Charles Dickens (1812-1870) alimentaba sus novelas con el periodismo. Con frecuencia, sus trabajos para la prensa se solapan con sus obras de ficción, sus títulos más emblemáticos, desde Oliver Twist a David Copperfield. “A veces las fronteras entre los dos quehaceres se hacen borrosas”. Es lo que afirma en la introducción al volumen de sus escritos periodísticos Dolores Payás, editora y traductora de Pasiones públicas, emociones privadas, título con el que ha publicado la editorial Gatopardo la extraordinaria antología del Dickens periodista.
Fue precisamente un encargo periodístico lo que le llevó definitivamente a la literatura. Debía hacer unos textos para acompañar las ilustraciones de un artista muy reconocido en la época. Al final fueron las ilustraciones las que acompañaron a los textos que acabarían convirtiéndose en su primera novela: Los papeles póstumos del club Pickwick.
Favorecido por un insomnio crónico y por una gran afición a caminar —unos 30 kilómetros diarios—, Dickens desarrolla una actividad frenética en la que combina novela y periodismo. Alcanza unos estándares de popularidad y éxito no conocidos hasta entonces y menos aún en una sociedad mayormente analfabeta.
A lo largo de su carrera llegó a publicar más de 400 artículos, fundó y editó dos semanarios y demostró su maestría en los géneros más diversos: de la sátira al melodrama, de la denuncia a la opinión, del costumbrismo a la crítica social. En todos los palos sobresalió por un estilo literario magistral. Hizo de todo en la profesión, desde reportero de calle, hasta articulista, pasando por director y hasta propietario. Sus cuantiosas ganancias como novelista le permitieron invertir en periódicos y gozar de una libertad absoluta a la hora de escribir. De hecho, cuando le llegó la muerte era copropietario de dos semanarios diferentes, Household Words y All the Year Round.
La editora de este volumen, Dolores Payás, sostiene que los textos de Dickens “gozan una especial vigencia, dada la situación del periodismo actual”. Expone tres razones. Una, todos sus artículos tienen una dimensión humana, además de hacer gala de un sentido del humor “contundente” y de un sentido común “aplastante”. En Dickens siempre hay pedagogía, de él siempre se extrae una lección.
Dos, su periodismo es “estilísticamente ejemplar, de alta calidad literaria”. Algo que se echa mucho de menos hoy.
Y tres, su escritura “palpita vida”. “Frente a la asepsia de los mundos digitalizados, secreciones, pestilencia y carne —escribe Payás—. Frente a los disparates y excesos de la corrección política, sátira y ridiculización. Frente a los limbos sonrosados y gaseosos, poesía que apuñala, lírica en vena. Humanidad y vida en estado sólido. Magnificencia, miseria, belleza y carroña”.
El presente volumen incluye 30 textos, apenas un 5% de toda la producción periodística de Dickens, seleccionados con la intención de que tengan que ver con nuestra realidad. Según Payás, ha elegido temas tan presentes hoy como entonces: la exclusión social, la corrupción política, la independencia de la justicia, éticas de la vida pública, el maltrato a la mujer o los propagadores de noticias falsas.
Dickens no se limita, como periodista, a levantar acta de lo que sucede, sino que se implica directamente. Así, se enzarza con el director de una residencia de indigentes, porque, con la excusa de que no hay espacio, ha dejado a unos cuantos en la puerta bajo la lluvia. En su artículo arremete contra las autoridades por mostrarse tan poco humanitarias. “Acólitos dementes de una teoría económica que se basa en las aritméticas desquiciadas para después aplicar políticas de una dureza más allá de lo imaginable (políticas que consideran cualquier signo de humanidad como una flaqueza)”.
‘El humor, el arma más mortífera’ es el título del apartado en el que se recogen los artículos satíricos. “Cualquier ridiculización articulada con inteligencia es imbatible —escribe Dolores Payás—, daña más que un ataque racional y bien argumentado (…) Dickens es un humorista espléndido”.
Arremete contra los “centinelas de la moral colectiva”, en especial los proselitistas de la Abstinencia Radical, muy combativos entonces. “Dejad que borrachos y rufianes gestionen ellos mismos sus problemas (…) ni este ni ningún otro gobierno puede negarle a la clase trabajadora el derecho a disfrutar de un rato de entretenimiento decente”.
Dickens no soporta el paternalismo de los políticos, que preparan una ley que prohíba la asistencia a bares y tabernas en días festivos. “Los Comunes piensan en el Pueblo como una mera abstracción —escribe—. Lo ven como a una especie de niño crecido al que hay que engatusar y dar palmaditas en la mejilla durante la época de elecciones, mirar con desaprobación en tiempo de exámenes, castigar cara a la pared los domingos y sacar de paseo para que vea la carroza de la reina en días de fiesta nacional”.
Sobre una reforma del código penal que prepara el Gobierno, echa mano del sarcasmo. “Todas las enmiendas previstas se fundamentan en un principio de hondura sin igual, y es el siguiente: Aquí el verdadero delincuente es el muerto. La víctima pedía a gritos ser asesinada”. No se queda ahí. “Desaparece el juez, considerado un estorbo, será sustituido por un caballero, político de profesión. Enmienda acertadísima; por muy sobrecargados de trabajo que estén, es bien sabido que nuestros políticos poseen facultades superiores a las de cualquier otra criatura terrestre” (Parece escrito para el periódico de hoy).
Otro asunto que preocupa a Dickens y que no desentonaría en un diario del presente es el de la cancelación, el reescribir los clásicos. En este caso, los cuentos de hadas.
“En un momento de grave ofuscación, nuestro estimado defensor de la moral ha decidido que Pulgarcito, Barba Azul, Blancanieves y otros miembros de la misma familia debían convertirse en vehículos propagadores de la Abstinencia Radical, el Libre Mercado, la Educación Popular y la Ley Seca”, escribe el novelista.
“Para que nos sigan siendo útiles deben conservarse en toda su simplicidad original, dejando intactas su pureza y su inocencia extravagante —razona sobre los personajes ficticios el autor de Historia de dos ciudades—. En suma, hay que respetar los cuentos de hadas como si sus historias narraran hechos reales y no inventados. Quien se dedique a modificarlas a capricho, solo para ajustarlas a sus creencias, sean las que sean, es culpable de una apropiación indebida”.
Todos los textos periodísticos juntos nos ofrecen un panorama fidedigno de la segunda mitad del siglo XIX inglés y dan fe de que el fresco reflejado en sus novelas es absolutamente real. Nada desmerecen sus artículos y reportajes de sus ficciones. Hay dos trabajos periodísticos que me han resultado especialmente sobrecogedores e interesantes. Uno hace referencia a la repatriación de soldados desde la India a bordo del buque Gran Tasmania. El otro describe la “obsoleta costumbre del funeral de Estado”, a propósito de las exequias del Lord Wellington, el héroe de Waterloo.
Ambos son una buena muestra de la forma de trabajar de Dickens a pie de calle. Cómo busca testigos, pregunta una y otra vez hasta conseguir los datos precisos —muchos datos— que le permiten construir una historia sólida. En el primero, viaja a Liverpool “para visitar a un grupo de soldados licenciados que habían llegado de la India hacía poco. Habían hecho el viaje de vuelta en el Gran Tasmania. Yo sentía curiosidad por ver el aspecto de nuestros soldados una vez que se les retira del combate”.
Cual no será su asombro cuando comprueba que están internados en el asilo de indigentes de la ciudad, donde no pudieron ni llegar por su propio pie. “Estaban consumidos, devastados por la disentería y negros a causa del escorbuto. Cuento cuarenta desgraciados”. Durante el trayecto fueron alimentados con comida podrida y ni siquiera dispusieron de agua suficiente para la travesía. “Las escenas que contemplé me conmocionaron tanto que ahora mismo me veo en una disyuntiva difícil, porque si las describo con excesiva fidelidad bien pudiera suceder que el lector, asustado, detuviera su lectura”. Obviamente describe lo que vio en su recorrido de cama en cama y el relato resulta tan estremecedor como el propio escritor anunciaba.
En el segundo, en tono sarcástico, describe con todo detalle los fastos tras la muerte del duque de Wellington, que recuerdan en su majestuosidad y derroche a los vividos recientemente con el fallecimiento de Isabel II. Dickens se escandaliza ante tamaño negocio. Desde alquilar emplazamientos con vistas privilegiadas para ver el cortejo hasta organizar catas de vino para entretener la espera. Desde decorar un balcón “con la presencia de 24 sacerdotes” hasta la venta de reliquias del finado.
La gran duda es si Dickens se dedicaba al periodismo para entretener sus largas horas de insomnio o si su conciencia de las tremendas injusticias que se cometían a su alrededor no le dejaban dormir. Lo que es seguro es que vivía acuciado por denunciar y dejar constancia de la trágica realidad circundante. En cualquier caso, con sólo 50 años, nos ha dejado una obra ingente y apasionante, de la que estos artículos, maravillosamente editados, son un aperitivo exquisito.
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Autor: Charles Dickens. Traductora: Dolores Payás. Título: Pasiones públicas, emociones privadas: Escritos periodísticos. Editorial: Gatopardo. Venta: Todos tus libros.
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