Foto: La Shakespeare & Co. en el 12 rue de l’Odeon, París, 1919.
Diciembre no es el mes más cruel desde que Mr. Eliot quiso que fuese abril, pero entre la Nochebuena y el fin de año a los humanos se nos ocurren las mayores excentricidades para alejarnos de la realidad.
Lo de la realidad me recuerda que hace unos días P. y yo hemos empezado a ver en Netflix la serie Stranger things y ya estamos con la segunda temporada, lo que quiere decir que la media de capítulos diarios es alta.
La serie, escrita y dirigida por los hermanos Duffer, es un continuo homenaje a los grandes del terror, como Stephen King, y al gran inventor de paisajes mágicos con niños en bicicleta, que ha sido siempre Spielberg. Hay más referencias, como la niña pelirroja que se ha incorporado en la segunda temporada, que carga permanentemente con un monopatín como el de Regreso al futuro. Por cierto, entre las ruedas delanteras, el patín pone, en letras grandes, Madrid.
Creo que seguiré con este Dietario más tarde, en cuanto vea un nuevo capítulo. Así de grave se ha puesto el asunto. ¡Ah!, y lo de la realidad venía a cuento porque en Stranger things coexisten dos realidades, dos espacios, dos dimensiones, dos caras de la misma moneda. A una la llaman “el mundo del revés”. Entrar en él no es aconsejable, pero uno no siempre entra por gusto, como en la Navidad.
Miércoles, 13Estuve con Alfons Cervera en AMESDE, en La Escuela de Relaciones Laborales de la Universidad Complutense, en San Bernardo 49. La cita era un encuentro sobre «El rescate de la memoria en Maquis», segunda novela publicada en 1997 de una trilogía que Alfons había empezado dos años antes con El color del crepúsculo (1995) y que culminaría con La noche inmóvil (1999). Tres libros que Alfons Cervera sitúa en su tierra, Gestalgar, una zona castellanohablante en el interior de Valencia, que en sus novelas toma el nombre de Los Yesares. Maquis está considerada como un emblema de la resistencia antifranquista, y en este encuentro de una fría mañana madrileña, Alfons Cervera contó los entresijos de su testimonio memorialístico a una clase repleta de lectores atentos y de profesores que conversaron con el escritor con la vehemencia y el calor que suscita el recuerdo de uno de los episodios más tristes y sangrientos de la guerra civil española. Grande Cervera.
Lunes, 18En la librería Rafael Alberti me siento con Fernando Beltrán y Pep Carrió para hablar con ellos del último libro que han hecho juntos y que se titula Los días. La invitación dice que ambos autores intervendrán “acompañados por la amistad de Miguel Munárriz”. La exquisitez es lo que acompaña al poeta y al diseñador en todo lo que dicen y hacen. La edición es tan primorosa como ellos: una suerte de calendario conjunto; una fotografía que hace cada día Pep y que, todas juntas cada mes, le manda a Fernando para que este elija solo una y escriba un poema. Treinta fotos por mes y un poema. 365 fotogramas de la vida diaria y doce poemas desesperados. Fragmentos de los trabajos y los días. Corazones solitarios. Soledades encontradas al azar. Un cúmulo de promesas, de deseos, de misterios y de acicates que estos dos poetas de la imagen, imaginativos e incombustibles, intercambian a diario por mor de la amistad. La editorial se llama in pectore, como no podía ser de otra manera porque in pectore va directa al pecho, donde se aloja el corazón. El nombre de la editorial, salido de la factoría de Fernando Beltrán (elnombredelascosas.com), podría haber sido in peptore, dijo el nombrador mirando con media sonrisa al diseñador, “pero Pep no quiso”, añadió.
Jueves, 21Con la realidad navideña no me llegó el espíritu de la cosa. Viajé, comí, hablé y callé todo lo que pude. Asistí con estupor renovado al cumple de Pablo, que con ocho meses me enseña constantemente cosas. Conté en Facebook mi reencuentro con Pepe Noval, tras más de cuarenta años sin vernos. Recordamos juntos algunos episodios gloriosos de la juventud y nos alegramos menos al recordar nombres de amigos que se fueron para no volver y de otros que se pasaron al otro lado, al mundo del revés de cierta clase política. A ellos, aprovechando la surrealista inevitabilidad del nuevo año, les formulo esta pregunta:
¿Cuál de los Marx es más anarquista?, ¿Karl, que dijo: “Es inevitable que las clases oprimidas se alcen y rompan sus cadenas”, o Groucho, que dijo: “Fuera del perro, el mejor amigo del hombre es el libro. Dentro del perro está tan oscuro que no se puede leer”?
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Y como también se cumplen cuarenta años desde que fui librero, contaré algo, solo un poco, de la librería Lorca, que abrí frente al colegio de los Dominicos, donde durante años me enmimismaba con las clases de matemáticas y tomaba vuelo con las de literatura. Y escribo enmimismar y no ensimismar en honor a Aute, que le gustaba decirlo, como lo hicieron también Ortega y Juan Ramón. No quería yo ser menos.
Pero con la librería Lorca llegué tarde, no solo a una sociedad como la española, dedicada a cantar las excelencias del chiste fácil, sino también porque en aquellos años de la Transición más dura se vivía la algarabía del cambio de régimen con el consiguiente ánimo revolucionario, en donde te desayunabas con los trabajadores del sector Naval quemando neumáticos en plena autopista, la siderurgia con encierros catedralicios, o con los mineros que en las manifestaciones hacían estallar la dinamita que traían de los pozos. Un ambiente propicio para todo menos para la literatura, aunque sí para algunos libros militantes como El capitalismo tardío, de Ernest Mandel, El hombre unidimensional, de Marcuse, El arte de amar, de Erich Fromm; a Marx y Engels, a Camus, Sartre y Simone de Beauvoir. Menos da una piedra.
Muchos años después sigo alegrándome de poder entrar en otras librerías, las que aún se mantienen como pueden, sin la obligación de vivir enterrado en las novedades editoriales.
Mi hermosa librería se parecía a la Shakespeare and Company que la norteamericana Sylvia Beach fundó en 1919 en París, al menos en la cantidad de fotografías de escritores que colgaban en las paredes y en los que por allí pasaban a leer sus creaciones.
La Shakespeare and Company la abrió Syilvia Beach en el número 12 de rue de l’Odeon, entre 1919 y 1941, y desde 1962 fue reinaugurada en el 37 de la rue de la Bûcherie, en el Barrio latino de París. Gracias a que Beach escribió sus memorias de librera en un libro delicioso y lleno de encanto y buen rollo, pude compartir con ella el negocio de los libros con el de la edición y el conocimiento de escritores que hacen de tu librería su segunda casa. En la escala que le correspondió a mi Lorca convocamos lecturas poéticas, conferencias y edición de libros y revistas con los autores con los que nos relacionábamos… Claro que en la Shakespeare lo hacían con James Joyce, cuya primera edición de Ulises la financió Sylvia Beach; con Ernest Hemingway, Valery Larbaud, Gertrude Stein o George Antheil, que vivía en el piso de encima de la librería y al que le gustaba entrar en casa trepando por la fachada.
Picasso, que con solo 25 años ya era considerado una estrella de la vanguardia, fue un día a visitar a Gertrude Stein, con quien tenía una buena amistad, y allí se encontró con Matisse, que llevaba medio escondida entre la ropa una pequeña escultura africana. Cuando Picasso la vio quedó maravillado, y ante la pregunta de dónde la había conseguido, Matisse, extrañado, le contestó que de una tienda de curiosidades. Picasso salió de la casa en un especie de trance en dirección al Museo Etnográfico de Trocadero para ver la colección de máscaras africanas. Los historiadores del arte fijan ese momento como fundacional, en el que supuestamente cambió el curso de la pintura y la escultura porque Picasso, al ver las máscaras, afirmó que había comprendido por qué era pintor. “Ese día debió inspirarme Las señoritas de Aviñón”, dijo.
Así se escribe la historia.
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En fin de año brindamos por nosotros y nos deseamos salud. Ya estamos en esa liga. Imagino que cada uno de los amigos que nos acompañaron esa noche se habrán prometido a sí mismos, ensimismados y con la boca pequeña, otras cosas que nada tienen que ver con la salud. Allá cada cual. Yo, de promesas incumplidas, sé un rato. Realidad, compañero, que el lado oscuro está a la vuelta de la esquina.
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