De madrugada, en un paraje desolado, un boxeador agoniza de un balazo. Ya sin esperanzas, reconstruirá los hechos clave que lo han llevado hasta allí. La rabia contenida, un amor inolvidable, la gloria efímera, los pasos en falso, el ocaso irremediable, un absurdo afán de redención… Esta es la trama de la última novela de Horacio Convertini, La exactitud del dolor (Letras de plata), cuyo origen, como nos cuenta este artículo, fue un fallido proyecto de guion cinematográfico llamado Diez rounds.
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Crecí admirando el mundo del boxeo. En gran parte por influencia de los hombres de la familia, que se daban cita alrededor del televisor para ver las grandes peleas de los años sesenta y setenta, liturgia masculina de mate y recuerdos de viejas hazañas, que yo, un chico de siete u ocho años, espiaba como el intruso de la fiesta. Pero también por el aire que se respiraba en mi barrio, Nueva Pompeya, donde los personajes del boxeo eran parte del paisaje: la panadera de a la vuelta se había casado con un campeón argentino; otro legendario campeón, ya retirado, vivía a cuatro calles de distancia, y un amateur con futuro pasaba todos los días por la vereda de casa después de entrenar y saludaba con simpatía a los pibes que secretamente soñábamos con ser como él.
La ficción terminó de blindar mi fervor por el boxeo. Primero, a través de las películas, desde Más dura será la caída, la última que protagonizó Bogart antes de morir, hasta Rocky. Luego llegó la literatura: Cortázar, Kordon, Hemingway, London, Soriano, Mailer, Talese.
Hay una ley no escrita que dice que cuando uno frecuenta mucho un tema, naturalmente va a querer escribir sobre él. Yo no pude evadirme. Si nunca me había animado a subir a un ring salvo para jugar con amigos en el gimnasio del barrio, al menos lo haría en la zona franca de la palabra, ahí donde no caben imposibles y el peor de los cobardes puede encontrar una chispa de coraje.
La exactitud del dolor nace del deseo (la necesidad) de escribir mi propio relato de boxeo, el que forzosamente habría de ser negro y triste, como una condición de verosimilitud. Y así como había empezado viendo películas, empecé escribiendo para cine el improbable sueño de redención de Juan Rayo, un boxeador en decadencia.
El guion se llamaba Diez rounds y, aunque hice todo lo que pude para que se filmara (que, hoy lo sé, no era tanto), nunca logré que superara el estado de proyecto.
Me dije: si el destino de esta historia es quedar en papel, que entonces sea novela. Y lo que siguió fue un lento proceso de desmonte y reconstrucción, ahora con las herramientas propias de la literatura. Conservé el eje argumental y el clima noir, pero creé nuevos personajes, transformé otros y dejé en el camino a los que, en la nueva propuesta, perdían sentido. De un protagonista pasé a dos y, ya sin las limitaciones de la narrativa audiovisual, las subtramas se multiplicaron.
Veinte años después de Diez rounds publico La exactitud del dolor. ¿Por qué tanto tiempo? Porque el trabajo siempre me parecía inacabado, y eso me llevaba a relegarlo en favor de otros proyectos literarios que nacían sin una mochila que les doblara la espalda. Porque desandar un camino es menos grato que empezarlo de cero. Y porque uno sólo descubre todo lo que ignora de algo que ama recién cuando se pone a escribir sobre ello.
Hoy, en el drama de Juan Rayo, asoman los rastros de aquella educación sentimental que empezó frente al televisor de casa y que me condujo hacia una fascinante mitología de dioses caídos.
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Autor: Horacio Convertini. Título: La exactitud del dolor. Editorial: Letras de plata. Venta: Todostuslibros
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