Barack Obama señaló una vez que cierto estado norteamericano, «deprimido y aburrido por la recesión y el paro, se había abandonado al culto de Dios y al culto de las armas». Tanto le gustó la acuñación a Rafael Sánchez Ferlosio que tituló así uno de sus anfetamínicos ensayos: God & Gun.
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—Para entender la fragua del stand-up postulas un arquetipo, el del Hombre Público Norteamericano, definido por la libertad de expresión, la relación individual con la religión y la meritocracia del libre mercado. Pero, ¿qué es exactamente un arquetipo en este contexto y para qué sirve?
—Los arquetipos sirven para acomodar la realidad y explicarnos extrañezas. El otro día, Javier Cercas decía algo parecido de los clichés. A veces son molestos pero también útiles. Y un arquetipo es algo más serio que un cliché. Yo me sirvo de los arquetipos como un barro muy dúctil a partir del cual he ido haciendo figuritas para que se entienda lo que quiero explicar. Cinco figuritas, en este caso, que definen lo que yo llamo el Hombre Público Norteamericano.
—Vamos a esas cinco encarnaciones en las que se manifiesta el Hombre Público Norteamericano: el profeta, el charlatán, o vendedor persuasivo, el colono, que busca su particular Tierra Prometida, el político y el cómico de stand-up. ¿No es el cómico tan inofensivo como parece comparado con los anteriores?
—Ni mucho menos. En realidad, el objetivo de todos ellos es algo tan peligroso como la conquista del otro. También el del cómico. El monologuista cómico es perfecto para hablar de la historia reciente de Estados Unidos. A diferencia, por ejemplo, de un pintor, el cómico tiene que ser maleable al gusto del público al momento, en directo, segundo a segundo. En ese instante terrible en que nadie se ríe, tiene que alterar drásticamente el discurso. Ninguna otra figura mantiene un diálogo tan constante y tan pendiente del gusto de la sociedad de su tiempo. También por eso son tan peligrosos, porque no sólo están pendientes del ritmo del tiempo sino que buscan también alterarlo. Son prestidigitadores que tratan de involucrarte en su juego. Magos del lenguaje.
—Aunque Mark Twain es el padre del stand-up norteamericano, su fermento original es la clase media judía neoyorquina (el Borsch Belt) para acabar de explotar en los oscuros night clubs de la Gran Manzana. La sátira política acabará por ser la estación de llegada. ¿La cada vez mayor intimidad del artista y el público es la clave de esta evolución?
—Es una de las claves más importantes, sin duda. El punto de partida es el ambiente social, económico y político de los años 60, de la contracultura. Ahí confluyen hippies, luchas por los derechos sociales, protestas contra la guerra de Vietnam, el asesinato de Kennedy… Se trata de un Turmix muy intenso en el que, en un determinado momento, se empieza a reclamar que el artista se desnude y comparta su intimidad. Y los artistas responden a la llamada, no sin ficción, claro. Este hecho tuvo enormes consecuencias que han acabado por conformar el consumo de cultura y política hasta nuestro siglo XXI. Fíjate que la canción de más éxito del año pasado fue la de Shakira contando sus intimidades y resentimientos con su exmarido, Piqué. Millones de mujeres alrededor del mundo escucharon esa canción y se dijeron: «Habla de mí». Pues bien, todo esto empieza de alguna forma con Lenny Bruce, quien acabó enloqueciendo al utilizar su intimidad. Porque no olvidemos que el artista privado que pone su intimidad al servicio de su arte se arriesga a tener gravísimos problemas para separar persona y personaje. En lugar de leer mamonadas peronistas y a psicoanalistas absurdos, Errejón debería leer mi libro.
—El Time describió el stand-up político como «la comedia enferma» («the sick comedy»). ¿Los mayores defensores de la libertad de expresión comienzan a tener más dudas al respecto cuando la broma se vuelve contra ellos?
—Claro, porque la libertad de expresión suena siempre muy bien en el papel, pero su materialización es otro asunto. El artículo de la Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos es una auténtica belleza que deja completamente abiertas las puertas al campo, cosa que, por ejemplo, en España no ocurre. Pero luego la convivencia con la libertad de expresión, tal dúctil y sujeta a contradicciones, es muy dura. A lo que tú afirmas tener derecho, cuando lo hace otro, puede molestarte terriblemente. Para los que somos demócratas, el ideal de la libertad de expresión debiera ser Estados Unidos, que no en otras cosas.
—En interesante en ese sentido que la nueva derecha populista se muestre tan obsesionada con la libertad de expresión, mientras luego Musk se sirve de Twitter para promover los discursos que le interesan. O Trump.
—Musk o Trump son censores de libro. Lo que ocurre es que se escudan para ello en las políticas identitarias woke, sobre las que yo ya escribí y advertí en el pasado. Hoy, sin embargo, pienso que lo woke está de capa caída y la cancelación, real e intolerable hace no mucho, ya no es un problema tan grave.
—¿Tú crees que ambos polos se han retroalimentado?
—Sin ninguna duda. Lo woke ha llevado a la izquierda identitaria a cavar su propia tumba. Les avisamos, dijimos que las denuncias anónimas eran intolerables, que no todos los hombres son violadores y que la postura agresiva de cierta facción del feminismo resultaría contraproducente. El feminismo, tan necesario, no puede utilizarse como estamos viendo ahora para que una mujer arregle cuentas de sus problemas personales con los hombres. No podemos pensar que determinadas decisiones políticas no van a ser respondidas. Y esto lleva a algo terrible, porque cosas que son realmente buenas, como el feminismo, las luchas contra el cambio climático, o el cuidado de la salud, se rechazan por la gasolina de la polarización. Mucha gente reacciona con violencia contra lo que le viene claramente bien.
—Trump es la materialización del Hombre Público Norteamericano, aseguras. ¿Como tragedia? ¿Como farsa? ¿Como ambas a la vez?
—Me sorprende todo esto. Cuando empecé a pensar sobre estos asuntos hace diez años, creé un modelo mecánico. Entonces Trump era sólo un constructor que hacía un cameo en Solo en casa 2 y Los Simpson se reían de él. Mi modelo entonces era Joseph Smith jr, el creador del mormonismo, que cumplía las cinco características que citábamos al comienzo: político, profeta, colono, vendedor de crecepelos y un cuasi cómico. Pero claro, ese modelo que más o menos funcionaba entonces, con Trump encaja a la perfección. Es trágico para las democracias pero, macho, lo clavé. Como si a la usanza de Frankenstein hubiera robado partes de distintos cadáveres, las hubiera zurcido y una noche de truenos se hubiera levantado Donald Trump. Funciona, lo combina todo. Y ha dado en el clavo. Porque esta vez no se puede decir que no haya ganado claramente. Como también Milei. En España lo que ocurre es que Santiago Abascal es muy cortito, no da la talla. Pero si Vox lo coge alguien como Alvise, por ejemplo, inteligente y hábil, en fin, tendríamos un gravísimo problema.
—Para terminar, háblemos por favor del tortazo de Will Smith.
—Ja, ja, ja. ¡Lo cuento en el libro! Juro que hay un informe redactado por un físico que asegura que fue un hostión considerable. A ver, lo de Will Smith es la apología final del individualismo actual: «No acepto que te rías de mi mujer». «No te rías de mí». «Yo, yo, yo». ¡Y muchos comentaristas se pusieron de su parte! No se trata sólo de que sean millonarios con los que ni puedes ni debes identificarte. Hay algo más. Ahora, si el chiste no te gusta, puedes levantarte y pegarle un tortazo al cómico. Es de auténtico terror.
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