La literatura del yo lleva años en el centro de la atención del público y la crítica. Las narraciones que se apoyan en hechos relevantes de la vida del autor se multiplican, con más o menos distancia y mayor o menor desviación de la realidad (si la realidad existe o no es otra discusión). Los diarios son el caso extremo: en este género, más antiguo que la propia narrativa, el narrador está más cerca del autor que en ningún otro. Casi se produce la fusión. Si ocurre o no es materia no solo de teóricos, también de psicoanalistas. Los diarios de Manuel Rico son, como todos, subjetivos pero también históricos: abordan nuestro apasionante pasado literario y político desde una perspectiva poco frecuentada: la de un intelectual socialista profundamente comprometido con los suyos.
Manuel Rico nos introduce, con el pulso de la mejor literatura del XIX, en una sociedad desconocida y fascinante —pese al poco tiempo transcurrido— que nos afecta irremediablemente porque es la de nuestros padres y de nuestros abuelos. Porque nuestra sociedad, nuestro pasado, son los que cuenta Manuel Rico en estos diarios. Nuestros barrios fueron esos arrabales donde emigrantes de Castilla o de Andalucía se apiñaron y trabajaron sin pausa, buscando un futuro mejor. El glamour de la gauche divine o de la movida fue más una utopía, una diversión lejana que una realidad. Su querencia realista no solo se limita a la literatura. Desde una perspectiva política se aprecia, aunque predominen sus ideas socialistas, un ánimo conciliador, que busca superar las heridas de la guerra civil y la dictadura, muy superior al que puede respirarse ahora. En este ámbito las palabras de Manuel Rico solo pueden resultar alentadoras: muestran que una política que mire por el interés general es posible.
También nos pone al día respecto de la actualidad literaria en aquellos días ya lejanos. En 2022 conocemos a todos los que han llegado, desde Javier Marías a Luis García Montero, pero no a los que se quedaron por el camino, incluso disfrutando de una celebridad considerable fuera en los 80 o en los primeros 2000. Contemplar la celebridad que en tiempos tuvieron autores ahora desconocidos es un interesante ejercicio sobre la levedad de la fama, los caprichos del tiempo y sus sinuosos caminos. Además este libro es un poderoso diario de lecturas, que constituye todo un canon sobre lo que debe leer un escritor para formarse. No es Manuel Rico, gracias a Dios, un crítico impresionista. Es decir, no se despacha con un “me gusta” / “no me gusta”, sino que facilita su opinión razonada y está abierto a modificarla si se le aportan argumentos mejores que los suyos. Desde la perspectiva de la propia creación vemos el proceso de elaboración de una novela, o de un poemario, lo que resulta de especial interés para jóvenes escritores.
Rico no se adscribe a ninguna moda. Intenta un equilibrio difícil: acercarse a las tendencias que mandan en la época y, al mismo tiempo, mantener su independencia. Sí muestra, con persistencia que le honra, su interés, casi pasión, por la literatura social, incluyendo a autores cuya celebridad no ha llegado hasta ahora como Ferres o López Salinas. Pero, por encima de todo, la trama que empuja la lectura, que hace pasar las páginas con el mismo interés que causa una novela, es su vida como escritor, tanto novato como consagrado, su fervor y pasión auténticas, no solo por ser escritor sino por mostrar su voz. Una voz que defiende mundos tan poco tratados como la periferia de Madrid y el pueblo, sobre todo de Castilla. Es decir: la reivindicación de lo postergado, de lo marginado por el brillo y la modernidad. Ese mundo propio, tan poco agradecido, aparece tanto en los años iniciales, como en los posteriores, donde su firma ya se ha asentado como una de las más importantes dentro de la nueva narrativa.
La calidad literaria de Manuel Rico, y su talento como narrador, son evidentes en la progresión novelística de la obra. Su familia y los personajes centrales del mundo literario de la época operan como personajes de una novela, creando tensión con sus acuerdos, alianzas y desavenencias con el autor/narrador. Es tal su sinceridad con su propia vida que consigue que nos interesemos, como si fuese una novela, por su peripecia vital, por el crecimiento de su querida hija Malva, por su exilio laboral o por su duelo por la pérdida del padre. No le ocurre nada “extraordinario”, pero lo ordinario, cuando se consigue la conexión, la empatía del lector, deviene en extraordinario.
El lector que se acerque a estos diarios no se aburrirá: muestran a un hombre en crecimiento continuo, que sigue evolucionando hasta la última página.
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Autor: Manuel Rico. Título: Diarios completos. Editorial: Punto de Vista. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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