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Eduardo Chillida y la forja del tiempo: Ciento volando, de Arantxa Aguirre  

Eduardo Chillida y la forja del tiempo: Ciento volando, de Arantxa Aguirre   

De escogerse un libro que trate el séptimo arte desde una concepción lírica, ese sería Esculpir en el tiempo, de Andréi Tarkovski. El cineasta tuvo en su formación a un gran maestro, su padre el poeta Arseni Tarkovski. Publicado en 1985, el título del volumen representa a la perfección esa capacidad del cine para capturar la realidad y, con ello, distintos instantes o fragmentos temporales. Algo que, de no mediar el invento de Edison y los Lumière, sería imposible retener, escapando como agua entre los dedos. Un engaño o efecto óptico en definitiva, llamado “Phi” por los padres de la Gestalt —Max Wertheimer a la cabeza—. Esa incapacidad del ojo para discernir los fotogramas cuando se proyectan a suficiente velocidad. Es decir, una simulación del movimiento, del dinamismo de la vida.

Qué difícil resulta desligar el concepto del citado libro poético de Tarkovski sobre su vocación, el cine, cuando se visiona un film documental que nos llega ahora a la gran pantalla: Ciento volando, de Arantxa Aguirre. Además de versar sobre los dos artes mencionados —cine y poética—, la película incluye un tercero ligado también a ese “esculpir”: la escultura. Y lo hace de la mano del protagonista de la cinta, el escultor guipuzcoano Eduardo Chillida (1924-2002), del que se cumplen cien años de su nacimiento. Todo un homenaje a su figura y su obra, englobadas en esa casa museo del artista, Chillida Leku. Un proyecto que será, seguramente, su obra más ambiciosa, su “escultura” más soñada y, por ello, la que más tardará en formar en el tiempo.

"En este punto vital, Chillida inició el desarrollo del que sería su propio e inconfundible lenguaje: el trabajo con la forja y el metal"

Chillida era un creador paciente, “el hombre tranquilo” al que no le importaba extender el proceso creativo lo que fuera necesario, con tal de que llegase a buen puerto. Bien se lo enseñó su aprendizaje, pues sabemos de su tardanza vital para decantarse en escultor con un estilo único. Una lesión le impidió continuar con su primer oficio: futbolista de la Real Sociedad. Fue entonces cuando se trasladó a Madrid para iniciar sus estudios de arquitectura, que finalmente abandonó al descubrir que no era lo suyo. Finalmente optó por la escultura y se fue a vivir a París. Allí se encandiló de la escultura griega, pero la luz del mediterráneo era ajena a él y regresó a su tierra natal, donde le sorprendió la “luz negra” de ese Cantábrico. Fue entonces cuando supo que ése sí era su lugar y que, si quería continuar con el arte tridimensional, debía buscar su voz interior. Le había dicho a su Pili —Pilar Belzunce, la mujer que desde la adolescencia no le abandonó— que estaba acabado. A esto, ella le respondió que cómo iba a estarlo si aún no había empezado.

En este punto vital, Chillida inició el desarrollo del que sería su propio e inconfundible lenguaje: el trabajo con la forja y el metal —iniciado por Picasso y Julio González en el tiempo medular de las vanguardias—, con los elementos puros sin modificación, buscando la abstracción y, con ello, lo poético, lo que precisa de preguntas universales y a lo que se trata de dar respuesta a través de la creación artística. Siempre con una actitud abierta al error, al cambio, a lo inesperado, dando en el blanco de forma inconsciente. Es más fácil saber lo que no se quiere que lo que se quiere, dirá Chillida, lo cual será representativo de su vida —como hemos podido apreciar— y de su proceso creativo. No estaba solo en esta tarea, pues durante su vida pudo dialogar sobre dichas cuestiones con personas también cercanas e inquietas en estos menesteres, como su hermano y pintor Gonzalo —con una obra impecable pero que, al contrario que el hermano, rechazó o evitó el reconocimiento—.

Para Eduardo Chillida, el tiempo y el espacio eran otras cosas que las que habíamos hecho con ellas, en nuestro humano afán por medir y contener todo. El “ser” frente al “tiempo” debía distar mucho de lo cuantificable. Había que dejarse llevar, olvidar toda artificiosidad racional y apostar por lo poético, lo sensitivo e irracional, sintiéndonos ser parte de la naturaleza. En cierta forma, esa idea de trabajar la escultura jugando con la levedad y el aire a pesar de su peso y volumen lo hermanaba con González y Gargallo, pero también con Calder o Giacometti; incluso con Oteiza, de quien distaba mucho en el modo de ser, pues uno era más temperamental y otro más tranquilo, aunque ambos mostrasen un bullir interior.

"Aguirre construye muy acertadamente la narrativa del film, entretejiendo distintos materiales con los que abarcar tan compleja tarea"

Todas estas cuestiones quedarán perfectamente aclaradas en Ciento volando, que no sólo supone un acercamiento a la vida y obra de Chillida, sino que se erige como un auténtico monumento fílmico sobre el autor y su trabajo; una visión absolutamente poética y estética y, a su vez, natural, donde el espectador será conducido de un modo único por los entresijos de ese alma creativa del creador. Su espíritu será mostrado en la cinta como el interior de sus obras. Más allá de su apariencia, de su carcasa, comprenderemos su contenido metiéndonos en el tuétano conceptual del mismo; ese vacío lleno de vientos ancestrales que mueven las olas, embistiendo su San Sebastián, y a las que el artista hace frente, como la más sólida de las rocas o de sus esculturas de el Peine del viento, al final de la playa de Ondarreta, donde acudía desde niño cada vez que había temporal.

Aguirre construye muy acertadamente la narrativa del film, entretejiendo distintos materiales con los que abarcar tan compleja tarea. Distintas imágenes y voces hilvanadas mediante un montaje visual y sonoro que no olvida esa naturaleza de la que fue tan deudor Chillida —y que campa a sus anchas en el jardín que rodea el caserío del museo—, o esas partituras de Bach que tanto inspiraron al vasco —incluso dedicándole pensamientos escritos (“Moderno como las olas. Antiguo como la mar”)—.

El bravo oleaje recordará a la lava en movimiento del volcán, o a la masa líquida esperando a enfriarse para convertirse en sólido escultórico. Una hermosa imagen “fundida” de forma evocadora que Aguirre nos mostrará con admirable inteligencia. El silencio visual hecho elocuencia. Otro elemento simbólico claro en el film serán esos “ciento volando” que harán referencia a una carta de Chillida dirigida a Pili, donde le asegura que prefería arriesgarse a retomar un proyecto del que no se mostraba conforme, aun a riesgo de no llegar a poder presentarse en el tiempo fijado. Chillida preferirá esos pájaros surcando el cielo a cienes y libres que aquel otro asegurado por atrapado. Una bella metáfora que define a la perfección la autenticidad del vasco, fiel a su conciencia aun poniendo en riesgo su trabajo.

"Hombre trabajador, ordenado y metódico, fue amigo de sus amigos, siempre abierto a ampliar su círculo sin importar edades o mentalidades"

El film cuenta con la presencia constante de Jone Laspur —ganadora del Goya por Ane (David P. Sañudo, 2020)—, una joven estudiante de Bellas Artes que, en su interés por indagar en la figura de Chillida, funcionará como hilo conductor, guía o cicerone de la historia relatada. Así, se irá encontrando con distintas personas relacionadas con la vida y obra del maestro: desde su hijo Ignacio Góngora —artista y responsable de la colección de la familia Chillida— o su nieto Mikel —director de Desarrollo del Museo—, pasando por el historiador del arte y museógrafo Miguel Zugaza —quien fue director de instituciones como el Museo de Bellas Artes de Bilbao, el Museo Reina Sofía o el Museo del Prado—, el arquitecto Joaquín Montero —encargado de la restauración del caserío de Chillida Leku—, el historiador Kosme de Baraño o el profesional que actualmente mantiene los jardines del recinto expositivo. Cada uno, más o menos reconocido públicamente o anónimo, con sus recuerdos e impresiones irán concretando la efigie del escultor, su concepción del arte, el mundo y la vida —Chillida poseía una amplia biblioteca, destacando de la misma los libros de filosofía oriental, que siempre tenía más a mano—. Hombre trabajador, ordenado y metódico, fue amigo de sus amigos, siempre abierto a ampliar su círculo sin importar edades o mentalidades. Plural y enemigo de intransigencias, es memorable su texto dedicado al ángulo recto: “Me ha llegado a parecer el más hermoso que hay entre todos los ángulos, pero es algo intolerante, no admite diálogo nada más que con sus iguales”. Sabiduría y humildad la de un artista al que desde sus primeros éxitos dedicaron textos pensadores como el francés Gaston Bachelard o el alemán Martin Heidegger. No es de extrañar que elogiaran su coherencia vital y estética pues, como decimos, la llevaría a sus últimas consecuencias. El mejor ejemplo será su caserío en Hernani, al que intentó vaciar de materia para llenar de aire, algo que ya buscó hacer en su único proyecto inconcluso y más monumental, el de Tindaya —vaciar la montaña canaria homónima para crear en su interior un cubo vacío de 50 metros de lado (equivalente a un edificio de 17 plantas)—, partiendo de un verso del poemario Cántico, tal vez el más famoso del poeta vallisoletano Jorge Guillén, que decía: “Lo profundo es el aire”. No obstante, como se afirmará en el documental, un proyecto está terminado por un artista desde el momento en que lo imagina en su cabeza. Así, quedó del interior del caserío un elemento fundamental: una de sus vigas de madera, hermosa y funcional, que se abría trenzada como el más bello de los árboles, y que tanto recuerda a las estructuras ideadas por Chillida. No olvida su formación como arquitecto en ese diseño estructural y en esa influencia hacia lo escultórico.

Quién pudiera ver por primera vez el Chillida Leku con ojos nuevos, se dirá en el documental. A esto yo añadiría: quien pudiera ver por primera vez Ciento volando, esta magia hecha celuloide por Arantxa Aguirre. Su misterio sólo puede conocerlo el propio mago. Ya desde Méliès en el cine, en la escultura con Chillida o en la plástica fílmica actual como nuestra autora.

Distribuida por A Contracorriente Films, Ciento volando tuvo su première mundial en la sección Zinemira del Festival de San Sebastián el pasado 22 de septiembre. En cines verá su estreno el 4 de octubre. Algunos afortunados pudimos verla en los cines Verdi de Madrid el día 18. A buen seguro que, como reza su título, volará libre cientos de veces.

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