«La memoria es un campo de batalla», ha asegurado el británico Sinclair McKay, autor de un ensayo sobre el bombardeo aliado en la ciudad alemana de Dresde, del que se cumplen ahora 75 años, un documento con el que ha querido homenajear a las 25.000 víctimas de la tragedia.
«Dresde, 1945: Fuego y oscuridad» es el título de este libro editado por Taurus en el que McKay cuenta cómo era la ciudad de Dresde, antes, durante y después de la noche del 13 de febrero de 1945, a pocos meses del final de la II Guerra Mundial, cuando 796 bombarderos aliados la destruyeron.
El autor destaca la necesidad de recordar aquellos hechos «y escuchar tantas voces como sea posible de los que lo vivieron», aunque advierte de que hay gente de extrema derecha que trata de «explotar continuamente la idea de que los civiles de la Alemania nazi también fueron víctimas de atrocidades».
En una entrevista con Efe, McKay explica la excelente labor llevada a cabo por la ciudad de Dresde para recabar todos los testimonios sobre aquella acción y cómo se ha estudiado de forma «minuciosa» la forma en la que debe conmemorarse el aniversario para alejarse de las pretensiones de la extrema derecha y expresar la solidaridad desde la unidad. El recuerdo del bombardeo es «sinónimo de conciliación», ha indicado el autor, para quien es necesario rememorar estos episodios para evitar que vuelvan a suceder. Y ha señalado que con su libro no ha tratado solo de recordar la memoria de las víctimas, sino cómo fue la ciudad «antes de la oscuridad de los nazis». Porque Dresde, apodada la «Florencia del Elba», era una ciudad famosa por sus artistas, sus colecciones, sus iglesias barrocas, pero también fue uno de los núcleos del nazismo, con una adhesión al fascismo que la convirtió en un objetivo prioritario para los aliados y el Ejército rojo.
A pesar de que otras muchas ciudades fueron destruidas durante los bombardeos de la II Guerra Mundial, el de Dresde se ha convertido en un símbolo, indica MCKay. En primer lugar, por su naturaleza, ya que fue una «tormenta de fuego» en la que, en una sola noche, murieron miles de personas. También por la «belleza inusual» de esta ciudad y por el hecho de que fuera destruida al final de la guerra. «Estaba tan cerca el final que ahora aparece como un símbolo del nihilismo. Es la destrucción por la destrucción», considera el escritor, que explica cómo mucha gente cree que el mariscal británico al mando de la operación, Arthur Harris, «no solo pretendía machacar a los nazis sino también arrasar la cultura y la población alemana». Porque aunque la ciudad era un objetivo militar y los aliados tenían la justificación de que Dresde era un centro de transporte y fábricas de material bélico, en el Reino Unido se cuestionó tras su destrucción si estaba justificada militarmente, y los norteamericanos acusaron a los británicos «de hacer un bombardeo de terror y no de precisión».
McKay cree que todavía hay cosas por descubrir respecto a este episodio histórico, y asegura que es fascinante leer, 75 años después, la correspondencia privada de los altos mandos aliados de la que se desprende que Harris «odiaba» al pueblo alemán. Además, «le fascinaban los incendios». Tras el bombardeo de Dresde, el primer ministro británico, Winston Churchill, acusó a Harris de haber perpetrado «el terror», aunque luego se retractó. Dice McKay que asegura que desde un punto de vista moral este hecho «sigue atormentando y turbando». Además, tuvo lugar después de que el mundo hubiera presenciado en 1937 el bombardeo de Guernica en la Guerra Civil española y de que los británicos y los norteamericanos garantizaran que esa «barbarie» contra la población civil no podía ser «la guerra del futuro».
Pero, en 1940 «los cimientos de los altos ideales comenzaron a disolverse», dice Harris. Y volvió a ocurrir.
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