Entre el periodismo y el arte existe una brecha. Es una brecha de flujo: en el periodismo importan los hechos; en el arte importa más lo que está detrás. En la narrativa periodística late esa febril exigencia de pulir las palabras hasta que terminan por contar cosas. El lenguaje artístico, por su parte, es más despreocupado. No siente que le deba nada a nadie, y eso le permite flexibilizarse. Si uno se pregunta, ante un texto, si aquello a lo que se enfrenta es un trabajo periodístico o un ejercicio artístico —vagas son las fronteras—, lo más sencillo que puede hacer es preguntarse: «¿Qué quiere hacer conmigo la persona que ha escrito esto?». Si la respuesta no se desploma como un clavo sobre madera señalando a la palabra informarme, ¡ah!, entonces es posible que hablemos de literatura.
Ryszard Kapuściński hacía periodismo. Escribía novelas, sí. Novelas periodísticas. Su trabajo era un panegírico del oficio, un constante eco laudatorio hacia esa improbable manía de querer informar al mundo. Un día más con vida es una de esas novelas. Anclado en Luanda en 1975, en plena descolonización portuguesa de Angola, el periodista polaco vivió en primera persona el proceso mediante el cual el país africano se partió en dos y dio inicio a una larga guerra civil que se prolongó hasta el año 2002. ¿Qué quiere hacer con nosotros Kapuściński al escribir Un día más con vida? La respuesta es inequívoca: quiere informarnos. Quiere trasladar al lector a ese mundo oculto, a ese lugar del mundo que vive ensombrecido, que se queda, como él mismo describe al comienzo de la novela, prácticamente muerto tras la marcha de una enorme parte de población portuguesa.
La diferencia se puede trazar con sencillez si establecemos una comparativa entre Un día más con vida y El corazón de las tinieblas, la novela de Joseph Conrad. Ambas comparten una serie de características. En primer lugar, cuentan con un narrador europeo que se introduce en territorio africano, y que lleva esta inmersión hasta sus últimas circunstancias. Ambas retratan el diagrama del terror que se vive en esos entornos represivos, esclavistas, de anatomía bélica. Sin embargo, la diferencia clave entre ambas radica en su propósito. Un día más con vida contextualiza ese padecimiento y funciona como altavoz: en la novela de Kapuściński, lo único que importa es contar aquello que está pasando en Angola. Dibujar el dolor de una población analfabeta, maltratada por disputas ajenas a ella. Sin embargo, lo que busca Conrad es abstraer el horror, emplear esa historia de colonización para coser el rostro del mal. Lo sociocultural no es más que infraestructura narrativa en El corazón de las tinieblas. Para Kapuściński lo es todo.
Todo esto nos trae al presente por un motivo particular: el próximo estreno en salas de la adaptación al cine —llegará el próximo 26 de octubre— de Un día más con vida, codirigida por el polaco Damian Nenow y el español Raúl de la Fuente. La película, que combina el estilo documental con una narración central animada por la técnica de la rotoscopia, reconstruye la novela de Kapuściński y toma una decisión relevante: elige crear un producto de índole artística, que no periodística —como sí lo es el texto del que bebe—. Así, Nenow y De la Fuente suprimen la narrativa típica de la profesión de Kapuściński y, partiendo de la misma base argumental, generan una suerte de biopic del periodista polaco que lo que busca, ante todo, es realizar un retrato de su leyenda a través de su viaje al infierno angoleño.
Con este objetivo, la película elimina a la mayor parte de los personajes de los que se sirve Kapuściński para realizar un retrato de la realidad del país en aquel momento de encrucijada histórica para centrarse en cuatro de ellos, tres de los cuales sirven de fuentes introducidas, como se menciona previamente, a modo documental. Algunos de los personajes seleccionados apenas cuentan con relevancia en el aséptico relato que el periodista lleva a cabo en Un día más con vida. En el libro, lo básico no son las personas concretas sino la vocación por realizar un dibujo lo más ancho y detallado posible de la realidad de Angola. Esa voluntad individualista, tan propia de la ficción dramática, sirve a Nenow y De la Fuente para otorgar mayor peso a lo trágico de la situación.
La mitificación de la figura de Kapuściński es uno de los leitmotivs que recorre el film a lo largo de todo su metraje, empleando recursos de ficción para profundizar en sus emociones, miedos, diatribas. La película incluso se permite introducir un debate sobre la justificación de la militancia periodística que, como es obvio, no aparece en ningún momento en la novela. A Ryszard Kapuściński no le interesa demasiado detenerse a pensar en si aquello que está haciendo es correcto o no. De hecho: el yo no es un elemento invasivo en Un día más con vida, sino que el narrador funciona sencillamente como la voz del periodista que mastica la realidad.
Como película, Un día más con vida funciona de forma solvente: su narración es dinámica y la concepción de su animación brilla particularmente. Sin embargo, cabe apuntar que no se trata de una adaptación estricta del material del que parte. La cinta de Nenow y De la Fuente no está interesada en ahondar en el conflicto angoleño, ni en analizar la compleja tesitura sociopolítica que se cernía sobre el país en 1975. Lo que hace es diferente: emplea esa historia para hablarnos de la férrea voluntad de un periodista que amaba su trabajo y lo concebía casi como una armoniosa penitencia.
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