El lingüista y psicólogo Domingo Caballero (1941) publica nuevo poemario, Una silla roja (KRK) tras su regreso a la poesía con “Fauna de varia lección” (2008, KRK) y “Pasos contados” (2012, KRK). Él, que fue mi maestro en la Facultad de Psicología de Oviedo y es mi amigo, firma un poema-río que transcurre en lo-afuera de la ciudad, en el polígono. Ahí hay un artefacto colorado al que el sol calienta y que pasa por trabajadores, prostitutas, subsecretarios o presencias divinas mediante un lenguaje único, irónico, brillantísimo, fuera de generaciones.
Sus últimas obras: “Fauna de varia lección”, “Pasos contados” vivían en lo rural mientras que este último “Una silla roja” cambia de escenario y de temáticas: del campo a la ciudad, del paisaje vacío a la multitud conglomerada y conglomerante de clases sociales.
Lo de “silla roja” suena raro. La pintó Van Gogh bastante roja, entonces lo primero es que hay que sentir cierta simpatía por Van Gogh, el pobre.
Todos estos elementos con los que juega podría parecer que no tienen nada que ver entre sí: la Virgen, una silla, las prostitutas… pero los estructura de una forma que no hay más remedio que verlos juntos y con sentido.
Eso es suerte de que la narración esté bien trabada y que el lector lo vea.
Y en el centro de la narración, el polígono. Un verso maravilloso: “Son los polígonos/ los que deciden/ la ciudad,/ la delinean”.
El escenario está en un clima teológico porque, al leer el poemario, la gente pensará en la Virgen María con la imagen de la Señora que aparece una y otra vez. Quizá es que no se habrán dado cuenta de la cita que pongo al principio de Pío XII en la que admite que Ella subió en cuerpo y alma a los cielos y, por lo tanto, es eterna. Menudo follón, ¿no? Pero esto lo que consiguió es que la gente se preocupase por la metafísica: ¿qué hace de un objeto, sujeto?
Me gustaría hablar del polígono: actualmente la gente los asea, los clarea, pero la idea de que es una cosa triste, siniestra no acaba de desaparecer porque quizá sea así, porque quizá esa sea su esencia. De esta manera, pareciese que el polígono fuese opuesto a la ciudad, a las aceras, a las farolas… y resulta que es lo que le da sentido. El polígono produce cosas que, al salir desde él en camiones, la ciudad da valor de cambio, de uso.
El verso que citas en tu pregunta tiene un sentido hegeliano: una cosa también es lo que no es. El polígono tiene una serie de valores que no los tiene: es decir, el polígono está pidiendo a gritos ser una ciudad. Cuando el polígono y la ciudad se oponen, a la vez, se aclaran: si todo fuese polígonos, no tendrían valor ni negativo ni positivo. Pero justamente porque están en contraposición tienen esa valoración, por eso se genera el concepto de ciudad. Y, consecuentemente, como no vivimos en polígonos, éstos son la negación total del ciudadano.
Reitero: no se nos olvide que el polígono es un reservorio de la ciudad: el mercado se celebra en la ciudad. Donde hay mercancías es en el polígono pero no está el intercambio porque el intercambio es lo que define la ciudad desde el siglo XIII.
A nivel moral el polígono es lo obsceno: lo que está fuera y que, además, no queremos ver pero que está ahí.
Es justo lo que cuento en el poemario con una procesión de prostitutas: nos hacen ver lo que no queremos ver. Esto se advierte también cuando la gente evita que unos niños las vean: en sentido irónico, cuento que la gente sigue obsesionada por el sexo y adyacentes a pesar de tenerlo más fácil que nunca.
Todo en “Una silla roja” está sujeto a la contradicción, incluso la propia silla que es, a un tiempo, basura y, según le dé el sol, majestuosidad. Parecería la silla el narrador de todo.
La silla se puede convertir en un dosel lujoso, con paneles de oro, y angelotes, que te hagan pensar en una iglesia barroca. Es algo surrealista y se explica a mediados del poema: estar sentado no es simplemente doblar el espinazo. Estar sentado es estar asentado. A partir de ahí tiras de ello: “¿de qué me habla usted?”, se preguntará el lector. ¡Y encima roja! No hay muchas sillas rojas por el mundo: es una ‘boutade’ que hago porque este poema mío es de una ironía constante.
“Una silla roja”, frente a sus poemarios anteriores, es el que más nos pone de cara la lucha de clases, que es una constante en su pensamiento.
Es un poema social y crítico. Está generado por un debate consustancial al signo, entendiendo que el poema es un signo por sí mismo, aparte de que luego lo parcelemos. El signo no es unívoco: una mesa no significa una mesa para poner esto o lo otro, sino que el signo está compuesto de tendencias diversas y contradictorias. Cualquier signo es doble signo e interiormente está en guerra: ahí es donde se apuntan las clases sociales, los géneros…
¿Las clases sociales siguen existiendo o la felicidad nos va a igualar a todos?
(Se ríe) Cada vez se intenta disimular más lo de las clases sociales pero cada vez está más claro.
Dónde ve más poesía, ¿en las prostitutas o en la Virgen?
En las prostitutas, sin duda. Además tienen una sensibilidad especial, aunque yo no lo sepa en primera persona porque nunca he ido de putas: normalmente, los que te cuentan que van de putas afirman que lo primero es echar el polvo pero, después, el resto del tiempo se dedican a hablar de lo triste que es su vida con ellas. Es decir, las prostitutas cumplen una función realmente caritativa y poética.
Lo que niega en “Una silla roja” es que las prostitutas sean las únicas con tarifa: “que a todas constituye,/ que a todos nos constituye./ La tarifa.”
Esa tarifa se vuelve contra nosotros. Todos dependemos de una tarifa: las prostitutas, hasta para la izquierda, son una cosa horrible. Nos dicen que “las prostitutas venden su cuerpo”. Perdone: el cuerpo lo vendemos todas y todos, porque todos tenemos tarifa. Cada vez que pienso en el cuerpo, me acuerdo del personal de limpieza, al que le aparecen sabañones de tanto frotar. Eso también es su cuerpo, creo.
De la poesía, ¿qué le molesta?
De la poesía me molesta casi todo porque se considera que es un lenguaje sagrado, jerárquico. Todo eso son cuentos chinos: es simplemente que los poetas necesitamos que nos den ánimo porque solo nos leen diez u once personas y eso es muy triste. Hay que darle valor. Por medio de la enseñanza pretenden convertir el lenguaje poético en algo excelso, maravilloso, y luego cuando lo analizas resulta que no es ni tan excelso ni tan maravilloso. Quizá el hecho de que la poesía entre en Academía solo sea un intento de jerarquizar los lenguajes. Naturalmente, si ahondáramos un poco, esas jerarquizaciones no son estrictamente literarias sino sociológicas. El signo, y un poema es un signo sea corto o largo, es una desviación de lo que creemos que es natural que, a su vez, si lo analizáramos, también es una desviación. Si quieres definir la lengua y, por tanto, la literatura o la poesía necesitas hablar de un lenguaje coloquial; un lenguaje materno; un lenguaje correcto oral; un lenguaje correcto escrito; uno científico; uno administrativo; uno de ascensor, que tiene sus propias reglas; uno de hablar con niños, a los que te diriges como si fueran tontos o fueses tonto tú; uno de la cama, depende de lo que sea;… todo eso hace que el signo sea triple, y cuádruple, y tendiente a ‘n’.
El signo también reprime, como en su poemario cuando aparece un subsecretario que trata de ordenar el polígono.
Normal: si manejas una retórica que coincida con un grupo social, podrás disuadirlo o, como diríais Darío Adanti y tú en vuestro show de ‘Mongolia’, acojonarlo. Lo que no se puede es definir en abstracto un signo cualquiera: como te dije antes, para entender cualquier signo hay que tener en cuenta la sintaxis, las emociones, lo que hacen tus poetas “enemigos”, los cenáculos donde están tus amigos, los suplementos culturales copados por los chulillos de turno, las colecciones controladas, las editoriales valoradas… todo eso es un signo y todo eso hay que tenerlo en cuenta.
Aparte de ser uno de los versos más brutales de “Una silla roja”, esto suyo resume todo lo suyo anterior y todo lo suyo que me aprendió, entiéndaseme el verbo en su acepción asturiana, en nuestros ¡ya quince años! de amistad: “Que lo real,/ si existe,/ es arduo.”.
Es que lo real es duro y difícil, querido amigo. No sé qué añadirte.
¿Se puede considerar que usted tiene una poética propia o deberíamos pensar eso que diría un cursi que “perteneces a una generación de algo”? (Nos reímos)
No estoy con nadie. De mis contemporáneos, me gusta Agustín Delgado: una poesía irónica, aplastante. Del resto, o crees en la poesía o tienes que hacer una crítica lingüística y sociológica. Lo cual no quita que no la disfrute, como cuando leo a Lorca: “El jinete se acercaba/ tocando el tambor del llano”. Pues mira qué ocurrente. ¡El tambor del llano! ¡Las pisadas del caballo al trote! Pero lo mío es diferente: hay amigas y amigos que no soportan la poesía que escribo porque mis poemas son muy poco ocurrentes.
Entiendo lo que dice, pero usted escribe poesía y eso, aunque sea a nivel psicológico, el más barato de los niveles, le tiene que servir para algo.
Escribir poesía me sirve para demostrar que puedo escribirla. (Nos reímos, demasiado). Los poetas luchan como leones para ser admitidos en el Olimpo y llegan hasta extremos increíbles. Solo hace falta leer el compendio de insultos entre literatos que ha recopilado el crítico Antonio Rico en ‘La Nueva España’: “Flaubert decía que George Sand era una vaca llena de tinta, Nietzsche decía que Dante era una hiena y escribía poesía sobre tumbas y nada más que tumbas,…”. ¿Quieres más? ¿Quién tenía razón: Flaubert, Sand, Nietzsche, Dante…? Lo que no quiero es echarme el pisto de “¡Qué maravilla es la poesía!”. Tengo aquí una cita de Caballero Bonald que dice “La literatura es de desobedientes”: Caballero Bonald, de izquierdas y crítico, suelta que los escritores somos desobedientes, lo único que se opone al poder. ¡Qué va! Lo único que quiere Caballero Bonald es lo que queremos todos los que escribimos, que nos digan: “¡Qué guapo eres y qué bien lo has hecho!”. Otro ejemplo: dice Emilio Lledó “la poesía es lenguaje libre, gozosa espontaneidad”. ¡Qué me digan a mí si estos tres mil versículos de “Una silla roja” son fruto de una gozosa espontaneidad! ¡Leches! ¡Tardé un año y medio en escribirlo! Y termino citando a Gamoneda, al que quiero mucho y del que a veces no entiendo sus poemas, cuando viene a decir que la poesía no es ficción, sino hechos existenciales. Esto es Heidegger, que nos ha hecho la puñeta cuando afirmaba que la esencia del Ser, el ‘Dasein’, es el lenguaje y la maravilla del lenguaje es la poesía. No sé si Gamoneda ha leído a Heidegger porque parece que está copiado al pie de la letra y viene del Romanticismo alemán.
Porque la poesía no es algo bello simplemente, sino que tiene que ver con el esfuerzo del autor, sus estructuras gramaticales, sus contradicciones ¡y con su maldad de tertulia poética! ¿No le parece?
Todo eso y mucho más.
Como lingüista, me gustaría que me contase si cree que hay un nuevo lenguaje político frente a un viejo lenguaje político, digamos, establecido en la Transición.
Había mejores oradores y las oraciones, en sentido estricto: estaban bien. Ahora es que no hay gente: son terriblemente vulgares y las palabras que usan son, en general, frases hechas. Pero tampoco es una diferencia abismal y tampoco quisiera ponerme coñazo y decir “es que antes era todo mejor”. ¡Sería el colmo!
En la juventud, durante el franquismo, estuvo en movimientos clandestinos de izquierdas, ¿cómo recuerda aquel lenguaje en la clandestinidad?
¡Calla! A veces pienso que yo era gilipollas porque había ciertos dogmas que eran de morirse de risa. ¡Si era Mao la luminaria que marcaba el camino de la Revolución! ¡Si es que no sabíamos chino: cómo íbamos a entender a Mao! Es risible el pensamiento Mao y, además, él era un dictador asqueroso. Encima había gente mucho mejor preparada que yo que pensaba que el pensamiento Mao debería ser tenido en cuenta. Mi argumento contra ellos era muy simple: “pero, ¿usted sabe chino?”. Y es necesario recalcar una cosa para esta entrevista porque lo conecta con lo dicho hasta ahora: no se nos puede olvidar que Mao escribía poesía.
Enlazo con algo muy importante a tener en cuenta: el lenguaje es conducta, a la manera que entienden, por ejemplo, mis amigos psicólogos Marino Pérez o José Errasti. Esto está dicho contra los lingüistas, que no entienden que el lenguaje sea conducta: pongo de ejemplo a Chomsky, que cree que el lenguaje es una capacidad que está en un lóbulo del cerebro. Ahora: la conducta es colectiva, es social, y esto los psicólogos tampoco lo ven muy bien. Y luego lo colectivo es un conflicto, es una guerra, es un teatro de luchas, porque el signo está compuesto de si mismo y contra sí mismo. Esto es muy hegeliano y se podría ampliar pero igual los amigos de ‘Zenda’ nos matan por pesados.
La lengua es la palestra, el tablero de ajedrez donde se enfrentan sistemática y constantemente los signos porque hay lucha de grupos y de clases. Esto es lo que define al signo: siempre está escindido: es lo que no es a un tiempo. Aunque hablemos de “borricos” o de “mesas”.
Esta idea de contradicción consustancial al signo se lleva fatal en la sociedad actual, muy poco dada a aceptar contradicciones.
El pensamiento actual huye de la complejidad y esto tiene mucha relación con la tecnología, de la que hablamos en mi capítulo sobre ‘Black Mirror’ de tu libro de series (Todavía voy por la primera temporada, editado por Léeme en 2014). Como ocurre con casi todo solo conozco a una minoría que se aproxime a los avances tecnológicos, como el móvil o tablets, con sentido crítico.
¿Le apetece seguir escribiendo?
Ahora mismo, no. Porque además me tiembla un poco el pulso y me salen unas letras rarísimas. Aunque nunca se sabe: llevaba tres años sin escribir nada y, de pronto, apareció “Una silla roja”.
Escribe Miguel Rodríguez Muñoz sobre su libro en la contra: “Domingo Caballero nos ofrece en “Una silla roja” un texto donde los juegos de lenguaje, las recurrencias fónicas y léxicas, el ritmo, las alusiones mitológicas, los hallazgos expresivos, las observaciones agudas, el humor, el absurdo y un virtuoso manejo de recursos literarios dan cuerpo a un extenso poema que constituye una propuesta gozosa, original e irreverente”. ¿Se le ha olvidado algo?
Nada. Es tremendo lo que dice Miguel del libro. Los dos pertenecíamos al Frente de Liberación Popular en Asturias y vivíamos en un casucho ¡pero iban muchas chicas! Recuerdo que Juan Luis Rodríguez-Vigil llamaba al grupo que estábamos allí “el politburín”. Como era todo tan pequeñito…
Querido amigo, salvo en lo físico, ¿echa de menos ser joven?
Ya lo decían los griegos, Edu: si deseas cosas imposibles, vas a ser un desgraciado. Lo único que puede ser eterno es la Señora de “Una silla roja” pero eso es metafísica
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