Ha entrado el nuevo año y ambos escritores dan las gracias. Gracias a la vida. Zenda corresponde agradeciéndoles a ellos su generosidad por compartir su visión del mundo. Como decimos cada mes, García Ortega y Pérez Zúñiga, como Stewart y Widmark en el filme de John Ford, cabalgan juntos en pos de un único destino: la literatura.
Gracias a quien corresponda, Adolfo García Ortega
¿Quién no se conmueve con el hermosísimo poema-canción Gracias a la vida de Violeta Parra? ¿Quién no la recuerda en voces tan puras y radicales como las de Mercedes Sosa o Joan Baez? Hay algo rotundo y perfecto en esa canción. Algo que define lo que significa agradecer. Y ese algo es el resultado de detenerse, rememorar y reconocer. Dar las gracias es reconocer, y reconocer implica tributar.
Gente que no lo sabe, que tal vez ni la ames ni te ame, o solo la ames por eso, por haber sido generosa contigo. El librero que te orientó en los primeros libros. El primer amigo al que hiciste una confidencia y poseyó tu secreto. El desconocido que hizo algo que te favoreció y nunca más volviste a ver. La persona que creyó en ti y eso permitió que siguieras un camino con certeza. La persona que te regaló algo de dinero cuando lo necesitaste. Las personas a las que amaste, te amaron y se entregaron a ti. Los políticos que tratan de gobernar bien y con equidad y justicia. Las personas que, al otro lado de cualquier mostrador, hicieron fácil lo difícil. Los médicos que te curaron. Los médicos que ayudaron a venir al mundo a tus hijas. Los escritores y escritoras que escribieron los libros que te cambiaron la vida, te la ilustraron, te la fabularon, te la emocionaron.
Gracias sean dadas a quien te emociona todavía y te conmociona siempre que la ves. A tus hijas. A los que cuidan y quieren a tus hijas. A tus padres, que te quisieron tanto, que trataron de comprenderte sin alterarte, que te acompañaron hasta su final sin tratar de imponerse. A quien amaste y quien sigues amando. A tus hermanos, con quienes todavía compartes el pasado de una infancia feliz y el recuerdo de haber dicho adiós a vuestros padres en el último aliento. A los amigos que te cuidan, te felicitan, te llaman, acuden a tu llamada, discuten contigo y se abrazan a ti. Gracias a la vida, que te ha dado tanto.
Hace muchos años escribí sobre la amistad, el lugar donde más fértiles son los agradecimientos, donde la generosidad es más extensa y más posible. Escribí sobre Montaigne y su amistad con Étienne de La Boétie, que murió joven. Recuerdo un párrafo de Montaigne que decía: “El fuego de la amistad es un calor general y universal, que permanece templado e igual, un calor constante y sentado, que es todo dulzura y delicadeza, que no es ávido ni punzante en absoluto”. Concluye Montaigne que el papel del azar en la amistad es fundamental. Al pensar en todas las personas con las que me he cruzado en la mi vida y que me han dado o posibilitado algo bueno, hermoso y feliz, no puedo por menos que asombrarme por la fragilidad de ese encuentro, y es estremecedor imaginar lo azaroso que fue, pues sin esa mecánica del azar, tan inusitada, todo en nuestra vida podría haber sido distinto. Los miserables, El conde de Montecristo, Oliver Twist, pongo por caso, ¿no son novelas en las que sus protagonistas nos han enseñado a agradecer a alguien el rumbo del destino? ¿No son de agradecer esas mismas novelas por habernos enseñado a narrar y a narrarnos a nosotros mismos?
Agradecer tiene una ventaja añadida: aleja los reproches. Reprochar no sirve de nada. No es un sentimiento constructivo. Agradecer, en cambio, es sentirse ligado a alguien. Agradecer nos vincula de alguna manera a esos otros insospechados. Aunque muchos de ellos ni siquiera sepan quién eres ni dónde estás ni qué fue de ti. Su gesto, en cambio, te hizo como eres. Como dice una canción de Jacques Dutronc: “Merci, madame l’existence”. Así pues, gracias a quien corresponda por mi existencia.
Sobre todo por lo difícil, Ernesto Perez Zúñiga
Sobre todo por lo difícil doy las gracias.
Pero incluso lo que parece fácil es difícil.
Cada día sigo asombrándome de que este planeta esté flotando en el espacio en torno al sol, que a su vez gira en la galaxia, a su vez en movimiento en un universo infinito, incognoscible en gran parte, a pesar de nuestros esfuerzos.
Y por eso doy gracias.
Doy gracias por su hermosura maltratada por los humanos, pero definitivamente más poderosa que nosotros.
Doy gracias a la nieve y al calor que la derrite.
Doy gracias al hecho de estar vivo todavía, porque lo más habitual es no estarlo, como no lo estuvimos y no lo estaremos, como ya no lo están tantos tan queridos.
Doy gracias por darme cuenta de la importancia, muy leve pero muy crucial, de cada momento.
Doy gracias por la libertad de elegir cómo enfocar esos instantes: con valor o con integridad, con dejadez o con melancolía.
Doy gracias por nuestra capacidad de aprender, por la tozudez humana en seguir mejorando generación a generación, aunque sea por caminos errados, enfrentándonos a aquellos que prefieren seguir imponiendo su dominio expandiendo la ignorancia.
Doy gracias, ante todo, por la generosidad y el amor con la que tantas personas mejoran el vivir de los demás. Familia, amigos, compañeros de oficio, vecinos, desconocidos, compatriotas de la patria de la existencia en cualquier lugar y en cualquier tiempo.
Doy gracias al amor como modo de conocimiento, como energía creadora, cinética, el amor como ancla, el amor como velamen multiplicador del viento.
Doy gracias por vivir en esta España democrática, a pesar de que muchas veces se empeña en no entenderse a sí misma, y en esta Europa todavía empeñada en unirse, sin duda uno de los mejores lugares de este planeta para el desarrollo del individuo y de una sociedad cada vez más consciente de la necesidad urgente de armonía, horizontal y verticalmente.
Decía que daba gracias por lo difícil. Y que normalmente lo difícil parece fácil.
Doy gracias por la respiración y el aliento.
Por los órganos sensibles.
Por la mente y los núcleos intocables.
Doy gracias por el fuego.
Doy gracias por los libros en una época en que parece que importan menos que las pantallas.
Doy gracias por la poesía, por la novela, por la filosofía, por la mística, por la ciencia.
Doy gracias por la escritura y la lectura.
Doy gracias por los saberes humanistas, por los clásicos, por aquellos y aquellas que se esfuerzan hoy día en concentrar el saber y la belleza de una manera similar y al mismo tiempo nueva, auténtica y correspondiente con su ser actual.
Doy gracias por los que se empeñan en la luz y se adentran en la sombra para traer la pepita de oro que faltaba para poner en marcha un mecanismo obsoleto.
Doy gracias a los que inventan y reformulan el mundo en cualquier dimensión de la nobleza: ética, estética, política, religiosa, cósmica.
A los que cuestionan su propia identidad, herencia y convicciones en beneficio del bien común.
A los que se entregan el doble cuando se doblan las crisis: a los médicos que hacen doble turno y a los que clavan doble pala en la nieve para despejar las carreteras.
Gracias a los que rescatan inmigrantes del mar. A los que tratan de desactivar la crueldad en cualquiera de sus formas.
A las mujeres de todos los tiempos que pasan el quitanieves por la conciencia masculina.
A los pensadores, a los poetas que ponen bombas diminutas en los prejuicios y en las estructuras rígidas.
A los arquitectos de estructuras rígidas que contemplan la flexibilidad de los seísmos.
A los que dejan de pensar, varios ratos al día, para que entre a raudales sin obstáculos la belleza del mundo.
A los que la reflejan.
A los que emiten buena onda.
Girando y girando en el planeta.
Dando gracias a lo difícil que parece fácil.
A la fuerza de la gravedad.
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