A Dolores Redondo le da «mal rollo» venir por aquí. Camina hacia la sima de Legarrea bajo un cielo nublado, a través de un sendero embarrado. Cuenta la escritora de la trilogía del Baztán que subió hasta aquí cinco o seis veces durante los dos inviernos en los que estuvo escribiendo Las que no duermen: Nash (Destino, 2024), su última novela, protagonizada por la doctora Nash Elizondo, una joven investigadora que es una rareza en este nido de pájaros. «Normalmente, en este tipo de historias el protagonista suele ser un policía. Yo quería salir de ese esquema, crear un personaje diferente. El papel de la psicóloga forense es fundamental en ciertos casos, especialmente cuando no hay cadáver o el cuerpo está tan dañado que no se puede determinar la causa de muerte mediante una autopsia convencional», explica Dolores Redondo, que habla de la figura del «psicólogo de los muertos»: «estudia a la víctima mediante sus pertenencias, sus fotos, su música, sus relaciones. Es fascinante, porque no es lo mismo el estado mental de alguien que planea su partida que el de quien tiene un accidente o es asesinado. Quería dar vida a alguien que no solo se enfrentara al crimen, sino que entendiera a la víctima profundamente».
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–¿Fue complicado escribir desde la perspectiva de este tipo de personaje?
–No, porque realmente buscaba crear un «poli bueno», pero no uno cualquiera. Quería alguien que equilibrara el perfil de un policía común, como Amaia Salazar en mi trilogía anterior, que estaba muy ceñida a la realidad de los hechos. Aquí, la psicóloga tiene que ganarse la confianza a través de la empatía; no puede presentarse en casa de alguien y exigir respuestas. Tiene que conectar profundamente y hacer que la gente quiera hablar con ella. Esto permite que se cree un vínculo de confianza inmediata, lo que le da acceso a un conocimiento único de la víctima. Nash, este personaje, logra conocer a la víctima mejor que nadie, tal vez incluso más que sus propios amigos y familiares, porque descubre todas las facetas de su vida.
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Por este punto del valle de Malerreka, en el verano de 1936, fueron arrojados por sus vecinos Juana Josefa Goñi Sagardia (de 38 años y embarazada de siete meses) y seis de sus siete hijos: Joaquín (16), Antonio (12), Pedro Julián (9), Martina (6), José (3) y Asunción (18 meses). «Desaparecieron mientras su marido, Pedro Antonio Sagardia Agesta, se encontraba en los montes de Eugi trabajando con su hijo mayor, José Martín. Habían sido expulsados de la localidad el 14 de agosto de 1936 y se vieron obligados a alojarse en una chabola, que fue quemada el 30 de aquel mismo mes, antes de ser arrojados a la sima», escribía la periodista Alicia del Castillo en El Correo el miércoles 12 de octubre de 2016, un mes después del hallazgo de los siete esqueletos.
A cincuenta metros de profundidad
Alicia se encuentra con Dolores Redondo a su llegada a la sima, que permanece cubierta con un enrejado. Gracias a ella, a Alicia del Castillo, la novelista supo de este crimen. También esperan un nutrido grupo de cámaras y periodistas. Alicia se siente un poco abrumada por la situación. «Soy una periodista más», dice. «Soy vecina de la zona, y entiendo que es algo difícil de comprender. Incluso a quienes vivimos aquí nos cuesta. Crecimos pensando que todo esto era una leyenda, que no era real, pero sospechábamos que podría ser cierto». Del Castillo estuvo presente cuando el equipo de la Sociedad de Ciencias Aranzadi encontró los restos mortales de dos de los desaparecidos la mañana del 9 de septiembre de 2016, sobre las tres menos cuarto de la tarde. Alicia recogía en el diario lo que el forense Paco Etxeberria comunicaba por walkie-talkies desde el interior de la sima, a cincuenta metros de profundidad: «Hemos encontrado los restos, prácticamente todo el esqueleto, de la madre y también, junto a ella, el esqueleto de uno de sus hijos, también entero en conexión anatómica. Los trabajos nos llevarán al menos una hora o dos más».
«No es lo mismo imaginarse un asesinato de ficción», continúa Dolores, que se agarra las solapas de su chaquetón para protegerse del frío un poco mejor. El viento trae los graznidos de los patos, volando en formación de uve con destino al sur. Parece que Dolores no está cómoda delante de la sima. Alicia prosigue con su relato: «Cuando exhumaron los cuerpos, hubo vecinos de Gaztelu que quisieron acompañar a la familia, que también estaba allí. Creo que, poniéndote en el lugar de un vecino de este pueblo, donde tus antepasados pueden haber sido parte de algo tan duro, sientes una especie de culpa que se hereda en la familia, y tratas de romper con eso. No vas a poder cambiar el pasado, pero haces lo que puedes. A mí me impactó que una vecina de Gaztelu dejara en su testamento un nicho pagado para esa familia. Eso refleja el sentimiento de la comunidad».
Los allí presentes entienden que este lugar tiene un «karma oscuro». Para Dolores Redondo no es solo un cementerio; aquí se cometió un crimen, y eso le genera muy mal rollo. «Yo he ficcionado parte de esto. El lugar está lleno de historia y tragedia». «Cuando supe que lo ibas a contar, sentí un golpe en el corazón», le responde Alicia del Castillo.
Dolores Redondo se detiene en el memorial que está a poquísimos metros de la sima. Lo observa y lee el cartel que hay al lado: «La memoria es una herramienta imprescindible para avanzar en la construcción de una convivencia pacífica, superando el olvido al que fueron relegadas las víctimas del franquismo y proyectando su mirada hacia un futuro cimentado en libertad, tolerancia y justicia social. Una memoria crítica hacia todo proceso de vulneración de derechos humanos; también hacia quienes se alzaron contra la legalidad democrática de la Il República y recurrieron a la violencia como medio de imponer su proyecto político. La memoria se transmite por muchos caminos; también a través de los lugares vinculados al terror y la violencia y de los memoriales erigidos en recuerdo de las víctimas del franquismo. La Ley Foral 29/2018, de Lugares de la Memoria Histórica de Navarra, busca su protección, señalización y divulgación, para que se conviertan en espacios de recuerdo y transmisión de valores de libertad, paz, justicia social y convivencia…». Su concentración es interrumpida por un fotógrafo. Un tanto molesta, Dolores le pide que no es el lugar adecuado. Es mejor hacer la sesión delante del cartel de la sima: Legarreako Lezea.
La alquimia de la sopa
Ala antigua del Hotel El Trinkete. Dolores Redondo está hablando de una sopa de pescado que necesita tres días para elaborarse. Es la una y media de la tarde, casi la hora de «menear el bigote». El menú del restaurante de El Trinkete se compone de sopa de ajo o crema (de primero) y pollo de caserío con pimientos asados y patatas fritas.
Dolores Redondo estudió cocina y trabajó en la hostelería, e incluso hizo prácticas en Arzak, pero de eso hace años. «Tengo grandes maestros en este arte. Pero en la novela no incluyo recetas solo porque me guste la cocina; incluyo recetas muy antiguas que aún se preparan hoy en día. Creo que aportan autenticidad a la novela y dan al lector la sensación de un lugar muy auténtico, donde esas tradiciones perduran». A propósito de las recetas, le preguntan si estas, de alguna manera, pertenecen al universo mitológico como algo casi alquimista. Ella asegura que están en las cartas de los restaurantes y además se cocinan en las fiestas populares; forman parte de la tradición. «En El guardián invisible, por ejemplo, el asesino deja un txantxigorri, un pastel hecho con trocitos de cerdo, canela y manteca. Antes se hacía en los caseríos para los pastores, aunque ahora se vende en todas las pastelerías. Gracias a aquella novela se ha vuelto a popularizar. La mitología funciona en mis novelas porque sigue siendo parte viva de las creencias de aquí, y no está descontextualizada como la mitología griega, por ejemplo», afirma.
Departe Dolores durante la conversación sobre la sociedad matriarcal en la que creció, donde los hombres eran marineros y no se sabía cuándo regresarían. En sus libros, las mujeres tienen un papel protagónico, así como las brujas en Las que no duermen. De hecho, su abuela siempre decía que barrer de noche era cosa de brujas. «El título Las que no duermen es un homenaje a la inquietud femenina, a esas mujeres que no dormían porque estaban preocupadas o pensando en soluciones», completa Dolores Redondo. «En tiempos medievales, si un hombre se despertaba en la noche podía salir a vigilar o dar una vuelta. Las mujeres, en cambio, debían quedarse en la cama, porque se pensaba que eran más frágiles y, por tanto, más expuestas al mal, que rondaba durante la noche. Se creía que a las mujeres el mal les entraba en forma de pensamientos o inquietudes sobre cosas que no les correspondía decidir. Así, si una mujer estaba despierta, debía rezar hasta dormirse de nuevo, para evitar esos pensamientos». Con Las que no duermen, la escritora quiere homenajear a las mujeres que decidieron no quedarse quietas, que pensaron, inventaron y gobernaron sus vidas.
Hablando de símbolos, el agua en la obra de Dolores Redondo representa la muerte. La autora asiente. «El agua ha sido una constante amenaza para mí. Mi padre era marino, perdió compañeros en el mar y estuvo a punto de naufragar tres veces. Aunque finalmente murió tranquilo en su cama el año pasado, cada vez que se iba al mar en invierno, temíamos que no volviera. En el puerto donde crecí (Pasajes), hay barcos y dotaciones enteras que nunca regresaron. Para mí, el agua es un símbolo poderoso, una fuerza que a veces se cobra vidas sin devolver ni siquiera los cuerpos».
Aunque aún es de día, parece que es media noche. Dolores Redondo se estremece. La historia de Las que no duermen llevaba tiempo en su mente, desde que Paco Etxeberria bajó a esa sima y encontró los restos de Juana Josefa y sus hijos. «Desde entonces, he pensado mucho en lo que pudo ocurrirles y cómo fueron llevados hasta allí. Incluso me he llegado a preguntar si los tiraron uno a uno, si vieron cómo arrojaban a los demás, o si sobrevivieron a la caída. Estos pensamientos me persiguen y hasta me han provocado pesadillas». Pero duerme bien, aunque dice que tiene un espíritu inquieto. A veces, cuando está creativa, se despierta a las cuatro de la mañana con una idea en mente. «Gracias a la libertad que me da el éxito, me puedo levantar a esa hora y hacer lo que quiero: escribir, escuchar música, ver una película o tomar notas. No me torturo si no puedo dormir. Creo que muchas mujeres experimentamos una especie de claridad mental durante la madrugada, con una lucidez que desaparece a las ocho de la mañana, cuando estamos más empanadas. Entonces, aprovecho esos momentos». Y si se desvela inquieta, se pone a hacer algo físico, como cocinar.
Juicios populares
Regreso a la sima de Legarrea. Alicia del Castillo y Dolores Redondo mantienen la conversación sobre el crimen de la familia Sagardia Goñi. «Muchas personas de la zona se sensibilizaron. No sabían cómo se iba a contar la historia y estaban muy afectadas. Hay mucho sentimiento de protección, y se entiende que esta historia puede tocar a muchas personas». Las dos hablan con respeto. Alicia, todavía abrumada; Dolores, encerrada en su abrigo.
Ahora, al ficcionarse el suceso, cree Del Castillo que llegará a conocerse a nivel internacional. «La historia de Juana José Goñi Sagardia y de sus hijos va a trascender y no quedará en el olvido». «Es un crimen sin justificación», retoma Redondo. «Ningún crimen la tiene, pero este no tiene una explicación que encaje dentro de los actos de guerra o represalias. Es todavía más espeluznante que no encaje. Tal vez fuera odio puro, porque ella era diferente, por celos o porque algunos dicen que era muy guapa», explica Dolores mirando a Alicia con quietud. «O porque practicaba la religión antigua, no lo sé, pero la odiaban profundamente. Y no era por ser pobre, ya que era una familia humilde. Hay relatos de pequeños conflictos, pero nada que justifique semejante atrocidad».
Era un tema del que nadie se atrevía a hablar. José Mari Esparza lo hizo con La sima (Txalaparta, 2015). Alicia del Castillo habla de las teorías y construcciones populares que hay alrededor, y subraya que los hechos están documentados en ese libro. «Yo he construido una ficción sobre una injusticia terrible, sobre una mujer diferente. Y aunque ahora no se condena a nadie por brujería, estamos posiblemente ante la última ejecución por brujería en el país. La novela está cimentada en algo real», apostilla Dolores Redondo.
El grupo deshace el camino sobre sus pisadas, convertidas en pequeños charcos disgregados. A la derecha queda un roble gastado por la humedad. Una seta muerta cuelga del lateral del tronco; un apéndice negruzco que hace un día parecía una visera de madera. Otro grupo de patos sobrevuela el valle de Malerreka. Dolores mira al cielo.
—¿No hay ninguna foto de Juana José? —pregunta alguien a espaldas de la escritora.
—No —responde Alicia—. Hay un retrato artístico de ella y de sus hijos, pero no es real.
Dolores Redondo se marcha reflexionando sobre los juicios populares, crímenes mediáticos y el papel de los medios, en el caso Wanninkhof, en Juana José… «Quería poner en evidencia cómo seguimos haciendo juicios paralelos en televisión, no solo en crímenes, sino en comportamientos públicos en general. Alguien salta a la palestra y de inmediato se generan programas y comentarios en redes sociales. Ya está juzgado, y luego, aunque la persona sea declarada inocente, su imagen ha quedado marcada. Esto ha pasado varias veces. En un caso tan mediático, es casi imposible encontrar un jurado imparcial», concluye.
Si se viera implicada en un caso criminal, pediría por todos los medios ser juzgada solo por un juez profesional, alguien que aplique la ley con objetividad. «Hoy en día es muy difícil que un jurado popular pueda ser imparcial, porque estamos expuestos a opiniones subjetivas, prejuicios y comentarios públicos. Hay programas que llegan a hacer juicios de valor tan absurdos como juzgar a alguien por su cara, su frialdad, si llora o no llora…». Menciona cierto programa donde un grafólogo dijo que, por la firma de José Bretón, ya se veía que era un asesino, algo que a Redondo le resulta completamente absurdo. «Estos juicios mediáticos son peligrosos. Si alguien ya está condenado en la mente del público, la justicia real puede quedar distorsionada».
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