Las manadas de lobos se desplazan siempre en el mismo orden. Los viejos y enfermos abren la marcha para no quedar rezagados e inmolarse en caso de que ataque algún depredador de mayor envergadura, ¿un oso, por ejemplo? Luego, van las hembras preñadas y lobeznos escoltados por dos grupos de jóvenes y adultos. Por último, y a cierta distancia, controlando el territorio camina el macho alfa. Esta precisa estrategia revela la inteligencia de una especie condenada a lo largo de milenios a ser el malo de la película. No se le perdona que se negara a convertirse en «el mejor amigo del hombre» siempre dispuesto a adorarle y servirle, y sobre todo su habilidad como cazador en equipo que diezma los rebaños. Su primo el zorro lo tuvo aún peor, sobre todo en Inglaterra. Félix Rodríguez de la Fuente fue el primero que por estos pagos restituyó al canis lupus su dignidad de especie salvaje y en los últimos años el animalismo y ecologismo ha suavizado su mala prensa. Pero un lobo sigue siendo un lobo, y si te encuentras uno en el bosque, ¡piernas para qué os quiero!
Hill culminó este libro de 558 páginas en tiempo récord, un año, lo que delata su capacidad de concentración y auto disciplina, amén de la experiencia previa acumulada con su trilogía protagonizada por el inspector Héctor Salgado. «La ventaja de las trilogías es que te permiten profundizar más en los personajes», dice, «el problema es que impone una marcha frenética». Y una dificultad añadida: que cada libro sea autónomo, autoconclusivo y se pueda leer y disfrutar con independencia de los otros, aunque esté vinculado con ellos.
Hill inició este proyecto antes de publicar El oscuro adiós de Teresa Lanza, en 2021, cuando empezó a acariciar la idea de crear un protagonista psicópata. Lo que era solo una semilla en su cabeza germinó al toparse con la macabra historia de Nicomedes Méndez, verdugo titular de la Audiencia de Barcelona entre 1852 y 1902 que, a diferencia del verdugo berlanguiano era un fan de su oficio y de su herramienta de trabajo, el garrote vil. Cuentan que una vez jubilado propuso crear en el Paralelo un museo de estas máquinas letales que tanto amaba. El psicópata al que dio vida Hill en El último verdugo (Grijalbo, 2023), no es producto nacional bruto, sino un individuo culto y refinado con una infancia traumática, Charles Bodman. Un británico que regenta una galería de arte en Barcelona y asesina a varias personas que considera indignas de vivir porque «alguien tenía que hacerlo» mediante el obsoleto y macabro artilugio, un garrote. Gracias al esfuerzo conjunto de la criminóloga Lena Mayoral y el subinspector de los mossos David Jarque, el criminal llamado el Verdugo por su método es apresado y condenado.
La historia no nació como una trilogía, reconoce Hill, primero debía testar la reacción de los lectores ante la primera entrega, pero cuando decidió seguir adelante ya tenía parte del argumento en la cabeza lo que explica en parte su rápidez para entrelazar de nuevo las trayectorias de Lena y el Verdugo. Cada título responde a un concepto que vertebra la historia. El último verdugo reflexiona sobre lo que representa tomarse la justicia por propia mano. En La hora del lobo, explora la idea de traición inspirada en la figura de Judas Iscariote, el apóstol que vendió a Cristo por 30 monedas, al que rinden culto los miembros de una secta que no aspiran a la bondad, sino que asumen su imperfección como propia de la naturaleza humana.
En esta segunda entrega, La hora del lobo, la mayor parte de la acción se desarrolla en el valle pirenaico de Boí, una constelación de pequeños pueblecitos a tres horas y pico de Barcelona, con un rico patrimonio románico que, excepto en temporada de esquí, son muy tranquilos. Un paraje idílico que ofrecería magníficas localizaciones para una serie audiovosual, aunque Hill no es de esos autores que se regodea en descripciones del paisaje; prefiere ceñirse a la psicología de los personajes.
El valle de Boí es uno de esos lugares donde nunca pasa nada. Por eso sus habitantes recuerdan el asesinato de Marta Folguera y la desaparición de su hijo Daniel, especialmente Quim, amiguito del desaparecido. Han pasado siete años desde el trágico suceso y es el lider de una pandilla de quinceañeros que animados por Arlet, la única chica del grupo, se cuelan en la casa del crimen con una tabla ouija para celebrar una sesión clandestina de espiritismo. El más joven y vulnerable, Adrià, que vive con un padre maltratador, empieza a manifestar extraños síntomas, mientras nace el amor entre Quim y Arlet. En los capítulos dedicados a estos chicos brilla la capacidad de Hill para ponerse en su piel y transmitir los conflictos e inseguridades propias de una edad maravillosa y a veces cruel. «Los adolescentes poseen una mezcla de arrogancia e ingenuidad que me va muy bien para meterlos en líos y hacerles tomar malas decisiones», comenta.
A partir de la sesión espiritista los acontecimiento se precipitan. Dos chicos también de quince años son asesinados y sus cuerpos aparecen estrangulados con una cuerda y una marca en la frente. Al mismo tiempo, la criminóloga Lena Mayoral se instala en el pueblo para intentar averiguar el paradero de Daniel tras haber sido contratada por sus abuelos.
Entretanto, el Verdugo permanece en la cárcel donde gracias a su capacidad de manipulación se ha granjeado el respeto de los otros presos y entabla relación con un asesno y violador de niñas al que todos desprecian pero que le será muy útil como fuente de información que va a usar para conectar de nuevo con su Némesis, Lena Mayoral. En cierto momento da la impresión de que ha tomado el camino de la redención pero no hay que dejarse engañar por quien es un maestro de la superchería y la simulación.
Me gusta Toni Hill. He leído casi todos sus títulos entre los que destacaría Tigres de cristal. La hora del lobo es uno de los mejores noir de la temporada por el lenguaje fluido, el tratamiento psicológico de sus personajes y la complejidad de las dos tramas bien encajadas, aunque la de la secta se asoma peligrosamente a lo inverosímil y recuerda a la de la trilogía de Baztán de Dolores Redondo. En todo caso, aunque últimamente no aparezcan mucho en los medios, ese tipo de colectivos dañinos existen y conviene denunciarlos como primer paso para combatirlos.
La mayoría de los interrogantes planteados en esta segunda entrega se han resuelto pero algunos siguen en el aire: ¿Qué pasará con Daniel? ¿Se librará Mayoral de la sombra que la persigue?… Solo queda contener la respiración ante el desenlace definitivo, el esperado mas no previsible final del malvado Verdugo.
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