Roma nunca duerme o, mejor dicho, nunca puede dormir. Cuando la pax parece reinar en todo el imperio, nuevas amenazas se ciñen sobre la capital: los bárbaros avanzan sin descanso, la peste asola los territorios, los cristianos expanden sus ideas… Después del éxito de Roma e Imperio, dos novelas incluidas en la lista de más vendidos de The New York Times, Steven Saylor continúa su saga histórica con Dominus.
En Zenda, reproducimos las primeras páginas de Dominus (La Esfera), de Steven Saylor.
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165 d. C.
«Me temo que nuestra hija podría morir…».
*
Las palabras de su esposa resonaron en los oídos de Lucio Pinario cuando entró en el edificio del Senado con su hijo de cuatro años de edad de la mano. Estaba seguro de que la situación no era tan mala como eso. Porque, al fin y al cabo, ¿qué síntomas tenía Pinaria? Insomnio, apatía, pérdida de apetito, pulso irregular, distracción mental… nada que ver con los signos de la peste, y más bien leves si el problema era la infestación por parte de un espíritu maligno. Por otro lado, la esposa de Lucio le había citado algunos ejemplos de amigos y seres queridos que habían fallecido con síntomas mucho menos severos que los que mostraba su hija adolescente, y con un final a menudo repentino. A pesar de todos los esfuerzos que tres médicos distintos habían hecho para curarla, la enfermedad de Pinaria duraba ya dos meses. Hoy llegaría un nuevo médico para examinarla, un joven de Pérgamo que le había recomendado a Lucio uno de sus colegas en el Senado.
Pero antes que eso, Lucio iniciaría su jornada tal y como intentaba iniciarla cada día, con una ofrenda a la diosa que presidia el vestíbulo del edificio del Senado. Cuando las majestuosas puertas de bronce se cerraron detrás de Lucio y el pequeño Cayo, la diosa se cernió sobre ellos, con su cuerpo de mayor tamaño que el de cualquier mortal, con sus impresionantes alas abiertas y con un brazo extendido por encima de sus cabezas para ofrecer una corona de laurel tan grande y tan pesada que ningún mortal podría lucirla. La escultura de bronce estaba pintada con tanta habilidad y delicadeza, que las hojas de laurel parecían recién cogidas y la diosa alada lista para saltar de su pedestal en cualquier instante. La luz cálida que se filtraba por las ventanas altas incrementaba el espejismo.
El pequeño Cayo, que jamás antes había estado en el Senado, levantó la cabeza para admirar la estatua de Victoria. Y emitió un sonido, entre un grito ahogado y un gimoteo, antes de agarrarse a la toga de su padre para sentirse más seguro.
En el vestíbulo no había nadie más. Con la excepción de la diosa, estaban solos. Cualquier sonido, por mínimo que fuera, reverberaba en las paredes de mármol.
Lucio rio y acarició los rizos rubios del niño, que brillaban a la luz de la pira que ardía en el altar de mármol instalado delante de la estatua.
—No tengas miedo, hijo mío. Victoria es nuestra amiga. La veneramos y la adoramos. Y a cambio, ella nos brinda su favor. Un senador nunca debe entrar en esta cámara sin antes detenerse ante su altar para quemar un poquito de incienso y rezar una oración. El humo es el alimento de los dioses, y no existe humo más dulce que el del incienso.
Pinario acercó un trocito de incienso a la llama, dejó que prendiera y levantó la vista hacia la estatua para decir en voz baja:
—Dulce Victoria, amada por todos los mortales, otorga tu favor a nuestro estimado emperador Vero en su campaña contra los partos. Dispersa a sus enemigos ante él. Mantén a salvo a las legiones que tiene bajo su mando. Concédeles numerosas conquistas y botines copiosos. Y cuando su trabajo esté hecho, conduce al emperador Vero y a sus tropas sanas y salvas hasta casa para que puedan desfilar triunfantes por la Vía Sacra. Expreso con mis palabras las oraciones de todos los romanos. Y todos nosotros inclinamos la cabeza ante ti. —Miró de reojo a su hijo, que ya había inclinado la cabeza—. Y también, dulce Victoria, para mí y para mi familia, solicito un favor mucho más pequeño: que des tu bendición a lo que suceda hoy. Que el médico sea capaz y honesto. Que devuelva la salud a mi hija.
«Y que no sea demasiado caro», pensó también, aunque eso no lo expresó en voz alta. No era conveniente molestar a los dioses con trivialidades.
A sus espaldas, se abrieron entonces las puertas de bronce. El hombre que entró vestía una toga con una franja de color púrpura, como la de Lucio. Cuando vio al pequeño Cayo, sonrió.
—¿La primera visita del niño, senador Pinario?
—Sí, senador…
*
Lucio conocía a aquel hombre solo de las sesiones y no recordaba su nombre. Cuando acudía allí por asuntos oficiales siempre tenía a mano un esclavo que se ocupaba de comentarle en voz baja al oído aquel tipo de detalles, pero su pequeño séquito de criados se había quedado esperando fuera.
—Es lo que me imaginaba, viendo esos ojos verdes tan abiertos.
El hijo de un senador nunca olvida la primera vez que entra en el Senado. Un edificio impresionante, ¿verdad, jovencito?
—Sí, senador.
A Cayo le había enseñado que siempre había que responder a los mayores y dirigirse a ellos con sumo respeto.
—Su primera visita, pero mucho menos la última. ¿Y de mayor quieres ser senador como tu padre, jovencito?
—¡Sí, senador!
Lucio cogió a Cayo de la mano y se apartó para que el hombre pudiera hacer su ofrenda ante el altar. Cruzaron la puerta, que estaba aún entreabierta, y emergieron al amplio porche del edificio del Senado.
Padre e hijo parpadearon por el resplandor del sol. A sus pies, en el espacio abierto del Foro, los hombres formaban grupillos y conversaban animadamente. Los chicos esclavos corrían de un lado a otro, llevando mensajes o haciendo recados para sus amos. Después del silencio del Senado, la algarabía que caracterizaba el Foro por las mañanas resultaba chocante, y francamente agradable para los oídos de Lucio. El sonido del Foro era el pulso de la ciudad, y aquel día no era ni frenético ni indolente, sino que indicaba el funcionamiento normal de la ciudad más grandiosa, más poderosa y más noble de la tierra.
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Autor: Steven Saylor. Traductora: Isabel Murillo. Título: Dominus. Editorial: La Esfera de los Libros. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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