¿Qué tenía en la cabeza Frank Kafka al escribir La metamorfosis? Sea lo que fuere, el reto al que se enfrentan nuestros escritores ante La transformación de Gregor Samsa, no es baladí. Un día más, Pérez Zúñiga y García Ortega, como Stewart y Widmark en el filme de John Ford, cabalgan juntos en pos de un único destino: la literatura.
Prólogo al monstruo, Ernesto Pérez Zúñiga
Mi amigo Adolfo García Ortega me transmite una obsesionante inquietud: ¿qué soñó Gregorio Samsa antes de despertarse convertido en un monstruo sorprendente? Adolfo me manda dos traducciones del original y yo consulto otras en varios idiomas. Sé que todas vienen a decir lo mismo, pero de todas formas me empeño en desentrañar los matices. Y me decido trabajar con una, simplificada: “Después de una noche de sueños agitados, Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto”. Aquí la palabra que importa es el adjetivo de “sueño”, en alemán unruhigen, “unruhigen Träumen”, que, en efecto, se puede traducir como sueños inquietos, intranquilos, turbulentos, desasosegados, preocupados, agitados, bulliciosos, enredados.
Y enseguida surge la pregunta crucial. ¿Esos sueños fueron la causa de lo que pasó a la mañana siguiente? Esos sueños, ¿fueron al menos la profecía de la desgracia?
Juguemos con esa primera frase para insistir en la importancia del adjetivo en cuestión. Juguemos, primero, con un antónimo.
“Después de una noche de sueños pacíficos, Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto”.
Ahora, con una exageración:
“Después de una noche de sueños beatíficos, Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto”.
En ambos casos, la lectura se encalla, se resiente, no funciona. Si Gregorio ha soñado con los angelitos, ¿por qué se tiene que despertar convertido en monstruo? Menudo absurdo.
Parece que, en efecto, tendemos a buscar una relación de causalidad entre los sueños de Gregorio y su metamorfosis en la vigilia.
Probemos con otras posibilidades:
“Después de una noche sin sueños, Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto”.
O bien:
“Después de una noche de insomnio, Gregorio Samsa recibió el día convertido en un monstruoso insecto”.
Cada posibilidad ofrece un matiz, pero ninguno funciona como la opción que nos ofreció Kafka, esos sueños intranquilos, “unruhigen Träumen”, en los que, a pesar de haber leído esta historia tantas veces, no había reparado hasta que Adolfo García Ortega me retó a averiguar cómo habían sido.
Parece claro que esos sueños sirvieron de larva para el insecto que iba a despertar.
Gregorio Samsa, por tanto, era una crisálida.
Su cuerpo, todavía humano, dormía mientras en su interior se iba produciendo la catástrofe: surgían formas interiores, incontrolables, agitadas, unruhigen, que iban a desembocar en la forma exterior del cuerpo, en cuanto la conciencia recuperara el control, aunque ya impotente ante la consumación de los hechos.
¿Quién tenía el control hasta entonces, mientras el bello Gregorio Samsa permanecía dormido? El monstruo de su inconsciente. Que se sabía así: repugnante, voraz y, sin embargo, tan poderoso que iba a ser capaz de apoderarse de una vida humana. La vida oculta se iba a hacer cargo de la vida expresa.
Recordemos que larva en latín significa “máscara” y “espectro” (acepción esta última que todavía conserva en italiano).
Repito entonces: Los sueños de Gregorio Samsa sirvieron de larva para el insecto que iba a despertar.
Esa larva, siguiendo la acepción latina, era la máscara y también el espectro del ser real.
La máscara se afianza, se hace externa, se fosiliza con el despertar. Gregorio Samsa había soñado con su propio espectro. Y ese espectro se ha acabado por apoderar de él.
La crisálida, la forma humana anterior, ha desaparecido para dar paso al caparazón y la miríada de patitas en movimiento.
Podríamos discutir si el monstruo que se incorporó, literalmente, de dentro afuera, en Gregorio Samnsa era de procedencia exclusivamente personal, o si Gregorio se había dejado invadir poco a poco por el gran monstruo del inconsciente colectivo. Conociendo el resto de la literatura de Kafka, más bien me inclino por esta última posibilidad.
En cualquier caso, somos lo que cultivamos en el interior.
En el interior está el prólogo del ser.
Esta es, Adolfo, mi respuesta.
El sueño agitado de Gregor Samsa, Adolfo García Ortega
La novela de Franz Kafka La metamorfosis, también traducida más exactamente como La transformación, empieza con una premisa que siempre ha pasado desapercibida: que Gregor Samsa, su protagonista, tuvo un sueño “agitado” antes de despertar convertido en un monstruo. Un sueño turbulento lo transforma en el insecto que será apartado por la sociedad, incluso por su familia, por ser extraño, anómalo y despreciable. Siempre es tan sobrecogedora y extraordinaria la conversión de Samsa en un gigantesco insecto o similar, que nadie repara en que tal vez el origen de esa transformación se deba a lo que ha soñado previamente.
¿Y qué podría haber soñado Gregor Samsa tan desagradablemente que le llevara a sentirse y mostrarse tan repugnante? ¿O quizá no fuera tan repugnante, y solo los demás lo veían así? ¿Y por qué lo veían así, como un monstruoso insecto? ¿Lo veían así porque era capaz de somatizar en esa deformidad alguna especie de fantasía onírica que afectaba al resto de ciudadanos? ¿Lo veían así porque Samsa había comprendido o imaginado o recreado el mal que identificaba a los demás, pero estos no eran capaces de reconocer? ¿Lo veían así porque había ido más lejos que nadie en una lucidez insoportable? Kafka, que no vuelve a referirse a ese sueño en toda la novela, deja a la interpretación del lector ese posible “sueño agitado” que convulsiona a su protagonista. Así pues, la pregunta que nadie se hace es: ¿qué soñó Gregor Samsa que fuera tan horripilante como para deformarlo a él y a la humanidad?
Quizá hay que preguntarse primero qué es un sueño “agitado”. Medir la agitación de los sueños es tarea difícil. Un sueño agitado, según los neurólogos, suele ser una pesadilla en la que suceden situaciones abracadabrantes, que van del horror a la ridiculez, y que afloran en el subconsciente del soñador, causándole una angustia cuyo paroxismo es el despertar súbito y ansioso. No quiero ni imaginar cómo serían de agitados los sueños El Bosco, autor de obras como El Jardín de las Delicias o El Juicio Final. Mas también un sueño “agitado” puede ser un sueño revelador, en el que sucede algo que, en la vigilia, sería considerado simplemente extraño o inverosímil. En el nivel de extrañeza que alcancen los sueños consiste su grado de agitación. Por tanto, un “sueño agitado” se caracteriza por la combinación insólita de elementos imaginarios que encierran la explicación oculta de una verdad a la que se le estaba sustrayendo, precisamente, su condición de verdad.
Fuera lo que fuera lo que soñara Gregor Samsa para acabar convirtiéndose en un coleóptero de tamaño humano, y dados los resultados que causó y las consecuencias que produjo, creo que ese sueño puede variar con los años. Si la obra de Kafka es inmortal, es debido a que, desde que fue escrita, no ha dejado de hablar al tiempo presente y al tiempo futuro.
Mi hipótesis es que Samsa, de existir hoy en día, soñaría la estupidez. La estupidez en bloque, en conjunto, en todo su tonelaje universal. La Estupidez con mayúscula. Como un iluminado, tuvo la evidencia plena de lo que era estúpido y eso lo trastornó, cual Quijote artrópodo. Soñó la estupidez como un “sueño agitado” y revelador. Un sueño que le dio el don de comprender esa estupidez y de adscribirla a hechos y personas reales. Un sueño tan lúcido que lo arrancó de la normalidad para convertirlo en el Otro por excelencia, repugnante y ajeno para la inmensa mayoría, la cual nadaba en la abundancia de una estupidez masiva, pero nunca asumida como tal.
Entonces me da por pensar que Samsa, hoy en día, bien podría tener un sueño como este: vivía en un país dividido en grandes naciones egoístas, en cada una de las cuales había regidores estúpidos (o regidoras estúpidas) con asesores más estúpidos aún que, de tan estúpidos, ya era malvados; un país saturado de sí mismo, en el que habían votado a políticos necios y a políticas lerdas, tanto en el gobierno como en la oposición; políticos pizpiretos que lucían ridículos moños para camuflar su sesera vacía; políticas moñas que decían idioteces propias de descerebradas mientras inauguraban hospitales o exigían independencias cainitas; un país con ciudadanos iletrados, virulentos, incultos, aficionados a la hostelería por encima de todas las cosas, analfabetos sin saberlo a fuerza de ser voyeuristas de pantallas, torpes de mollera y creyentes de cualquier magia o facción que les confirmara la supremacía de su oronda, hueca, airada, biliosa y reincidente estupidez. Un país que, mal que me pese, me recuerda mucho al mío, ay. ¡Pobre Gregor Samsa! ¡Tener que soñar España!
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