Eduardo Martínez Rico reúne todas las características para ser un triunfador. Es joven, alto, de buena presencia y con una simpatía natural que comunica a los que le rodean.
Y Eduardo Martínez Rico lo tiene, pero con un añadido muy notable: es persona muy inteligente, y la prueba es que ha alcanzado el título de doctor en Filología Hispánica, algo muy difícil de obtener. Al menos yo no lo conseguí: hice la carrera de Derecho y luego cursé las tres asignaturas del Doctorado, pero cuando llegó el momento de hacer la tesis me atranqué. Por eso admiro a los que han sido capaces de completar todo el doctorado.
Y resulta indudable la vocación literaria de Eduardo. Con ese título de doctor podía haber aspirado a más altas cotas, y sin embargo desde su juventud se centró en las letras, y le felicito porque, aunque ya tiene una producción importante, en los más diversos géneros literarios, no dudo de que está llamado a mucho más.
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—Nos conocimos de una manera singular. Tu padre era primo del párroco de Las Lomas, a la que asistía yo, y un domingo me dijo que un hijo suyo deseaba conocerme. ¿Fue iniciativa de tu padre, o lo hizo impulsado por ti?
—Lo cierto es que no fue exactamente así. Mi padre te debió de saludar un día y decirte que tenía un hijo que quería ser escritor, pero aparte de eso yo te hice una entrevista, por mi cuenta, para el diario Expansión, y así nos conocimos, aunque yo ya te había leído mucho en la hoja parroquial de las Lomas y algunos libros, como Cucho, en el colegio. Luego llegamos a jugar durante bastante tiempo al tenis.
—Yo suponía que serías licenciado en alguna carrera, y cuando me enteré que eras doctor en Filología Hispánica me quedé asombrado. ¿No es lo lógico que siendo doctor procuraras luchar por una cátedra, o por un profesorado, en lugar de dedicarte a escribir libros, incluso para niños?
—Me hice doctor para completar mi formación académica, pero nunca he sentido vocación docente, aunque he dado muchas clases y he sentido satisfacción al darlas. Sin embargo creo que mi vocación es puramente literaria, la de escritor.
—Eres uno de los escritores con más vocación que yo conozco, incluso sacrificas mucho por la literatura. ¿De dónde te viene esa vocación?
—Mi padre, que escribía muy bien, hizo dos libros jurídicos. Él me decía que mis facultades literarias me venían de mi abuelo Carlos, su padre, pero también, creo yo, me vienen de mi tía Ángeles, su hermana, monja y gran escritora. Por otra parte mi madre es una grandísima aficionada a los libros, y su hermano Eduardo, muy sabio, todavía más.
—Esa vocación la canalizaste hacia la escritura y conseguiste hacerle una entrevista —o mejor dicho dos— a un escritor a la sazón muy famoso, Francisco Umbral. Por su extensión excede de una entrevista. ¿Lo consideras, más bien, un ensayo?
—Hice una tesis doctoral, publicada en forma de libro, que sí que considero un ensayo, Francisco Umbral, entre la novela y la memoria. De mis libros de conversaciones dicen más bien que son una biografía dialogada.
—¿Cómo conseguiste que un escritor tan famoso accediera a conversar con un joven literato, a la sazón casi desconocido?
—Porque había obtenido una beca para hacer un trabajo de investigación sobre él (luego decidí hacer la tesis), porque contaba con la recomendación de un gran catedrático, Antonio Prieto, y porque le llamé a su casa durante varias semanas (él siempre me decía: “Llama la semana que viene”). Pero antes de hacer los libros yo le había demostrado que conocía muy bien su obra, porque había leído casi todos sus libros, que son muchos.
—Y lo mismo te digo de la entrevista de dos de tus otros amigos, una a Alberto Vázquez-Figueroa y otra a Pedro J. Ramírez. ¿Qué gracia te dabas para llegar hasta ellos? ¿Cómo les convencías?
—El libro sobre Vázquez-Figueroa es más bien una antología de sus mejores páginas. A él le escribí una carta a Lanzarote —sin saber su dirección— después de leer un libro suyo, Los ojos del tuareg, que me impactó. Para hacer el libro sobre Pedro J. Ramírez conté con la ayuda y recomendación, de incalculable valor, de Raúl del Pozo, que conocía ya mis obras sobre Umbral.
—Y lo curioso es que esas entrevistas acaban siendo un libro. ¿No les importaba que acabaras convirtiéndote en el intérprete de sus vidas? ¿Te exigían leer el libro antes de que lo publicaras, para comprobar la fidelidad de lo que contabas?
—Cuando escribes sobre un personaje vivo, al que estás entrevistando, notas en él una inquietud. Pero yo no he tenido problemas con ello. Umbral apenas me cambió nada en los libros, y Pedro J. tampoco. Pedro J. fue muy respetuoso con mi trabajo, y tanto el tiempo que pasé con él como el que estuve con Umbral fue apasionante.
—Has hecho compatible esa afición con una obra literaria, que yo calificaría de ingente y en los más diversos géneros. ¿Podrías decirme cuántos libros has escrito?
—He publicado quince. En breve, si Dios quiere, voy a publicar otro, y guardados tengo algunos más que podrían ser publicados. También estoy buscando editor para una antología de cuentos, cuentos escritos por mí, que he hecho hace poco.
—Me ha llamado la atención que tu literatura es, más bien, para adultos, y sin embargo, tienes uno aparentemente infantil, El pequeño rey. ¿Lo consideras un libro para niños, o crees que tiene una segunda lectura que puede interesar a un público más amplio?
—Creo que es un libro para todas las edades, pero efectivamente tiene una lectura más profunda que puede pasar inadvertida, incluso para lectores adultos, al menos parcialmente.
—¿Te has basado en los Borbones para escribirlo?
—No, pero como son los reyes españoles de mi época los he podido observar a lo largo del tiempo, y eso sin duda ha enriquecido mi libro, que aparte de la historia de unos niños es un libro sobre la monarquía. El tiempo al que se remite El pequeño rey es un futuro próximo, y los personajes son ficticios, pero efectivamente todo pude recordar a nuestro mundo. Cuando lo terminé, hace ya bastantes años, le mandé una copia al rey Felipe VI, que entonces era Príncipe de Asturias. Se lo mandé por su cumpleaños.
—Entre toda tu producción destacan los libros destinados a personajes históricos —desde el Cid Campeador hasta Fernando el Católico—. ¿Te atraen los personajes, o te sirves de ellos para reflejar la historia de España en aquellos años?
—Me atraen los personajes, pero una vez que decido hacer una novela sobre ellos me documento también sobre sus épocas y aprendo mucho sobre ellas.
—Para mí tu libro más singular es el que has escrito sobre La guerra de las galaxias. ¿Qué pretendías, dar categoría a un mito popular?
—No, más bien analizar todo lo que esas películas llevan dentro y que yo iba descubriendo paulatinamente a medida que me hacía mayor. Es un libro que nace de la pasión por las películas, pero pronto me di cuenta de que había mucha gente, muchísima, que compartía conmigo esa pasión. A muchos de ellos los he conocido estos años.
—Para lo joven que eres, relativamente, has escrito mucho. ¿Escribes todos los días? ¿Cómo es tu técnica narrativa? ¿Escribes mañana y tarde?
—Durante muchos años escribía todos los días, los años de la carrera y el doctorado, por ejemplo, pero luego me he dado cuenta de que es mejor hacerlo únicamente cuando verdaderamente tienes algo que decir. O cuando tienes la necesidad de hacerlo, o cuando tienes que trabajar sobre lo que has escrito: corregir, elaborar… Pero siempre estoy inmerso en mi proceso creativo, leyendo y viviendo, algo tan importante. Por otra parte, si es que es algo distinto, el periodismo es muy importante para mí.
—¿Estás satisfecho con lo que has escrito hasta ahora, o crees que todavía te queda por escribir tu obra maestra?
—Creo que si yo muriera ahora se podrían encontrar grandes textos en lo que he escrito. Pero igual que pienso eso creo que aún puedo escribir grandes obras.
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