Foto de portada: Carlos Spottorno
Coger el metro cuando diluvia es como jugar a la ruleta rusa. Se amontonan en la boca de la estación los viajeros cerrando sus paraguas procurando no sacarle el ojo al que pasa por su lado, que va más pendiente de la pantalla del teléfono que de sus pasos. En la línea cuatro, camino a Canillas, no cabe nadie más. Un vagabundo duerme en el suelo del vagón tapado con una manta. Nadie le dice nada. La gente pierde la mirada en el vacío y dejan al hombre en el ángulo muerto. Ironías del suburbano, en Esperanza suben dos guardias de seguridad que le despiertan dándole un toque con la punta de la bota. Uno de ellos «le hace la cuenta» para que se levante. Como un púgil derrumbado sobre las cuerdas, el mendigo se apoya en los bancos y cobra aliento. Caerse ahora no le vendría bien. A unos pocos minutos de la estación de Canillas, José Luis «Dum Dum» Pacheco (Madrid, 1949) espera merendando en el El Yantar. Él sabe también lo que es levantarse antes de que le cuenten diez.
En el bar, los parroquianos hacen un corrillo alrededor del campeón nacional del peso wélter. «De 93 peleas que hice de amateur, gané 90», cuenta lanzando un jab de izquierda al aire. Como diría Jaime Ugarte, ha sacado «la de matar osos». Fue el periodista Julio César Iglesias quien le puso el apodo de «Dum Dum» porque sus impactos hacían tanto daño como los proyectiles expansivos que tomaron su nombre de la ciudad india donde fueron fabricados (Dum–Dum) por los ingleses a finales del siglo XIX. José Luis es caballero legionario de honor y recuerda que se subía al ring con el chapiri de legionario. Lleva el carnet en su cartera con una foto en blanco y negro en la que sale de uniforme luciendo un poblado bigote. Explica que una vez le salvó la vida a Frank Sinatra estando en Marbella. Le precede su fama de delincuente juvenil con los temidos Ojos Negros. Para el que no se lo crea, Dum Dum Pacheco le remite a su libro Mear Sangre (Autsaider, 2021), escrito durante el tiempo que pasó preso en Carabanchel y publicado en 1976. «¿Era mejor Miguel Velázquez que Pedro Carrasco? ¿Y Alfredo Evangelista?», le preguntan. Otro corrige: «¡No era de su peso!». Bien podría ser ésta una escena de El Crack (José Luis Garci, 1981) protagonizada por Andrés Pajares y Fernando Esteso.
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—¿Cómo estás? ¿Cómo te encuentras?
—Bien. Podría estar mejor… Ya no están mis ídolos: Hernán Cortés, Francisco Franco y Elvis Presley.
—¿Están en la cabeza o en el corazón?
—En la cabeza. De Elvis canto It’s now or never: «It’s now or never… Come hold me tight… Kiss me my darling… Be mine tonight… Tomorrow will be too late… It’s now or never… My love won’t wait…». Me hubiera gustado conocer a Elvis.
—Pero a Franco lo conociste.
—Sí. Me puse el gorrillo de legionario para subir al ring y fue muy fuerte, todo el mundo se emocionó. ¡Incluso los legionarios que fueron a verme! Estuve en el Tercio Duque de Alba 2º de Ceuta y soy caballero legionario de honor. Conocí la historia de la legión y, en lugar de hacer la mili normal, me entusiasmé con los legionarios por la historia, como te digo. Es una cosa muy importante en mi vida. Cuando boxeaba, les di clases a muchos legionarios. También a la policía.
—¿Eso fue en la cárcel?
—Sí. Pero salí de la cárcel porque defendí al cura, que se llamaba Saturnino García. Me dieron dos puñaladas. Yo no sé qué les había hecho, pero iban a por el cura.
—Tienes cicatrices como los toreros… ¿No hubieras querido ser torero?
—No, no… Quita, quita… ¿Yo? ¿Torero? ¿Por qué? No se me ocurriría ser torero, aunque he «toreado» con muchas mujeres. Pero déjate de toros… Eso es para los toreros.
—¿Por qué te dio por boxear?
—Era muy pequeño y me gustó. Iba yo al gimnasio para hacer hacer ejercicios nada más, pero Pampito Rodríguez me preguntó que por qué no boxeaba, porque era muy fuerte y me movía muy bien. Me enrollé e hice 93 peleas de amateur y gané 90. Las primeras las perdí, pero luego gané las demás. De profesional hice ciento y pico y gané todas.
—Pampito también entrenaba a Miguel Velázquez…
—Y a Pedro Carrasco en el Palacio de los Deportes de Madrid.
—El periodista Julio César Iglesias convivió con Pampito y te puso el mote de Dum Dum.
—Sí. Dum Dum son balas. Como yo pegaba muy fuerte, me puso ese mote.
—También bautizó a Tony Ortiz.
—Martillo Ortiz. Antonio Ortiz era muy duro. Peleé con él y le gané, pero era durísimo.
—¿Recuerdas tu aparición en Yo hice a Roque III como Kid Botija?
—(Risas) ¡Claro! Fue una de mis mejores películas, pero hice muchas: Lobo negro, Juventud drogada, ¡To el mundo es güeno! con Manuel Summers… Era tan famoso que me metieron en el cine para llamar la atención.
—¿Ibas para actor?
—Sí, pero tuve un accidente de coche y me rompió todo.
—¡Incluso podías haber sido campeón del mundo!
—También. Estaba sexto en el ranking mundial. ¿O era séptimo? Da igual, porque estaba en el ranking mundial.
—¿Recuerdas a Perico Fernández?
—Era muy amigo mío. ¿Sigue vivo?
—No. Falleció en 2016…
—Me cago en diez… ¿Cómo murió?
—Tenía Alzheimer y diabetes.
—Joder… Nos llevábamos muy bien. Tuvimos un combate en Madrid y la gente gritaba «¡tongo! ¡tongo! ¡tongo!». El árbitro nos descalificó (risas). Es que éramos muy amigos y no nos salía la rabia que te tiene que salir en el boxeo.
—¿El boxeo es rabia?
—Hombre, tienes que salir con mala leche y con genio. Si no, ¿para qué vas a boxear? Si sales para que te peguen, mejor que salgas con mala leche y pegando.
—Ya se sabe: el boxeo consiste en dar y que no te den.
—Claro. En la legión lo aprendí, cuando boxeaba. Pero me gustaba más boxear en el ring. En la legión boxeé porque me lo pidieron ellos y me animaron.
—¿Perico pudo haber llegado más lejos de haber ganado a Saensak Muangsurin en Bangkok?
—Sí. Le robaron aquel combate en Tailandia. Yo estuve allí… Pero Perico también tenía una gente a su alrededor que, cuando boxeaba, se lo llevaban por ahí y no entrenaba. Por eso metió la pata.
—A Perico le gustaba salir, fumar, beber…
—Así es. Yo no fumaba. Mi vida era el boxeo.
—Y las mujeres, ¿no? Eras un galán.
—(Risas) Eso sí. Tuve muchas novias hasta que me casé y lo dejé. Pero nunca he fumado.
—Has contado que ganabas en un minuto lo que podía ganar un futbolista en una temporada.
—(Risas) He ganado peleas en un minuto y he ganado mucho dinero solo con un combate.
—«No seré el mejor boxeador, pero soy el más guapo», le dijiste una vez a José María Íñigo.
—Eso me decían las chicas. Tenía muchas novias. José María Íñigo me hacía muchas entrevistas. Me apoyaba mucho y siempre me llamaba, contaba cosas que gustaban y la gente se reía mucho. Cada vez que me entrevistaba, se vendían todos los periódicos del día siguiente. Hubo una frase que me hizo muy popular: «cuando soy bueno, soy bueno; cuando soy malo, soy muy entretenido».
—¿Cómo era esa historia del Lotus que tenías?
—Era un deportivo de color blanco. Tenía también un BMW. Siempre estaba pintando la mona… Cuando tenía que estar en el banco metiendo dinero. En ese tiempo no podía andar por la calle de tanto que me paraba todo el mundo. Las chicas me daban su teléfono y se tiraban fotos conmigo. Además del boxeo, como te digo, también hacía muchas películas.
—¿Cuál fue la que más te gustó rodar?
—La de Yo hice a Roque III, con Andrés Pajares y Fernando Esteso. Pero no pegaba fuerte a Pajares.
—El personaje de Pajares, Roque, tenía un golpe…
—¡La roquina!
—También conociste a Camilo Sesto.
—Sí. Conocí a mucha gente. Camilo Sesto venía a verme al Palacio de los Deportes. Hicimos amistad.
—Pero os conocíais de antes, ¿no?
—Exacto. De cuando éramos Los Ojos Negros. Éramos tan duros que hasta la ETA nos tenía miedo. No quería nada con nosotros. ¡Nadie se metía con nosotros! La gente nos daba dinero para que la ayudáramos con ciertas cosas.
—¿Como qué?
—Para que no abusaran de ellos, de la gente. Nos daban dinero para darles protección. Éramos El Revilla, El Vikingo, El Apache, Ángel Luis Telo Ronda… A Ángel Luis lo mataron. Hablaba mucho, se creía el rey… y lo mataron. Éramos como hermanos.
—Allí, en Carabanchel.
—Sí. Yo vivía en la calle de la Gaviota. Carabanchel era mi casa. Estuve viviendo allí mucho tiempo, hasta que empecé a ganar mucho dinero y me cambié. Cuando mis padres murieron ya no volví por allí.
—También falleció tu hermano cuando ibas a salir de la cárcel.
—Juanjo. Uno se va haciendo boxeador por los golpes que va dando la vida. Todavía tengo una foto suya guardada.
—¿Crees en los milagros?
—Yo creo que no existen. Pero hay gente que, cuando algo le sale bien, dice que ha sido un milagro.
—También que ha sido «gracias a Dios».
—Sí, también.
—Entonces, ¿crees en Dios?
—Claro. Mucho. De pequeño creía en Dios e iba mucho a la iglesia de la calle del General Ricardos.
—¿Esperas ganar siempre?
—No. No espero ganar siempre porque, para empezar, ya no boxeo. Pero si pudiera volver a boxear iría a ganar, por supuesto. Pero ya no existe el boxeo para mí, ya no es como antes. Casi no echan boxeo en televisión y cuando lo veo es por casualidad.
No lo conocía, pero me ha caído muy bien. Una persona mucho más interesante que la mayoría de las que suelen salir en las entrevistas. La nobleza con la que mira los estragos del paso del tiempo me resulta aún más admirable que sus glorias pasadas. Salió de la cárcel por defender al cura. Hoy entraría por eso. Cómo ha degenerado todo.
Me ha encantado leer la entrevista. Tuve el honor de hacer guantes con Dum Dum en la ferroviaria en el año 85-86, él ya estaba retirado y yo recién empezaba. Un abrazo maestro
Todo un personaje Pacheco, de esos perfiles que ya no quedan, en éstos tiempos tan «líquidos» que vivimos. Bonita entrevista