Hay miradas sobre el mundo que caen mal. Caen muy mal. Caen mal, sobre todo a quien no entiende que hay cosas que son decisivas en la apreciación del bienestar, que también es el bien estar, el bien ser, el bien, el ser. Estar como quien conoce el secreto que conduce a la placidez mientras se mantiene uno firme en sus propósitos, y encima los disfruta sin prisas, que es como la vida deja poso en la existencia y en el porvenir, aquí y en Lima. El agua y el jabón del título, por ejemplo: modelos de elegancia involuntaria, como rezan estos apuntes, pues no hay nada más lleno de gracia que lo que “aporta y apacigua”, o lo que es lo mismo, lo que suma y serena.
El libro se abre arrojando luz sobre la respuesta que diera Cecil Beaton cuando se le preguntó sobre su idea de la elegancia. Agua y jabón, respondió, a lo que Marta Riezu aclara que se trata de lo sencillo, lo honesto, lo que ha estado ahí siempre, lo involuntario de tan obvio, en fin, lo que acaba por convertirse en el magisterio de la influencia imperceptible, pero persistente a lo largo de los tiempos. Dado que estos son apuntes sobre elegancia involuntaria, cabe advertir que se trata de una miscelánea de elecciones y pasiones a caballo entre la locura personal —la emoción— y el placer generalizado —las convenciones naturales— que no necesita llamar la atención para confirmar su poder desde la honestidad.
Hace por notarse en estas páginas una poética de lo pequeño, no de lo simple, sí de lo sencillo. Lo comedido como baremo de expresión, el valor de lo bien medido, aquello que convierte en clásico cualquier gesto u objeto porque no admite mejora. Esa piedra entendida como el mejor invento para evitar que un golpe de aire haga que los periódicos de kiosco pasen a ser puros papeles volanderos. Añade Riezu que su libro no es de imaginación, sino de observación, una reunión de afectos, pues “el misterio sigue siendo por qué algo muy concreto —y no otra cosa— despierta nuestro interés”. Por si el lector acaba con hambre de curiosidad, la escritora añade un apéndice de afinidades y temas adyacentes semejante al que ha preparado para su ensayo sobre La moda justa. Como allí, también en Agua y jabón es buena idea dejar reposar el deseo, a ver si es simple capricho que se disuelve al día siguiente, o la necesidad impuesta por el buen gusto. Ay, ya salió la palabra. El buen gusto, el juicio de lo mejor. Pero qué es lo mejor, y quién lo decide. En el mundo de incandescentes subjetividades y sensibilidades a flor de piel en el que vivimos, donde las susceptibilidad es un valor en alza, declarar una mirada serena pero firme sobre lo que se considera lo mejor resulta ofensivo a todas luces. Pero para alguien que lleva un diario desde la infancia, que leyó a Tom Wolfe en la adolescencia, que se guía por las enseñanzas de El quadern gris de Josep Pla, que trabajó con Felipe Salgado o que entiende la belleza como un asunto ético y la persistencia del asombro como motor de vida no sorprende cuando sentencia que “el síntoma más primario de la felicidad es desear la repetición”. En cuanto al gusto, también eso se aprende, aunque ayuda traer algo de sensibilidad de fábrica.
Nuestro mundo de la ofensa perpetua se empequeñece cuando uno se topa con la verdad. Pero acceder a ella pide tesón, trabajo, apertura de miras y ausencia de desfallecimiento, a pesar de la dificultad de regirse en el entramado de despistes condicionados y maquinados por la industria de la confusión. Nos quieren firmes en eso de fijar la mirada en los intereses de las grandes corporaciones, en el mundo tramposo de las redes, lo sabemos, pero existe una intuición que cabe cultivar y atesorar cifrada en reconocer lo esencial frente al manierismo, en alcanzar un grado estimable de plenitud desde lo cotidiano, la utilidad de lo aparentemente inútil, lo gratuito que habla de nosotros. Es el modo con que las grandes ideas perseveran en el mundo sobrecargado de la falacia. Agua y jabón. Y si acaso, un poco de crema nutritiva. Lo demás es accesorio, como un mal adjetivo. Marta Riezu ofrece con estos apuntes de lectura obligadamente aleatoria un modo de ver el mundo donde las prisas siguen siendo malas consejeras y las alegrías vienen de lo inesperado, no de los dictados de la moda o los falsos gurús. No es más que aquello que decía Ernest Hemingway con lo de que “la persona que ha empezado a vivir seriamente por dentro, empieza a vivir más sencillamente por fuera”. La suerte es que siempre hay un primer día. También para el agua, también para el jabón. No se pierdan este libro. Estuvo descatalogado durante meses a precios desorbitados y hoy es una bendición tenerlo a mano. Su lectura entraña felicidad.
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Autora: Marta D. Riezu. Título: Agua y jabón. Editorial: Anagrama. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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