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El duelo absurdo entre novela literaria y novela comercial

El duelo absurdo entre novela literaria y novela comercial

Fernando Fernán-Gómez tuvo dos etapas: sin barba y con ella. Sus años barbados fueron los de madurez literaria, pues el cineasta llegó a ser un buen novelista, dramaturgo, memorialista y escritor de periódicos, siendo excelentes sus Terceras en ABC. Hace muchos años asistí a una conferencia suya acerca de las diferencias entre literatura culta y popular en la que concluyó diciendo que éstas no existían, ya que en realidad sólo cabía distinguir entre buena y mala literatura. El ácrata de salón y genial pelirrojo llevaba razón.

Todo lector cultivado distingue al primer golpe de vista un buen escritor de uno malo. Pero, ¿qué es exactamente un buen escritor? Como una pedrada, ahí lanzo una clasificación heterodoxa:

1º) Escritores buenos técnica o estilísticamente pero que no nos interesan ni su mundo ni cómo lo cuentan. Su lectura no nos aporta nada.

2º) Escritores funcionales o de estilo desmadejado pero cuyo mundo nos interesa. Su lectura es enriquecedora.

3º) Escritores cuyo estilo y mundo nos cautivan. Leerlos es vivir con intensidad. Son los imprescindibles.

"También echan leña al fuego escritores ayunos de ventas refugiados en el malditismo que, para compensar el desamor del público, multiplican por cero su ego creyéndose una intelligentsia."

La crítica cultural más ortodoxa, los profesores universitarios anclados en la época de la nomenklatura y los lectores más puristas son agrimensores que trazan lindes en el campo de la literatura, de manera que lo que queda dentro es la polis y lo de más allá, cosa de bárbaros. Alzan la ceja en acento circunflejo y sonríen con displicencia al mentar a la literatura comercial, esa barragana medio inculta que ha venido para quedarse por culpa de los gustos plebeyos. En todo caso, estos patricios admiten de tapadillo que, merced a las estratosféricas cifras de ventas de los best sellers y de la gran aceptación del resto de novelas comerciales, bastantes editoriales pueden publicar libros de altos vuelos literarios, que apenas cubren gastos de edición pero dan caché al catálogo. También echan leña al fuego escritores ayunos de ventas refugiados en el malditismo que, para compensar el desamor del público, multiplican por cero su ego creyéndose una intelligentsia cuyo leitmotiv es vilipendiar la literatura comercial, esa hamburguesa que engulle el buen pueblo, tan teledirigido por el capitalismo.

Pero la crítica experimentó su propia Transición (más que por edad, por evolución) y ya no es un régimen autoritario de voces uniformadas donde cualquier opinión diferente es clasificada primero como discrepante y luego como disidente. Por fortuna, desde hace años existen suplementos culturales provinciales o nacionales que evalúan sin anteojeras y sin sectarismos la narrativa, como son, entre otros, ABC Cultural, Culturas de La Vanguardia, o, el más reciente, Zenda, que ha convulsionado el mundo literario por su vocación transversal, su influencia relámpago y por convertirse en tierra de promisión de letraheridos ajenos a banderías.

A veces me gusta decirles a mis alumnos: seamos lógicos, empecemos por el final. Así que adelanto lo que pienso. «Novela literaria» es un pleonasmo. Toda obra narrativa de ficción es, por definición, literaria, con independencia de sus cualidades estilísticas, creación de personajes, estructura, originalidad o potencia de su voz narrativa. Pretender diseccionar una novela para hallar en ella cuánto hay de literario y cuánto de comercial (en sentido peyorativo) tiene algo de práctica forense, al estilo de la escena de El club de los poetas muertos, cuando el profesor Keating (Robin Williams) ordena a sus alumnos arrancar el prólogo del libro de literatura en el cual se establecía una regla matemática para medir la calidad de un poema.

Código best seller, de Sergio Vila-Sanjuán (Temas de hoy, 2011), es un ensayo atípico en España que debería estar incluido en la bibliografía de los programas de algunas asignaturas universitarias de Literatura por su concepción, enfoque, ideas desarrolladas y análisis comparativo entre la narrativa popular de diferentes países. Vila-Sanjuán, influyente periodista cultural y premio Nadal, hace una sutil diferenciación entre el best seller tradicional y el best seller de calidad, por “su mayor complejidad y refinamiento literario”. Este estudio de alta divulgación académica ha sido crucial para desacomplejar a múltiples lectores, que devoraban best sellers a veces de forma vergonzante y que, vade retro, no lo reconocían en cenáculos eruditos. Gracias a él, también en cierta medida la crítica especializada y el periodismo cultural se han acercado a la novela comercial sin prejuicios.

"Por supuesto que si cogemos un cedazo podemos cribar novelas comerciales magníficas de otras deleznables. Pero el mismo utensilio podemos emplearlo para separar el grano de la paja de las novelas literarias."

La denominación de novela comercial como algo despectivo es una simpleza intelectual. No toda ella está compuesta por libros de estilo ramplón y facilón cuyas superventas se deben a la mercadotecnia y a desembolsar dinero a manos llenas en la promoción.

Porque, ¿acaso la novelística comercial no puede alcanzar el olimpo literario? O sea, vender mucho y recibir elogios de la crítica canónica porque es buena; y haciendo de fiscal ¿no es menos cierto que hay novelas literarias que venden poco no por ello sino por lo petardas que son? Ejemplos de la primera pregunta retórica hay legión: Vargas Llosa, García Márquez, Philip Roth, Javier Marías, Robert Graves, Irène Némirovsky, Paolo Giordano, James Ellroy, Emmanuel Carrère y una metralleta que dispare etcéteras. Botones de muestra de la segunda hay a porrillo, y a pesar de que me entran ganas de desenfundar porque me pica el dedo, no amartillo el Colt, que hoy estoy más propenso a Frank Capra que a Clint Eastwood.

Por supuesto que si cogemos un cedazo podemos cribar novelas comerciales magníficas de otras deleznables. Pero el mismo utensilio podemos emplearlo para separar el grano de la paja de las novelas literarias.

El Quijote, novela total por antonomasia, es el mejor ejemplo de lo indisoluble que puede llegar a ser la calidad literaria con el éxito comercial. Fue una obra rotundamente moderna (es decir, conectó con sus coetáneos) que nació con vocación de llegar al gran público. Se convirtió en un best seller, el primero de nuestra historia. Se vendió como churros en la España del XVII y cautivó a lectores de diversos estamentos. Hoy podemos leer las andanzas del hidalgo manchego desde la óptica que queramos, pues su genialidad se mantiene intacta. Es más, incluso podemos considerarla una novela histórica, por reflejar la sociedad de la época que le tocó vivir a Cervantes.

La narrativa histórica me parece idónea para ejemplificar la estrecha relación entre calidad literaria y exitazo editorial. Dos novelas escritas con primor, El nombre de la rosa, de Umberto Eco, publicada en España a finales de 1982, y Memorias de Adriano, de M. Yourcenar (Edhasa, 1983) allanarán el camino para este género. Pero centrémonos en la novela histórica española más representativa de las tres últimas décadas. Y quiero colocar el mojón cronológico en 1985, cuando nos hicimos afrancesados.

"Terenci Moix (mimado por los círculos cultos) dio un pelotazo editorial en 1986 con No digas que fue un sueño, quizá el premio Planeta más célebre."

Ese año el Planeta lo ganó Juan Antonio Vallejo-Nágera con Yo, el rey, una novela que reivindicó la hasta entonces denostada figura de José Bonaparte (Pepe Botella). El mediático psiquiatra reconvertido en escritor se documentó con exhaustividad para ofrecer una inusitada imagen de José I que magnetizó a cientos de miles de lectores. La novela, escrita en primera persona y con una prosa desnuda de artificios, fue un eficaz revisionismo del monarca francés y de su efímero reinado de papel, y logró la cuadratura del círculo: interesar a los historiadores profesionales, seducir a la crítica, enganchar a los lectores y convertirse en un bombazo editorial. Repitió la fórmula y el éxito con Yo, el intruso, su continuación. Yo, el rey fue el primer libro comprado con mis ahorros, y se lo regalé a mi padre en la Navidad de aquel año.

Terenci Moix (mimado por los círculos cultos) dio un pelotazo editorial en 1986 con No digas que fue un sueño, quizá el premio Planeta más célebre. La evocadora belleza del título daba paso a una literaturizada historia sobre Cleopatra que propició la egiptomanía entre el gran público. El estilo ampuloso y poético de Terenci cautivó, y la novela rompió la barrera del sonido del millón de lectores. Su siguiente abordaje en el género fue El sueño de Alejandría, que si bien gustó, no llegó a las cotas de Everest de la anterior novela, que le echó el combustible necesario a la narrativa histórica española para los años siguientes.

"Miguel Delibes, con El hereje, aupará a la novela histórica a la cima del prestigio gracias a recibir en 1999 el Premio Nacional de Narrativa."

Y por tercer año consecutivo, en 1987, el Planeta no sólo premió una excepcional novela histórica, sino que descubrió a un autor fundamental, el jiennense Juan Eslava Galán. En busca del unicornio también superaría la cifra mágica del millón de libros vendidos, encandiló al público y sorprendió (e incluso epató) a la crítica por el vastísimo conocimiento del autor del marco mental de la Baja Edad Media y por su voz narrativa, que remedaba a la perfección el castellano antiguo. Esta obra redonda —de un viaje geográfico e interior— fue un arcabuzazo en el panorama novelístico por su originalidad, el equilibrio entre personajes reales y ficticios y la verosimilitud conseguida. Es más, como En busca del unicornio obtuvo un importante galardón en Italia, sospecho que Umberto Eco la conoció y se basó en ella para escribir su Baudolino (2000), una fantasiosa novela con mucho sentido del humor en la que cobran vida seres brotados de bestiarios medievales. En muchos aspectos, En busca del unicornio será el exponente de una nueva narrativa histórica española. Juan Eslava confirmará su maestría narrativa en posteriores obras, reconocibles por una marca de la casa que hará las delicias de sus muchísimos seguidores.

Miguel Delibes, con El hereje, aupará a la novela histórica a la cima del prestigio gracias a recibir en 1999 el Premio Nacional de Narrativa. El académico vallisoletano tenía una obra literaria excepcional por la hondura de sus personajes y las historias relatadas. Cinco horas con Mario o Los santos inocentes, por escoger, eran ya no sólo dos de sus novelas icónicas, sino de lo mejor de la literatura española del siglo XX, pero El hereje fue un glorioso final de etapa y un inesperado giro en su larga y feraz carrera. Es su única narración histórica, pero, santo Dios, es la novela de novelas. La rotundidad de su protagonista principal y de los secundarios, la canalización de tramas, la perspicacia psicológica, la mezcolanza de humor fino y drama y la ambientación hacen de ella una obra maestra. Jamás una novela me ha conmovido más ni he llorado tanto al final, en el juicio de la Inquisición y la conducción al quemadero de su protagonista, Cipriano Salcedo. Para decirlo al estilo de Churchill, no creo que una novela histórica haya concitado tanto aplauso de la crítica ni tanto placer lector a tanta gente, pues de hecho, en la capital castellanoleonesa hay una ruta dedicada a visitar los lugares de interés citados en El hereje, cuya dedicatoria es una declaración de amor: “A Valladolid, mi ciudad”.

"Las novelas del capitán Alatriste reverdecerán el interés de millones de personas por el Siglo de Oro por su vindicación histórica aventurera y el gusto por la buena escritura."

La aleación más resistente de calidad y ventas en el campo novelístico histórico llegará con Arturo Pérez-Reverte. Su primera incursión, El húsar (1986) ya desvela alguna de las claves de su mundo literario, deudor de los grandes narradores del XIX, si bien el cartagenero reseteará los códigos narrativos clásicos al introducir una fuerte carga vivencial, una cuidadísima estructura de inspiración cinematográfica, una fusión de géneros, así como unos personajes masculinos de heroicidad crepuscular y otros femeninos resilientes, es decir, con gran capacidad de adaptarse en la vida, endureciéndose tras superar las adversidades.

El maestro de esgrima, Un día de cólera, El asedio, Hombres buenos y recientemente la aparición del detective Falcó demostrarán la solidez de su narrativa histórica y abducirán a los lectores, que ya se contarán por millones en el mundo. Pero para hablar de la saga de un personaje perezrevertiano hay que hacer un punto y aparte.

Alatriste

Las novelas del capitán Alatriste reverdecerán el interés de millones de personas por el Siglo de Oro, por su vindicación histórica aventurera y el gusto por la buena escritura. El personaje del soldado de los tercios alcanzará la carnalidad para sus fidelísimos seguidores, como si en realidad hubiese existido, lo que constituye el máximo logro de un novelista: hacer verosímil el mundo creado, desdibujar la frontera entre lo que sucedió y lo que pudo haber sucedido.

Además del magisterio de los antedichos, la nueva narrativa histórica española ha dado cosechas excelentes merced a escritores bien tratados por la crítica como Santiago Posteguillo, Jesús Maeso de la Torre, Carmen Posadas, Reyes Monforte, José Calvo Poyato, Luis Zueco, Antonio Pérez Henares o Luis García Jambrina (entre otros, ¿eh?), los cuales demostrarán que si los anaqueles y mesas de novedades de las librerías están atestados de este género literario es porque los lectores lo demandan. ¡Ah, qué maravilla el libre mercado!

El vigor de este tipo de narrativa hará que escritores de acrisolado prestigio no adscritos a la novelística histórica realicen alguna incursión en ella, o bien que introduzcan elementos históricos en sus obras, lo cual conseguirá que la Historia del Tiempo Presente sea narrada por autores como Javier Cercas en Soldados de Salamina, Ignacio Martínez de Pisón en La buena reputación o Lorenzo Silva en Recordarán tu nombre. Con estas novelas cosecharán reconocimiento y un éxito fulgurante, lo cual permitirá ensanchar la consideración de qué puede ser una novela histórica, sin necesidad de ceñirnos a una catalogación cada vez más obsoleta por rígida.

"Estos días he releído con renovado placer El tiempo amarillo, las memorias de Fernando Fernán-Gómez. Y me he acordado cuando sentenció que lo de literatura culta y popular era un contradiós, pues sólo había buena y mala literatura."

El filósofo Julián Marías decía que una de las cosas más difíciles en la vida es explicar lo obvio. Podemos aplicar este aserto al fenómeno literario. Aún habrá quienes despotriquen contra las novelas comerciales colgándoles el sambenito de metástasis de la literatura. Bueno, vale, con su pan se lo coman. Charles Dickens demostró hace siglo y medio que la simbiosis entre calidad y ventas es posible. En fin. Los enemigos de la literatura jamás provendrán del campo literario, sino de otras formas de ocio, de nuevos paradigmas culturales, si bien quienes resultan inoculados con el virus de la lectura compatibilizarán sin problema los libros con otras formas de entretenimiento.

Estos días he releído con renovado placer El tiempo amarillo, las memorias de Fernando Fernán-Gómez. Y mientras dentro de mi cabeza resonaba su vozarrón a cada párrafo, me he acordado de aquella charla que dio hace veinticinco años en el castillo de Santa Catalina, en Jaén, cuando sentenció que lo de literatura culta y popular era un contradiós, pues sólo había buena y mala literatura.

Pues lo mismo sucede con las novelas literarias y las comerciales.

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