Francisco Bescós se alejó de la literatura por motivos personales. Pero necesitaba volver a ella, regresar a ese género negro que tanto le gustaba, encontrar una historia que le fascinara. Y la solución apareció el día en que su Vespa se estropeó en la M-30. Lo vio claro de inmediato: esa ronda sería el escenario sobre el que actuaría su asesino y, además, desde donde reflexionaría sobre la ciudad que rodea: Madrid.
En este making of, Francisco Bescós cuenta los orígenes de La Ronda (Reservoir Books).
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Tras buscar este post de mi autoría en Facebook, ahora puedo asegurar que la primera semilla de La ronda se sembró el 10 de enero de 2018: «Si alguien se ha preguntado por el motivo del atasco del km 11 de la M-30 a mediodía, el motivo era yo. Se me ha gripado la Vespa a 70km/h en plena vía. Que se te bloquee repentinamente la rueda trasera a esa velocidad es porno cardiovascular. He estado rápido de reflejos y he accionado el embrague, liberando la rueda, que ha dejado de derrapar. Eso me ha salvado de irme al suelo. Pero he armado una buena. Y lo peor es que la culpa es sólo mía. Llevo un ritmo de vida tal que no he sido capaz de pararme a revisar el nivel de aceite. El depósito estaba seco. Me he quedado sin moto y me ha faltado el pelo de un calvo para tener un disgusto. El estrés te ataca por donde menos te esperas».
El motor de dos tiempos de mi añorada Vespa no pudo soportar mi despiste. En 2018 yo ya tenía tres hijos, casi trillizos, uno (Paulina) con una severa discapacidad, y el estrés me impedía (me sigue impidiendo) pensar con claridad. Pero lo que me sorprendió de aquel accidente fue la rapidez con que todo se solventó. A los pocos segundos de quedar yo arrimado al arcén de la mediana, pasó un vehículo de Calle 30, la empresa concesionaria que se hace cargo de la vía. Un operario encantador, que no me juzgó ni me regañó, se puso inmediatamente a mi servicio. Cortó el tráfico con unos conos y me ayudó a llegar a lugar seguro. De aquella experiencia, además de un susto horrible y la convicción de que tenía que vender mi moto, conservé la curiosidad. ¿Cómo hacían funcionar algo tan complejo como la M-30, la vía que hace girar todo el tráfico de una ciudad de tres millones de habitantes en torno a su núcleo?
Dos años después, ya sin moto, seguía recorriendo esa la M-30 a diario. Me había convertido en un padre de familia numerosa, redactor freelance, con cuatro obras publicadas, buenas críticas, algún premio. Lo último que había escrito era un libro sobre la experiencia de ser padre de una niña con parálisis cerebral (Las manos cerradas, Sílex, 2020). Aquello me había dejado agotado, y en aquel momento no sabía qué hacer.
Suponía que debía recuperar mi trayectoria en la novela negra, donde más éxitos había cosechado. Pero ese género estaba muy masificado y se necesitaban buenas ideas para competir con todos aquellos libros que se publicaban. ¿De dónde sacarlas? Otros autores, mis amigas y amigos, viajaban, visitaban la noche, seguían cosechando experiencias. Yo me pasaba el día redactando artículos SEO, cuidando niños y sirviendo de chófer para ellos. Llevar a Chisco a la piscina, llevar a Juan a un cumpleaños, llevar a Paulina a terapia de piscina, a terapia de música, a terapia de caballos. Me pasaba la vida girando en torno a Madrid por la M-30. Una rutina esquiva para las musas.
Pero el tópico dicta que a veces la solución está delante de tus narices.
Un día lo visualicé. Imaginé al buen hombre que me había ayudado en mi accidente de moto. Lo vi orillado en la M-30, sustituyendo una señal o algo así. También visualicé la oportunidad del asesino, que acelera para perpetrar un crimen casi perfecto, invadiendo el arcén. Pero aquella idea ocultaba algo mejor: una gran trama que me permitiría exponer todo lo que una vía como la M-30 puede explicar sobre una ciudad como Madrid. El flechazo resultó inmediato.
La historia requería un trabajo de agrimensura sobre el mapa de Madrid. Una labor que me habría sido casi imposible en los tiempos previos a Google Maps. Mucho más si tenemos en cuenta que la acometí en plena pandemia, sin posibilidad de visitar los escenarios escogidos. Pasé largas horas recorriendo calles con Street View, midiendo distancias, delimitando sectores, marcando coordenadas. Cuando empezaron a levantar las restricciones, visité los lugares que ya había descrito en mis páginas, con la intención de adaptar lo imaginado a la realidad. En algunos fragmentos, solo fue necesario añadir un adjetivo, un olor, un ruido. En otros, tuve que reescribir el capítulo completo (tal es el caso del que dedico al mirador de Entrevías y la estación de Abroñigal).
No supe si el sudoku de La ronda se sostendría hasta que tuve ante mí la primera versión. Solo en ese momento, acepté que había novela. Pero aún quedaba más. Por recomendación de mi editor, Jaume Bonfill, debíamos trasvasar la fecha de los acontecimientos de 2019 a 2023. Yo había elegido aquel año por comodidad: 2019 me libraba de tener que hacer mención al Covid. Pero Jaume consideraba que tendría mucho más punch en plena actualidad. Él, como siempre, tenía razón. Para cambiar de año tan solo tuve que trabajar y aceptar un sacrificio: una escena en el Vicente Calderón tendría que acontecer en la escombrera donde antes se erigía el Vicente Calderón. Más difícil fue el recorte. También siguiendo la recomendación de Jaume me di cuenta de que la novela funcionaba mucho mejor si le quitaba una de cada tres páginas. Al hacerlo, tomaba un ritmo endiablado. Cada vez que detectaba un párrafo en que creía haber reflejado algo poético o ingenioso sobre este o aquel rinconcito con encanto de Madrid, me decía a mí mismo: chaval, no eres Andrés Trapiello. Y lo borraba sin contemplaciones.
Así hemos llegado a La ronda. A pesar de lo arduo de la tarea en ningún momento me he aburrido escribiendo esta novela. Para mí ha sido una fiesta, un juego, un arrebato. Un placer que necesitaba para curar las heridas aún sangrantes de mi anterior libro. Me he enamorado de cada personaje, he disfrutado cada diálogo y cada recurso narrativo. Por eso, insisto, si los lectores se lo pasan la mitad de bien de lo que yo me lo he pasado escribiéndolo, todo habrá merecido la pena. Incluso destrozar mi adorada Vespa PX 125.
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Autor: Francisco Bescós. Título: La Ronda. Editorial: Reservoir Books. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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