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Echar el freno para escribir

Echar el freno para escribir

Pasen y lean las andanzas del que probablemente sea el peor detective que jamás ha empuñado lupa y pipa en Gran Canaria: Carlos (Charli) Barreto. En esta aventura, la pandemia obliga al protagonista a confinarse en una casa en la que alguien amanece cosido a puñaladas.

En este making of Miguel Aguerralde recuerda el origen de Las cinco muertes de Jacinto Samitier (Siete Islas).

***

Explicar la génesis de una novela siempre es complicado. No suele existir un momento clave o un disparo de salida. Más bien las ideas se cocinan a fuego lento, sumando capas a la premisa inicial, a menudo poco más que una intuición sin forma clara ni destino definido.

Suelo ser un escritor lento, ¿qué prisa hay, realmente? Me gusta jugar con las posibilidades, sacudirlas, mezclarlas, encontrar figuras nuevas en las nubes que forman entre ellas. Me parece la parte más emocionante y divertida del proceso creativo. El problema, muchas veces, es que los tiempos de hoy no permiten casi nunca alcanzar cierta continuidad en el trabajo de planificación ni de redacción de una novela. Este es mi mal como escritor, el tiempo.

"El confinamiento me sirvió para echar el freno, bajarme del tren de trabajo y presentaciones que me dejaban muy poco espacio para respirar y centrarme"

Sin embargo, los meses que pasamos en casa durante el confinamiento me permitieron abordar una serie de proyectos de manera ininterrumpida, dedicando a la planificación y a la escritura una continuidad semanal y una serie de horas diarias seguidas que normalmente echo en falta. Entre otros textos, pude sumergirme en esta locura, hija de su momento, que es Las cinco muertes de Jacinto Samitier.

El confinamiento me sirvió para echar el freno, bajarme del tren de trabajo y presentaciones que me dejaban muy poco espacio para respirar y centrarme. Y hacia el final del verano, ya cerca de volver a las clases, me encontraba relajado y de buen humor. En esos días recibí la noticia de que el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, mi ciudad, ponía en marcha el I premio de novela Agatha Christie, enfocado en la novela negra, con el motivo de honrar el centenario de esta maravillosa autora. Era un reclamo que no podía obviar pero, aquí la pega, solo quedaban dos semanas para que finalizara el plazo de envío de manuscritos.

Por suerte, dos semanas en el confinamiento me daban para mucho, así que me senté a planificar desde cero una novela que pudiera ser lo suficientemente buena o interesante como para optar a un premio y que además pudiera dejar acabada en quince días.

Se me ocurrió que no tenía tiempo para hilar una trama compleja, como había hecho por ejemplo en El sueño de la libélula, ni para cargarla de personajes con peso en la historia, como en El jardín secreto. Necesitaba que la novela fuera corta y sencilla de escribir, pero al mismo tiempo emocionante, intensa, adictiva, y que pudiera llamar la atención de un jurado.

"Para romper la banca por la parte de la narración necesitaba arriesgarme con la voz. El narrador no podía ser neutro, no podía ser correcto, no podía ser lo habitual"

Así que pensé que, si no tenía tiempo para dedicar al contexto, utilizaría el recurso, tan vinculado a Agatha Christie, del misterio de la habitación cerrada y que, además, si no tenía espacio para enrevesar el argumento y crear grandes personajes, haría que la novela destacase por la única pata que me quedaba: por el uso de la voz narradora y una redacción llamativa y diferente. ¿Y si aprovechaba mi buen estado de ánimo y tiraba por el humor?

Para cumplir mi primera premisa acudí, precisamente, al confinamiento del que todos queríamos huir, y decidí que utilizar el recurso del positivo en COVID-19 para encerrar a una serie de personas en un entorno cerrado, en este caso un hotel rural, cumplía de sobra mi objetivo y, además, contextualizaba muy bien la historia en un espacio y un tiempo.

Pero para romper la banca por la parte de la narración necesitaba arriesgarme con la voz. El narrador no podía ser neutro, no podía ser correcto, no podía ser lo habitual. Decidí que la novela la contase el propio protagonista, en este caso un policía reconvertido en detective privado, el peor investigador que jamás haya pisado las páginas de un libro, al que bauticé como Carlos Barreto para darle, ya desde el nombre, un inequívoco sabor canario. Y si mi amigo Charli, al que en esta novela conocemos primero como guardaespaldas, es desastroso en su trabajo, no lo iba a ser menos al intentar explicarnos el caso que le ha explotado entre las manos.

"Se puede decir, sin dudar, que Charli Barreto y su desorden reanimaron mi ilusión por dedicarme a la escritura. Y se lo agradezco"

En Las cinco muertes de Jacinto Samitier encontramos a varias personas, entre ellas nuestro protagonista, confinadas en un caserón en tanto que se les haga una nueva prueba de antígenos y salga negativa. Una de ellas amanece muerta o, como diría Charli, no amanece. La policía, que no puede entrar en la casa por razones obvias, encarga a este investigador venido a menos la responsabilidad de dilucidar el caso. De manera que la novela trata de cómo Carlitos Barreto, detective insufrible, explica con sus formas y maneras a la teniente a cargo de la pesquisa lo que ha podido averiguar durante su estancia en la casa.

Y en esta manera de narrar, de explicar o de enredar una historia, está la fuerza y la chispa de esta novela que, obviamente, no ganó el premio al que logré enviarla a tiempo, pero con la que he disfrutado más que nunca como escritor y con la que espero que los lectores pasen un buen rato. Yo lo he hecho, y de lo lindo, en las sucesivas revisiones a las que la he sometido desde entonces.

Se puede decir, sin dudar, que Charli Barreto y su desorden reanimaron mi ilusión por dedicarme a la escritura. Y se lo agradezco.

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Autor: Miguel Aguerralde. Título: Las cinco muertes de Jacinto Samitier. Editorial: Siete Islas. Venta: Todos tus libros.

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