Más allá de la creación literaria, Amanece en desorden, de Manuel Crespo, es la constatación de un prodigio alumbrado en medio de la áspera naturaleza de descampados, barrancos y matojales que el poeta gusta de transitar en los márgenes de Castelldefels, municipio en el que reside. Estamos ante la exposición —no se me ocurre palabra más precisa— de un alejamiento, la relación de todo aquello que el poeta ha acertado a capturar durante varias jornadas de total entrega a la práctica de aquello que, en líneas generales, grupos surrealista y situacionista denominan deriva poética. Lo cual se refiere, poco más o menos, a una exploración libre y espontánea de los entornos urbanos, en antagonismo con las rutinas y condicionamientos impuestos por la moderna sociedad capitalista.
El poemario se nos presenta como un desvelamiento en el que la atención se ve sumergida en la esencia real de un universo emancipado de lo humano, cuando “La máscara de la materia se desintegra”.
En los poemas de Amanece en desorden su autor no está presente como intérprete, sino como espacio vacío que deja que la materia y el tiempo lo atraviesen. Con la mirada disuelta en un caos donde las cosas, en su pura presencia, no tranquilizan ni nos dan respuestas, sino que nos confrontan con su suficiencia insondable. Sobre este punto nos va a insistir el poeta: El signo de su condición “No es divino, sino una cualidad material”.
Nos encontramos ante la exaltación de lo físico y lo tangible, no como planos de mediación, sino como realidades extraordinarias en sí mismas. Rechazada toda pretensión metafísica, hallamos en la pura presencia de las cosas su propia justificación y su milagro. Este enfoque, en consonancia con el materialismo poético, sobradamente expuesto por el autor en otros lugares, halla su liturgia y su maravilla en lo cotidiano, en la riqueza de lo elemental y la belleza contenida en lo inesperado. Aquí, la naturaleza no es un escenario ni una presencia silenciosa, sino una protagonista vibrante, cargada de significados que, aunque herméticos, se intuyen vitales: “El mundo se quiebra, sin revelar su secreto ni su escondite”.
En esta interacción con lo natural, el ser humano emerge como un observador, despojado de pretensiones dominadoras y de toda tentación taxonómica, absorto en la fascinación de lo que le rodea, pero también disminuido, incluso superado, por esa corriente imparable: “Esta mañana es incapaz de sujetarme”.
Recorre el libro una intuición capital: “La vida se reanuda cuando no piensa”. Esto es, que la plenitud del sentir no se halla en el esfuerzo por racionalizar o domeñar lo maravilloso, sino en el abandono al flujo del mundo natural, en una comunión sin interferencias con aquello que carece de medida o de estructura humana. Amanece en desorden es, como ya he señalado, una invitación a disolver el yo en la marea de la percepción, dejando que sea esta quien marque el ritmo en ese oleaje de elementos efímeros, cíclicos en que se ve sublimada la fugacidad.
El tiempo, así experimentado, es una cadencia recurrente, una dimensión que no busca acumularse ni perpetuarse, sino simplemente fluir en su propia condición transitoria. Crespo nos recuerda que lo sustancial radica precisamente en lo pasajero, en su capacidad para ser siempre devenir: “No es más que la vida, llegando a su derrumbe orgiástico”.
La naturaleza y lo cotidiano se presentan aquí como un teatro de lo extraordinario, el desorden que anuncia el título no es caos vacío, sino una especie de coreografía desquiciada, un vaivén de fuerzas que nos superan, como si el mundo se hubiera detenido un instante para mostrarnos su rostro desnudo, y la esencia de “un canto que irá a enterrarse vivo, para volver a concebir otro verano”.
El poemario se inscribe así en un marco de perpetua renovación, donde cada instante se revela simultáneamente como germen y culminación, donde el tiempo se pliega y se desdobla para alumbrar nuevos comienzos. Este dinamismo vital encuentra su metáfora más poderosa en las imágenes del amanecer, que se erige como símbolo de un renacer continuo e incansable: “Cada mañana es el alumbramiento.”
Inmersos en ese ciclo, no somos dueños del tiempo ni de la materia, ya que “Lo palpable es excepcional, ha nacido y es bastante”; somos sólo ojos que miran y no entienden, que asimilan el milagro sin nombrarlo.
Asombro, percepción y redescubrimiento del mundo se suceden y subsumen de ese modo, en el murmullo constante de lo natural. Dejando que la realidad hable por sí misma, sin interferencias, con su propio ritmo, los versos de Manuel Crespo, destilados agudos, primordiales, encuentra el prodigio en los detalles más ínfimos, aquellos que, a simple vista, podrían parecer insignificantes: “En cada conejera hay un big bang”.
El título mismo de la obra, Amanece en desorden, parece sintetizar una dualidad o contraposición esencial: el amanecer, con su insinuación de claridad, renovación y promesa, se enfrenta al desorden, que nos evoca lo indómito, lo caótico y lo inasible. En estos poemas, ambos conceptos parecen entretejerse, vindicando que el desorden no es un vacío ni una carencia, sino una condición inherente y vibrante de la vida misma: “El mundo se alza para exaltarse en vano”.
En ese movimiento, en esa oscilación entre polos opuestos, encontramos la textura y el vértigo expresivo del libro. Las imágenes de caos, como la pelea entre los gorriones o el “grito de la flor” que acalla el raciocinio, subrayan que la vitalidad del universo radica en su propia indeterminación.
Indeterminación en la que el tiempo, asimismo, no avanza como una línea recta ni se somete al compás monótono del reloj. “Es una ucronía amorfa, fuera de la historia”. Manuel Crespo nos arrastra hacia un tiempo suspendido, difuminado y mutable, que transcurre fuera de las cronologías convencionales, permitiendo un contacto más profundo, más esencial, con la realidad: “La vida se exilia durante la sucesión pretenciosa de las horas”.
En ese espacio de suspensión temporal, la vida no se mide, se vive, simplemente, desprendiéndose de la linealidad para habitar el instante puro que nos convida a “Ver, aunque no entiendas”. a diluirnos y ceder el centro a los elementos naturales y a la otredad que estos encarnan. Este desplazamiento del yo resalta la presencia de cada ser, de cada objeto, como portadores de un significado que supera al individuo: “Cada criatura es un vitor y cada presencia un estigma”.
Todo lo anterior predispone al poeta a un asombro que, lejos de anclarse a un misticismo comodón, se alza como forma de resistencia frente al desgaste impuesto por la modernidad. Este redescubrimiento del mundo circundante, opera desde una perspectiva visceral y profundamente sensitiva, desde una óptica renovada, en donde lo cotidiano se transmuta en revelación y lo ordinario resplandece con un brillo inesperado. El énfasis en la observación atenta, desprendida de toda voluntad, plantea una ética que contrasta con la relación utilitaria y depredadora que muchas veces define la interacción moderna con el mundo natural.
En ese sentido, merece una mención especial el paisaje del Garraf, macizo calcáreo y parque natural que con su aridez desnuda, su carácter inhóspito y su aura de despojo, se convierten, en la poética de Crespo, en un símbolo de contacto directo con lo esencial: “La osamenta del Garraf se nubla, casi se esfuma”. En su austeridad, el Garraf subraya la pureza de una experiencia que ha renunciado a todo lo superfluo, en contraste con la proximidad de la metrópolis, convertido en un refugio, sin ornamentos espurios, para la contemplación de lo indomable y lo salvaje.
En definitiva, Amanece en desorden es una celebración exaltada de la vida en su materialidad, su fugacidad y su caos. Manuel Crespo, nos muestra en él el vislumbre de un lugar en que lo extraordinario se revela sin la carga del peso humano —ausencia que escucha y siente—, en donde el misterio no se resuelve, sino que se experimenta, y lo tangible y lo efímero se revelan no como escenarios sino como verdaderos centro de la existencia.
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Autor: Manuel Crespo. Título: Amanece en desorden. Editorial: La Nube de Piedra. Venta: Todos tus libros.
BIO
Manuel Crespo (Barcelona, 1963) ha publicado los poemarios Guía de perplejos (Col. Puente de la Aurora) y Subterráneo (Las armas milagrosas). Ha participado en los libros de poesía colectivos Indicios de Salamandra (Ed. de la Torre Magnética/ Zambucho Ediciones), Clavar limas en la tierra (Ed. de la Torre Magnética) y Tinta en la medianoche (Ed. Vitruvio). Se recogen escritos suyos de ensayo poético y crítica social en los libros Los días en rojo: Textos y declaraciones colectivas del Grupo Surrealista de Madrid (Ed. Pepitas de calabaza), Situación de la poesía (por otros medios) (Ed. de la Torre Magnética / Traficantes de sueños / Fundació d’Estudis Llibertaris / La Felguera) y Crisis de la exterioridad (Ed. Enclave de libros). Fue cantante y compositor del grupo Kamenbert y actualmente lo es del grupo Los 4 Señores, con varios discos editados. Dirige el programa radiofónico Lou Reed ha muerto en Radio Castelldefels.
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