Fotografías: ©Victoria R. Ramos.
El sol cae a plomo sobre la calle Mayor en una de las últimas tardes de junio. En una pequeña y luminosa sala del majestuoso Instituto Italiano de Cultura de Madrid, Domenico Starnone aguarda en un pequeño sofá ubicado bajo un ventanal por el que la luz se derrama a raudales. Menudo, sereno y paciente, Starnone (Saviano, 1943) pasa desapercibido en las calles madrileñas, no en vano Ataduras es su primer libro traducido al español.
No ocurre lo mismo en Italia. El napolitano que viviese las estrecheces de la posguerra en su infancia reside hoy en Roma consagrado como escritor, docente, guionista y periodista. Fue ganador del Premio Strega ya en el año 2001 por Via Gemito —máximo galardón literario en Italia—, al que seguirían el Premio Castiglioncello con Labilità, el Comisso por Spavento y el The Bridge por Ataduras. Además ha publicado otras obras como Prima esecuzione, Fares cene y Autobiografia erotica di Aristide Gambía y Scherzetto, sumando una veintena de libros publicados.
Soñó con ser escritor desde la adolescencia pero ejerció como maestro de escuela durante tres décadas, publicó su primer libro con casi 42 años, y ahora acumula a sus espaldas los galardones literarios más codiciados de Italia, traducciones a una veintena de idiomas —al inglés, sin ir más lejos, por la ganadora del Pulitzer Jhumpa Lahiri—, y ha escrito guiones, obras de teatro y artículos para Il Manifesto, L’Unità, La Repubblica o Il Corriere della Sera.
Lumen publica ahora en español Ataduras con una brillante labor de traducción, una novela construida a partir de tres relatos que hilvanan la disección en canal de las interioridades de una pareja, de una familia, de un fracaso… desde todos los puntos de vista implicados. Algo de profesor queda en el hombre reflexivo y tranquilo en apariencia que se empeña en mostrar en sus libros aquello que no queremos ver o que intentamos ocultar. “Hay que contar la verdad de la propia experiencia”, afirma. Ello implica usar esas propias experiencias para dar forma y desgranar las historias. Historias donde el detalle lo es todo, así que él acumula detalles en su vida diaria como mecanismo para luego retratar a sus personajes.
Es uno de esos extraños casos aclamados por igual por la crítica y el público. Ataduras ha sido adaptada por el propio Starnone al teatro, donde lleva unas 200 representaciones, al tiempo que se prepara su versión cinematográfica.
Starnone habla de madurez. A sus 75 años se muestra satisfecho. A las menciones al largo recorrido que hay desde la pobreza de la posguerra en su Nápoles natal a su éxito actual se encoge de hombros. El hombre que declarase a la prensa italiana ser hijo de una costurera y de un hombre celoso y con mal genio que trabajaba para el ferrocarril hoy se confiesa apasionado de la vida. De la propia y de la de otros, precisa. En cuanto a su obra, asegura que los libros siempre abren puertas, dan ideas, son como escaleras que llevan al siguiente relato. No se puede escapar de la escritura.
La forma de atarse los cordones de un niño, el nombre de un gato, una caja en lo alto de una estantería… son pequeños hilos que muestran las inmensas grietas de una familia rota. Escrita con maestría y condensada en pocas páginas, la novela versa sobre un matrimonio y sus crisis. Un argumento simple y cotidiano que narra con una habilidad literaria poco común y que retuerce las entrañas. No esperen ñoñerías. Starnone nos cuenta la vida misma con sus remordimientos, rencores, venganzas, egos, cobardías, egoísmos, dolores, fracasos y rabias sin ahorrarnos ni un solo detalle de las miserias del ser humano y su afición a los lazos, las jaulas, las ataduras o las obligaciones. Y a huir de ellos sin mirar atrás, sin prestar atención a las consecuencias, no importa cuán drásticas sean.
Es un libro con múltiples niveles, igual que esos lazos o ataduras: sociales, emocionales, económicas y psicológicas. Una descripción afilada y cortante de algo que de amor sólo tenía el nombre. Desde el primer momento se espera la catástrofe en un infierno que somos nosotros mismos. Dos personas han cambiado, el mundo ha cambiado, y no son capaces de reconstruirse ni a sí mismos ni a sus roles. Él muta en cobarde, ella en cruel. Ambos son cómplices al perpetuar una mentira que vivirán sus hijos. Su narrativa alude a una esfera brutalmente íntima, donde todo impacta.
Afirma el napolitano que estamos convencidos de que la vida es como en las películas, que los amores son eternos o las reconciliaciones perfectas, que si tienes un trauma vas al psicólogo y todo se cura. Su libro grita que nada se arregla y que el dolor, llegado el momento, desborda mutando en rabia descontrolada. Y es que más que sobre el abandono, Ataduras versa sobre la mentira de una falsa reconciliación. De una convivencia envenenada por una ruptura y unas grietas jamás soldadas. De una sensación de fracaso que se palpa en casa personaje magistralmente construido. De la incapacidad de perdonar y olvidar.
Vanda y Almo, los protagonistas de la novela, se han casado jóvenes, en los 50, se han visto desgastados por la rutina, por la infidelidad que empujaban los vientos de libertad de los 70, y aún así permanecen juntos. Hay una esposa que no concibe el divorcio y una joven amante que busca su propia autonomía.
Si estamos dispuestos a sacrificarlo todo para huir de una trampa, de una jaula, en pos de la libertad, tal vez la pregunta correcta sea: ¿qué perdemos cuando volvemos sobre nuestros pasos? ¿Es posible volver atrás después de una transgresión tan brutal? ¿Qué precio habremos de pagar, y haremos pagar a otros? La novela está estructurada en tres partes, tres voces, tres puntos de vista: las cartas que Vanda, la esposa abandonada, escribe a su marido, Aldo; el relato sobre Aldo y su vida actual ya jubilado con su esposa, su relación con su amante, Lidia, y sus motivaciones; y el tercero es el de los hijos del matrimonio. Así se construye el claustrofóbico y poliédrico mundo de esta pareja.
Toda pareja es un enigma para quienes observan desde fuera. A veces, incluso para sí mismos. Ataduras también nos habla sobre eso, sobre los secretos inconfesables y las pulsiones que nos ciegan, que nos empujan y nos zarandean en la vida.
—¿Somos así?
—¿Así, como en el libro? Oh, sí. [risas]
—Sorprende que una novela tan corta sea de una complejidad tan condensada, con unos personajes tan bien construidos, con tantas capas.
—Gracias. Es el fruto de la vejez.
—Sobre la vejez, llama la atención ese momento en el que Aldo mira los libros enrollados y no se reconoce.
—El mundo cambia, y de la misma forma cambia nuestra mirada. La huella de cómo veíamos el mundo se conoce por los libros que leímos, por lo que nos gustaba de ellos y por lo que subrayábamos en ellos. Y luego, después de diez o quince años te preguntas por qué he subrayado esto, por qué me gustaba aquello…
—Es un libro que abarca mucho tiempo, unos cincuenta años, y varias generaciones. Y lo que hay es mucho acumulado: rencores, pasiones, papeles, secretos… hasta que todo eso se desploma sobre la generación siguiente.
—Sí. Lo has leído bien. Es eso lo que caracteriza a una vida. Piensa por ejemplo en una casa: lo que está en el centro de esta novela es un apartamento, un piso, que recoge todos los signos de una vida, colocados según un orden determinado. Los libros en las estanterías, objetos de fondo, álbumes de fotografías… y una caja en un estante.
—La caja de Pandora.
—Todo está en orden, y de repente un pequeño elemento introduce un desorden. Un desorden en el que también habita quien vive en ese piso.
—Es una vida rota. Está el eterno tema clásico del abandono de una mujer, pero también el del regreso. ¿Por qué volver a lo que se dejó atrás, a esa jaula?
—No hay desorden introducido por una traición, sino un falso orden producto de una falsa reconciliación. La complejidad de la narración ocurre porque hay muchas razones que ni siquiera Aldo y ni siquiera Vanda, la pareja protagonista, conocen. Es lo que ocurre en la vida. En las novelas hay explicaciones, pero en la vida no. Hacemos locuras sin explicación. Te expongo las posibles razones de Aldo: se ha terminado el clima cultural y político que le daba fuerza, y se ha acabado la primera oleada de pasión que sentía hacia Lidia, al tiempo que teme que ella, más joven y abierta, lo abandone. Ha visto a una mujer por la calle, mal vestida y con dos niños y entonces se ha dicho: «Tendría que estar con ellos, con los míos, y no lo estoy». Entonces vuelve con sus hijos, y el punto de partida de todo esto fue un hecho banal, el hecho de parar a atarse los cordones de los zapatos por la calle. De repente, con este gesto tan cotidiano, ha sentido la paternidad y la necesidad de los hijos de tener un padre. En la novela lo hago volver con ellos y luego lo aplasto. Para Vanda es algo totalmente distinto. “Si vuelve es porque valgo más que la mujer por la que me dejó». Ponemos todos estos elementos juntos y sale una tragedia.
—Es una tragedia, hiperrealista además, y muy intimista. Se está diseccionando el fracaso a través de una pareja. No hay perdón, no hay curiosidad, y son incapaces de construirse un nuevo rol. Ella se convierte en cruel y vengadora, y él… en un cobarde.
—Sí. [risas]
—Creo que nunca me habían dicho tanto que sí en una entrevista.
—Sí. [risas] Es que has leído bien. En la realidad es lo que ocurre. En las novelas, las parejas reconducen su camino y todos viven felices. Es un tema común en su generación, pero esto no quiere decir que las reconciliaciones no sean posibles. Pero para que ocurran, no solo en una pareja, sino en la política o en la sociedad, es necesaria la fuerza del olvido. Si la humillación y el recuerdo de la mujer por la que he dejado a mi esposa sigue estando en una caja en casa, entonces se corre el riesgo de una falsa reconciliación. No existe un verdadero perdón.
—Incluso en esto, parece que la importancia está en los pequeños detalles: la forma de atarse los cordones, la trampa que encierra el nombre del gato…
—Por supuesto. En un relato los detalles lo son todo, son lo que declaran —o esconden— el sentido de la narración. Cuando el carabinero dice «el gato va a volver luego, ahora habrá ido a buscar novia», los hombres se ríen pero Vanda no.
—Es una historia en la que no hay buenos ni malos, son personajes reales, llenos de grises, pero al final las víctimas de esa relación, como en la tragedia de Medea —mujer traicionada por antonomasia—, son los hijos.
—Así es. Quien construye la historia tiene que querer a todos sus personajes y si no, se convierten en caricaturas, tanto los buenos como los malos. Los personajes más queridos de un relato, aunque todos lo sean, son los que sufren más. Aquí quienes más pagan con su sufrimiento son los hijos. Son los más amados, pero en este relato parecen los malos, porque parece que no quieren a sus padres.
—La tercera parte, que es la de esos hijos, a mí me parece más de un dolor que estalla en furia en lugar de maldad.
—A estos hijos los han amado como a subalternos, no como a niños, y por eso no han conseguido crecer. Es el dolor y la furia de criaturas bloqueadas, y por eso parecen los malos, pero simplemente son víctimas. Incapaces de crecer.
—Incapaces también de sentirse queridos. De hecho, en toda la novela hay una atmósfera muy intensa y claustrofóbica.
—Sí, porque la acción se estructura dentro de un apartamento y también dentro de compartimentos estanco, fijos. La parte de Aldo no necesita a las demás. La parte de los dos ancianos y el robo en su piso es autónoma también. Y para la parte de los hijos tampoco hace falta saber lo que ha ocurrido antes. Si no hubiera un lector que pone juntos los tres bloques, los tres apartados serían autosuficientes.
—Juntos dan una visión mucho más poliédrica.
—Además, en la estructura de la narración todo está cerrado ya, no hay posibilidad de comunicarse.
—Igual que es imposible la comunicación entre ellos. He visto que la obra se ha adaptado ya al teatro y va camino del cine, y que además usted ha sido guionista. ¿Cómo suele llevar las adaptaciones de sus libros?
—Se puede hacer una adaptación solo si piensas que estás utilizando la escritura de otra manera. La escritura teatral es más desnuda. Los diálogos de los personajes en teatro dicen las cosas de una manera más directa, sin los encubrimientos de una novela. Y en el cine todavía más. Lo que marca la diferencia, y es algo que hay que tener en cuenta, es que el libro original es mío, autónomo, me pertenece desde la primera palabra a la última, pero en el teatro y en el cine el texto se transforma en espectáculo, que es lo que importa de verdad al final. Por contra, quien escribe cuenta las cosas poco a poco.
—¿Y el guionista también?
—El guionista es el primero que se imagina la película, pero luego lo hacen otros y al final es quien menos pinta. En cine, el guionista tiene que hacer cuentas entre lo que él ha imaginado y lo que ve en la pantalla. Y lo que ve siempre es peor que lo que imagina.
Domenico Starnone se expresa con fluidez y sin prisas. Y sin embargo, bajo la superficie tranquila del napolitano, se adivinan profundidades ocultas. Como en su novela. Aguda, profunda y emocionalmente brutal, no sabemos si nos ha llegado gracias al buen ojo de la editorial Lumen o a la polémica con cierto nombre de mujer que ha rodeado a uno de los mejores novelistas italianos vivos con afición por la metanarrativa: Elena Ferrante. Una sombra que persigue a Starnone y a su mujer, la traductora Anita Raja, desde hace una década. ¿Es él Elena Ferrante? ¿Es ella? ¿Ambos a cuatro manos? Mientras las ventas de la misteriosa autora crecían el interés internacional lo hacía a la par. Il Corriere della Sera llegó a publicar un cuadro comparativo apostando porque la prosa de Starnone tenía un inmenso parecido con el de la escritora. En 2016 una investigación periodística trató de seguir las facturas de la editorial de Ferrante, afirmando que tras ella se escondía Anita Raja. Ellos no se han pronunciado. Starnone sigue ocupado con sus guiones, sus adaptaciones, sus libros y las giras promocionales. Raja continúa traduciendo.
En cuanto a la similitud de las temáticas Starnone asegura que la deseperación femenina es un tema universal, pero que él prefiere centrarse en la del ser —no importa su sexo— que descubre que todo aquello en lo que creía no eran más que espejismos. Y sobre su tierra, Nápoles, asegura que siempre queda algo por decir. Lo mismo diría yo del autor. La aguja del reloj corre, lo esperan en la radio, y apenas tengo la sensación de haber rascado la superficie.
—El suyo es un viaje muy largo desde la Nápoles de la posguerra hasta su éxito actual como profesor, periodista, guionista y escritor premiado.
—Setenta y cinco años. Digamos que soy un apasionado de mi vida, y también de la de los demás.
—¿Por qué cree que su obra ha tardado tanto en llegarnos a España?
—No tengo ni idea. Quizá porque nunca he tenido un agente. Los escritores italianos están consiguiendo poco a poco que se les traduzca a otros idiomas, con mucho esfuerzo, muchísimo, y es algo de lo que estamos orgullosos.
—Suele usted citar como referentes a Italo Calvino y a Franz Kafka. ¿Lo siguen siendo?
—Son dos escritores diferentes, que leí en el mismo año, cuando tenía diecisiete, y que me enseñaron que se podían hacer grandes cosas. A Kafka lo estudié mucho hasta los treinta y cinco años o así y luego lo dejé, pero a Calvino he seguido estudiándolo toda la vida. Ahora he vuelto a leer a Kafka, y lo considero el autor más grande del siglo XX.
—Volviendo a la novela, ¿qué estamos dispuestos a sacrificar para no sentirnos atrapados, y al mismo tiempo, por qué corremos de una jaula a otra para que nos den sensación de seguridad?
—Dispuestos a sacrificar, todo. Mujer, hijos, todo. Y entonces descubrimos que tras abrir una jaula aparece otra, y así sucesivamente, hasta pensar que la libertad puede ser un fantasma, y que es mejor una jaulita con una serie de compromisos donde poder envejecer pacíficamente. Esta fue la primera decisión de Aldo, sacrificar todo, y la segunda volver a la jaula a envejecer pacíficamente. Lo que pasa es que pacífico no hay nada.
—Lo que hay más bien es sadomasoquismo.
—La vuelta de Aldo conlleva algo de masoquismo, sí, pero también ha sido sádico antes con su mujer. Vanda, que primero fue una víctima y luego es la que ejerce el sadismo hacia Aldo. Podemos decir que dentro de las jaulas el ejercicio es más difuso, es sadomasoquismo.
—¿Hay parejas y familias que no sean disfuncionales?
—Por supuesto que sí, pero no hay familias que funcionen sin una serie de compromisos.
El amor de esta historia, de amor sólo tiene el nombre, comento. Y el autor me responde que todo amor tiene grietas que al principio no se ven, sobre todo porque «siempre se plantea una pregunta envenenada: ¿quién es el principal responsable de la felicidad, quien te ama o tú mismo?» Evoca a Freud y su teoría de que la civilización, y por tanto la familia, es represión. Que el ser humano debe intentar realizar sus deseos y esperar luego su castigo, como su protagonista. Afirma que «eso convertiría la vida en un infierno imposible, y que hay otras soluciones… si ambas partes se comprometen».
Es el fantasma de la libertad versus una seguridad pactada con sus límites. Amor y dolor, deseo y castigo, cobardía y responsabilidad, realidad y apariencias, perdón o venganza… La historia y los personajes de Starnone se debaten en un mundo de dualidades. Y aún así el autor asegura que sí, que el amor existe, pero que es un sentimiento complejo que nos transforma, que nos hace fuertes. Descubrir que no nos amaban nos destruye. De nuevo las dos caras de la moneda.
—¿Los personajes femeninos de esta historia son… más listas, más fuertes, más crueles? No sé si tiene algo que ver su rol tradicional como víctimas, pero cuando el dolor o la ira se las traga, borran totalmente a los personajes masculinos.
—Es mi manera de pensar en las mujeres, pero no de ahora. De toda la vida, con los hombres de aburro y con las mujeres me lo paso bien. No es que intente escribirlas así, es que siempre las he visto así, más listas, más fuertes, las escribo como las veo.
—Son también las más afectadas por los cambios sociales durante el libro.
—Sobre todo Vanda. Cuando se abre el relato es una mujer de finales de los 50, que se casa, que tiene hijos, que no trabaja y que jamás piensa en el divorcio. El cambio en las mujeres, que a veces se atribuye desde el punto de vista teórico al feminismo, en la práctica ha ocurrido debido al trabajo remunerado fuera de casa.
—Italia y España han ido a la par en eso. Mi madre, nacida en los 50, empezó a trabajar a los diecinueve y era una anomalía en su entorno. Lo que se esperaba de ella era lo que ha dicho usted: establécete, cásate, ten hijos, cuídalos… Esa generación de mujeres tuvo que mutar de piel varias veces.
—Y lo que no se valora ni se cuenta lo suficiente es cómo ese cambio ha causado grandes sufrimientos a las mujeres. De todo esto se habla alegremente, como si fuera un proceso de libertad, de emancipación, pero las mujeres han tenido que destruir, principalmente dentro de sí mismas, una manera de ser mujer. Y cuando se destruye un modelo, la persona sufre, porque tiene que desgarrarse desde dentro. Y al revés, con la crisis económica, muchas mujeres acostumbradas a estar fuera, trabajando, ahora de repente se encuentran sin empleo y ya no pueden volver al viejo modelo anterior, porque ya no existe. La verdad es que hoy el feminismo debería ser mucho más fuerte. En literatura se está viendo algo, cierto cambio. A los hombres les avergüenza decir que leen novelas, es más difícil relatarnos. Mi personaje, Aldo, es negativo. Si el lector lo ama, se siente culpable.
Disparo la cámara a contrarreloj mientras avisan al taxi que les llevará a la radio. En italiano veloz, Starnone se dispara. Posa en la escalera y ante el espejo mientras me habla de la situación política en Italia y la responsabilidad que tienen los viejos partidos por haber puesto en práctica políticas que han empobrecido a la gente. No muestra ninguna simpatía por el Movimiento 5 Estrellas pero asegura que han sido capaces de aglutinar y movilizar a esos olvidados. Nadie prestó atención a la Liga Norte. Asegura que Salvini es “lo peor de la derecha italiana, racista y xenófoba que se alimenta del miedo hacia el otro”. Lo peor del mundo. “El tipo de gente que desprecia la cultura y a los intelectuales”.
Cuando consigo hacer entender mi respuesta, que no se trata de un caso aislado en una Europa que parece desintegrarse y en la que se votan Brexits mientras la derecha gana fuerza en muchos países, asiente y asegura que «en esta Europa no hay unidad». Y sin embargo, pese a su debilidad, amplias masas la perciben como un «enemigo opresor». “El camino que se está empezando a recorrer es muy peligroso”, sentencia.
Ya en la puerta y mientras el taxi se hace esperar, repasamos el cambio del modelo periodístico y literario de los últimos años. “Hoy prima el espectáculo y el ganar lectores. El papel pierde terreno. El escritor y el intelectual desaparecen de la esfera política”. Luego está el tema de las editoriales, los libros, las cifras de ventas. “El público ya no se fía de los críticos y sus recomendaciones”, me traduce la asistente de dirección del Instituto Italiano. “Yo tampoco”, respondo ante las carcajadas de Domenico. Lo cual no quita que a veces comprendas por qué un ejemplar vende miles de libros y otras no consigas entenderlo, mientras historias maravillosas quedan sin publicar o sin traducir porque apenas venden unas decenas. Starnone asegura que en Italia es igual, “el mercado es el mercado”, añade nuestra traductora. “Sin embargo ese público exige, y merece, respeto. Porque al fin y al cabo está comprando esos libros por algo. Y ahora además todos quieren ser activos, comentar, reseñar, participar en las redes, ser autores, periodistas, fotógrafos…”, dice señalando mi cámara. “Ser protagonistas”
Bajo el sol intenso de la tarde, hablando de la dificultad de los autores italianos para lograr traducciones, me menciona «un autor maravilloso, ya fallecido». El año pasado sólo vendió 80 ejemplares. “Me temo que pronto su obra desaparecerá de las librerías”. Al llegar a casa el nombre —que no apunté mientras despedía a autor, traductora y responsable de prensa de Lumen— ha volado de mi mente. Decidida a buscarlo, escribo a Blanca, de Lumen, pero el nombre que me llega suena distinto. Sospecho que esta noche no pegaré ojo intentando recordar a ese escritor que no conozco, “de prosa magistral”, que tal vez pronto desaparezca de las librerías. Puede parecer banal, pero Domenico diría que lo banal no existe, que no es más que “la superficie a la que nos hemos acostumbrado y que hay que rascar para ver lo increíble. No es más que un modo de no contar”.
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