Una vez le preguntó el boxeador Ryan García a Mike Tyson en el podcast Hotboxin’ with Mike con qué personaje histórico le gustaría pelear. «Aquiles», respondió con rotundidad Tyson. «Fue el mejor guerrero de todos los tiempos. Encarnaba todas las cualidades del mejor luchador». Cita la Ilíada de Homero como primera referencia escrita del boxeo. En ella, Aquiles es «el de los pies ligeros». Esperaba Iron Mike ir en busca de la tumba de Aquiles, cuyo paradero es un misterio, para rendirle homenaje.
OREJAS DE COLIFLOR
Al hijo seductor de Arquéstrato he elogiado, pues le vi vencer con la fuerza de su puño junto al altar de Olimpia.
(Píndaro, Olímpica X)
El boxeo existe desde el principio de los tiempos. El periodista Jorge Lera explica que los ancestros más primitivos de este deporte parten, al menos, desde el tercer milenio antes de Cristo: «Los primeros vestigios que se conocen, en forma de relieves, pertenecen a la cultura sumeria, en lo que hoy es Iraq, considerada como la primera civilización del mundo. Vestigios también se han encontrado en las civilizaciones de Mesopotamia, Asiria y del Imperio hitita. Existen también relieves en Tebas, en Egipto, que datan de 1350 a. C.», escribe en Eso no estaba en mi libro de historia de boxeo.
Fue sin embargo en Creta donde se encontró la primera representación artística de boxeo con guantes: los Púgiles de Akrotiri (1700 a. C.), hallazgo del que se hablará más adelante en este reportaje. Jorge añade como evidencia también los Boxeadores del ritón de Hagia Triada (1600-1450 a. C.). «Paralelamente, hay evidencias en diversas partes de África, donde el pueblo Hausa practicaba el Dambe, su forma autóctona. Según se va avanzando en el tiempo, especialmente en Grecia y Roma, empezaremos a encontrar vestigios de una competición mucho más sofisticada y definida, y también de gimnasios o palestras que ya incluían elementos que a día de hoy se siguen utilizando, como sacos, guantes y protecciones de entrenamiento».
En Olimpia, Apolo derrotó a Ares en un combate de pygmachía (pelea con puños). En el Santuario se alzaba su palestra (παλαίστρα), un edificio cuadrado sin techar de sesenta y seis metros por lado, rodeado de columnas jónicas, que fue construido hacia el siglo II a. C. Es el gimnasio en el que los atletas practicaban el pankrátion, la lucha libre o boxeo, el «deporte más letal de todos», según el arqueólogo e investigador británico Neil Faulkner, que diferencia en su libro A Visitor’s Guide to the Ancient Olympics a los boxeadores de los otros luchadores: «No tendrás problemas para reconocer a los boxeadores experimentados entre la multitud: no son sólo sus enormes hombros, brazos y puños lo que los delatan, sino también sus cicatrices faciales, narices rotas, cejas abultadas y orejas de coliflor. Los luchadores y los pancraciastas pueden ser hermosos; los boxeadores veteranos invariablemente están marcados por cicatrices y golpes». Muestra de ello es la cabeza de bronce del boxeador de Olimpia, encontrada en el santuario de Zeus en 1880 y atribuida al escultor Silanión.
Otro ejemplo es el Púgil en reposo, una de las pocas esculturas de bronce pertenecientes al periodo Helenístico (sigo IV a. C.). Se puede visitar en el Museo Nacional de Roma. «El registro histórico proporciona evidencias de que los rostros de algunos boxeadores eran irreconocibles debido a las lesiones que habían sufrido», se explica en el volumen The Cambridge Companion to Boxing. «Su frente llena de cicatrices, su nariz rota, sus mejillas laceradas y sus orejas de coliflor son un triste testimonio de toda una vida de lucha. El boxeador ideal se mantuvo estoico en el ring. Plutarco escribe que es la multitud, no el boxeador, quien debe responder con la emoción inspirada por la pelea. Los murmullos y jadeos de los espectadores deben marcar un golpe bien asestado, mientras el boxeador permanece en silencio, concentrado en su tarea».
El hallazgo del Púgil en reposo se produjo en 1885, en las excavaciones próximas a los Baños de Constantino de Roma, en la colina del Quirinal. Si le preguntaran, José Luis Garci no sabría decir si el guerrero había perdido o ganado. «Pero eso es lo bonito; está cansado después de una pelea», contaba el director en Cowboys de Medianoche, no sin advertir que la sweet science (la dulce ciencia) ya estaba en los clásicos: «Pancracio lo llamaban ellos. Platón fue campeón del pancracio, una mezcla de boxeo y lucha libre, con llaves, zancadillas…».
COMO EL BRAZO AL HOMBRO
Mudos quedan de espanto ante esas masas:
la piel de un buey enorme cada una
hecha siete dobleces, reforzados
con plomo y hierro.
(Publio Virgilio Marón, Eneida)
Las «ruinas» ancestrales del boxeo en la Antigua Grecia se reparten entre los mares Jónico, Adriático y Egeo, y de «vacaciones» en el Museo Británico. En el Museo Arqueológico Nacional de Atenas se expone en un trío de ánforas panatenaicas (360 y 359 a. C.) encontradas en Eritrea, cuyas respectivas imágenes forman la escena de un combate de pancracio entre dos luchadores, los jueces (con una vara en la mano con la que podían detener la contienda) y la diosa Niké observando.
También en el mismo edificio llama la atención el fresco minoico de los Púgiles de Akrotiri, encontrado en 1967 en la isla de Thera, hoy Santorini. Mide un metro con setenta y cinco centímetros. Va del suelo hasta el techo y ocupan un paño de la pared los dos jóvenes atletas desnudos con cinturones y adornos. Traduciendo la leyenda que describe la obra, se lee que las dos cabezas de las figuras están afeitadas, lo cual indica que son niños, salvo dos mechones largos en la parte posterior y dos más cortos por encima de la frente. Por las joyas del infante de la izquierda (un collar y dos pulseras, una en el brazo y otra alrededor del tobillo), se demuestra que es de un estatus social más alto al de su contrincante (se desconoce si era un entrenamiento o una competición).
El único guante del fresco lo lleva el luchador de la izquierda, y podía estar utilizándose para protegerse los puños o para causar más daño a su contrincante. Esto último tendría sentido, pues los luchadores utilizaban tiras de cuero de tres y cuatro metros con las que cubrían sus manos y a la vez afilaban bordes de los vendajes. Neil Faulkner contaba que en los entrenamientos se utilizan guantes acolchados, no así en las competiciones: «En lugar de guantes, los boxeadores llevan correas de cuero de cuatro metros de largo suavizadas con aceite o grasa animal, que se enrollan firmemente alrededor de las manos y las muñecas, dejando sólo los dedos libres, y se aseguran con un lazo en cada extremo. Los dedos quedan libres para que se puedan apretar para golpear o abrir para bloquear. […] El propósito de las correas es proteger las manos del usuario (las versiones elegantes están forradas con vellón). No hacen nada para suavizar el golpe a la víctima; por el contrario, a menudo resultan en cortes severos. Aunque el nombre técnico para ellos es himantes, se los apoda murmikes («hormigas») debido a las heridas punzantes que infligen. […] Sin más vestimenta que sus himantes y, a veces, brazaletes de lana para secarse el sudor, los concursantes avanzan unos contra otros con miradas asesinas y se tocan los puños. No hay cordialidad ni bromas amistosas ni apretones de manos caballerosos».
En The Cambridge Companion to Boxing se desconoce «si el material consistía en un relleno más suave o en una sustancia más dura, como el cuero o incluso el metal, pero debido al hecho de que los combatientes llevan cascos de estilo militar con protección para los ojos y las mejillas, podemos inferir que el casco estaba destinado a proporcionar protección contra guantes hechos de material capaz de causar daños sustanciales». Esta especie de guante evolucionó a uno que dejaba los dedos libres con el añadido de una protección de cuero duro en los nudillos (los que mencionaba Faulkner). «Pronto siguieron los guantes blandos (sparei o episphairai) junto con protectores de orejas (amphotides), tal vez porque el uso de equipo de boxeo regular infligía demasiadas lesiones durante las sesiones de práctica y entrenamiento».
Además de las evidencias visibles en Púgil en reposo, Púgiles de Akrotiri y otros ejemplos, en el Museo Nacional de Atenas se expone el brazo izquierdo de una estatua de tamaño natural de un joven boxeador. En la descripción se indica que el resto de la estatua fue fundida por separado. En la mano se ven, en efecto, las llamadas «tangas afiladas», algo menos notorias en la estatuilla de un joven boxeador en acción, lanzando el puño izquierdo, dentro de la misma vitrina.
TRÉBOL DE TRES HOJAS
Ceñidos ambos contendientes, comparecieron en medio del circo, levantaron las robustas manos, acometiéronse y los fornidos brazos se entrelazaron. Crujían de un modo horrible las mandíbulas, y el sudor brotaba de todos los miembros.
(Homero, Ilíada. Canto 23)
Al este de la colina de Licabeto, en el distrito de Ampelokipi, se mantiene el Apostolos Nikolaidis Stadium, hogar del Panathinaikos Fútbol Club. Subiendo por la gran avenida Leoforos Alexandras, los bloques de pisos marcan el camino hacia el estadio con sus grafitis de tréboles de tres hojas de color verde (simboliza el equilibrio entre el espíritu, el alma y el cuerpo, además de la buena fortuna, la fertilidad, el renacimiento y la vida eterna). Las torres de luz comienzan a verse cuando la cuesta va acabando y el coso ateniense surge del horizonte.
No es éste un campo de fútbol moderno. Se inauguró en 1922 y a día de hoy, aunque con remodelaciones, presenta un aspecto añejo, parcheado como un monstruo de Frankenstein. Conviven en su fachada murales y pintadas con imágenes históricas del club. En sus bajos, el Panathinaikos Boxing Club resiste al tiempo. Se sabe que está ahí, en la puerta número cinco, por el «Boxing for all» que hay escrito en el muro sobre la imagen del boxeador que golpea un saco y porque se lee en grande «Boxing Club» donde están las ventanas abatibles por las que se oye el silbido de la lona y el golpe seco del saco. Huele —como describía Ignacio Aldecoa en Young Sánchez— a «cañería de desagüe, a pared mohosa y a toalla siempre empapada y sucia, como una axila del sótano que sabía salado, agrio y dulzarrón».
Fundado en 1908, el Panathinaikos Boxing Club es una de las escuelas pugilísticas más longevas de Grecia. En su interior, accediendo por unas escaleras, el techo se limita por los escalones que forman las gradas del estadio. Entrenan chavales y versados con las peras, las combas y los sacos (con el símbolo del trébol). Uno de ellos, Thodoris Ritzakis, hace sombra a las órdenes del veterano Pantazi Markakis, que permanece sentado con las manos apoyadas en las rodillas dando instrucciones en griego a su pupilo para que corrija la guardia. El muchacho se protege y lanza un uppercut.
Como el orador griego Dión Crisóstomo invocaba al imbatible Melancolmas, en este lugar se recuerda a las leyendas en el hall of fame: Antonis Christoforidis, Kostas Perlatos, Nikos Vlasopoulos, Dimitris Michael, Georgios Agrimanakis, Ioannis Papadopoulos, Fanis «El Tigre Griego» Tanetopoulos, Angelo Theotokatos, Giannis Aidiniotis, Vengelis Economakos o Nicos Vamvakas. No ondea, porque está clavada en la pared, la bandera griega, presidiendo el espacio delante del ring. A mano izquierda queda en lo alto una estantería con los trofeos que dan brillo y esplendor a las gestas de este club.
SANGRE GRIEGA
De Odiseo, de vuelta a casa sano y salvo tras veinte años,
reconoció el rostro Argos al verlo, su perro.
Pero tú después de boxear, Estratofonte, durante cuatro horas,
no ya para los perros eres irreconocible, sino para tu ciudad.
Y si quisieras tu propio rostro contemplar en un espejo,
«No soy Estratofonte», tú mismo dirías bajo juramento.
(Lucilio, Anthologia Graeca. Libro 11, epigrama 77 )
En el centro del ring del LB Scott Sports Auditorium de Philipsburg (Sint Maarten), Sonya Lamonakis permanece en pie, cubierta por su batín con los colores de la bandera griega y un casco espartano. Mide un metro y setenta centímetros y cuenta con un peso próximo a los cien kilos. Se inició en el pugilismo a los veintisiete años, después de sufrir un robo a punta de cuchillo, pero en poco tiempo se coronó como la mejor peso pesado de la ciudad de Nueva York. La revista The Ring dice de ella que «a pesar de su tamaño, sus principales virtudes son la velocidad de sus manos y la combinación de golpes. Desde que se convirtió en profesional en 2010, ha participado en la mayoría de las peleas relevantes de la división».
La boxeadora se señala la espalda: «The Scholar». Esa noche, la del 6 de diciembre del 2014, pelea de nuevo contra Carlette «The Truth» Ewell, en esta ocasión por el cinturón mundial del peso pesado que otorga por vez primera la International Boxing Organization (IBO).
Ewell y Lamonakis se enfrentaron con anterioridad el 21 de enero de 2012 en el Roseland Ballroom de Nueva York. Entonces las cartulinas de los jueces certificaron un discutido empate, pero en esta velada, la de diciembre del 2014, honraría Lamonakis a su pueblo con la victoria, vistiendo los colores de la enseña patria de su tierra natal. «Nací en Grecia y la lucha corre por mis venas», cuenta a Zenda la propia Sonya Lamonakis, criada en Turners Falls (Massachusetts). Hoy, Lamonakis ha ingresado en la International Women’s Boxing Hall of Fame y se dedica a la enseñanza. «Nunca voy a dejar mi trabajo», declaraba en The New York Times en 2011. «Considero que enseñar es mi profesión y el boxeo mi pasatiempo». Apostilla que no fue a la universidad durante ocho años para ser boxeadora.
Exclama orgullosa a Zenda que ellos, los griegos, fueron los luchadores originales, porque las raíces del boxeo se remontan a la antigüedad: «Un ejército de siete mil hombres fue capaz de derrotar a veinte mil antes de matar a los últimos trescientos», recuerda la entrevistada para referirse a la gesta del rey Leónidas I en la Batalla de las Termópilas.
Sonya Lamonakis menciona como ejemplo a George “Ferocious” Kambosos Jr., campeón mundial del peso ligero, un boxeador —dice— que se bate el cobre por su linaje. En realidad, Kambosos no es griego de nacimiento, sino australiano, pues fueron sus abuelos paternos los que emigraron de Grecia a Australia. Pero en su piel lleva tatuada la frase «Never retreat, never surrender» (Nunca te retires, nunca te rindas). Como Sonya Lamonakis, en la espalda porta su identidad. «Mi éxito no es definitivo, ni mi fracaso. Es mi coraje y voluntad para seguir luchando como un verdadero guerrero lo que cuenta», publicaba George Kambosos Jr. en Instagram debajo de una foto suya sosteniendo un casco espartano que mira de frente, sujetándolo con las dos manos. Alguien le escribe en heleno «sangre griega».
Antes de los combates, George Kambosos Jr. se reúne con su equipo, encabezado por su padre Jim Kambosos. Sujetan tras él la bandera australiana y la griega mientras echa a andar y suena un bouzouki que abre camino a 50 Cent con «What Up Gangsta» en el ring walk. «La dulce ciencia está unida al pasado como el brazo al hombro», que diría A. J. Liebling en La dulce ciencia.
Fantástico artículo, como todo lo que hace el gran Carlos H Vázquez