Inauguramos firma en la sección de cine, con uno de los periodistas más respetados y leídos de la prensa nacional. “Cuando la prosa literaria se convierte en poesía cinematográfica» será el nexo de los temas que tratará. Experto también en el arte de los fogones, Alberto Luchini hablará en sucesivas entregas de Bad Luck Banging or Loony Porn, ganadora del Oso de Oro en Berlín; de lo último de Paolo Sorrentino, y de la nueva versión de West Side Story, dirigida por Spielberg, entre otras muchas películas que enriquecerán los contenidos de Zenda.
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Desde que en 1909 se rodara un cortometraje alemán basado en Crimen y castigo (y cuyo director, a día de hoy, sigue siendo un misterio) hasta la actualidad, son más de 300 las ocasiones en que los relatos y novelas del escritor decimonónico ruso Fiódor Dostoievski han sido adaptados a la pantalla, grande o pequeña. En la mayoría de los casos, en producciones olvidables y fallidas que no han conseguido trasladar a las imágenes los complejos esencia y espíritu de su obra. Afortunadamente para él, y para nosotros, y para las generaciones venideras, cuatro grandes cineastas consiguieron convertir la prosa de Dostoievski en poesía cinematográfica. Rindamos pleitesía a esos cineastas y sus películas, que sirven como inmarcesible homenaje a uno de los escritores más importantes e influyentes de la literatura universal, nacido el 11 de noviembre de 1821 en Moscú, por lo que este año se conmemora su segundo centenario.
Kurosawa rodó una película de más de cuatro horas y la productora, Shochiku, no solo redujo el metraje a dos horas y tres cuartos, sino que cometió el delito de lesa humanidad de destruir las secuencias eliminadas. A pesar de ello, El idiota alcanzó un notable éxito de público y de crítica… sobre todo en occidente, donde Kurosawa siempre fue (y es y será) más apreciado que en su país de origen. La película es una incuestionable obra maestra y la escena final, la del velatorio de la amada del protagonista (esa Setusko Hara que si hubiera nacido en, por ejemplo, Chicago, hubiera ganado media docena de Oscars), queda como uno de los momentos cumbre de la historia del Cine.
Al otro lado del Pacífico, siete años después, en 1958, Richard Brooks firmó el único gran acercamiento hollywoodiense al escritor ruso, Los hermanos Karamazov (The brothers Karamazov). Con todos los medios de la industria pero manteniéndose firme en su condición de autor, el director supo plasmar en poco menos de dos horas y media las muchas cuestiones espinosas que aborda el original, desde la descomposición de la familia hasta la lujuria desenfrenada, pasando por el juego, las adicciones, las enfermedades, la hipocresía social y la traición. La cinta se beneficia de un reparto estelar, con Yul Brynner en el momento más brillante de su carrera, Richard Basehart (que, por cierto, un año antes había coprotagonizado Los jueves, milagro, de Berlanga), el debutante William Shatner (que posteriormente se haría famoso gracias al Capitán Kirk de la saga Star Trek) y la lánguidamente encantadora actriz austriaca Maria Schell.
Precisamente Maria Schell había sido, un año atrás, en 1957, la elegida por el gran Luchino Visconti para su versión de Las noches blancas (Le notti bianche), en la que vivía un amor imposible bajo la nieve con Marcello Mastroianni. Con esta película, llena de elementos oníricos e irreales y trufada de un romanticismo exacerbado, Visconti se desligaba definitivamente del Neorrealismo en el que se englobaban sus primeros trabajos (La terra trema, Ossessione) y se lanzaba de lleno al estudio cuasi entomológico de las pasiones humanas más incontroladas e incontrolables que habría de marcar a fuego su filmografía posterior.
Además de Visconti, también el realizador francés Robert Bresson llevó, en 1971, al cine Las noches blancas, en este caso retitulada Cuatro noches de un soñador (Quatre nuits d’un reveur) y en la que la acción se trasladaba al París de la época. Con su inimitable (por mucho que muchos lo hayan intentado) estilo minimalista y austero, su ritmo sosegado y su permanente interés por los detalles antes que por el todo, se trata de una versión completamente distinta a la de Visconti, más fría e introspectiva, al tiempo que una reivindicación del arte por encima de la vida misma. Viéndolas una tras otra, resultan complementarias entre sí y ambas, cada una a su manera, reflejan perfectamente lo que quiso contar Dostoievski en su relato.
Dos años antes de Cuatro noches de un soñador, en 1969, Bresson ya se había sumergido en el universo del escritor ruso con la adaptación de la novela Un alma dulce en Une femme douce. Protagonizada por la deliciosa Dominique Sanda (la reina indiscutible del cine europeo de autor en los años 70), fue la primera película en color de un director que hasta entonces se había negado en redondo a utilizarlo. Pero es que Sanda se lo merecía… El sentimiento trágico de la vida que caracteriza la obra del realizador se plasma a través de la historia de un matrimonio y su fijación por la muerte, que aquí aparece bajo la terrible forma de un suicidio, sobrevuela el metraje desde el principio hasta el fin.
Cuando Dostoievski murió en San Petersburgo en 1881 todavía faltaban quince años para que los hermanos Lumière “inventaran” el cine y no sabía que de sus libros nacerían esta cinco grandísimas películas. Si lo hubiera sabido, no solo habría dado su beneplácito, sino que, seguramente, estaría más que orgulloso.
Muchísimas gracias por tan maravilloso artículo y por alimentar con él mi gran interés por Dostoyevski, a quien comencé a leer con «El Idiota» cuando tenía 14 años.
Tal día como hoy de hace 200 años, el 11 de noviembre de 1821, nacía Fiódor Dostoyevski, autor de grandes obras como “El jugador”, “Los hermanos Karamázov”…
Pero mi preferida es, sin duda, “Crimen y castigo”.
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