Foto de portada: Vicente Escudero fotografiado por Man Ray
Hubo un tiempo en que Vicente Escudero era al baile flamenco español lo que a los vinos era un Vega-Sicilia: un espectáculo espectacular de variadas esencias, producido por la Naturaleza con la intercesión del Ser.
Vicente Escudero fue —lo digo porque somos muy frágiles de memoria y el tiempo pasa volando y borrando—, además de bailador, coreógrafo y teórico de la danza, cuyo famoso Decálogo se tiene por los bailadores y bailarines de flamenco como “palabra de dios”; asimismo fue notable pintor e ilustrador, conferenciante y escritor didáctico. Actuó en los teatros de medio mundo hasta poco antes de morir en Barcelona a los 88 años.
Vicente Escudero Urive fue también guionista cinematográfico y actor en tres películas. Su modo de entender el baile flamenco ha quedado en varios centenares de fotografías y carteles y en las películas (escribió el guión de la titulada Gitanos de Castilla, que se encuentra desaparecida). No obstante resulta sorprendente que se imprimieran, y se conserven, el cartel anunciador de la película, programas de mano; y, en un cine de ciudad desconocida, se conserve una hoja publicitaria de una sesión de cine nocturno en la que, además de la película programada, se proyectaba un No-Do en el que se incluía un reportaje del rodaje de la película Gitanos de Castilla. O, al menos, eso entendemos, ya que resulta raro que una sesión de cine que comienza a las once de la noche conste de un programa doble, de tal modo que los espectadores (en los años 40) saldrían del cine entre la una y media y las dos de la madrigada. Produjo la película Estudios Latina Films, de Sevilla, con la dirección de Ricardo Torres y la intervención como actores y bailadores de Naty Rey, Manuel Requena y los guitarristas Eugenio González y Pepe de Badajoz. Año 1942.
Pero hemos dejado atrás intencionadamente la faceta de cantador de flamenco del bailador Vicente Escudero. Y digo “cantador”, y no cantaor o cantante, porque esa era la palabra que utilizaba el propio Escudero. Así se expresaba en una cuartilla manuscrita que un día me mostró su biógrafo al hacer algunas consideraciones de interés didáctico para flamenquistas: “El cantador deberá velar por que cada cante tenga su tono, pues si no es así, al profano le parecerán todos los cantes iguales; y hay que enseñarle a distinguirlos”.
En otro de los breves párrafos magistrales Vicente Escudero decía que los buenos cantes han de llevarse a su sitio. ¿Que es eso de llevar el cante a “su” sitio? Sencillamente: no cortar los tercios para respirar. “Los que cortan un tercio en medio del camino, o es que no lo saben, o es que les falta fuelle (pulmones), o es que les falta instrumento (garganta)”.
Quienes posean alguno de los pocos discos que grabó en España y América Vicente Escudero saben que tienen un pequeño tesoro y que deberán conservarlo como oro en paño y como “rara avis”. Fueron pocos, pero con mucha enjundia y sabiduría. Y conste que cuando Escudero estaba en plenitud de facultades faltaba la técnica reproductora, y cuando tuvo ésta faltaban ya las facultades físicas. Cuando se hicieron los registros de los correspondientes a la segunda etapa, Vicente Escudero ya no era joven.
La primera referencia discográfica del flamencólogo vallisoletano data del año 1920, en que La Voz de su Amo y Columbia manufacturan un disco (de pizarra) para el mercado español y francés con el pasodoble “Gloria de España”, creado por Vicente Escudero en la sala Pleyel de París con sus bailarinas Carmita García y la popularmente conocida por su apodo de “Almería”, sobre bases musicales del maestro L. M. Ferreté. Un nuevo registro debió hacerse hacia el año 1930 para el sello Víctor, de La Voz de su Amo, prensado por RCA en Nueva York. Incluía un baile por alegrías, un zapateado con canto y guitarra de Jerónimo Villorino, y en la cara B se registró «Sevilla», de Albéniz y un zapateado con castañuelas y piano. Colaboraron Pablo Miguel y Carmita García. Posiblemente aquel mismo año, y dado el éxito de los discos precedentes, la misma compañía decidió hacer un nuevo disco en el que predominarían los zapateados, con acompañamiento de castañuelas y piano o guitarra y un baile por seguidillas de Isaac Albéniz. Estos pertenecen a la discografía heroica e inalcanzable del gran bailador. Los que siguieron es posible que aún estén en las colecciones particulares de los flamencólogos más recalcitrantes. En febrero de 1956, por tanto a los 68 años de Escudero, grabó dos discos: uno con el guitarrista Montoya, inencontrable en nuestros días, y otro en el mes de abril con doce temas para la Columbia americana. En septiembre de 1963, contando 75 años, volvió a cantar para el sello Vergara de Barcelona un Recital de cante flamenco puro. La portada de este disco reproducía un dibujo de Texidor que había ilustrado el programa de un recital de Vicente Escudero organizado por la Universidad de Columbia en el MacMillan Theatre de Nueva York. En él la letra “S” de su apellido son los brazos del bailador. En un texto ilustrativo, Vicente Escudero hace constar que “en Valladolid, mi tierra natal, cuando yo era chico había tres cafés cantantes o tablaos flamencos, por donde pasaron los mejores cantadores y bailadores de aquella época. Estos cafés eran frecuentados por los gitanos de la ciudad, que eran numerosos, pues es una de las ciudades que cuenta con mayor número de ellos, con quienes me crié. Esto es el origen de que yo sepa cantar los cantes más antiguos y puros”.
Cuando un día le preguntaron cuáles eran los cantes matrices, contestó que la debla, los martinetes, las tonás, la caña y el polo, padres de la soleá y la siguiriya. Y al recordar a los maestros máximos, o sumos sacerdotes del cante, siempre citaba a “El Planeta”, “El Filio”, “Silverio”, Tomás “El Nitri”, Diego “El Marruro”, Antonio Chacón, Manuel Torres y Tomás Pavón. Ante estos nombres los flamencólogos suelen guardar silencio reverencial.
Hemos hablado de la siguiriya-cante, y conviene rematar recordando la siguiriya-baile, creada por Vicente Escudero en el año 1940, junto al guitarrista Eugenio González, presentado en el Teatro Español de Madrid. Hasta aquel día la siguiriya solo se cantaba, porque nadie se atrevía a hacer de ese cante un baile, por su gravedad y seriedad que, en opinión de Escudero, es un baile litúrgico, casi teológico por su espiritualidad. En esa respetuosa actitud, en ese paso de baile, está representado en la escultura, instalada en el Campo Grande, que la ciudad le dedicó.
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