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Despertar de una febril pesadilla

Despertar de una febril pesadilla

Para Maxim Ósipov, Rusia ha avanzado dos décadas y retrocedido 200 años. Es decir, asume plácidamente las imposiciones de la modernidad y se entrega al vacío existencial de la Rusia zarista, con la resignación de los héroes anónimos que tan bien describieron los antiguos maestros de la literatura. El héroe, por definición, es monumental, y más aún el héroe ruso, circunscrito ayer y hoy a un país cuyos espacios, incluso los prohibidos, son monumentales. Monumental era la cárcel en la que Ana Ajmátova se atrincheraba cada noche ansiando la liberación de su hijo. Y monumental fue la exhibición pública de su dolor. Más allá de vigilancias y censuras, erigiéndose una oscura pionera frente al estalinismo, escribió Réquiem, una íntima y grandiosa confesión cuyos versos sobresalen mostrando la cara más flamígera del invierno.

En aquellos años, sólo me respondía el silencio,
Noche tras noche me arrastraba a la verja,
Y me apretaba el corazón con fuerza, esperando noticias.

Y sé que estoy condenada a portar este luto,
No en mi pecho solamente sino con mis manos también,
Y caminar con mi pena por toda Rusia.

Luto y dolor. El mismo que describió Ósip Mandelstam en su poema ‘El siglo’: «Un dolor en la garganta, así viví, con palabras que nunca había pronunciado, y un libro que amaba, pero nunca había leído». El fin de la Unión Soviética dejó una impronta arquitectónica no exenta de laberintos y callejones nevados. Esa pátina de cemento y simbología se impregnó de libertad, de nuevos espacios urgidos de conquista, de discursos que hablaban del individuo como protagonista de la elegía y no como mero engranaje de un paraíso cuyos relucientes mosaicos y emblemas de hormigón ya significaban muy poco.

"Porque en la novela de Gógol y en la obra de Ósipov, Kilómetro 101, se percibe la misma querencia antivitalista, el mismo ánimo colectivo que prolonga la supervivencia más allá del deseo, las aspiraciones personales o la fe en el futuro"

Pero Ósipov también lamenta que su país haya retrocedido 200 años, para caer en ese marco satírico que tan bien describió Nikolái Gógol en su novela Almas muertas. Cuando Chíchikov, su protagonista, viaja por Rusia comprando almas muertas (siervos fallecidos que aún están registrados como vivos en los censos) para beneficiarse de un tecnicismo burocrático y, de ese modo, conservar su estatus de poder, no hace sino anticipar el paradigma caricaturesco con el que las grandes estructuras administrativas y económicas del país manosean el derecho del ciudadano a ser libre. En los diálogos absurdos entre sus distintos personajes, que muchos han descrito como realistas, se infería una terrible fragilidad. Quienes persiguen con sus actos un estado absoluto de heroísmo no hacen sino desertar del sentido común; esconden sus miserias debajo de alfombras que hieden a frío y polvo; se cuelgan enmohecidas medallas que abrillantan su agonía.

Porque en la novela de Gógol y en la obra de Ósipov, Kilómetro 101, se percibe la misma querencia antivitalista, el mismo ánimo colectivo que prolonga la supervivencia más allá del deseo, las aspiraciones personales o la fe en el futuro. Los relatos de esta obra imprescindible suceden en una capital de provincias, concretamente a 101 kilómetros de Moscú. Es la distancia que, en la Unión Soviética, separaba de las grandes ciudades a los ciudadanos que habían cometido delitos políticos. Una distancia minúscula en comparación con la vastedad del país, pero infinita para quienes viven cercados por la desolación, la carestía y la nostalgia. Moscú, concebida como símbolo y epicentro, dista de esa ciudad monocorde, repleta de edificios grises, tiznada de barro y nieve, aletargada por el racismo interior y un complejo generalizado que aísla a sus habitantes del mundo y los hace perecer con lentitud.

"El autor ruso demuestra de nuevo que el realismo, para ser fiel a su esencia, debe cruzar esa frontera formalista que lo sitúa en no pocas ocasiones lejos del dolor y la decadencia"

Solo él, cardiólogo de profesión y antiguo director de hospital, podía narrar con ironía y desafección, con dolor y un profundo sentido del humor, el proceso de clausura al que se enfrenta el ciudadano, y la renuncia, a veces desalmada pero siempre tediosa, al beneficio de la expectación. Médicos que se enfrentan a la burocracia con una pátina de sospecha. Pacientes que rebajan con desagrado y orgullo su nivel de miseria. Policías que entremezclan decadencia y arbitrariedad como únicos patrones de conducta.

Desde el exilio (revelador es su ensayo sobre la guerra de Ucrania) y aupado como uno de los máximos exponentes de la literatura post soviética, con Kilómetro 101, el autor ruso demuestra de nuevo que el realismo, para ser fiel a su esencia, debe cruzar esa frontera formalista que lo sitúa en no pocas ocasiones lejos del dolor y la decadencia. Se trata de una obra breve, sí, pero tan vasta y apasionada como el país que un día despertará de su constante y febril pesadilla.

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Autor: Maxim Ósipov. Título: Kilómetro 101. Traducción: Ricardo San Vicente. Editorial: Libros del Asteroide. Venta: Todos tus libros.

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