Conocí a Dolores Payás hace ahora cinco años en un rincón perdido del Peloponeso, cerca de la casa de un escritor inglés al que ambas admiramos: Paddy Leigh Fermor. Esa admiración, más los libros, los viajes, algunos chismorreos que solemos intercambiarnos del mundillo cultural y una hermosa traducción de Moonfleet que hizo de manera impecable para Zenda Aventuras, no ha hecho más que aumentar mi admiración por todo lo que esta escritora propone y dispone. Por eso cuando hace unos meses me llamó para decirme que me llegaría a casa su última novela, Ultimate Love, bellamente publicada en la siempre elegante editorial Círculo de Tiza, no vi el momento de abalanzarme a su lectura. Las novelas de Dolores siempre son promesa de inteligencia, talento literario y un maravilloso y ácido humor.
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—Inevitable empezar hablando de la protagonista de Ultimate Love, una mujer que enlaza con una manera muy característica, muy a lo “Dolores Payás”.
—Bueno, ya sabes que yo no soy muy dada al autoanálisis, pero tal vez sea cierto. Mira, estoy viendo aquí delante, mientras hablamos por Skype, mis cinco novelas, y cada una de ellas trata un tema diferente: el romanticismo, lo policíaco… Pero sí, debo reconocer, haciendo un ejercicio de distancia, que efectivamente, algo tienen estas mujeres literarias que las emparenta entre ellas. Al final la literatura, al menos para mí, es una herramienta existencial, porque a mí de lo que me gusta hablar (y uso a mis personajes para ello, especialmente a mis mujeres) es de la “enfermedad humana”, del dolor y la comedia que supone ser humanos.
—¿Podríamos definir entonces un “territorio Payás”?
—Mis libros son tragicomedias, y eso los define. Yo escribo sobre lo que veo y lo que siento; de lo que entiendo de la vida y sobre todo de cómo ha ido cambiando mi mirada sobre las personas, las situaciones y las cosas a medida que me he ido haciendo mayor. He aprendido a no hacerle ascos a la vida, a aceptarla y a volcar toda esa tragedia cómica en lo que escribo, pero sin ser relamida, sin afectación. Me gusta abordar las cosas de manera directa e incluso descarnada. Yo creo que la vida hay que tragársela entera y sin aspavientos. Y trato de ser consecuente con todo eso en mis libros.
—¿Ultimate Love es una novela romántica?
—Precisamente. Yo la escribí con esa intención. Digamos que me hice “un Bárbara Cartland” en esta novela (risas). Claro, al fin y al cabo, en ella cuento la historia de un gran amor socialmente imposible. Aunque en este caso adobada con esa carga de humor un tanto bestia del que hablábamos antes y que es muy mío, y con el detalle de que los amantes son sexagenarios, claro.
—Ahí vamos. ¿Podrías haber escrito esta novela años atrás, siendo más joven?
—No. Es que mira, de joven uno se toma más en serio a sí mismo. La ventaja de tener sesenta años es que puedes hacer el ridículo sin problemas (risas). Pero eso no quiere decir que no sientas las cosas muy profundamente. De hecho, con la edad una siente de manera más profunda, más compleja. Tienes menos distracciones y eres más serio con las cosas, pero al mismo tiempo, en la trastienda del cerebro, hay algo que, mezclado con la experiencia de vida y la razón, te da una singular lucidez. La vida en estas edades se revela en representaciones genuinas pero al mismo tiempo insinceras. Y mira, con esas contradicciones y esas intuiciones algunos contamos historias.
—También la edad de la escritora influye en el género de su escritura, de alguna manera.
—¡Ah, definitivamente! Yo no habría podido escribir Ultimate Love de la manera en la que lo he hecho de haber sido más joven. Si te das cuenta, esta novela está escrita como una crónica; es prácticamente un documental. Y al ser una crónica, necesariamente has de estar pegada a la historia que narras con una determinada voz. Difícilmente de joven se podría explicar este amor en la senectud con tanto detalle (¡ay!) como está explicado (risas)
—¿Tu experiencia laboral en el cine ha marcado tu manera de escribir?
—No pienso jamás en cine. Es más, considero mi paso laboral por el mundo del cine como una pérdida de tiempo, un error. Mi pequeña carrera como cineasta, por llamarlo así, fue muy mediocre. Yo tendría que haberme dedicado a escribir desde el principio. De hecho, estando en la escuela de cine, escribía los guiones a todo el mundo. Pero bueno, fue una cabezonería mía la de meterme en el mundo del cine. Pero mira, dejó una cosa buena para mi escritura, y es el automatismo. Es decir, yo no puedo escribir sobre lo que no puedo ver, y en esto conecto con escritores a los que admiro mucho, como Nabokov. ¿Te acuerdas cuando Nabokov decía eso de “la pasión por el detalle”? La importancia de conocer el escarabajo e incluso dibujarlo cuando daba clases sobre la literatura de Kafka o conocer todos y cada uno de los vagones del tren de Ana Karenina. En esta novela narrada como crónica la plasticidad era muy importante: contar los lugares, describirlos para el lector cuando éste carece de los códigos para descifrarlos.
—Lugares y personajes por encima del argumento.
—Bueno, yo diría que he buscado la tensión dramática por encima del argumento, porque realmente esta novela es una historia de amor, no tiene una trama compleja ni enrevesada ni nada de eso. El elemento de dramaturgia es importante para mí y, mira por dónde, también es inherente al guion cinematográfico.
—¿Es esta una novela más inglesa que española?
—Absolutamente. Mira, si somos rigurosos, esta novela es una traducción del inglés, y ahí enlazamos con el divertimento y el juego literario, con las trampas y las ficciones: el protagonista es inglés y dice al comienzo de la novela que él no sabe una palabra de español, o sea, que la novela transcurre entre dos amantes que viven en un castillo de Inglaterra que se cae a pedazos y que hablan todo el rato en inglés, claro. Yo a veces me reía pensando un poco en todo esto, pero bueno, son estas cosas de las convenciones literarias.
—También la Dolores Payás traductora hace aquí su aparición, pues cuentas en español algo que está sucediendo, incluyo oyéndose, en inglés.
—Sí, sí, estos personajes se aman y se odian en inglés (risas). Pero mira, yo aspiro, como decía Gregory Rabassa, el gran traductor de García Márquez al inglés, a “ser el mejor escritor latinoamericano en lengua inglesa”. Yo creo que ahora mi aspiración es llegar a ser la mejor escritora inglesa en lengua española.
—Pues ya me has dado el titular (risas).
—No, en serio. Mira, esta novela tiene muchas lecturas, pero una es estrictamente literaria: está llena de homenajes y guiños a los escritores ingleses que me apasionan; por ejemplo, la descripción de la clase alta inglesa es absolutamente Wodehouse.
—¿Y tú cómo definirías tu humor?
—Es muy difícil lo del humor. A veces soy sarcástica, pero la mayor parte de las veces es sencillamente un distanciamiento irónico que me sale natural. Por eso creo que me llevo tan bien con los escritores ingleses, porque practicaron con maestría y desde muy atrás ese distanciamiento. Y eso que el humor viaja fatal. Ahora que estoy en un proyecto ya casi finalizado de traducción de Dickens, he podido reflexionar mucho sobre las dificultades de volcar el humor inglés, refinado y singular, a otros idiomas. Esta insularidad les otorga un estilo que marca. A mí los ingleses me hacen reír siempre, aunque sea en el más sesudo de los ensayos, los tíos escriben con unas capas como de un distanciamiento de risa elegante en el cuál yo me siento muy cómoda. La gravedad y la solemnidad literarias me asustan.
—El humor es un buen escudo.
—Desde luego. Contra la sátira no tienes nada que hacer. El humor es un escudo, una defensa y a la vez un arma de ataque tremenda. Traduciendo los artículos satíricos de Dickens, que espero que salgan pronto, te terminas riendo como un loco de cosas con las que no puedes estar de acuerdo. Por ejemplo, Dickens detestaba a las sufragistas y se burla de ellas no sabes cómo. Pues bien, tú te terminas riendo con él, con el cabrón de Dickens. Es que una sátira bien hecha es imbatible. El talento destructor del humor construye personajes peligrosos para el poder establecido. Por eso el gran problema actual de los humoristas es la demagogia, porque acaban destruyendo cosas que en realidad no merecen ser destruidas.
—También el humor seduce.
—Mira, la risa, como el llanto, es una emoción muy primaria, no necesita ser convocada por grandes argumentos ni nada por el estilo, pero al contrario que el llanto, la risa es positiva. Y si alguien te hace reír, inmediatamente te ha ganado. En el periodismo ocurre mucho; si alguien me hace reír, me conquista, me convence hasta el punto de que si no tuviera el criterio que tengo, me acabaría tragando el argumento. Y con los señores, exactamente igual (risas). Y bueno, con respecto a mi escritura, yo no soy muy consciente de mi seducción y tampoco le doy importancia. A lo que sí le doy importancia es al ejercicio de la escritura, a la corrección y al estilo. Pero lo de seducir… pues mira, a mí me pasa como a Nabokov, insisto, cuando decía eso de que “cuando pienso en mis lectores pienso siempre en una sala llena de gente con mi misma cara” (risas).
—No vamos a destripar esta novela, pero no podemos terminar esta entrevista sin hablar de la escena inicial y esa erección inesperada y celebrada.
—Hombre, es muy importante dar el tono en la primera página. Así el lector está advertido: “Señoras y señores en esta novela van a encontrar muchos anticlímax”. (risas) Y claro que está llena de situaciones así: al final un amor apasionado en esas edades está lleno de anticlímax, y esa es precisamente la gracia.
—Pero por encima de todo, Ultimate Love es una novela romántica.
—Por supuesto. De hecho, el primer título era Romance. A ver, a Romeo y a Julieta les pasó lo que les pasó, porque ella tenía 13 años y él 15 y estaban llenos de hormonas. Pero mi novela es otra cosa. Para la mayoría de lectores que me han contado su experiencia con el libro, en general su lectura ha sido la de un amor en la madurez y la esperanza de que uno, incluso a los sesenta o los setenta años puede vivir una aventura apasionada con otra persona. Todo muy bien, aunque mi lectura preferida de la novela te confieso que es otra, pues realmente lo divertido como escritora ha sido ser capaz de sustituir todas esas hormonas shakespeareanas por la construcción literaria.
No anda muy sobrada de humildad la novelista y traductora. Y el caso es que la tan celebrada traducción de Moonfleet es tirando a impresentable (¿por qué cambiarle el título, encima?), por mucho premio que haya ganado. Lo cual se ve ya en el primer párrafo, donde incluye palabras que no están en el original, elimina injustificadamente signos de puntuación y no respeta las frases, escribiendo dos cortas donde Falkner escribe una larga y echando a perder la magnífica y evocadora descripción del lugar donde transcurre gran parte de la trama. Menos mal que hay librerías de viejo en las que hacerse con alguna edición antigua que recoja la fuerza y la calidad de esta novela inolvidable. (En lo de ser el mejor escritor inglés en lengua española se le adelantó Javier Marías, que además era un magnífico traductor.)