Llama la atención cómo se aproxima la miniserie Detrás de sus ojos (Netflix) al meollo de su propia cuestión. En seis episodios pilotados por el guionista Steve Lightfoot (en un cambio de registro importante después de su anterior serie, The Punisher) la historia plantea un triángulo amoroso que, aunque bajo la mirada del suspense psicológico, navega diversos registros que van desde el drama romántico al thriller y… bueno, lo último mejor nos lo reservamos.
Es una mezcla de géneros que no es en sí novedosa, pero que sorprende por el tratamiento intimista, prolijo, de una situación humana con muchos visos de hacerse realidad. Louise, una secretaria y madre soltera, comienza una aventura con David, quien, sin saberlo ninguno de los dos, está a punto de convertirse en su jefe. A la vez, la mujer de éste, Adele, se convierte en la mejor amiga de Louise, provocando una serie de situaciones que pueden ser fruto del destino… o de otra cosa.
La serie de Lightfoot, basada en la novela de Sarah Pinborough, se resiste a etiquetas genéricas y va tomando forma con el propio mural del bosque que Adele pinta con rabia en la pared blanca de su habitación. Del drama romántico con —incluso— episodios cómicos iremos pasando poco al thriller psicológico hasta un giro, el que sucede en los dos últimos episodios, que destapa una capa adicional en el devenir del romance (y no, no es solo el previsible componente criminal).
Habrá espectadores que se sientan estafados con este punto de giro que se destapa con Adele, a quien la actriz Eve Hewson y el equipo de maquillaje y peluquería dotan de un notable parecido a Isabella Rossellini. La cita a la que fue una de las musas de David Lynch no es del todo baladí, aunque en este texto se están haciendo esfuerzos ímprobos para no desvelar más de la cuenta sobre Adele (podríamos, quizá, hacer una referencia a las famosas puertas de Stephen King y La Torre Oscura). Otros apuntarán que la serie se avergüenza un tanto de su género, de sus verdaderas intenciones, que en un momento dado debe abrazar con más o menos soltura. Es, en todo caso, un elemento con el que Lightfoot tiene que lidiar, y desde luego lo hace con menos seguridad que el de la primera mitad, cuando la serie se muestra especialmente interesada en analizar la dualidad de David con las dos mujeres, en plasmar la incomodidad de un triángulo amoroso repleto de gestos y renuncias.
Todo tiene un precio, y el de aquí es un ritmo un tanto moroso que sin duda habrá echado hacia atrás a algunos otros espectadores, quizá los menos conscientes de su evidente herencia hitchcockiana, de un desarrollo intimista, y sí, lento, pero bastante cuidado. Los que se hayan visto seducidos por el adecuado intimismo doméstico de sus imágenes, por la bien reflejada dosis de locura tras la capa de aparente normalidad cotidiana, agradecerán el respeto de Lightfoot por las emociones de todos y cada uno de los miembros de su triángulo amoroso hasta que, sí, la liebre salta. Entonces, su incursión en el absurdo resulta problemática pero incluso en esos términos, el del necesario twist de toda telenovela o thriller al uso, convierte a Detrás de sus ojos en una relativa rara avis dentro del catálogo de su plataforma.
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