El periodista tiene la bendita suerte de ser el último de la jornada en entrevistar a Don Winslow. El crack de la novela negra, el hombre que imprimió el imaginario del narco en la cultura popular de toda una generación, no ha parado ni un minuto desde que ha llegado a España para recibir el premio José Luis Sampedro 2023 que entrega el Festival Getafe Negro. Autor de una trilogía superventas sobre el narco que arrancó con la inolvidable El poder del perro, la próxima primavera concluirá con Ciudad en ruinas (Harper Collins), la nueva. Después de conferencias, firmas y una interminable serie de entrevistas, está exhausto. Y eso le empuja a hablar sin cortapisas, como él mismo advierte: «Estoy muy cansado, espero no asustarle». Winslow maldice, se carcajea, insulta… Empieza el espectáculo.
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—La primera pregunta es obligada. He leído que va a dejar de escribir y se va a pasar a la política. Dígame que no es cierto. ¿Va a dejarnos solos a sus lectores?
—Es verdad. No quiero ir de listillo, así que le seré sincero. Llevo trabajando en esta última trilogía desde hace 28 años. Empezaba, la dejaba, volvía… ¡28 años! Finalmente la terminé y me sentí como si hubiera completado el trabajo de toda una vida. ¡Fíjese en esta maldita mesa! (Winslow señala todas las ediciones en español de sus novelas, desperdigadas en la mesa donde le entrevistamos). Mire mi trilogía del narco, tardé otros 23 años en escribirla. Son muchos malditos libros, demasiados. Es el momento de bajar del escenario. Pero luego hay algo más, algo que tiene que ver con los tiempos que estamos viviendo. Me he ido involucrando cada vez más en política, en Estados Unidos, en contra de mi propio deseo, para frenar a Trump y a su movimiento fascista. Eso requiere mucho tiempo y energía y, sinceramente, no puedo conseguirlo escribiendo novelas.
—¿Por qué no? ¿No tiene la ficción un enorme poder transformador?
—¡Sí, pero no hay tiempo! He escrito novelas políticas como las de las drogas. Pero si empiezo ahora a escribir una novela sobre estos temas, tardaría tres años como mínimo. Sin embargo, puedo compartir rápidamente uno de los vídeos que hacemos en Twitter y llegar a cientos de millones de personas. No soy Taylor Swift, pero tengo cierto impacto.
—Ayer los republicanos del Congreso nombraron speaker a Mike Johnson…
—Fuck!
—Ja, ja. Nombraron, decía, a Mike Johnson presidente de la Cámara de Representantes, un fundamentalista religioso que no aceptó los resultados de las elecciones de 2020.
—No, no, pare, pare, no es que no aceptara los resultados de las elecciones. Los conocía perfectamente y mintió a sabiendas. Es un traidor.
—¿Qué ha ocurrido para que los republicanos en EEUU se conviertan en una fuerza antisistema?
—Prepárese porque esta no será una respuesta corta. Yo también me hago esa pregunta y voy a intentar responderle. El partido republicano que una vez conocimos ya no existe. Los trumpistas se han hecho con el control. Pero debemos recordar que lo que ellos representan siempre ha existido de una forma u otra en la política estadounidense en forma de aislacionismo y —no pienso mostrarme delicado con esto— también de racismo. Conocimos una guerra civil que costó 600.000 muertos y muchos de los temas por los que disputamos entonces siguen vigentes en la cultura de la América actual. Y este payaso que acaban de nombrar para speaker del Congreso no es más que un demagogo que ha cooperado en la insurrección en marcha. Eso lo convierte en un traidor.
—Podremos leer Ciudad en ruinas, la tercera parte de su última trilogía, la primavera próxima. ¿Qué encontraremos allí?
—Si en Ciudad en llamas conocíamos a Danny y su banda de criminales de poca monta y en Ciudad de sueños le llevábamos a Hollywood para convertirse en un productor de cine, en el tercero, Ciudad en ruinas, le vemos desde la primera página como un gigante de los casinos de Las Vegas. ¿Por qué? Porque su vida sigue la trayectoria de la vida de Eneas en la Eneida. Pero claro, Eneas acaba por fundar lo que se convertiría en el Imperio Romano. ¿Qué sería comparable en la América contemporánea? ¡Las Vegas!
—¿Pero por qué decidió desarrollar la acción de esta trilogía sobre la trama clásica de la Eneida?
—Cuando leí los clásicos grecolatinos me llamó la atención las similitudes con mi amado género de la novela policial. ¡Todo estaba allí! El amor, el deshonor, el odio, la traición, la guerra, la religión, las relaciones de poder entre los dioses y los mortales… Soy un gran lector de James Joyce. Leo Ulises una vez cada dos años…
—¿Una vez cada dos años?
—Eso es. Puede usted aplaudirme. Ja, ja, ja. En fin, Joyce lo hizo indudablemente mejor que yo al trasladar la Odisea a las 24 horas de un sólo día en Dublín en su Ulises. Por mi parte, he hecho lo que he podido convirtiendo la Eneida en una trilogía de novelas criminales.
—Esta semana nos ha sacudido la espantosa noticia del tiroteo en Maine. La violencia protagoniza muchos de sus libros. ¿Cómo vive que la violencia, que es uno de los grandes males de su país, resulte a la vez tan atractiva para escribir novelas?
—Ese ha sido siempre el dilema de la novela negra. El asesinato es algo muy entretenido. Enciendes la tele y ves crímenes por todas partes. No puedes dedicarte a lo que yo me dedico y hacer que los personajes disparen pistolas de agua. Tienes que sumergirte en la violencia, y uno no sale indemne de algo así. Me preocupa tomar la decisión equivocada. ¿Debo maquillar la violencia, como hace Agatha Christie? A mí eso me parece aún más ofensivo que mostrarla con toda su crudeza. ¿Usted ha visto alguna vez cómo disparaban a alguien?
—La verdad es que no.
—Yo sí. No es bonito, no es un juego. Si mostramos la violencia, debemos enseñar también sus consecuencias o nos limitaremos a hacer algo puramente pornográfico. El dolor, la pena… Me he sentado con policías en bares, tipos durísimos que se han echado a llorar en mis brazos por algo que les ocurrió hace treinta años. El tipo de violencia que hemos visto en Maine se ha convertido desgraciadamente en la norma en mi país. Escribo ficción realista, no puedo ocultarlo.
—Desde que empezó a escribir sobre el narco a la actualidad, la situación del narcotráfico ha empeorado mucho. Comparadas con la actual epidemia de opiáceos, casi que sus primeras novelas parecen mostrar un mundo feliz. ¿Cómo ha ocurrido?
—No hace usted preguntas sencillas, ¿verdad? Ja, ja, ja. Si quiere una respuesta precisa a esa pregunta, me temo que voy a tardar un poco.
—Se lo planteo de otra manera. ¿Sigue pensando que legalizar todas las drogas es la única solución?
—No hay solución. Legalizarlas sería sin duda positivo. Pero quiero responder bien a su pregunta anterior, porque da en el clavo. Antes lo que he hecho en realidad es elogiarlo. Veamos: en Estados Unidos, y en Europa hasta cierto punto, ya existía un mercado listo para los opiáceos ilegales basado en opiáceos legales que las grandes farmacéuticas habían extendido. Esas drogas eran legales, así que los cárteles mexicanos que habían perdido tanto dinero con la legalización de la marihuana en EEUU se dieron cuenta de que podían competir con esas grandes farmacéuticas sencillamente vendiendo una heroína más fuerte. Coges a una persona ya adicta —legal— que paga 40 dólares por sus pastillas y le ofreces el mismo efecto por 15. Ya tienes una epidemia de opiáceos. Y entonces cae del cielo el fentanilo. El fentanilo es un opiáceo sintético muy potente. No requiere cultivar enormes campos de amapolas. Basta con un laboratorio más pequeño que esta habitación donde estamos usted y yo. Algo así es imposible de frenar. Así que resumamos: un problema que empezó con las drogas legales se extendió enormemente con las drogas ilegales. ¿Qué es lo que causa tantas muertes? ¡Un millón de muertes desde 1999! Algo muy sencillo. Los narcos comenzaron a introducir un poco de fentanilo en la heroína y en otras muchas drogas para hacerlas más adictivas. Pero claro, solo un poco de fentanilo puede matarte. Así que si legalizáramos o, mejor dicho, despenalizáramos las drogas, al menos lograríamos cierto control sobre lo que los adictos se meten. Y menos gente moriría. Por último, si nos ocupáramos de tratar a los adictos en lugar de encarcelarlos… tendríamos menos adictos. El modelo actual no funciona, y se lo voy a demostrar. ¿Dónde puedes encontrar droga más fácilmente ahora mismo?
—¿En la calle?
—¡En la cárcel! Fin de la historia.
Desconozco quién es Don Winslow y no he leído ninguna obra suya, pero estoy de acuerdo con él sobre la legalización de las drogas. Sería la única qforma de controlar el tráfico.
Si al tabaco se le considera droga, reconozco haber fumado hasta un paquete de cigarrillos diariamente y soy defensora del derecho a fumar, sin molestar a otros.
El primer cigarro del día, o el que sirve de colofón a una una buena comida, es un placer de dioses.
Como sucede con casi todo, han ido adulterando el tabaco añadiendo sustancias adictivas que fuerzan a consumir más cigarrillos y dificulta la posibilidad de abandonar el hábito en algún momento.
En mi juventud, la mayoría de las chicas disfrutábamos del placer de fumar. Contemplar a una mujer, con manos cuidadas y uñas adecuadamente largas, exhalar humo de un cigarrillo rubio 0elegantemente, provocaba una agradable visión.
También servía para entablar conversación con otras personas al pedir fuego e incluso podía ser el comienzo de una buena amistad. Hasta en las películas, al moribundo se le ofrecía un cigarrillo y parecía un detalle de afecto y compasión.
Entiendo que el autor lea cada dos años el Ulises de Joyce.
Yo lo leí hace mucho, en español claro, fue una ardua lectura que no entendí, aunque me empeñé en llegar hasta el final. Allí no aparecía ningún símil de la Odisea que yo había leído. Tampoco me gustó los Dublineses, debe ser alguna incompatibilidad y, al igual que hacía cuando fumaba, leo por placer.