PRIMERA. Toda la poesía de Isabel Navarro es un valeroso esfuerzo por maridar lo cotidiano y lo enigmático; la prosa de la vida con la iluminación que se esconde tras ella; el tú (tan vulgar) de los demás a la par que el tú de uno mismo (tan pegajoso y, a la vez, tan saludablemente distanciador).
SEGUNDA. A diferencia de su anterior entrega poética, Inane, en Cláusula suelo Isabel Navarro se busca más en los otros, incluso en esos otros que están dentro de ella. Se sigue buscando (explorándose, auscultándose, eviscerándose) a sí misma, claro, pero ahora con una voz más ancha, menos autoadhesiva, más abarcadora. El solipsismo de Inane ha dado paso a una suerte de autorretrato por realidades interpuestas. El bosquejo de una riña conyugal, de unas palabras de la hija Julia, de la perruna soledad de un hospitalizado o de una función de Casa de muñecas es lo que le permite a Isabel Navarro trazar una efigie de sí misma (si es que no se quema en efigie también) más insobornable si cabe que cuando ocupaba el centro absoluto del encuadre.
TERCERA. El prosaísmo, la entraña coloquial y naturalista de los poemas de Cláusula suelo no empecen la metáfora audaz, deslumbrante, no exactamente de corte simbolista (aunque sí comparezcan algunos ribetes surreales) sino, más bien, descriptiva, plástica, visual y sonora. Son poemas a medio camino entre el relato y la aguatinta. Isabel Navarro es una poeta a caballo entre la cronista y la acuarelista.
CUARTA. Si la poeta Isabel Navarro no hubiera sido madre, habría habido que inventarle unas hijas. Y, ojo, nada de bromas cursis o bienintencionadas: toda la sección (nunca mejor dicho) de «La gestante» rezuma un halo esotérico, tenebroso, escatológico tal, que se diría que entra dentro del género (con perdón) de la fantasía que linda con el terror. Extrañar el cuerpo que te extraña («Nosotras») es uno de los grandes descubrimientos de este libro. Ese tratado sobre la maternidad que es «La madre» es también, y sobre todo, una autopsia en vida, un drenaje de secretos a voces por obra y gracia de un bisturí en forma de mirada analítica, escrutadora, intuitiva y deductiva a la vez. Entender a ese ser extraño, por nuevo, que es la hija («ya estáis…») puede que sea la única manera de entender a ese otro ser, acaso aún más extraño, que es una misma devenida madre.
QUINTA. El extraño también es el otro (¿no lo va a ser?), el otro, los otros, la pareja. Cláusula suelo es un libro escrito desde el asombro, la perplejidad y la escama que generan los demás en uno y uno (una) en los demás. Y aunque hay reproches, lo que no hay (¡oh milagro!) es autocompasión. Algo en esto último tendrá que ver esa invocación al psicoanálisis a modo de piedra Rosetta en este jeroglífico de (auto)confusiones.
SEXTA. El recuerdo viene siempre inducido por otros. Lo que ocurre alrededor siempre se contempla desde un escenario: modesto, casero, privado, en apariencia intrascendente. Es la falsilla del recuerdo lo que nos devuelve adonde nunca estuvimos, al escenario principal, operístico, bien iluminado.
SÉPTIMA. La estampa social aparece imbricada en el retablo confesional. Mejor: la una es consecuencia del otro. No se mira la cuenta corriente si la vida suena bien. Nadie repara en gastos cuando todo encaja. Sí: «¿la deuda o la duda?». Los personajes de Cláusula suelo entran y salen del marco social, porque ellos también son el marco.
OCTAVA. En esa pieza cimera que es «Súper 8», la mirada hacia atrás, a la juventud de los padres, es tan áspera como indulgente, bella y desoladora a un tiempo. En «El trabajo de los huéspedes», sin embargo, la lenidad brilla por incomparecencia, entre otras cosas por esa suerte de ucronía que traza el poema, según la cual el porvenir se precipita. En «Capilla ardiente», está tan bien engastada la menudencia de una anécdota personal en el seno de un acontecimiento social…, que este pasa a ser menudo. La realidad (como apunta la cita inicial de Pessoa) es un invento; y lo cotidiano (nos lo enseñó Certeau), también.
NOVENA. Isabel Navarro es poeta de verso libérrimo, que no tiene empacho de siluetearse a ratos como prosa, de violentar el sangrado convencional. Un verso expedito, sin cálculo, sin banderías ni escuelas, puesto al servicio de un lenguaje seco, desabrido, brusco, sin que eso conlleve una merma en la tensión ni menos todavía (todo lo contrario) en la emoción. No es nada fácil trufar el verso de un léxico inesperado, con términos muchas veces provenientes de la clínica (física y mental), pero Isabel Navarro sale airosa del envite, en gran medida también gracias a ese fraseo corto, contrapuntístico, que se diría un taladro satisfecho de su morosa tarea.
Y DÉCIMA. Cláusula suelo es un libro que perturba y magnetiza a la vez, que desconcierta y alerta. Cláusula suelo es un libro arriesgado, seco y exuberante en buena lid; siempre sensorial: los poemas se ven, se oyen, se huelen. Cláusula suelo es un libro que sabe hilvanar muy bien la veta discursiva, sentenciosa, epigramática, con el dolor diario. Cláusula suelo es un libro que levanta acta de la perfecta madurez como poeta de Isabel Navarro y, así y para que conste, lo afirmo en
Madrid, a veintinueve de septiembre del año dos mil diecisiete.
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Autor: Isabel Navarro. Título: Cláusula suelo. Editorial: Huerga y Fierro. Venta: Amazon y Casa del libro
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