desescalar al prójimo como a sí mismo.
Si de mí dependiera, mañana mismo abrirían las librerías, bares con y sin terraza, restaurantes —menos los chinos, que no me van— y salas de conciertos. Las floristerías, mercerías, ferreterías, tiendas de repuestos y demás negocios, que permanezcan cerrados hasta diciembre si es necesario. Y las peluquerías… pues eso: el segundo trimestre del 2024 me parece una fecha prudente.
Desescalar libremente es lo que tiene, señora.
Otra opción a valorar consistiría en que nos dejemos llevar. Ser desescalados con paciencia. Cumplir sin rechistar ni patalear aunque no estemos de acuerdo y pensar en que el desescalador que lo desescale buen desescalador será.
Amén.
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Publicado en El Norte de Castilla el 24 de abril de 2020
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