Foto de portada: Carlos Ruiz
Un gran aguacero empapa las páginas de la última novela de Dolores Redondo, Esperando al diluvio (Destino, 2022). Con lluvia comienza la trama del libro en las calles de Glasgow, y con esas mismas nubes sobre nuestras cabezas, que se transforman en una poderosa tormenta en los siguientes capítulos, recorremos el Bilbao de principios de los 80, la ciudad vasca anterior al Guggenheim, la de la lucha callejera, los chiquiteros, el omnipresente cielo gris y el olor metálico de las chimeneas de los altos hornos. En Escocia descubrimos a un misterioso asesino —real—, John Biblia, acusado de los crímenes de varias mujeres —tres jóvenes a las que conoció en la misma discoteca, y que en el momento de su muerte tenían la menstruación—, y a un detective que se obsesiona con el caso hasta el punto de seguir la pista de este psicópata hasta España, en contra de la opinión de sus médicos —sufre una grave enfermedad cardíaca— y de las órdenes de sus superiores.
Hablamos con Dolores Redondo en Zenda de amor y miedo, Mike Kershaw, Domingo Villar y, por supuesto, de tormentas, y también de tormentos.
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—Esta es una novela que comenzó en un tren, en el que usted viajaba desde Galicia, y que quedó parado a las afueras del Bilbao por los destrozos del diluvio que cayó sobre esta ciudad en 1983, hace casi 40 años.
—(Risas) Bueno, quizás eso es mucho decir. En realidad no empecé a escribirla entonces porque solo era una niña de catorce años. Digo que he tardado 39 años en escribir el libro como respuesta a preguntas recurrentes del tipo cuándo surgió la idea de la novela y cuánto tiempo ha pasado hasta publicarla. Muchas veces esa idea para una novela ha podido llegar de una forma peregrina, no lo sabes muy bien. Pero en este caso, sí que es verdad que quería contar esa historia desde hace muchísimo tiempo. Aunque no sabía en qué obra iba a encajar. Hace unos nueve años, me dieron la pluma de plata de Bilbao. Ese día dije públicamente —y esto es algo que me ha condicionado— que quería escribir una novela sobre Bilbao como muestra de gratitud hacia esta ciudad que me ha dado tanto. Y enseguida surgió esa historia que tenía pendiente ahí, desde siempre, y quería contar. El resto de los elementos de la novela fueron llegando en distintos momentos. Esta es una novela histórica en la que hay muchos elementos que fueron como los narro. Tuve que recurrir a periódicos de ese verano de 1983 para conseguir la información. También entrevisté a gente que vivió esos momentos: los ertzainas de la primera promoción que salió aquel año a la calle, cardiólogos de esos años para saber de la enfermedad que tiene el personaje principal, políticos y mucha gente que vivió las riadas en Bilbao, y que recuerdan con tanto detalle. Me contaron cómo fueron aquellos días—y los posteriores—, dónde estaban, cómo los vivieron… Al final, reuní una amplísima documentación. Luego, como decía, llegaron muchos más elementos, como el asesino, un asesino real.
—¿Cómo llegó a su escritorio la historia del asesino John Biblia?
—John Biblia no solamente existió, sino hasta que es probable que todavía siga vivo. La información de sus crímenes, los que cometió en Glasgow y que narro en la primera parte de la novela, está tomada tal cual de la transcripción policial. No he puesto una coma ahí. Luego, en los capítulos de Bilbao, establezco la teoría de que pudo venir a esta ciudad de España por sus similitudes con Glasgow, como su vida nocturna, tan necesaria para un asesino que se llevaba a sus víctimas de las discotecas. Las tres mujeres a las que mató las conoció en la misma sala de fiestas: Barrowlands. A las tres las violó y luego las asesinó. Las tres tenían la menstruación, algo muy llamativo. Cuando los policías de Glasgow investigaron el tercer crimen, se dieron cuenta de que estaban ante un gran depredador. Luego se esfumó, y se convirtió en una leyenda en Reino Unido. Como ocurre con todos los asesinos que no han sido capturados, como pasó con Jack el Destripador. Hay muchas teorías sobre quién pudo ser, las motivaciones de sus crímenes, dónde puede estar, qué ha podido ser de él… Yo me uno a esa amplísima historia con mi novela. El tema es tan actual que en 2021 la BBC estrenó un documental, de dos episodios, que se titula The Hunt for Bible (La Caza de John Biblia), que habla de la enorme operación policial que se puso en marcha. En esos años se distribuyeron miles de carteles con el retrato robot de este tipo. Tantos que se generó tal paranoia que la policía tuvo que extender carnets, que identificaban a hombres que se parecían al retrato de John Biblia, confirmando que no eran ellos para evitar linchamientos. Hasta ese punto llegó la locura con este asesino.
—Hay una serie de capítulos dedicados a «El niño». Siempre que hablamos de asesinos en serie nos obligamos a remitirnos a su infancia. ¿Qué importancia tiene esa época en sus crímenes posteriores?
—El lector acostumbrado a leer novela negra, y a ver series de este género —desde su visión actual— va a notar las grandes diferencias de conceptos, va a percibir cómo las teorías sobre John Biblia han ido evolucionando con el tiempo, desde los años 60 hasta los 80. Las primeras hipótesis, realizadas por investigadores que habían nacido en los años 30, era muy básicas, tremendamente simplistas, que indicaban que Biblia había propuesto a estas chicas tener relaciones sexuales, y como ellas tenía la menstruación esto le había enfurecido. Esa era la explicación superficial de por qué mataba a mujeres con la regla. Mucho más tarde, se empezaron a preguntar cómo detectaba que tenían la menstruación. Cuando aparecieron las primeras mujeres dentro de la policía, los planteamientos empezaron a variar. Aunque sigue siendo muy misterioso cómo él lo sabía. Esta cuestión me hizo ver que solo se habían enfocado en él y en sus motivaciones, y nunca habían tenido en cuenta el punto de vista de las víctimas. Al empezar a escribir la novela tenía pensado para John un tratamiento muy externo, simplemente desde el punto de vista del del investigador. Entonces hablé con un especialista en abusos para hacer un perfil psicológico de John. Él no tuvo dudas cuando me dijo que era muy probable que el propio John Biblia hubiera sufrido abusos sexuales. En ese momento me vi obligada a tener que tratarlo también desde ese punto, desde el punto de un agresor que primero ha sido víctima, algo que no justifica ni muchísimo menos sus agresiones. En mis anteriores novelas Amaia Salazar también había sido víctima, y a ella le sirvió justamente para lo contrario, para convertirse en paladín de las víctimas y tener una sensibilidad extraordinaria hacia ellas.
—La música tiene un gran protagonismo en el libro: Mocedades, Bonnie Tyler, los temas que pone Ramón García en la radio… pero hay una canción que nos acompaña durante toda la narración, «Wouldn’t It Be Good», de Nik Kershaw.
—Esa canción me encanta, siempre me ha gustado desde que era una peque. Antes de empezar a escribir la novela, yo sabía que es así cómo se sentía el protagonista de la novela, el policía Noah, cuando deja volar su imaginación y se piensa: qué bueno sería si pudiera dar un paso en esa dirección, contar con el tiempo necesario, poder tener esa oportunidad. Porque él está muy limitado. Este es un personaje con el que creo que los lectores de la novela van a disfrutar mucho. Noah Scott Sherrington es un policía escocés a la antigua usanza —que ha dedicado toda su vida a su trabajo, no se ha casado y no tiene demasiados amigos— que de repente experimenta un gran crecimiento. De pronto, una terrible enfermedad, con fecha de caducidad inminente, se cierne sobre él y siguiendo una corazonada —contra la opinión de los médicos y de sus jefes, que le han apartado del caso— decide ir hasta el final. Porque si muere sin resolver el caso, su vida no habría tenido sentido. Por eso viaja a Bilbao. Y esa canción de Nik Kershaw habla de esos momentos en los cuales la fragilidad y la debilidad se manifiestan, cuando siente que ya no le queda tiempo y quiere disfrutar de esas cosas de las que ya no va a poder hacerlo. Me pareció que era una canción perfecta para expresar esos sentimientos.
—En ese personaje de Noah vemos los dos sentimientos más fuertes de su novela, el amor y el miedo.
—El amor y el miedo son fundamentales en toda la novela. Tanto en la vida de Noah, como en la de John, por su falta, por su carencia en la vida de ambos, que están unidos por eso. Creo que son temas recurrentes en mis novelas. Ya lo veíamos con Amaya Salazar y también con Manuel y Nogueira en Todo esto te daré. Aprender en tu hogar cómo es el miedo es de lo más terrible que te puede pasar. Da igual que seas un niño, una mujer, un hombre o un anciano, si no te sientes protegido dentro de tu hogar es terrible. Cómo es el amor lo aprendemos en casa, ejemplos que recibimos desde la infancia, el amor de nuestros padres, entre ellos, de nuestros hermanos y del resto de nuestra familia. Ese es el concepto de amor que vamos a repetir una y otra vez durante nuestra vida. De esa forma, vemos a gente —que no puede salir de un círculo vicioso— que repite una relación tóxica tras otra, y eso está motivado por el ejemplo de amor que ha vivido en su casa, un amor que daña, un amor que hiere… Es muy difícil salir de ahí, aunque se puede lograr. Lo de tener miedo en el hogar es algo que he vivido a través de otros personajes, como Amaya Salazar, y me parece terrorífico. Tanto en la infancia, como en la edad adulta, todos deberíamos sentirnos a salvo en nuestro hogar.
—Los 80 en Bilbao fueron intensos.
—Los 80 fueron un momento de ebullición. A menudo tengo la sensación de que toda la novela es un bullir de cosas que podían haber explotado en cualquier dirección, como la propia Bilbao de aquel momento. Que era una ciudad que hervía de tensión política, social con la kale borroka, de guerra de las banderas, la presencia de la heroína, la Ertzaintza con su primer retén de policías en la calle, la represión policial de los funcionarios que habíamos heredado del anterior régimen, solo dos años atrás habíamos tenido un golpe de estado… Esa tensión que narró es la que aparecía en los periódicos de aquellos días. Bilbao era un hervidero en todos los sentidos.
—En la novela hay unas cuantas referencias a la ciencia y a la medicina: el papel de la psicóloga, los primeros trasplantes de corazón, la enfermedad del policía escocés, y su propio apellido, Scott Sherrington, el mismo que el de un neurofisiólogo que fue premio Nobel de Medicina.
—En esa época se produjo una explosión creativa. Del Punk se pasó a la Movida. Un montón de ideas bastante aperturistas, ecologistas, que hablaban de respeto, de tolerancia, de igualdad… En esos años entraron las primeras mujeres a la Guardia Civil, a la Policía Nacional y al Ejército. Se dieron avances sociales muy interesantes. Y también hubo muchos progresos en la ciencia. En la rama de la cardiología fue un momento extraordinario. Ese es un tema que trató en particular en la novela. También en la psicología. Fue algo tremendo. En los 70 se empezaron a hacer en Estados Unidos los primeros análisis de conducta, pero en los 80 teníamos las consecuencias en nuestro país, cuando se dieron cuenta de la importancia que tenía cambiar el punto de vista y empezar a mirar no solamente desde los ojos del agresor, sino también desde el perfil de la víctima para entender, sobre todo, a esos grandes depredadores, por qué elegían a un tipo de presa en concreto.
—Quizás John Biblia pueda estar dando un paseo por Las siete Calles en este momento. ¿Se lo imagina vivo? ¿Quizás leyendo su novela?
—(Ríe) Prefiero no imaginarlo así. La verdad es que ojalá que esté muerto, sinceramente. No le deseo la muerte a nadie, pero ojalá ya no esté vivo porque no merecía haber tenido una buena vida después de todo el daño y el dolor que causó. Pero lo cierto es que podría estarlo, podría ser un anciano. Los testigos de aquel entonces decían que podía tener veintipocos años, una edad muy variable porque tenía uno de esos físicos que pasan desapercibidos y que suele habitual en muchos de estos asesinos de tipo gris, como lo era el de mi anterior novela. Alguien que no es demasiado llamativo, ni demasiado guapo, ni demasiado feo, ni demasiado brillante, pero está ahí para envolverse con esa piel de cordero. Así que, si no está vivo, mejor, y si lo está, que reciba lo suyo antes de dejar este mundo.
—¿Cómo va la adaptación de La cara norte del corazón? ¿Sabemos ya fecha de estreno? Y, lo más importante, ¿qué actor será Aloisius Dupree?
—(Risas) Pues no te lo puedo decir porque esto sí que es secreto, pero muy secreto. Los derechos de La cara norte del corazón los tiene el productor de Harry Potter, David Heyman, en asociación con NBC Universal. Va a ser una serie, y lo último que sé es que ya había un guion y me parece que un piloto, al que están haciendo algunos cambios. Eso es todo lo que sé. Tampoco me informan a diario. (Reímos). Cuando escribí La cara norte del corazón los productores españoles me dijeron que era terriblemente difícil de adaptar al cine, por presupuesto y medios. Estamos hablando de Nueva Orleans tras el paso del huracán Katrina. Una ciudad en ruinas. Me decían que era muy difícil de producir, pero yo siempre digo siempre que soy escritora, no guionista, y no me voy a poner límites nunca. Me alegro de que en su momento llegase Heyman con NBC Universal. Si hicieron volar a Harry Potter, seguro que pueden reproducir el huracán Katrina. Y con esta nueva novela va a ocurrir lo mismo porque el Bilbao que yo narro ni existe. Y encima son los 80. Si algún día me da por escribir un guion, entonces lo haré dentro de unos parámetros que encajen, pero cuando escribo novelas hay que ser libre. El escritor tiene que ser libre de poder contar y si necesitas la gran riada de 1983 en Bilbao, pues la pones. Y si eso es muy complicado al adaptarla al cine, pues que no se haga. Me gusta el romance que mis novelas tienen con el cine porque me encanta el cine, pero no siempre es tan necesario, no pasaría nada.
—Esta novela tiene una dedicatoria muy especial, a su amigo el escritor Domingo Villar, fallecido este verano.
—Domingo falleció mientras yo estaba al final de esta novela. Fue muy triste para todos los que vivimos esos días en los que estuvo ingresado antes de fallecer. Había un hilo de esperanza que intentamos mantener, a ver si conseguía salir del coma. Creo que todos estamos de acuerdo en que es una gran pérdida para la literatura. Porque Domingo estaba en el género negro, pero él hacía una literatura con mayúsculas. Pienso también que nadie que conociera a Domingo no se considerase amigo suyo, él era amigo de todos. Hemos perdido a alguien muy especial. Me vas a permitir que pida a los lectores de Zenda que se acerquen a sus novelas. Y si ya las han leído, que las vuelvan a leer. Domingo Villar era un genio. Sus libros son maravillosos por la profundidad psicológica y emocional de sus personajes. Él era la clase de escritor que adoro, un escritor honesto que cuando habla de emociones habla de las suyas. Por eso es tan fácil sufrir, gozar, disfrutar, con lo que escribía. Así que, por favor, a leer a Domingo Villar.
—En su próxima novela, volveremos a empaparnos con otra gran tormenta.
—Pues en la siguiente no llueve tanto (ríe). Es curioso. Sí que es cierto que me encanta la lluvia. Me gusta situar a los personajes en ese escenario que da un tono especial a mis novelas. Pero esas tormentas a las que les someto están sobre todo en su interior, y de esas puedes estar seguro de que habrá más. Empiezo un ciclo narrativo pero que continúa con lo anterior. Quiero apuntar que este personaje, Noah Scott Sherrington, ya estaba en la anterior novela, en La cara norte del corazón. Lo presenta Dupree en una conferencia, ante una jovencísima Amaia Salazar. Aloisius les cuenta a los cadetes del FBI cómo un investigador escocés había elaborado una lista de posibles víctimas en base a las mujeres que habían desaparecido en su población, y que tenía la sospecha de que había allí un gran depredador. Cuenta la historia de Noah Scott Sherrington y cómo tuvo que salir por una enfermedad de la policía. Hay hilos tendidos entre estas novelas. Continuaré con este proyecto en el que los personajes, unos que conocéis y otros que os presentaré, están siempre sometidos a estos tormentos que a mí me gustan tanto. Sobre todo, porque creo que de la debilidad y la fragilidad, de las cuales surgen esos momentos tan terribles, salen siempre un crecimiento extraordinario y una fortaleza inusitada que nadie espera, justo cuando parece que el personaje está a punto de sucumbir. A los que os guste esto, os aseguro que habrá más tormentas.
Mucha gente dice estar contra la pena de muerte, pero luego desea que los asesinos no estén vivos, y hasta afirma que no merecen vivir. Incoherencias aparte, me asombra la fascinación que los criminales ejercen sobre personas aparentemente normales. Nadie lee historias de santos, pero las historias de criminales, mejor cuanto más retorcidos, se venden como rosquillas. Cualquier día se pone de moda televisar las autopsias.