José Manuel Diego Carcedo (Sobrecueva, Abamia, Cangas de Onís, 1940) formó parte de la clase periodística más apasionante y, en el mejor de los sentidos, elitista de nuestro oficio: la de los reporteros. Dio sus primeros pasos profesionales en La Nueva España, continuó en Pyresa y, como cuenta a Zenda, tras ser acusado de liderar una especie de cédula comunista en la agencia, Cebrián le fichó para TVE. Ha cubierto las guerras de Vietnam, las independencias de las colonias portuguesas en África, ha sido corresponsal en Portugal, en Israel y en Nueva York. Dirigió los Servicios Informativos de la televisión pública, hizo lo propio en Radio Nacional de España, ha sido miembro del consejo de administración de RTVE, preside la Asociación de Periodistas Europeos y publica columnas en los medios de Vocento. También escribe libros. El último, Los dos cónsules, cuenta la historia de dos hombres buenos que salvaron la vida a miles de judíos. Dedica su novela “a todos los que sufrieron y sufren el racismo, la discriminación social, la persecución ideológica, la represión del fanatismo y el odio a la libertad de expresar sus opiniones”. Por motivos logísticos, esta entrevista se hizo por teléfono. Tenemos una comida pendiente en Pozuelo.
******
—Señor Carcedo, ¿para qué debiera servir un periodista?
—Para la contar la verdad de lo que ocurre, de los hechos importantes y relevantes, de todo lo que pueda interesar a la sociedad.
—Y, plagiando a Pilatos, ¿qué es la verdad?
—La verdad es difícil de definir, pero muy fácil de entender. La verdad es todo lo que ocurre en su realidad total, íntegra. Bien es cierto que la verdad, en términos periodísticos, a veces, adquiere el peligro de su subjetividad. Cuando era profesor de Periodismo en la universidad, siempre ponía un ejemplo: hay un accidente de circulación al lado de nuestra casa, y estamos presenciándolo cuatro personas distintas: un médico, un periodista, un mecánico y un agente de seguros. A la hora de contar la verdad de ese accidente, cada uno la cuenta de forma distinta, muy influido por su condición, por sus hábitos, por su ideología… por todo. Para conseguir la verdad pura y auténtica, hay que comprobarla por todas las vertientes. Los periodistas ingleses tienen por norma que es necesario buscar tres fuentes distintas sobre un mismo hecho. Yo creo que es una medida verdaderamente importante porque, muchas veces, la verdad que se cuenta toma diferentes dimensiones según quien la cuente.
—¿Qué le enseñó la vida durante sus años de reportero?
—¡Uy! (Risas) La vida me enseñó que merece la pena vivirla, aunque, realmente, haya muchos momentos difíciles. Merece la pena vivirla, sobre todo, si se vive intensamente y, por supuesto, muy integrado en la sociedad de la que se forma parte. Es fundamental participar en todo lo que afecta a la sociedad en su conjunto, no sólo de lo que nos afecta individualmente.
—¿Cuánto hay del Carcedo periodista en el protagonista ficticio de Los dos cónsules?
—Prácticamente nada. Yo no había nacido cuando se produjeron estos hechos.
—Iba más por las maneras, por la mirada.
—Bueno, el haber estado bastantes años haciendo periodismo activo y, en algunos casos, cubriendo sucesos parecidos y situaciones parecidas, como guerras, conflictos, razias colectivas… en fin, no cabe duda de que me habrá influido personal y profesionalmente. Lo que le ocurrió a este periodista ficticio me podría haber ocurrido a mí y, de hecho, me ocurrió a mí en otras situaciones. Sobre todo, cuando estaba empezando. Llegaba al lugar de los hechos con todas las prisas que imponía la actualidad, y entonces no había teléfonos móviles, satélites para televisiones en directo, no había ordenadores, y llegaba a los sitios muy despistado, teniendo que enfrentarme a la dificultad de averiguar el hecho ocurrido y, por supuesto, tenía que cerciorarme de todo lo que afectase a su realidad para contarlo con la mayor veracidad posible.
—Un protagonista que trabaja en un periódico en el que se celebran los éxitos del III Reich. Porque en la España franquista de los primeros años cuarenta se celebraban los éxitos del III Reich.
—Sin duda alguna: se celebraban con mucha euforia. Y se odiaba al pueblo judío.
—¿Eran enemigos de la Nueva España?
—Había tres enemigos: el comunismo, la masonería y el judaísmo. Del mundo de la masonería no conozco mucho, pero del judaísmo sí que te puedo hablar porque estuve un año de corresponsal en Israel, me interesó siempre la cultura judía, siempre tuve relación con muchos judíos, siempre admiré a muchos judíos a los que seguí a través de la Literatura y de la Historia, y siempre me sentí muy identificado con ellos en lo que fue el nazismo, que fue terrible, pero también antes: recuerda los pogromos que se produjeron en muchos países del mundo a lo largo de los últimos siglos. Los judíos, tradicionalmente, han tenido muchos enemigos. Yo nunca supe explicarme bien por qué, pero nunca me sumé a estos enemigos. Todo lo contrario: me uní a sus amigos. En muchos aspectos, los admiro profundamente.
—Si no me equivoco, es su quinto libro sobre hombres y mujeres que, ya sea en la Guerra Civil nuestra o en la II Guerra Mundial, salvaron las vidas de muchos.
—Un español frente al Holocausto: cómo Ángel Sanz Briz salvó a 5.000 judíos es, quizás, el que más éxito tuvo porque se hizo la película, El ángel de Budapest, y me hicieron muchas ediciones. Era un personaje absolutamente desconocido en España y él mismo ocultaba lo que había hecho por miedo a que el franquismo tomase represalias. Era cuñado de Castiella, que fue ministro de Exteriores, y se pelearon muchísimo por este asunto. Después, escribí un segundo, Entre bestias y héroes: los españoles que plantaron cara al Holocausto, que iba sobre españoles que ayudaron a judíos, no sólo diplomáticos, sino personas de todo tipo que salvaron a judíos en diferentes circunstancias y momentos difíciles. Los dos cónsules es el tercero. Fue un encargo de Espasa y lo tuve que trabajar mucho: no había documentación prácticamente. Yo tenía conocimiento de Eduardo Propper de Castejón porque en Entre bestias y héroes tuve alguna referencia suya y porque su nieta, la actriz Helena Bonham Carter, le había elogiado. Luego, como estuve de corresponsal en Portugal, me enteré de que existía Aristides de Sousa Mendes. Siendo primer ministro Mário Soares, éste se enteró bien de la situación de Aristides de Sousa y ordenó que se trasladase su cadáver del cementerio de su pueblo, Cabanas de Viriato, que se llama así porque se dice que allí nació Viriato. Le trasladaron a Lisboa cuando yo era corresponsal allí, me enteré de su existencia y lo mencioné en mi segundo libro, pero de pasada: era portugués y el libro iba sobre españoles. Y eso que yo me siento medio portugués y medio judío: asimilo mucho los sitios en los que estoy (risas).
—También escribió El Schindler de la Guerra Civil…
—El Schindler de la Guerra Civil salió de una situación en Málaga, a comienzos de la Guerra Civil. Cuando saqué el libro sobre Sanz Briz, recibí muchas cartas y muchas llamadas y, viviendo yo en Galapagar, tuve una carta de un personaje mexicano que me felicitaba por el libro. Pasado un mes, un sábado por la mañana, volví a encontrar la carta. Era de un hombre que se llamaba Porfirio Smerdou. Pensé: “Joder, no he contestado a este hombre”. Le llamé, me dijo que tenía 93 o 94 años y que vivía en El Escorial. Me pareció interesante y me invitó para conversar un día. Cogí el coche y fui a verle a El Escorial, donde estaba también un hijo suyo historiador. Estuve hablando con él mucho rato y me descubrió lo que había hecho, con muchísima documentación. En su casa de Málaga, en un chalecito pequeño, modesto, acogió a 500 personas, entre ellas, a los padres de Rosa Conde, la que fue ministra portavoz del Gobierno, y a otras muchas personalidades de la derecha malagueña: los comunistas y, sobre todo, los anarquistas, mataron a 2.000 personas más o menos. Estuve en Málaga durante quince días, entrevistando a la gente, leyendo los periódicos… El propio Smerdou me contaba que el 20 de julio del 36 estaba en su casa acojonao con lo que estaba pasando. Llamaron a la puerta y apareció un hombre tiznado de ceniza, muy nervioso, pidiendo un vaso de agua. Le dieron el agua, le preguntaron qué le ocurría, le preguntaron su nombre y les contó que venía de una familia aristocrática de Málaga, que había huido de la matanza hacia la montaña, que ésta había sido incendiada hacía poco y que por eso estaba tiznado de ceniza. Después, como segundo favor, pidió que le dejaran llamar a su casa para saber cómo estaba su familia. Llamó y, cuando se iba a ir, le dijeron que no se fuera, que se quedara en esa casa con la bandera mexicana. Luego se alojó su familia, y luego vinieron más y más y más. Este libro tuvo mucho éxito, especialmente, en Málaga: en un mes se vendieron 6.000 ejemplares.
—Y de Neruda y el barco de la esperanza, ¿qué me dice?
—Esta es una historia que me llegó por una chilena que me habló de Neruda y de algunas personalidades en Chile que eran españoles o descendientes de españoles y que habían sido llevados por Neruda a Chile por la Guerra Civil. Principalmente, eran refugiados que estaban en Francia. Investigué a fondo, me fui a Chile… Casualmente, cuando murió Neruda, que fue la semana siguiente del golpe de Estado de Pinochet, yo estaba en Chile como enviado especial. Trabajaba para la agencia Pyresa. Yo era un lector muy nerudiano y fui al entierro. Mandé una crónica para Pyresa y al día siguiente me llamaron para decirme que regresase a Madrid porque me mandaban a Egipto a cubrir la guerra de Yom Kipur. En fin, pasados los años, los siglos, casi (risas), me interesé por el tema, me preocupé un poco más, fui acumulando datos, fui a Chile y comprobé todo. Neruda colaboró con la izquierda chilena, con los comunistas, fundamentalmente, escribiendo panfletos y cosas para la propaganda del candidato de izquierdas, que salió elegido presidente: por primera vez en la Historia, un candidato de izquierdas fue presidente en Chile. Éste llamó a Neruda y le dijo que le daba lo que quisiese. Neruda dijo que no quería un puesto político allí, pero que sí le gustaría ir a Francia. Neruda se carteaba casi semanalmente con Antonio Machado, y Machado le contaba el drama que vivían en Francia los refugiados españoles, que eran cientos de miles. Entonces, Neruda, cuando estaba de cónsul honorario en París, empezó a ayudar a estos españoles y concibió la idea de mandarlos a Chile fletando un barco. Aliándose con los comunistas franceses, alquilaron un barco, el Winnipeg, consiguió juntar a unos 2.000, hicieron una travesía con muchas peripecias, acojonados por si el barco lo hundían los submarinos italianos o alemanes, que patrullaban el canal de La Mancha, y, bueno, llegaron a Panamá y, después, a Chile. Allí, empezaron a destacar muchas de las personalidades: periodistas, escritores, editores, otros montaron restaurantes… Prosperaron e influyeron mucho en la evolución de Chile en aquella etapa.
—Le interesa la vida de los hombres buenos, ¿verdad?
—Pues sí. Sí, claro. De hijos de puta está la Humanidad plagada (risas). Tropecé con muchos, pero ninguno optó por matarme. Yo valoro mucho a la buena gente. Nací en una aldea de Asturias. Allí viví mis primeros años de vida. Los recuerdos de la guerra afectaron a mi familia, toda ella de derechas, dicho sea de paso. Quizá, por eso, yo nunca fui de derechas (risas), aunque tampoco he sido tan de izquierdas como algunos me atribuyen. Dicen que he sido del PSOE y nunca he sido del PSOE ni de ningún partido político. Visité la URSS y no me gustó lo que allí ocurrió, y tampoco me gusta lo que ocurre en Cuba, ni me gustó nunca. Y conste que mi primer viaje al extranjero fue a Cuba, cuando tenía cuatro años. Toda mi familia fueron emigrantes en Cuba: mis abuelos, mis padres, mis tíos, mis primos mayores… Mis padres me tuvieron allí unos ocho o nueve meses, pero mi madre se quedó embarazada, dijo que no aguantaba la humedad de La Habana y de Matanzas, donde tenían una tienda, y que quería tener al niño en Asturias. Fíjate tú: una persona de Asturias diciendo que le molesta la humedad de Cuba, lo que son las cosas (risas). Mi abuelo materno, que había sido teniente de la guerra de Cuba, siempre ejerció muchísima influencia en mí. Estaba todo el día pidiéndole que me contara historias. En un libro, Anales de la Guerra de Cuba, salía mi abuelo montando guardia en el castillo del Morro. Y, cuando fui a La Habana de adulto, lo primero que hice fue ir al castillo del Morro y a la casa donde había vivido unos meses cuando era un bebé.
—¿Y por qué venden más los hombres malos?
—Periodísticamente venden mucho, sí. Mi trabajo periodístico con más eco internacional, porque funcionó más en otros países que en España, donde fue censurado, fue con uno de los personajes contemporáneos más siniestros que ha habido: Idi Amin Dada, el presidente de Uganda, que se calcula que mató a 300.000 personas. Yo, haciendo trampas, llegué a Uganda, conseguí entrevistarle y hacerme amigo de él. Hasta el extremo de que el tipo, que era una bestia parda, me dijo: “Voy a darle la entrevista a usted porque sé que es amigo del rey Franco”, ¡el rey Franco!, “y que él va a darle un mensaje de jefe de Estado a jefe de Estado”. Eso lo conté como anécdota en el programa y no le hice más caso. Un día, me llaman de Exteriores, me recibe el ministro, que era un tal Cortina Mauri, y, manteniéndome de pie, empezó a gritarme: “¡¿Cómo se le ocurre ir a un país así sin tener permiso diplomático?!”, y tal y cual. Me puso a caer un burro y me puso un censor, un diplomático que era muy amigo mío.
—¿Cómo se llamaba este tipo?
—Mira, no te lo puedo decir. Es muy, muy conocido. Por aquel entonces, cuando me censuró, era del PSP, de Tierno Galván. Partido con el que flirteaba yo, por cierto, cuando era estudiante. Total, que del reportaje, que duraba una hora, en España sólo se emitió media. TVE lo censuró aquí, pero lo vendió al extranjero, por medio mundo. A los dos meses, un día, en el aeropuerto de Ámsterdam, se me acercó un tipo altísimo y, hablándome en inglés, me dice: “Usted es el que entrevistó a Idi Amin”. Me quedé pasmao. Había visto mi entrevista, entera, en la televisión sueca. Pasado el tiempo, cuando era corresponsal en Portugal, contando estas historias…
—Por cierto, lo de que usted cubrió la Revolución de los Claveles…
—Mentira podrida. Es lo que cree todo el mundo, y lo he desmentido en conferencias y en foros. Yo acababa de entrar en TVE, llevaba como un mes. Tenía problemas políticos en Pyresa. Teníamos un grupito y nos acusaron de ser una cédula comunista. Aquello había caído en manos de los gironianos. Hubo un momento en el que Girón reapareció intentando imponer el falangismo y nombró director del Arriba a un tal Antonio Izquierdo, muy buena persona, pero un fascista. En el Arriba, se intentó imponer un ambiente fascista; en Pyresa, menos, pero también. Y unos ocho o diez formamos un grupito, todos de izquierdas, para criticar al régimen. Y dijeron que el jefe de la cédula era yo. Un tal Octavio no sé qué, de los sindicatos verticales, me acusó. Me abrieron un expediente, me tuvieron unos quince días parado, pero, a todo esto, Juan Luis Cebrián, que estaba en TVE de director de informativos, nombrado por Pío Cabanillas en una etapa previa en la que había habido algo de apertura, me llama y me ofrece entrar en TVE para crear un programa que se iba a llamar Los reporteros junto a, entre otros, Miguel de la Quadra, González Green o Enrique Meneses, que fue un periodista excepcional. El primer programa que me mandan hacer fue en Argentina. Tenía que entrevistar a Perón, que había regresado. Le hice la entrevista, la mandé a Madrid con los cámaras para que la revelasen, porque era todavía película, había que revelarla y tardaba tres o cuatro días, y me quedé en Argentina unos días. Y el 25 de abril, al mediodía, yo pasé por el periódico Clarín. Era amigo de dos gemelos que eran subdirectores de Clarín, estaba por la redacción, suenan las campanitas del teletipo, vamos todos corriendo a ver qué pasa, y era que había un golpe de Estado en Portugal. De primeras, pensé que habían sido los militares de derechas portugueses porque, muerto Salazar, le sucedió Marcelo Caetano, y Caetano anunció un cambio y una apertura que habían sido mal vistos por los salazaristas. Los colegas argentinos publicaron una entrevista conmigo, fíjate tú, ¡con unos comentarios míos acusando a la derecha portuguesa de golpe de Estado! Cuando yo llego a Madrid, hago el programa, me llama Cebrián y me dice: “Vete a Portugal, que es la toma de posesión del primer ministro portugués, y los que están ahí no me gusta cómo lo están haciendo”. Yo le dije: “Juan Luis, mejor que vaya otro, porque no hablo bien portugués”. Y me dice: “¿Eres gilipollas o qué? Tú que has estado en Vietnam, ahora me vienes conque no sabes portugués… Te mando a unos cámaras gallegos, y ya verás como no tienes problema alguno”. Y me puso a dos cámaras gallegos.
—Vamos terminando, señor Carcedo. Leo, en una entrevista a Europa Press, que dijo: “Lo de Ucrania es una guerrita”. ¿Por qué “lo de Ucrania es una guerrita”?
—Es una guerra pequeña: no es comparable con la guerra de España, con la I o la II Guerra Mundial o con la de Vietnam. No hay cifras, por fortuna, de cientos de miles de muertos. Es una guerra que afecta a los europeos, preocupa mucho que Putin recurra a las nucleares, pero los muertos no se cuentan por muchos millares. Los enviados especiales y tal se circunscriben mucho a los muertos, a los familiares, a las víctimas, a las que huyen, pero el país sigue funcionando con cierta normalidad: la capital sigue siendo Kiev, ahí está el presidente… Los rusos ocuparon unas regiones, pero los independentistas de allí ya habían proclamado su independencia. Y, por supuesto, hay que decir que esta guerra es una agresión en toda regla, como las que hizo Hitler contra Polonia, Bélgica o Francia. Es una agresión contra un país soberano que merece todas las condenas del mundo.
—Para finalizar, ¿qué planes literarios tiene a corto plazo?
—No tengo definidos los proyectos literarios. Ahora estoy con un documental sobre el Camino de Santiago. Soy el coordinador general de ese proyecto y llevamos con él como un año. ¿Lo de escribir otro libro? Seguramente, me apetecería. Yo soy muy de ofertas: que me ofrezcan algo. Hombre, también tengo mis ideas, ¿no?
Agradable entrevista. Y sugerente libro. Sorpresa da, hoy en día, que alguien diga que la verdad existe y que es posible. Sorprende también alguien que escriba y admire a los «hombres buenos», en un mundo donde se suele admirar las hazañas, del tipo que sea, fundamentalmente políticas, de los h.. de p… me recuerda el libro del mismo título del sr. Pérez-Reverte. Y sí, sr. Carcedo, muchas cosas, muchas, ha heredado la española izquierda del franquismo. Una de ellas es ese antisemitismo visceral que aumenta contra más a la izquierda se navegue…
Para los que tenemos una edad y hemos conocido hechos y personajes que usted relata, hace gracia leer, al hacer mención a un ministro, las palabras «un tal… «. Hoy, la gente tiene que pensar que todos los relumbrones que actualmente ocupan carteras, con o sin contenido, serán, a no poco, «un tal», «una tal», TODOS. Unos «tales». Y también algunas presidencias. Sin pena ni gloria. O quizás con más penas que gloria.
Un tiempo nteresante, contado por periodistas sin más adjetivos. Cómo ha cambiado todo.